sábado, 28 de abril de 2012

Aprender a construir espacios de encuentro



(...) hay que aprender a construir espacios de encuentro duraderos (...) Es una violencia hecha a la humanidad la que impide realizar sus retos de un vida común basada en la justicia y la paz.

Para respetar la elaboración del pensamiento de cada uno se necesita: 
- tiempo 
- espacios donde no se termine nunca una frase en lugar de una persona que tiene dificultades en hacerlo
- espacios donde no se interrumpa a nadie mientras reflexiona
- espacios donde no se reformule nunca una idea que puede parecer confusa
- espacios donde no se priva a nadie de su parecer
- espacios donde no se tenga miedo de los silencios necesarios para la reflexión y la comprensión

Descubrirse los unos a los otros capaces de comprenderse es una fuente de alegría profunda y de confianza para todos aquellos y aquellas que se comprometen en esta actuación de crecimiento de los conocimientos.

Como en un ‘’granero’’ donde se conserva con mucho cuidado las semillas en previsión de la escasez, tenemos que preservar las historias de resistencia a la violencia (...), las historias de valentía para construir la paz. Redoblemos esfuerzos con las personas y los grupos humanos menos oídos, para que las generaciones futuras saquen fuerzas e inspiración para sembrar la armonía y la paz cuando la vida es demasiado difícil.

Párrafos extraídos de texto de Eugen Brand

lunes, 23 de abril de 2012

Dame tu locura...


