miércoles, 28 de septiembre de 2011

EL PERDÓN, ¿EN NOMBRE DE DIOS? - Luis Alemán Mur

Nunca se llama a sí mismo “Mesías”. Pero sí se llama “Hijo del Hombre”, en una ocasión, explícitamente “con poder para perdonar”.

Perdonar, como “hijo del hombre”. ¿Será que Dios no tiene que “perdonar”?

¿No será que Dios Padre no perdona porque es Amor y el Amor no puede estar ofendido? Un padre no tiene que perdonar. (En cuanto el hijo se arrodilla para pedir perdón, él lo abraza y manda matar el mejor ternero, porque estaba perdido y ha sido encontrado…).

Perdona quien es capaz de ofenderse. El Amor no tiene receptividad de ofensas, no puede, no tiene que emitir un perdón.

Este otro esquema puede ser falso: “Dios está ofendido; no me habla, ha suspendido sus relaciones conmigo…Yo, entonces, le pido perdón. Le ofrezco una satisfacción, un sacrificio, y entonces él “cambia” y me perdona…” Todo esto puede ser falso. Sería implicar a Dios en nuestros mecanismos, en nuestras liliputienses historias.

¿No será que los únicos que nos tenemos que perdonar somos los hombres, que los únicos que nos ofendemos somos nosotros y entre nosotros?

¿No será que “el hijo del hombre”, Jesús, “vino” a decirnos que una actividad del hombre era perdonar; que la ofensa y el perdón es cosa de humanos; que no hay ser humano si no hay perdón; que el rencor paraliza lo humano; que el odio es un fracaso y que el perdón plenifica lo humano?

Y que, por tanto, no podemos perdonar “en nombre de Dios”, sino en nombre propio. Que, mientras no perdonemos, Dios -el Amor- no puede entrar en lo humano y que, en la medida en la que perdonamos, el Amor entra en nosotros.

“Perdonad, perdonad. Si os perdonáis, Dios, mi Padre, entrará en vosotros. Si no perdonáis, Dios no puede entrar”.

“El Reino de Dios” que anunciaba Jesús era como un Jubileo Universal en el que deberían caer todas las barreras, quedar zanjadas todas las deudas, rotas todas las cadenas, abiertas todas las puertas, entrelazadas todas las manos, curadas todas las heridas comiendo todos un mismo pan, recostados en una misma mesa.

¡Qué lástima que hayamos convertido tan bella utopía en el quiosco de un confesionario!

Fuente: Fe Adulta

viernes, 23 de septiembre de 2011

Un largo camino hacia la paz - Ivana Fisher

Hay muchas realidades, incluso más que las que marcan los reclamos sociales. Gran cantidad de voces se levantan contra las injusticias de los hombres, en el mundo, en un lenguaje común que nos abraza a todos...

Un caso representativo es el de la denominada Marcha Por la Paz, que ha recorrido México, en varias oportunidades, en contra de la violencia y el crimen, de la que participan cada vez más ciudades del país y extranjeras.

En un grito de ¡Basta!, hablan de deficiencias que “han desembocado en un problema estructural de impunidad generalizada frente a la comisión de abusos, en un círculo vicioso cuyo motor son las violaciones graves a los derechos humanos”. Las muertes en manos anónimas crecen, y la vida sólo se fortalece en la unión del reclamo. Pero México no es la única nación que vive un clima semejante.

Así como la situación preocupa en México también es crítica en todas las latitudes. Está caracterizada por la violencia y la discriminación que contaminan la vida cotidiana de amplios sectores de la población, la pobreza de vastas regiones, por el enfrentamiento entre culturas.

Al día de hoy, existen conflictos armados en numerosos puntos del Planeta y simultáneamente una profunda crisis del sistema financiero internacional. A todo esto se suma la creciente amenaza nuclear.

Esto no es una suma de crisis particulares, sino el cuadro que evidencia el fracaso global de un sistema cuya metodología de acción es la violencia y cuyo valor central es el dinero.

Lo urgente radica en crear conciencia por la Paz y el desarme. Pero asimismo se necesita despertar la conciencia de la No Violencia Activa que nos permita rechazar la violencia física y toda forma de violencia económica, racial, psicológica, religiosa y de género.

Todos podemos aportar un granito de arena a esta noble labor. Cada uno de nosotros tiene en sus manos la responsabilidad de cambiar el mundo, superando la violencia personal y apoyando, en su ámbito más próximo, el crecimiento de esta influencia positiva: la verdadera fuerza de este impulso nace del acto sencillo de quien por conciencia adhiere a una causa digna y la comparte con otros.

El principio moral de una sociedad no violenta consiste en: “Trata a los demás como quisieras que los otros te trataran a ti”.

Este principio moral va más allá de toda norma y de toda juridicidad para asentar su dominio en el terreno humano, por el registro del reconocimiento común que supera todo cálculo y toda especulación.

La paz es un don de Dios y, al mismo tiempo, un proyecto que realizar. Deberá ser un camino de elevación espiritual, cultural y moral para todos, donde prevalezca la dignidad del individuo plenamente. Al decir de Pablo VI:”Debe tener la paz mejores armas que las militares, que solo sirven para amedrentar, deben ser las herramientas morales las que den fuerza y prestigio al derecho internacional, primeramente, haciendo respetar los pactos firmados”.

Fuente: Revista on line de Editorial San Pablo

miércoles, 21 de septiembre de 2011

CONTIGO SOMOS MÁS PAZ

“Contigo somos más Paz” es un recordatorio para que cada uno de nosotros viva la paz interior como paso previo y necesario para crear una sociedad en la que la paz y la armonía sean valores universales.

Frente al frenesí de los acontecimientos del mundo y del recurrente daño que los seres humanos nos hacemos unos a otros, podemos actuar de diferentes maneras.

La primera es siendo uno más en ese mundo duro, implacable, incorporando a nuestra forma de vivir la agresividad y agresión tan presentes en nuestra cultura.

La segunda es desde la indiferencia, pensando que las cosas son lo que son y que nosotros no podemos influir para cambiarlas.

La tercera es desde el compromiso y la responsabilidad, pensando que nosotros podemos ser actores del cambio desde el mundo que vemos al que nos gustaría ver.

Frente a la creencia de muchos de que todo está perdido, la realidad muestra sin embargo que hay muchos millones de personas en el mundo deseosas de vivir desde el compromiso y la responsabilidad, desde la consciencia de la interrelación entre todo y entre todos.

Son personas que en muchos casos han descubierto la riqueza de la vida interior y que de un modo u otro han ido comprobando en sus vidas que cuando uno cambia, el mundo a su alrededor también cambia.