Una semana después de haber leído “Disposición final”, tristísima imagen para referirse a la desaparición de un ser humano: “sacar de servicio una cosa por inservible”… Me vienen a la memoria las palabras de Ives Domergue a su hermano Ives:
“Encontramos e identificamos a mi hermano Yves y a su compañera Cristina, ambos enterrados como NN en septiembre del 76”
“Veo tus huesos desnudos. Huesos perforados, delicadamente ordenados en una mesada. Te miro y te reconozco. Veo tus huesos desnudos, recorro tus miembros delgados, no quiero que tomes frío… entonces te arropo”
Me pregunto cómo hacer del dolor semilla de vida nueva. Dejo fluir mi pensamiento, mis sentimientos… los versos de Benedetti “Están en algún sitio / nube o tumba /están en algún sitio/ estoy seguro allá en el sur del alma”… “¿Cómo desactivar la lápida con el sembradío?¿La guadaña con el clavel?”
Recuerdo también  el dolor de Arturo Larrabure que persigue justicia para su padre: “El cuerpo médico forense de la Corte Suprema de Justicia de la Nación dictaminó que el coronel Argentino del Valle Larrabure fue víctima de ‘asfixia mecánica por compresión cervical externa’ al haber sido estrangulado. El informe determinó que el militar tenía un elevado índice de alcohol en sangre al momento de su muerte , lo que llevó a los especialistas a concluir que Larrabure se encontraba en estado de indefensión o por lo menos con disminución de su capacidad de reacción al momento de su muerte”… otro cuerpo que clama.
¿Demonios?… ¿Ángeles?… ¿Ángeles y demonios?…No, hombres y su misterio inasible.
Oscar del Barco me dice “Más allá de todo y de todos, incluso hasta de un posible dios, hay el no matarás (…) Un mandato que no puede fundarse o explicarse, y que sin embargo está aquí, en mí y en todos, como presencia sin presencia, como fuerza sin fuerza, como ser sin ser. No un mandato que viene de afuera, desde otra parte, sino que constituye nuestra inconcebible e inaudita inmanencia (…) No matarás al hombre porque todo hombre es sagrado y cada hombre es todos los hombres”
Badiou me recuerda: “Hay una sola máxima ética: si uno se compromete en un punto, sostenerlo a toda costa. No sostener un punto es siempre traicionar una verdad”.
Entonces voy al Maestro, a buscar sus palabras, su experiencia de un Dios amigo de la vida, defensor de las víctimas, Abba… Jesús me enseña a  escrutar la voluntad de Dios que nos lleva más allá de la Ley, nos llama a ser hijos que nos parezcamos a Él, nos alienta para que seamos buenos como Él.
“Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia. Felices los afligidos, porque serán consolados. Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios. Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios. Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí”
“Ustedes han oído que se dijo a los antepasados: “No matarás”, y el que mata, debe ser llevado ante el tribunal. Pero yo les digo que todo aquel que se irrita contra su hermano, merece ser condenado por un tribunal. Y todo aquel que lo insulta, merece ser castigado por el Sanedrín. Y el que lo maldice, merece la Gehena de fuego.”
Aquel que no mata cumple con la Ley pero, si no arranca de su corazón el odio, el rencor, la agresividad, no se parece a Dios. Jesús era un provocador no arbitrario, quebraba constantemente los moldes de comportamiento vigentes, las normas establecidas. Pero todo tenía pleno sentido: la lógica del Reino.
“Ustedes han oído que se dijo: “Ojo por ojo y diente por diente”. Pero yo les digo que no hagan frente al que les hace mal: al contrario, si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, preséntale también la otra. Al que quiere hacerte un juicio para quitarte la túnica, déjale también el manto; y si te exige que lo acompañes un kilómetro, camina dos con él”
Jesús le decía esto a un pueblo cuyas esperanzas estaban puestas en la irrupción de Dios que impondría la justicia y destruiría a los enemigos, un pueblo que aguardaba impaciente que se hicieran realidad los anuncios de los profetas y las expectativas de los apocalípticos. Jesús confrontó con esa interpretación: no creía en un Mesías guerrero; no esperaba nada bueno de los levantamientos armados contra el imperio; no prestaba atención a los apocalípticos de la venganza; era bien distinto de los esenios que en el desierto se preparaban con rígida ascesis para la guerra con los hijos de las tinieblas porque se identificaban a sí mismos con los hijos de la luz. Él vivió denunciando y desafiando todas las formas de violencia pero nunca usó la violencia destructora.
Entonces ¿hay que resignarse ante los victimarios?¿ someterse a la injusticia?¿callarse ante los abusos ?¿abandonar la esperanza de una tierra donde reine la justicia para recibir la recompensa en el cielo?…Jesús – porque tenía la experiencia de un Dios no violento – propuso la praxis de una resistencia no violenta a la injusticia, sugirió un modo de vivir a la intemperie, escandaloso en su tiempo y también en el nuestro. No alentó la pasividad, el “no te metas”, la cobardía. Impulsó a ser digno dueño de uno mismo y a descolocar al ofensor con gestos que hicieran evidente la injusticia. Apostó a que el adversario se sorprendiera ante lo inesperado, se desconcertara, quedara expuesto, se diera cuenta y cambiara su actitud. Dicho de otro modo: invitó a detener la dinámica del poder, la escalada simétrica de violencia, o la humillación.
Jesús no era un ingenuo, sabía  a qué se exponía y pronto lo sufriría brutalmente en su propia carne. Tengo para mí que se jugó por generar pequeños grupos de varones y mujeres libres de los condicionamientos de la violencia cotidiana, aun de la estructural. Varones y mujeres responsables, valientes, compasivos, testigos auténticos  con corazón de carne en medio de un mundo cruel, injusto, indiferente, inhumano.
“Ustedes han oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo” y odiarás a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos. Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos? Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos? Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo”
Pero Israel rezaba así:
¡Dios vengador de las injusticias, Señor, Dios justiciero, manifiéstate! ¡Levántate, Juez de la tierra, dales su merecido a los soberbios! ¿Hasta cuándo triunfarán, Señor, hasta cuando triunfarán los malvados? ¿Hasta cuando hablarán con arrogancia y se jactarán los malhechores? Ellos pisotean a tu pueblo, Señor, y oprimen a tu herencia; matan a la viuda y al extranjero, asesinan a los huérfanos (…) Él les devolverá a su misma iniquidad y los destruirá por su malicia, ¡El Señor, nuestro Dios, los destruirá!
¡Ojalá, Dios mío, hicieras morir a los malvados y se apartaran de mí los hombres sanguinarios, esos que hablan de ti con perfidia y en vano se rebelan contra ti! ¿Acaso yo no odio a los que te odian y aborrezco a los que te desprecian? Yo los detesto implacablemente, y son para mí verdaderos enemigos.
Jesús confrontó con los salmos de venganza, no se respaldó en la tradición y reveló un Dios nuevo, sorprendente, que no discrimina entre justos y culpables, que no da su amor solo a los que le aman, que hace el bien aun a los que se le oponen. ¿Cómo no iba a provocar conmociones y reacciones?…Convocó a no odiar, a superar el resentimiento, a orar para despertar en el propio corazón el amor a quien cuesta amar. No se trata de sentir simpatía o cariño por quien obra mal sino que consiste en intentar hacer lo que es bueno para él, ayudándolo a recuperar su humanidad perdida. Aquel que ama solo a los amigos pero alimenta en su interior el odio a los enemigos, cumple con la Ley pero no es dueño de un corazón compasivo como el del Padre. Será observante de la Ley, pero en él no reinará Dios.
Jesús sabía que cada relación de amor deja una puerta abierta a la vulnerabilidad, a la posibilidad de ser herido. Ser conciente, no huir de esa vulnerabilidad, significa prepararse ya para el perdón.
Ser discípulo de Jesús implica adherir a su persona, seguirlo, servirlo en el hambriento, en el sediento, en el caminante, en el enfermo, en el preso, en los crucificados de la historia. Ser discípulo es aceptar la locura y el escándalo de la Cruz. La vida de los discípulos será – casi siempre -  crucificada, semilla que desaparece cuando fructifica, levadura diluida en el pan.
Con Pedro Arrupe sj me atrevo a rezar: “Señor, dame tu amor, que me haga perder mi “prudencia humana” y me impulse a arriesgarme a dar el salto, como San Pedro, para ir a Ti, que no me hundiré mientras confíe en Ti. No quisiera oír: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?”. Cuántos motivos teológicos, ascéticos, de prudencia humana, se levantan, en mi espíritu y tratan de demostrarme “bajo apariencia de bien”, con muchas razones humanas, que aquello que Tú me inspiras y pides es imprudente. Una locura.¡Tú, Señor, según eso, fuiste “el más loco de los hombres”, pues inventaste esa insensatez de la cruz! ¡Oh, Señor!, enséñame que esa insensatez es tu prudencia, y dame tal amor a tu persona para que sea yo también otro loco como Tú”
Hoy mi insensatez tiene rostros, nombres. Están cobijados en mi corazón. Son diversos pero los une el dolor y el amor que los igualan. Ellos y ellas lo saben. Aquellos a quienes amo los conocen. Dios lo sabe. Eso me basta.
Publicado ayer, domingo 22 de abril, en 70veces7.info