Y son personas en su mayoría que en su vida cotidiana han introducido momentos de conexión con el interior, conscientes de que esa conexión con el interior es a la vez fuente de energía y también, según se la frecuenta más y más, de sabiduría.

Aunque el mundo siga en guerra, aunque los seres humanos vayamos con las armas por delante, hay un momento en que surge muy potente la consciencia de otra forma de vivir, y desde ese momento todo cambia.

Lo que antes era oscuro ahora tiene luz, lo que antes no se comprendía empieza ahora a entenderse, lo que antes era conflicto, empieza ahora a ser aceptación y armonía.

Y ese momento tiene que ver en casi todos los casos con recordar quiénes somos realmente, según el bonito y preciso resumen que hizo Teilhard: seres espirituales que se manifiestan en la tierra a través de la materia, y no seres materiales que además tienen una dimensión espiritual.

Somos otra cosa, existe una dimensión sagrada y con potencial divino en nuestra existencia, y cuando contactamos esa dimensión nuestra vida ya cambia para siempre.

Fuente: Fundación Ananta

lunes, 19 de septiembre de 2011

Campanas por la Paz



Día Internacional de la Paz
21 de Septiembre
Que a las 12 suenen todas las campanas
Que el día miércoles 21 de septiembre a las 12 del mediodía, por un minuto, suenen miles de campanas, pidiendo por la paz y la unidad; para preservar la paz en el mundo y en el corazón de cada persona.
Una familia, un grupo de amigos, en el patio de una escuela, en la puerta de una parroquia, sinagoga, templo, gimnasio, taller, podemos reunirnos y llevar cada cual una pequeña campana y hacerla sonar a las 12 en punto para pedir por la paz y la unidad.
Ese signo positivo creativo y armonioso, se sumará al de otro pequeño grupo, con otro pequeño grupo y todos juntos, iremos produciendo cambios en nosotros y en cada otro que lo desee, ame y crea que la paz es posible y que cada uno puede hacerla realidad en su vida cotidiana, porque SOMOS PAZ.

El Día Internacional de la Paz fue establecido en el año 1981 mediante la Resolución Nº 36/37 de la Asamblea General de las Naciones Unidas para que coincidiera con su sesión de apertura, la cual se celebraba anualmente el tercer martes de septiembre.
El primer Día de la Paz se celebró en septiembre de1982.
En 2001, la Asamblea General adoptó por votación unánime la Resolución Nº 55/282, la cual fijaba el día 21 de septiembre como el día anual para la no violencia y el cese del fuego.
Naciones Unidas invita a todas las naciones y pueblos a celebrar el Día a través de la educación y de la concientización pública en los temas relacionados con la paz.

Dalai Lama: La importancia de la mujer para promover la paz a través de...

jueves, 15 de septiembre de 2011

ISAÍAS 55, 6-9

Buscad al Señor mientras se le encuentra,

llamadle mientras está cercano;

que el malvado abandone su camino

y el criminal sus planes;

que regrese al Señor, y él tendrá piedad,

a nuestro Dios, que es rico en perdón.

Porque no son mis pensamientos vuestros pensamientos,

ni vuestros caminos son mis caminos

- oráculo del Señor ‑.

Como el cielo es más alto que la tierra,

mis caminos son más altos que los vuestros,

mis planes que vuestros planes.

"El Señor, rico en perdón", "mis caminos y vuestros caminos"... El texto acompaña con perfección el mensaje del evangelio. Es el final del "Segundo Isaías", escrito hacia el año 553 - 539, en Babilonia, fruto de la predicación de un profeta de la escuela de Isaías, que predicó a Israel en el destierro.

La misión de estos sermones es anunciar al pueblo que el Señor les devolverá a la tierra, pero no por medio de fuerzas políticas sino por el camino de la conversión. "Volved al Señor, y volveréis a la tierra. Vosotros no sabéis cómo, pero el Señor tiene sus caminos y cuidará de vosotros si le sois fieles."

Como bajan la lluvia y la nieve del cielo

y no vuelven allá, sino que empapan la tierra,

la fecundan y la hacen germinar,

para que dé semilla al sembrador

y pan para comer,

así será mi palabra, que sale de mi boca:

no volverá a mí vacía,

sino que hará mi voluntad

y cumplirá mi encargo.

Con estos versos cobran más sentido los anteriores. Los planes del Señor son celestiales, pero eficaces. No sabe Israel cómo se fecunda el suelo por la lluvia, las semillas parecen muertas en el sequedal, pero de ellas brotará la vida a su tiempo, un tiempo que no depende de la voluntad del ser humano.

No es la voluntad del ser humano la que conduce la historia, aunque lo parezca. No está Dios ausente de la Historia, sino que sigue caminos que no entendemos, pensamientos que son más altos que los nuestros.

Fuente: Fe Adulta

lunes, 12 de septiembre de 2011

Mt 18, 21-35 - Fray Marcos

¿Cuantas veces tengo que perdonar...? Hasta setenta veces siete.

ENSÉÑANOS A PERDONAR

CONTEXTO: Mateo sigue con la instrucción sobre cómo comportarse con los hermanos dentro de la comunidad. Sin perdón mutuo sería imposible cualquier clase de comunidad.

El perdón no es más que una de las manifestaciones del amor y está en conexión directa con el amor al enemigo. Entre los seres humanos es impensable un verdadero amor que no lleve implícito el perdón. Dejaríamos de ser humanos si pudiéramos eliminar la posibilidad de fallar y el fallo real.

EXPLICACIÓN: La frase del evangelio, "setenta veces siete", no podemos entender­la literalmente; como si dijera que hay que perdonar 490 veces. Quiere decir que hay que perdonar siempre. El perdón tiene que ser, no un acto, sino una actitud, que se mantiene durante toda la vida y ante cualquier ofensa.

Los rabinos más generosos del tiempo de Jesús, hablaban de perdonar las ofensas hasta cuatro veces. Pedro se siente mucho más generoso y añade otras tres. Siete era ya un número que indicaba plenitud, pero Jesús quiere dejar muy claro que no es suficiente, porque todavía supone que se lleva cuenta de las ofensas.

La parábola no necesita explicación, como todas. El punto de inflexión está en la desorbitada diferencia de la deuda de uno y otro. El señor es capaz de perdonar una inmensa deuda. El empleado es incapaz de perdonar una minucia.

Al final del texto, encontramos un rebotazo del AT: “Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo”. Jesús nunca pudo dar a entender que un Dios vengativo puede castigar de esa manera, o negarse a perdonar hasta que cumplamos unos requisitos.

En el evangelio encontramos con mucha frecuencia esa incapacidad de aceptar plenamente el Dios de Jesús, que es sobre todo Padre. Eran judíos y les costó Dios y ayuda aceptar toda la originalidad de Jesús.