¿Qué es trabajar por la paz?

Trabajar por la paz en un país lejano puede ser una huída y un rechazo a mirar lo que está roto en uno mismo. Trabajar por la paz es 
acoger al que está cerca,
al que irrita y enerva, 
al que tiene ideas diferentes, 
al que parece una amenaza, 
al que parece desvalorizarnos, 
al que despierta nuestras agresividades. 
No se trata de juzgarle ni de condenarle pues él también es un ser humano que busca la vida y la paz. 
No es un rival o un enemigo, sino ante todo un hermano o una hermana en nuestra común humanidad, herida como nosotros.

Jean Vanier, Cada  persona es una historia sagrada

viernes, 20 de abril de 2012

Pensamientos de Jean Vanier: El médico alemán

Pensamientos de Jean Vanier: El médico alemán: Cuando en 1940 los tanques alemanes invadieron la casa familiar en el sur de Francia donde vivía Maiti Girtanner, una joven francesa, ella s...

sábado, 14 de abril de 2012

¿Y NADIE PIDE PERDÓN?...

Extraído del libro “Disposición Final. La confesión de Videla sobre los desaparecidos” del periodista Ceferino Reato, que acaba de publicar Editorial Sudamericana, Bs. As.
 “Pongamos que eran 7000 u 8000 las personas que debían morir para ganar la guerra contra la subversión”
“Para no provocar protestas dentro y fuera del país, sobre la marcha se llegó a la decisión de que esa gente desapareciera. Cada desaparición puede ser entendida como el enmascaramiento, el disimulo de una muerte”
“Había que eliminar a un conjunto grande de personas que no podían ser llevadas a la Justicia ni tampoco fusiladas”
“La frase ‘Solución Final’ nunca se usó. ‘Disposición Final’ fue una frase más utilizada; son dos palabras muy militares y significan sacar de servicio una cosa por inservible. Cuando, por ejemplo, se habla de una ropa que ya no se usa o no sirve porque está gastada, pasa a Disposición Final”,
“No hay listas con el destino final de los desaparecidos. Podría haber listas parciales, pero desprolijas”
“Nuestro objetivo era disciplinar a una sociedad anarquizada. Con respecto al peronismo, salir de una visión populista, demagógica; con relación a la economía, ir a una economía de mercado, liberal. Queríamos también disciplinar al sindicalismo y al capitalismo prebendario.”
“Dios sabe lo que hace, por qué lo hace y para qué lo hace. Yo acepto la voluntad de Dios. Creo que Dios nunca me soltó la mano”
Cuando algo – como estas declaraciones – nos conmueve, es bueno buscar las palabras de los que consideramos maestros antes de emitir las propias.
El 14 de marzo de 2000, el periodista Javier Cámara, de Radio María, Córdoba, efectuó una entrevista al  entonces arzobispo de Resistencia, monseñor Carmelo Giaquinta, en el contexto del Jubileo.
Periodista: El Gran Jubileo ha puesto sobre el tapete la idea de pedir perdón y concederlo. ¿Qué significa pedir perdón?
Mons. Giaquinta: El Padre Nuestro le da la respuesta. Cuando rezamos esa oración, que nos enseñó Jesús, decimos: “Perdona nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. “Perdón” es, por tanto, un regalo que le pedimos a Dios. Me animo a decir que es el regalo máximo que esperamos de él. (…)
Periodista: ¿El perdón supone el arrepentimiento?
Mons. Giaquinta: Por supuesto. Dios está siempre pronto a perdonar a su creatura. Pero es preciso que ésta se disponga a recibir el perdón. La disposición para ello se llama “arrepentimiento”. Es decir:
  • repensar lo hecho, admitir que uno “metió la pata”, que hizo el mal. Y esto no sólo a nivel interior, sino dando la cara, confesando que obró mal.
  • Además, dolerse por la ofensa cometida, cuyas consecuencias negativas no siempre se podrán detener.
  • Y ganas de reparar el mal con el bien en toda la medida de lo posible. (…)
Periodista: ¿Debe aplicarse la noción ( “estructura de pecado”)  a lo ocurrido en la Argentina durante la década del setenta? ¿Y debe pedirse perdón de todo lo acaecido?
Mons. Giaquinta: Por cierto. El estado de terror instaurado entonces emuló el espanto impuesto en Alemania y en la URSS por la Gestapo y la Policía Soviética. Para siempre jamás la Junta de Comandantes figurará junto a las figuras monstruosas de Himmler y Laurenti Beria. Sin embargo, y aunque duela, hemos de decir, que la Junta no obró sola, sino que contó con la complicidad, explícita unas veces, implícita las más, de amplios sectores de la sociedad argentina. Cuántas veces entonces se escuchó decir: “La Policía no vino a mi casa. Si fue a la de Fulano, por algo habrá sido”.
Periodista: ¿Usted afirma que la sociedad argentina fue represora?
Mons. Giaquinta: No sé si llamarla represora. Se trataba, sin duda, de una conciencia colectiva complaciente, que le permitió a la Junta obrar como obró. No aceptar que esa conciencia colectiva existió, llevará a que la sociedad argentina tarde todavía varios decenios más en reconciliarse.
Periodista: ¿Cómo pudo formarse tal conciencia?
Mons. Giaquinta: Como un río que se forma con muchos afluentes. Le cito algunos.
  • El primero fue que en la sociedad muchos tenían cola de paja. Durante la década del 60, buena parte de la inteligencia argentina y latinoamericana había aceptado la tesis de la inevitabilidad y bondad de la lucha armada para el cambio social. (…)