También nosotros nos encontramos mucho más a gusto con el Dios del AT. Ese Dios que premia y castiga nos permite a nosotros hacer lo mismo con los demás. Esta es la razón por la que nos sentimos tan identificados con Él. Primero hemos fabricado un Dios a nuestra imagen, y después nos hemos conformado con imitarle.

APLICACIÓN: El perdón solo puede nacer de un verdadero amor. No es fácil perdonar, como no es fácil amar. Va en contra de todos los instintos. Va en contra de lo razonable. Los razonamientos nunca nos convencerán de que tenemos que perdonar.

Desde nuestra conciencia de individuos aislados en nuestro ego, es imposible entender el perdón del evangelio. El ego necesita enfrentarse al otro para sobrevivir y potenciarse. Desde esa conciencia, el perdón se convierte en un factor de afianzamiento del ego. Perdono (la vida) al otro porque así dejo clara mi superioridad moral. Expresión de este perdón es la famosa frase: “perdono pero no olvido” que es la práctica común en nuestra sociedad.

Para entrar en la dinámica del verdadero perdón, debemos tomar conciencia de nuestro verdadero ser y de la manera de ser de Dios. Experimentando la única realidad descubriré que no hay nada que perdonar, porque no hay otro.

Con un ejemplo podemos aproximarnos a la idea. Si tengo una infección en el dedo meñique del pie y me causa unos dolores inaguantables, ¿puedo echar la culpa al dedo de causarme dolor? El dedo forma parte de mí y no hay manera de considerarlo como un objeto agresor. Hago todo lo posible por curarlo porque es la única manera de ayudarme a mí mismo.

Por ese camino descubriremos que perdonar, no es hacer un favor al otro, sino entrar en una dinámica de verdadero amor, que te permite paz, armonía interior y bienestar.

Desde nuestro concepto de pecado como mala voluntad por parte del otro, es imposible que nos sintamos capaces de perdonar. El pecado no es fruto nunca de una mala voluntad, sino de una ignorancia. La voluntad no puede ser mala, porque no es movida por el mal. La voluntad solo puede ser atraída por el bien y repeler el mal.

La trampa está en que se trata del bien o el mal que le presenta la inteligencia, que con demasiada frecuencia se equivoca y presenta a la voluntad como bueno lo que en realidad es malo. Sin esta aclaración, es imposible entrar en una auténtica dinámica del perdón. Como seres humanos nos cuesta mucho menos tolerar una ignorancia que perdonar una mala voluntad.

“Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo”. ¿No os parece un poco ridículo que Dios esté condicionado por nuestras propias acciones? Dios no tiene acciones, mucho menos puede tener reacciones. Dios es amor y por lo tanto es también perdón. No tiene que hacer ningún acto para perdonar; está siempre perdonando porque está identificado con cada uno de nosotros. Su amor es siempre perdón porque llega a nosotros sin merecerlo.

Ese perdón de Dios es lo primero. Si lo aceptamos nos hará capaces de perdonar a los demás. No al revés.

Eso sí, la única manera de estar seguros de que lo hemos descubierto y aceptado, es que perdonamos. Por eso se puede decir, aunque de manera impropia, que Dios nos perdona en la medida que nosotros perdonamos.

¡Qué difícil nos resulta armonizar el perdón con la justicia!Nuestra cultura occidental que pretendemos superior a las demás, tiene fallos garrafales. Claro que nuestra cultura es fruto del cristianismo; pero olvidamos que se trata de un cristianismo troquelado por el racionalismo griego y encorsetado hasta la asfixia por la justicia romana. El cristianismo resultante, que es el nuestro, no se parece en nada al que vivió Jesús.

En nuestra sociedad se está acentuando cada vez más el sentimiento de Justicia, pero se trata de una justicia racional e inmisericorde, que la mayoría de las veces solo esconde nuestro afán de venganza; eso sí, con todas las de la ley.

Nuestro mezquino sentido de la justicia se la hemos aplicado al mismo Dios y lo hemos convertido en un monstruo que tiene que hacer morir a su propio Hijo para “justificar” su perdón.

Es completamente descabellado pensar, que un verdadero amor está en contra de una verdadera justicia. Luchar por la justicia es conseguir que ningún ser humano haga daño a otro en ninguna circunstancia.

La justicia no consiste en que una persona perjudicada, consiga perjudicar al agresor. Difícil será que escapemos de esta dinámica. Seguiremos utilizando los mecanismos de la justicia para dañar al otro.

Lo que pedimos en el Padrenuestro, entendido al pie de la letra, es un solemne disparate. No se trata de un simple defecto de trascripción. En el AT está muy clara esta idea. En la primera lectura nos decía exactamente: "Del vengativo se vengará el Señor". "Perdona la ofensa de tu prójimo y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas".

Cuando el mismo evangelista Mateo relata el Padrenues­tro, la única petición que merece un comentario es ésta, para decir: "...Porque si perdonáis a vuestros hermanos, también vuestro Padre os perdonará; pero si no perdonáis, tampoco vuestro Padre os perdonará (Mt 6,14).

Aunque hayamos repetido esta idea durante veinte siglos, no corresponde al Dios de Jesús. No tenemos que escandalizarnos de que se diga esto de Dios, pero tampoco debemos renunciar a seguir acercándonos a la verdad. ¿No sería más lógico pedir a Dios que nos perdone como solo Él sabe hacerlo, y aprendamos de Él nosotros a perdonar a los demás?

Para descubrir por qué tenemos que seguir amando al que me ha hecho daño, tenemos que descubrir los motivos del verdadero amor a los demás.

Si yo amo solamente a las personas que son amables no salgo de la dinámica del egoísmo. El amor verdadero tiene su justificación en la persona que ama, no en el objeto del amor y sus cualidades. El amor a los que son amables por sus cualidades no es garantía ninguna del amor verdaderamente humano y cristiano.

Si no perdonamos a todos y por todo, nuestro amor es cero, porque si perdonamos una ofensa y otra no, las razones de ese perdón no son genuinas.

No solo el ofendido necesita perdonar para ser humano, también el que ofende necesita del perdón para recuperar su humanidad.

La dinámica del perdón responde a la más profunda necesidad psicológica del ser humano de un horizonte para poder seguir viviendo. Cuando el hombre se encuentra con sus fallos cada día, necesita una certeza de que las posibilidades de rectificar siguen abiertas. A esto le llamamos perdón de Dios. Descubrir, después de un fallo grave, que la actitud de Dios sigue siendo la misma, que me sigue queriendo y sigue queriendo lo mejor para mí, tiene que llevarme a la recuperación de mi propio ser, a superar la desintegración que lleva consigo un fallo grave.

La mejor manera de convencerme de que Dios me ha perdonado, es descubrir que aquellos a quienes ofendí me han perdonado. Solo cuando estoy convencido de que Dios y los demás me han perdonado, estaré dispuesto a perdonarme a mí mismo y recuperaré la paz interior, imprescindible para poder seguir adelante.

Meditación-contemplación: Si vivo en la superficie de mi ser (ego)el perdón que nos pide Jesús, será imposible.Si descubro que el ofendido y el ofensor somos uno,no hay ofensor ni ofendido ni ofensa.Solo desde esa profundidad desaparecerá la ofensa.No hay nada que perdonar ni nadie a quien perdonar.Cualquier otra solución no pasará de artificial e inútil.O se convierte en refuerzo de nuestro ego.Descubrir lo que me identifica con Dios y con los demás,es el único camino de superación de toda tensión.
La religión de toma y da acá es contraria al verdadero amor que es unidad.

Fuente: Fe Adulta

viernes, 9 de septiembre de 2011

La amistad de dos madres enfrentadas por el 11-S - Por Thomas Castroviejo

Ésta es la historia de dos madres. Una de ellas se llama Phyllis Rodriguez; tiene 68 años y es profesora a tiempo parcial para adultos analfabetos. El 11 de septiembre de 2001 se fue a dar un paseo matutino por los jardines del Bronx, en Nueva York. Cuando volvió a casa, su portero le avisó de que las Torres Gemelas estaban ardiendo. Subió corriendo, encendió la televisión y vio que no era un incendio: era el mayor ataque terrorista perpretado en suelo estadounidense, justo donde trabajaba su hijo Greg. Intentó llamarle, pero fue inútil. Según pasaban las horas, la verdad se hacía más innegable: Greg había muerto. Phyllis aún recuerda cómo el dolor que se adueñó de ella en los días siguientes fue dando paso a la ira.

La otra madre se llama Aïcha el-Wafi, una musulmana de origen marroquí. El 13 de septiembre tuvo que aceptar que su hijo, Zacarias Moussaoui, era el hombre más odiado del mundo: había sido identificado como uno de los autores intelectuales del atentado. La prensa abordó su casa. "No pude dormir en toda la semana", le cuenta al Village Voice."Unos extremistas islámicos de Inglaterra le habían lavado el cerebro a mi hijo, el hijo con el que nunca tuve ningún problema. Aunque no soy responsable por las decisiones que ha tomado, me siento culpable porque le di a luz".

Fue en esos días de intensa emoción y cobertura mediática cuando Phyllis vio la foto de Aïcha en el periódico. Se estremeció. Había algo familiar en esa cara. "Conecté con ella como madre", explica. "Me dije: 'querría conocerla'. Me daba mucha lástima, pero a la vez pensaba: 'Bien por ella, por luchar por su hijo'". Pero no dejaba de ser la madre del posible asesino de su hijo. "No podía llamarla", describe.

Irónicamente, la oportunidad se presentó el año siguiente, cuando el presidente de un asociación a favor de la reconciliación entre familias afectadas propuso que se conocieran. Aïcha iba a ir a Nueva York a defender a su hijo ante el tribunal. Phyllis aceptó. Lo que pasó ahí les cambió para siempre.
Aïcha entró en la sala, rodeada de gente. Miró a Phyllis a los ojos y dijo, "No sé si mi hijo es culpable o inocente, pero quiero pedirte perdón por lo que te ha pasado a ti y a tu familia". Impulsivamente, Phyllis la abrazó. El perdón que le otorgaba a Aïcha, cuenta, actuó como un bálsamo instantáneo para todo el año de luto, dolor e ira.

Las mujeres se fueron conociendo; Aïcha era valiente y tenía sentido del humor. Se había casado muy joven, fue víctima de violencia doméstica muy pronto y crió a sus hijos sin su marido. A las dos les gustaba cocinar, coser, y les unía el amor por sus hijos perdidos. Aïcha le enseñó una foto de Moussaoui con el uniforme del colegio. Phyllis no se quedó atrás y también contó historias de Greg. Al terminar la reunión, Phyllis dijo, "Quiero darte todo el apoyo que necesites. Cada vez que vengas a Estados Unidos, quiero estar a tu lado".

"No lo dije por amistad", recuerda Rodriguez."Fue sinceridad. Iba a venir a Estados Unidos a enfrentarse a unas circunstancias terribles; si fuera al revés, ¿qué necesitaría yo? Apoyo. Y amistad; así que monté una organización de apoyo a Aïcha".

Este nuevo e improbable vínculo dio sus frutos. Phyllis ayudó a Aïcha con su juicio. Su marido, Orlando, testificó en contra de su pena de muerte. Se convirtieron en hermanas, opuestas políticamente pero idénticas en el fondo. Durante el jucio, desayunaban juntas todas las mañanas y cenaban todas las noches. Hablaban de todo; paseaban alrededor del juzgado... Un día que Moussaoui se negó a dejar entrar a su madre en la sala, Phyllis la consoló. "Al ayudar a Aïcha a superar la culpa que sentía por no haber impedido la situación, me estaba explicando esas cosas a mí misma también. Le decía: 'hiciste lo mejor que pudiste'. Pero también le decía a mi", asegura.

Moussaoui terminó declarándose culpable de todos los cargos, supuestamente para lograr una sentencia más favorable, aunque no está claro que haya tenido nada que ver con el 11-S. De nuevo, Aïcha se refugió en Phyllis: entrar en el mundo de las familias de las víctimas le ayudaba a sentirse mejor.

Hoy, su amistad sigue tan fuerte como entonces. La atea de ascendencia judía de Nueva York y la islamista de Marruecos son una lección viva del poder del perdón y la tolerancia. "¿Cómo aceptas la muerte cuando no crees que hay vida después de la muerte?", se pregunta Phyllis. "Lo único que puedo hacer es no sucumbir a la tragedia y evitar que mi pérdida defina mi identidad. La pérdida siempre va a estar ahí, pero no sufro; de hecho, cuanto más bien hago a través de ella, mejor. Ayudo a Aïcha, hablo con las madres más comprensivas de esta tragedia e intento entender qué lleva a la gente a cometer actos extremistas como el 11-S. Todo eso me ayuda a superarlo todo. ¿Qué podemos hacer para evitar que la gente esté tan furiosa?".