  • El segundo afluente fue la prensa. Ésta muchas veces fue tibia en condenar la violencia guerrillera. Y a veces fue explícitamente complaciente.  Consecuentemente, fue tibia después para condenar la represión militar. (…)
  • El tercer afluente fue la claudicación de los grandes partidos políticos y gremios. Aunque hoy se adjudiquen méritos frente a los militares de aquella época, lo cierto es que obraron cobardemente. En ese clima, la sociedad argentina no tuvo agallas para oponerse a la represión. Los pocos mártires de la democracia, que existieron, no bastan para quitarle el estigma de cobarde a nuestra sociedad.
  • El cuarto afluente, la Iglesia institucional con el Episcopado a la cabeza, que tal vez pudo detener el aluvión, no estuvo a la altura de las circunstancias y equivocó el cauce. La actitud elegida no estuvo inspirada por la valentía del Espíritu. Por una parte, creyó que debía hacer declaraciones públicas contra la violencia y el Terror de Estado, e hizo algunas muy importantes. Pero por otra, se dedicó a realizar tratativas confidenciales con el poder político en favor de los desaparecidos, pero sin poner ningún signo eficaz de oposición a las tropelías del mismo, como podría haber sido instituir oficialmente una Mesa a la cual presentar las denuncias de desaparición de personas. Así el lobo se comió al cordero. Y sobrevino la monstruosidad del Imperio del Terror, cuyas consecuencias pesarán todavía por varias generaciones.
Periodista: Su explicación parece culpar por igual a las Fuerzas Armadas y a la guerrilla. ¿Se inspira acaso en la teoría de los dos demonios?
Mons. Giaquinta: De ninguna manera. Según esa teoría, todo habría sido igual: tanto el caos que desató la guerrilla, cuanto el terror que implantó el Estado. Y por supuesto que no era lo mismo. A la esencia de la guerrilla pertenecía implantar el caos para instaurar después un orden social nuevo. En cambio, a la esencia del Estado, así estuviese regido por los militares, pertenecía el defender el estado de derecho. Apartarse del mismo para defenderlo y adoptar los métodos que decía combatir, fue una monstruosidad, que constituye de veras un crimen de lesa humanidad.
A diferencia de la teoría de los dos demonios, mi explicación parte de la observación directa de los hechos, y esto desde su génesis. (…)
  • En primer lugar, no olvidemos el contexto internacional de las décadas del 50, 60 y 70: guerra fría a nivel de grandes bloques de países agrupados en la OTAN y en el Pacto de Varsovia, pero guerra caliente a nivel de los países periféricos disputados por aquellos. El nuestro era periférico, y si bien alardeó por un tiempo entre ser neutral o adoptar una tercera posición, no pudo escapar a la tenaza de la guerra fría, y de tener que jugar a la postre para la OTAN. Esto, sin embargo, no le ahorró tener que vivir en su propia piel el drama de la lucha que los países hegemónicos temían desatar abiertamente entre ellos. En este contexto, se explica el adoctrinamiento antimarxista de los militares argentinos en las escuelas del Pentágono después de la guerra de Corea. Entre tanto también se daba el adoctrinamiento de los líderes juveniles en la Universidad Lumumba de Moscú y su entrenamiento militar en Cuba. Después del adoctrinamiento, el enfrentamiento fue inevitable; al principio, a nivel de escaramuzas, y después, a muerte, olvidando todos los principios de humanidad.
  • En segundo lugar, esto venía abonado por la herencia de cierto nacionalismo ultrancista que, desde la década del 30, afectaba a algunos sectores políticos y militares argentinos, el cual miraba embobado el orden social impuesto en los estados fascistas de entonces: Alemania, Italia y España. Esa ideología, si bien miraba con antipatía todo lo británico y lo yankee, rechazaba con más vehemencia aún todo lo que oliese a la filosofía marxista y a su concreción en el estado comunista, que se profesaba ateo. De allí, la paulatina inclinación de este sector hacia un alineamiento incondicional con Estados Unidos. De allí, también, la simpatía que el ultranacionalismo obtuvo en parte del clero argentino. Para colmo, a fines de los años 60, otra parte del mismo apareció en la orilla opuesta apoyando el camino de la revolución armada… Entonces se creyó ver a la bestia apocalíptica de las siete cabezas que salía de la tierra: el marxismo triunfante. El encandilamiento que ese horror produjo impidió ver a la segunda bestia apocalíptica de dos cuernos, que surgía del mar: la doctrina de la Seguridad Nacional, que yo prefiero llamar “Terror de Estado”. Y entonces fue el horror que fue, inimaginable para los que no lo han vivido.
Periodista: ¿Queda alguna lección de todo ese horror?
Mons. Giaquinta: (…) que el Evangelio es el verdadero tesoro que la Iglesia tiene para ofrecer a los hombres, y que cuando lo mezcla con una ideología lo prostituye y engaña al mundo.
Por ahora nos quedamos reflexionando estas frases de M. Corbì.
La verdad que desconoce la verdad de otros no es verdad.
La verdad es sólo reconocimiento.
La verdad que no mira a los ojos a otras verdades no es verdad.
La verdad que engendra dureza no es verdad.
La verdad es sólo amabilidad y ternura.
La verdad que desune no es verdad.