Fuente: Yahoo Noticias

La víctima 0001 de los atentados del 11 de Septiembre: El mensaje del Padre Mychal (fragmentos)

POR AMY GOODMAN
El 11 de septiembre de 2001, la funda marcada con la inscripción "Víctima 0001” contenía el cadáver del Padre Mychal Judge, un capellán católico del Departamento de Bomberos de Nueva York. Cuando se enteró del desastre en el World Trade Center, el Padre Judge se puso su cuello de sacerdote y el traje de bombero y corrió hacia el centro de la ciudad. Vio a la gente saltar de los edificios y encontrar la muerte, para evitar así el infierno que acontecía a más de 300 metros de altura. A las 9:59 de la mañana la Torre Sur se derrumbó, y es probable que la fuerza de la caída de esa masa de acero, hormigón, vidrio y humanidad y los escombros que llegaron al suelo haya sido lo que provocó la muerte del Padre Mychal. La suya fue la primera muerte registrada a causa de los atentados esa mañana. El trabajo que realizó en vida debería estar en el centro de las conmemoraciones del décimo aniversario de los atentados del 11 de Septiembre: paz, tolerancia y reconciliación.
Una de las primeras vigilias realizadas este año fue en honor al Padre Mychal. Alrededor de 300 personas se congregaron el domingo frente a la Iglesia de San Francisco donde el Padre Judge vivía y trabajaba, justo en la misma cuadra de la estación de bomberos Ladder 24/ Engine 1. La marcha siguió el camino final del Padre Mychal hasta la Zona Cero. El hombre que organizó la conmemoración es Steven McDonald, un ex detective de la policía de Nueva York que recibió un disparo en 1986. McDonald estaba interrogando a Shavod Jones, un joven de 15 años de edad, en el Central Park y Jones le disparó, dejándolo paralítico de por vida.
Hablé con McDonald mientras encabezaba la procesión en su silla de ruedas por la Séptima Avenida. Habló sobre lo que el Padre Mychal significó para él:
"El Padre Mychal fue un ser humano maravilloso, muy cariñoso, compasivo, un verdadero testigo de la fe en Dios en su vida. Y es por eso que hoy estamos aquí reunidos”.
El Padre Mychal había logrado que Jones hablara por teléfono con McDonald y su esposa. Les pidió disculpas desde la prisión. McDonald lo perdonó. Tras aprender las lecciones de la reconciliación, el ex detective ahora en silla de ruedas, acompañó a Judge en un viaje a Irlanda del Norte donde trabajaron juntos para ayudar a poner fin a la violencia que azotaba al país.
El Padre Mychal era muy conocido entre los pobres y los desvalidos de la Ciudad de Nueva York y de Nueva Jersey. Ayudaba a los sin techo y a la gente que padecía VIH/SIDA. Como miembro de la orden franciscana, a menudo vestía el tradicional hábito marrón y sandalias. (…)
Una década más tarde, Brendan Fay reflexiona acerca de la vida de su amigo: "Creo que, de alguna manera, es muy importante que pensemos en la humanidad de toda la gente que murió el 11 de Septiembre. Lo que podemos aprender de Mychal Judge, en medio de este infierno, guerra, mal y violencia, es que aquí hay un hombre que nos conduce por otro camino posible del ser humano: podemos elegir el camino de la compasión, de la no violencia y de la reconciliación. Mychal Judge tenía un corazón tan grande como Nueva York. Había lugar para todos en él. Y creo que esta es la lección que podemos aprender de él”.

Fuente: Adital
Publicado el 8 de septiembre de 2011.

Congreso Internacional Edificar la Paz - Martínez Shaw

jueves, 8 de septiembre de 2011

La pipa del perdón

Si te has peleado con tu hermano y te propones matarlo− dijo el jefe de la tribu fijando su mirada en uno del grupo− antes de hacerlo, siéntate, carga tu pipa y fuma.

Al final, te darás cuenta de que la muerte para ese enemigo tuyo es un castigo demasiado grave en relación con lo que te ha hecho y te propondrás darle una buena paliza.

Luego, carga tu pipa por segunda vez y fuma hasta el fondo. Al final, te convencerás de que en lugar de tantos golpes podrían ser suficientes unos cuantos reproches.

Después de haber cargado tu pipa por tercera vez y de haber acabado de fumar, entonces —concluyó el jefe de la tribu—, te convencerás de que es mejor de que vayas donde tu hermano y le des un abrazo.

(Leyenda de Madagascar)

“La pipa del perdón”, en Parábolas para una vida más feliz

PERDONAR 70 veces 7: SIEMPRE - J.E. Galarreta

Evangelio según San Mateo, capítulo 18, versículos 21 al 35

Esta parábola no tiene paralelos en los otros evangelios, y su forma es profundamente aramea, Galilea.

La proposición de Pedro es ciertamente generosa. Siete veces es ya un número simbólico (todos los números suelen serlo en la Escritura), que indica abundancia, generosidad. Pero generosidad con límite legal: después de perdonar siete veces, ¿qué pasará con la ofensa número ocho?

La respuesta de Jesús "setenta veces siete", no significa cuatrocientas noventa veces sino "siempre". Son los modos, concretos y plásticos de expresarse de aquel tiempo. Significa que mi disposición a perdonar es permanente, no depende del número de las ofensas recibidas.

El mensaje de la parábola no está en la manera de actuar del señor sino en la manera de actuar del siervo "malvado", como retrato negativo. Es importante hacer esta precisión, en ésta y en todas las parábolas, si no queremos sacar de ellas consecuencias no queridas por Jesús.

Las parábolas, no nos cansemos de recordarlo, no son alegorías en las que todo detalle tiene su significado: son historietas con muchos detalles que sólo dan colorido a la narración, para sacar una conclusión, un mensaje.

Aquí, la conducta del señor es solamente un detalle de la narración, sin significado. Lo vemos claramente en que el Señor no perdona más que una vez al siervo malvado, -no “setenta veces siete”- cuando Dios sí que perdona.

Sacar de esta parábola la conclusión de que Dios acaba castigando con el fuego eterno está en contradicción con toda la enseñanza de Jesús. Es la imagen del siervo, perdonado en lo mucho e incapaz de perdonar en lo poco, lo que constituye el centro del mensaje.

El texto que leemos tiene una conclusión: “Así lo hará Dios con vosotros, si no perdonáis a vuestros hermanos”. Es más que dudoso que la conclusión sea de Jesús. Jesús suele dejar las parábolas “abiertas”. Una vez concluida la narración, “el que tenga oídos que oiga”.

Pero no pocas veces, el uso de las parábolas en las catequesis y en las eucaristías les ha ido añadiendo moralejas y consecuencias, que no pocas veces representan más las reflexiones de la comunidad que las palabras de Jesús. La “conclusión” de la parábola de hoy parece ser un ejemplo claro de esto.

El perdón es uno de los centros neurálgicos de la Buena Noticia, y es un buen test de la sinceridad y también de la madurez de nuestra fe. Jesús habla del perdón de muchas maneras.

En sus dichos: "perdonad y seréis perdonados", "la parábola del hijo pródigo", "perdona nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores"...

Y muy especialmente en sus hechos, en su manera de comportarse con las personas: la adúltera, la mujer que le unge los pies en casa de Simón, la rehabilitación de Pedro, el Buen ladrón, y el “perdónales porque no saben lo que hacen”.

La parábola de hoy muestra el fundamento último de nuestro talante de perdonar. Perdonamos porque Dios perdona, y esto, a dos niveles. Ante todo, el que ha conocido a Dios, a Abbá, sabe que está perdonado de antemano, que Dios es un permanente perdón, una acogida inquebrantable. Es la aplicación concreta de lo que vimos ya el domingo pasado: me siento querido y respondo queriendo; me siento perdonado y respondo perdonando.

Pero no solamente como una obligación sino, ante todo, como una conversión, un cambio de corazón. He experimentado que estoy vivo gracias a que Dios no pasa factura. He experimentado que puedo existir a pesar de mis errores. He experimentado en mí mismo cómo es el modo humano de vivir: dándose una y otra vez oportunidades, no exigiendo de nadie la perfección sino el afán de mejorar a pesar de los fallos.

Lo he experimentado en mí, en cómo se porta Dios conmigo, y vivo así, portándome así con todos. No por exceso de misericordia, sino porque esa es la verdad, la condición humana, limitada y caminante. Dios es así, Dios acierta, yo quiero ser así.

La parábola del hijo pródigo muestra bien la esencia de la relación paterno-filial. El hijo vuelve, y es considerado otra vez como hijo. La justicia misericordiosa le habría admitido como criado. El padre le reconoce como hijo. De ahí que el hijo se sienta urgido en el futuro a portarse como hijo. Esa es la fuente de nuestro amor a Dios y a los demás, la fuente del perdón que dispensamos siempre.

Jesús, en el momento de ser crucificado, se porta como Hijo. No se porta como los que le están crucificando. No les devuelve el mal que le hacen. Se porta como Hijo, sigue queriendo su salvación. Se porta como Dios, su Padre.

Quizá la expresión más atrevida de este clima es la que propone el Padrenuestro. "Perdónanos como nosotros perdonamos". Si se considera como una proposición a Dios, invitándole a que su perdón sea respuesta al nuestro, es un suicidio.

La realidad debería ser la opuesta: "haz que perdonemos como Tú nos perdonas". Pero no se trata de un pacto, de un comercio. Se trata de expresar nuestra condición de hijos, de reconocer que estamos dispuestos a instalarnos entre nosotros en el mismo clima de perdón en que cada uno se sitúa delante de Dios.

No debemos omitir sin embargo un aspecto extraordinariamente delicado en la aplicación de todo lo anterior a las circunstancias concretas.

Si unos pocos de la sociedad perdonan siempre todo, y los demás siguen ofendiendo. Si los ladrones son perdonados sin más, si los políticos corruptos son perdonados sin más, si los terroristas asesinos son perdonados sin más, si los poderosos siguen explotando a los débiles y son perdonados sin más... la sociedad canoniza a sus mismos destructores, deja inermes a las personas y se destruye a sí misma.

El perdón no es un salvoconducto para obrar mal, ni significa que lo mal hecho no tenga importancia.

Dicho de manera quizá demasiado tajante, aspiramos a que sea posible una sociedad basada en el perdón. Pero no estamos en ella. El perdón radica en la conversión. El mundo del pecado no deja sitio al perdón; puede aspirar como mucho a imponer la justicia. Y hay muchas circunstancias en el mundo en que no podemos aspirar a otra cosa que a la justicia.

Sin embargo, los que siguen a Jesús no se conforman con que se haga justicia, aunque esto sea evidentemente necesario: aspiran a la reconciliación cordial de las personas. Aspiran a que sea posible el perdón, pero esto no depende solo de ellos. Tendrán que limitarse a hacer justicia, aunque, si son seguidores de Jesús, añorando no poder condonar la deuda sin más.

La cumbre del perdón, lo más difícil e incluso incomprensible, es el amor a los enemigos. En esto, como en todo, el modelo perfecto es el mismo Jesús. Mientras le crucifican, Jesús ora por los que le están clavando. Evidentemente, no es que le caigan bien, no es que sienta amistad por ellos. Pero sí es que por su parte no les desea mal. Ellos son enemigos de Jesús, pero Jesús no es enemigo de ellos.

Pero este "amor a los enemigos" no le ha impedido a Jesús atacar, ridiculizar y agredir verbalmente a los escribas y fariseos, y expulsar del Templo a latigazos a los traficantes de ganado. Y también a todos esos les ama Jesús y desea su salvación. Tampoco los considera enemigos. Pero les desenmascara, les ataca, les excluye.

El fondo de todo esto está sin duda en una disposición interior, en un deseo de ser hermano de todos y de portarse como tal. Son mis pecados y sus pecados los que pueden hacerlo imposible.

Y cuando es imposible de hecho, cuando mis o sus pecados, o ambos, nos obligan a descender al terreno de la simple justicia, el corazón cristiano deberá sangrar. Alegrarse del castigo puede significar renunciar a la compasión, manifestando así que nuestro corazón no es fraternal, no es como el de Jesús.


Fuente: Fe adulta

sábado, 3 de septiembre de 2011

Cine: Algo más que una venganza por Sendrós, Daniel

La película En un mundo mejor, coproducción sueco-danesa dirigida por Susanne Bier, presenta historias en las que se manifiestan diversas maneras de enfrentar la humillación y la violencia.Presente desde hace tiempo en las ofertas de DVD en la calle, pasó casi inadvertido el estreno en salas de En un mundo mejor, película danesa Oscar 2010 al mejor film extranjero. Suele ocurrir, pero en este caso es una lástima. No porque sea una obra artísticamente excepcional. No lo es, y acaso tampoco era la más impresionante ni atractiva de las nominadas en ese rubro. En cambio, fue la de mejor llegada al corazón de los votantes. ¿Por qué? Quizá, porque trata con particular atención y sentido medianamente amplio un asunto que el propio cine norteamericano acomete con asiduidad pero muy poca cabeza: ¿cómo convivir con la violencia?, ¿y cómo frenar al violento y reconsiderar en uno mismo el natural ánimo de revancha?