miércoles, 11 de abril de 2012

PERDONAR ES DAR / DARSE


DARSE
“La lógica del don” de Francesc Torralba
ANTONIO FERNÁNDEZ, editor de Ediciones Khaf, afernandez@edicioneskhaf.es
MADRID.

ECLESALIA, 12/04/12.- Acabamos de vivir y celebrar el misterio central de nuestra fe: la total donación del Hijo de Dios por cada uno de nosotros y su Resurrección. Y uno solo puede quedar admirado ante esa entrega total a Dios y al ser humano.
Jesús vivió dándose. Cada una de sus palabras, de sus gestos, de sus opciones suponen una donación absoluta que tiene su origen en el hecho mismo de la Encarnación. Y por ello, el don y la gratuidad ocupan un lugar central en su experiencia de fe.
Francesc Torralba acaba de publicar en Ediciones Khaf un ensayo titulado La lógica del don. En él, desde una perspectiva filosófica y religiosa, nos ofrece pistas para entender qué es el don y cómo está profundamente enraizado en lo profundo del ser humano; casi todo en la vida humana es dado: la existencia, el otro, la libertad (don y conquista), la situación límite… En definitiva, el autor propone la donación como una condición necesaria para hacer posible la felicidad.
«Existir es un don, pero también, como dice S. Kierdegaard, una obra de arte, pues cada uno está llamado a dar forma a ese don recibido, a proyectarle una dirección y un sentido y ello exige, necesariamente, esfuerzo. Por ello, dice el filósofo danés: «la existencia misma, el existir, es un esfuerzo, y tiene tanto de patético como de cómico». La conciencia del don de existir es la primera condición para hacer de la propia vida, de esta vida recibida, una obra de arte. Esta conciencia de existir, de estar en el mundo, pudiendo no estar, causa verdadero estupor cuando irrumpe».
En la segunda parte de su libro el autor ofrece líneas para desarrollar una ética a partir del concepto de don. En ellas nos ayuda a concretar cómo educar para el don, la relación de este con el perdón y el cuidado, cómo entender la vida cotidiana desde la donación.
En el proceso de dar radica la clave de la felicidad. Para alcanzar tal fin, uno tiene que liberarse del resentimiento, de esa pasión hostil generada por el agravio comparativo. Cada cual está llamado a dar lo que es y nadie puede dar lo que no es. Es imposible dar lo que uno no es, porque la acción, la obra, la creación siempre son una expresión del ser de la persona.
Nada corroe más a un ser en sus adentros que desear dar lo que ser da, pues al intentar plagiar su modo de ser, abandona su propia singularidad y un universo único en la historia, un horizonte de sentido se pierde para siempre. Pierde, de este modo, una energía muy valiosa para expresar y dar a conocer su singularidad, única e irrepetible.
Sin duda, esta lectura puede ser una buena compañía para este tiempo pascual.(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
Para más información: http://www.edicioneskhaf.es
 

domingo, 8 de abril de 2012

Señor, ¿dónde vives? - Jorge Oesterheld

Hoy es la mañana de la Resurrección. Jesús vuelve a presentarse a los discípulos que lo han abandonado. No hay ninguna palabra de reproche, viene a darles la paz que han perdido al abandonarlo y al sentirse abandonados. Pero eso ya pasó. Ahora aparece una paz nueva, la paz de una presencia sin reclamos.

¿Puede ser? ¿Qué nos sorprende más, que esté vivo o que no nos recrimine nada? Jesús aparece como es, como siempre ha sido: el que borra los pecados, el que no se detiene en nuestras miserias ni quiere que nos demoremos nosotros en ellas, el que come con los pecadores sabiendo que son pecadores, el que no tiene que rendirle cuentas a nadie porque no está sometido a ninguna ley, el que responde a nuestras dudas diciendo ¿por qué tomas a mal que yo sea bueno?

Lo increíble no es solamente que está vivo, sino que estando vivo vuelva a nosotros a darnos la paz como si no le hubieramos hecho nada. Lo impresionante es que pasa por encima de todos nuestros pecados como si no existieran ¿Y por qué esto nos asombra? Porque si él hace eso, en ese mismo momento nuesros pecados dejan de existir; si no existen para él ¿para quién habrían de existir? ¿Por qué nuestros pecados van a seguir ahí, torturando en nuestra conciencia, si no existen para él?