Dos niños, y un mayor, se encuentran con esos problemas. Los chicos deben soportar las humillaciones cotidianas de un matoncito de grados superiores. Lo hacen cambiar de hábitos sólo cuando uno de ellos puede sorprenderlo con una paliza. Llevados a la dirección, un policía sonríe comprensivamente, y la directora parece mostrar cierta in genuidad, impulsando un gesto de reconciliación formal. Pero ese niño que supo imponerse, también tiene sus problemas. La madre ha muerto, y él está sufriendo un marcado resentimiento contra su padre, lo que más adelante puede traer serias consecuencias.

En cambio, el padre del otro chico parece un modelo de hombre. Médico, vive parte de su tiempo con la familia, y parte atendiendo unos campos de refugiados en Kenya. En cierto momento sufre una fea situación causada por un mecánico agresivo, delante de sus hijos y del otro chico, pero en lugar de responder agresivamente deja pasar el hecho “porque ese tipo no merece importancia”. Cuestionado por los niños, decide darles una lección de fortaleza interior, y se enfrenta nuevamente con ese sujeto, realmente antisocial y prepotente, que otra vez lo golpea. Pero él se mantiene inalterable. Los niños lo observan entre admirados y temerosos. Más tarde le preguntan con escepticismo: “¿Crees que él aprendió algo?”. Ellos ya resolvieron su problema, y ahora piensan darle su propia lección al mecánico pendenciero, una aventura que, mal manejada, estará a punto de causar desgracias propias y ajenas. Entretanto, y en tierras lejanas y medio bárbaras, el padre deberá reconsiderar su juramento hipocrático cuando encuentre bajo su cuidado a un matón de uniforme, un criminal que muchas veces amargó para siempre la vida de los habitantes del lugar. En este caso, la situación, y sobre todo la resolución del problema, facilitando prácticamente un ajusticiamiento colectivo, parece algo medio novelesco, y aunque la situación sea espantosa, nos impresiona mucho menos que las otras. Será, quizá, porque soportar a un maleducado, o ver que nuestros hijos la pasan mal en la escuela, son experiencias concretas para nosotros o nuestros vecinos. En cambio nos resulta ajena, y acaso apenas pintoresca, la tragedia de un pueblo africano. Ese asunto, además, está contado con menos precisión, y, si lo analizamos un poco, hasta podríamos sospecharle cierta mentalidad colonialista, de raza superior que viene a solucionar los problemas de los pobres negros.

De todos modos, el cotejo de situaciones permite considerar cuánta falta de civilización existe también en las sociedades más civilizadas. Gente bruta y agresiva hay en todas partes. Las reglas para ponerles límite suelen ser distintas, y a veces también pueden ser las mismas. Ni hablemos de intentar una integración.

En cada uno de estos casos, y otros que redondean la trama, el asunto es el mismo. Acá se aprecia más de una respuesta, y más de un peligro para cada respuesta. Película buena y fuerte, para todo público, elude unos cuantos facilismos y hace, con inteligencia y buen ritmo, planteos bastante realistas. Su autora es Susanne Bier, la misma de Hermanos, que era todavía más fuerte, pero de menor contenido. Detalle interesante: el título original de esta película puede traducirse literalmente como “venganza”, pero el encargado de ventas internacionales la rebautizó En un mundo mejor. Es más sugestivo, y alienta a hacer nuevas interpretaciones del relato.

Fuente: Revista Criterio. Cultura
Nº 2374 » Septiembre 2011

Víctimas y victimarios

Soy una superviviente del genocidio de los Tutsi de Ruanda en 1994.

Gran parte de mi familia fue masacrada en nuestra iglesia parroquial. Sólo ver ese edificio me llenaba de horror y de rebelión, al igual que el encuentro con los presos, me llenaba de asco y de rabia.

Mientras vivía en este estado de ánimo, sucedió un acontecimiento que cambió mi vida y mis relaciones. El 27 de agosto de 1997, a la una, un grupo de la asociación católica las "Damas de la Misericordia Divina" me llevó a dos cárceles de la región de Kibuye, mi ciudad natal.

Venían para preparar a los presos al Jubileo del año 2000. Decían: "Si has matado, si te comprometes a pedir perdón a la víctima superviviente, la ayudarás así a liberarse del peso de la venganza, del odio y del rencor. Si tú eres una víctima, te comprometes a perdonar a quien te ha hecho daño y así la ayudarás a liberarse del peso de su crimen y del mal que lleva dentro".

Este mensaje tuvo un efecto inesperado para mí y en mí...
Después de esto, uno de los presos se levantó con los ojos llenos de lágrimas y cayó de rodillas suplicando en voz alta: "misericordia". Me quedé petrificada al reconocer a un amigo de familia que había crecido con nosotros y con el cual habíamos compartido todo. Me confesó que él mismo había matado a mi padre y me contó los detalles de la muerte de mis parientes.

Me invadió un sentimiento de piedad y de compasión: lo levanté, lo besé y le dije sollozando: "tú eres y sigues siendo mi hermano". Entonces sentí que un gran peso desaparecía... Recuperé la paz interior y le dije gracias a la persona que estaba todavía entre mis brazos. Con gran sorpresa, le oí gritar: "¡la justicia puede hacer su trabajo y condenarme a muerte, pero ahora yo estoy liberado!".

Yo también quería gritar a quien quisiera escucharme: "Ven a ver a quien me ha liberado, tú también puedes recuperar la paz interior”. A partir de este momento, mi misión fue recorrer kilómetros para llevar el correo de los presos que pedían perdón a los supervivientes. Distribuí 500 cartas y llevaba también el correo de respuesta de los supervivientes a los presos, que volvían a ser mis amigos y hermanos...

Esto permitió encuentros entre verdugos y víctimas. Han sido numerosos los gestos concretos para manifestar la reconciliación.
- Los presos construyeron un pueblo para las viudas y los huérfanos del genocidio;
- construyeron asimismo el monumento conmemorativo delante de la iglesia de Kibuye;
- nacieron asociaciones de ex-presos con los supervivientes en las distintas parroquias y funcionan muy bien.

De esta experiencia deduzco que la reconciliación no es tanto querer reunir a dos personas o dos grupos en conflicto. Se trata, más bien, de que en cada persona vuelva a vencer el amor y dejar que acontezca la curación interior que permite la liberación mutua.


Y aquí radica la importancia de la Iglesia en nuestros países, pues ella tiene como misión ofrecer la Palabra: una palabra que sana, libera y reconcilia.


Autor: G. Uwamariya, Hna. de Santa Mª de Namur 'Ruanda'- Fecha: 2009-11-04

Maggy Barankitse: Perdonar a los asesinos de su familia para reconstruir...

viernes, 2 de septiembre de 2011

Caminos de expulsión o de perdón - Fabián Paré.

¿Cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? Mateo 18,15-22

Nos encontramos ante un relato que leído a la ligera puede llevar a complicadas confusiones, principalmente sobre los roles que asumimos en nuestra convivencia. A veces se dan ciertas malas costumbres en la lectura bíblica, una de ellas es la de usarla como ‘supermercado’ donde tomo lo que me resulta útil y dejo de lado lo que no me gusta, pero eso que no me gusta resulta ser tanto o más importante. Definitivamente no podemos leer la Biblia de esa manera: tomando lo que me gusta y desechando lo que no; el verdadero desafío de la Biblia es reflexionar sobre lo que nos dice, más allá de si nos gusta o no. En la escena de este relato, Pedro se ve confrontado a reflexionar algo que va más allá de ‘su gusto’ y se trata de nunca, y bajo ninguna circunstancia, dejar de perdonar. Y este es el punto que da sentido al resto del contenido del relato.

Decía que si se lo lee a la ligera puede confundir, dado que esta situación de enseñanza que genera Jesús se da en torno a los conflictos: ‘si alguien peca contra ti’. ¿Quién estará liberado de estos conflictos?, ¿Quién estará liberado de pecar en contra de…? o ¿Quién estará liberado de que pequen contra nosotros/as mismos/as? La convivencia humana esta signada por esta triste característica del conflicto de intereses, pecado, o como queramos llamarlo. Con el tiempo se van institucionalizando las formas y condiciones que deben ser aceptadas, y de no ser aceptadas se desencadenan las inst ancias de represión y castigo que tienen la finalidad de encausar aquel ‘desvío de las normas establecidas’. Si este esquema estuviese aplicado a la comprensión de los ‘desvíos’ como aquello que daña la integridad de la creación de Dios, hoy no sufriríamos ningún tipo de violencia en la sociedad, no habría hambre, guerras, crímenes, corrupción, inseguridad, etc., etc. Sin embargo, la presencia de estos flagelos son indicadores de que ese esquema es usado con otros fines, fines que se alejan de un propósito de Dios en este mundo: el perdón como herramienta de transformación, de resurrección.

Cualquier grupo que tenga en su poder ciertas ‘normas’, tendrá sus propios intereses, y apelará a esas normas para que no se defraude, no los intereses de la norma en sí, sino los suyos. El esquema propone: llamar primero al que peca contra ti, reprenderlo; sin no hace caso, ir entre dos o tres, y si no hace caso decirlo a la ‘institución madre’, y si no hace caso tomarlo como alguien que profesa otra religión (gentil-pagano); todo un despliegue que al sacarlo del contexto de Jesucristo, lleva a ser una herramienta de expulsión temible en las instituciones. Sin embargo en el contexto de Cristo es claro que no se llega a una expulsión, sino a una comprensión: ‘tenedlo como gentil y publicano’, Jesús nunca condenó a gentiles y publicanos, ni a nadie. Corrobora esta postura no expulsiva la pregunta de Pedro: ¿Cuántas veces perdonaré a mi hermano…?

Otra frase que a cualquier grupo que esté en espacios de poder le puede caer a gusto es: ‘si dos de ustedes se ponen de acuerdo en la tierra acerca de cualquier cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos’ (Mt 18,19). ¿Cuántos hay que se ponen de acuerdo aquí en la tierra, y creen que sus logros son por providencia divina y no por manejos del poder? ¿Cómo saber si las empresas que llevamos adelante en la vida de nuestros grupos son sostenidas por la fuerza divina o por los caprichos humanos? Pues tenemos una pista en la respuesta que Jesús le da a Pedro: si vas a perdonar que sea ‘…hasta setenta veces siete’ (Mt 18,21).  ; El número siete refiere a la perfección, y este juego de números en la respuesta nos deja pensando en un perdón perfecto, profundo, incuestionable, es decir para nada superficial y rencoroso.

Jesús dice que lo que atemos aquí queda atado en el cielo, y que lo que desatemos aquí queda desatado en el cielo (Mt 18,18), esto nos lleva a pensar que no debemos esperar que en algún ‘cielo’, futuro y posterior a la muerte, se resuelvan algunas cosas, especialmente las que cuya resolución dependen de nosotros/as mismos/as. Y por demás está decir que la resolución cristiana de los conflictos no se encausa por caminos de expulsión, sino de perdón y comprensión, de amor y paz. No confundamos nuestro rol cristiano, y en cada situación que nos toque vivir, demos testimonio de la unidad a la que Cristo nos convoca, recordando siempre lo que San Pablo dice: ‘el amor no hace mal al prójimo, así que el cumplimiento de la ley es el amor’ (Romanos 13,10).

Fuente: Red de Liturgia del Clai





jueves, 1 de septiembre de 2011

SI SE PIERDE UN HERMANO...por Florentino Ulibarri

Si se pierde un hermano,

si se pierde un hijo,

si se pierde el vecino, el compañero,

el amigo o el enemigo...

¿qué he de hacer, Dios mío?

Lo buscaré sin descanso, día y noche,

por senderos, charcos y bosques,

playas y desiertos, montañas y valles,

pueblos y ciudades e inhóspitos lugares,

con mis pies cansados y corazón anhelante.

Lo llamaré, con mi voz rota, por su nombre

y no cejaré hasta encontrarlo y abrazarlo;

y le diré con ternura y pasión de hermano:

Estoy preocupado y angustiado por ti

y siento que nuestras vidas necesitan dialogarse.

Y si no se detiene y me da la espalda,

o hace oídos sordos a mis palabras,

o me desafía con los hechos o su mirada,

juntaré, antes que oscurezca, la ternura de dos o más

para ahogar su resistencia con fraternidad desbordada.

Y si el fuego de tu Espíritu y de los hermanos

no hace mella en sus gélidas entrañas,

juntaré centenares de cálidos hogares

para que alumbren su noche oscura

y derritan sus hielos invernales.

Y si tal torrente de ternura, gracia y respeto

no doblega su tronco altivo y yermo,

lo cubriré con mi ropa para protegerlo

y lo lavaré sin descanso con mis lágrimas

hasta cicatrizar sus heridas y devolverle la alegría.

Y si a pesar de ello no sigue tu camino,

le perdonaré como tú nos enseñaste;

y si es preciso me convertiré en rodrigón

de su vida, historia y suerte,

renunciando a otros proyectos personales.

Y así ganaré a mi hermano

y la vida que nos prometiste.

¡Bendito seas, Señor, que nos haces fuertes

para curar y ser curados, hoy y siempre,

para amar al hermano y ser por él amados!

¡Bendito seas, Señor, por invitarnos a crear,

vivir, salvar y cultivar la fraternidad!


Fuente: Fe Adulta