Nuestra soberbia se resiste: ¿Cómo nos van a perdonar así, tan fácil?

¿Tan fácil? Fácil para nosotros, pero no para él. Sus heridas nos han curado.

¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno? ¿Miras tus pecados porque te duelen, o porque son una manera de mirarte a ti mismo? Deja de mirarte y abre los ojos hacia afuera, ya no es tiempo de golpearse el pecho sino de ser testigo, ya no es tiempo de lamentos sino de anuncios: ése Jesús que ustedes mataron está vivo, ha vuelto lleno de amor, como siempre, lleno de compasión, como siempre, mirando lo mejor de nosotros mismos, amándonos como lo necesitamos y no como nos lo merecemos, como siempre.

Regresemos a la primera pregunta, que esta mañana suena diferente: "Señor, ¿dónde vives?" Y vayamos con él.

www.joesterheld.com

sábado, 7 de abril de 2012

¡MUY FECUNDA PASCUA!


“No terminaré nunca de entender la justicia de la Cruz, porque es demasiado elevada para la mente humana. Consiste en cargar sobre si los pecados del mundo y sus consecuencias, no simplemente el no castigar y el exhortar a cambiar el corazón. Ésta es la novedad inaudita. En la visión evangélica es Dios mismo quien en Jesús se implica en los sufrimientos del mundo, dejándose herir y aplastar por un cúmulo de injusticias, amando a los hombres injustos y perdonándolos desde la cruz, ofreciéndoles una vía nueva de justicia en la mansedumbre, en el compartir los sufrimientos, en el desinterés, en el amor gratuito”

(Cardenal Carlo María Martini, La exigencia de la justicia, Trotta, 2006)

La Resurrección es la Justicia de Dios, primicia de la Vida que nace del perdón, de la misericordia y la reconciliación.

El Resucitado convoca a su comunidad en torno al Evangelio y la llena de su Espíritu de perdón que nace de una fe muy profunda en el Dios de la Vida, hasta que llegue el tiempo de la cosecha cuando “El Amor y la Verdad se encontrarán, la Justicia y la Paz se abrazarán”

¡Muy fecunda Pascua de Resurrección!

viernes, 6 de abril de 2012

Para orar: Una Palabra que habla en los gestos: el grito de perdón...


Un Dios de corazón y no de ley.
Una mirada de calor y no de hielo.
Un Señor de los nuestros, no distante.
El padre para todos, no el príncipe de algunos.

Una Palabra que habla en los gestos:

el pan compartido,
la fiesta de los impuros,
la denuncia del soberbio,
la bienaventuranza del pobre,
el envío de los débiles,
la amistad con los solos,
la mano firme que alza a la adúltera,
la risa y el llanto de quien está vivo,
la plegaria del hombre angustiado,
el silencio ante el juez injusto,
los brazos clavados en una cruz,
el grito de perdón,
un sepulcro sin muerto,
los destellos del que vive para siempre.

¿Qué hay en el corazón de Dios?
Un Amor eterno, cercano y apasionado.
Una pasión que sepulta a la muerte.
Un grito que da sentido a la historia.
La voluntad inquebrantable
de abrirnos paso a la Vida."


José María Olaizola

 Fuente: Fe Adulta

El evangelio según san Mateo (18) Pier Paolo Pasolini - 1964

Odres Nuevos: "Es tarde", letra de Pedro Casaldáliga...LOS CRUCIFICADOS DE NUESTRA HISTORIA

jueves, 5 de abril de 2012

Hasta el extremo - Jueves Santo, Ciclo B

JUEVES: LA COMIDA

Algunas mujeres de la caleta pesquera se juntaron en la casa de un vecino y se pusieron a preparar todo para la comida. Amasaron pan, limpiaron los peces del lago antes de ponerlos a las brasas, repartieron cuencos con aceitunas y dátiles, llenaron vasijas con vino grueso y cortaron trozos de queso de cabra.
Los apóstoles se lamían los bigotes y se frotaban las manos mirando todo lo que se había colocado en los paños recortados de tela marinera que cubrían el suelo.
Esperaron a Jesús. Se demoraba el hombre. Fuera de la casa había mucha gente y Jesús le daba tiempo a cada cual. Escuchaba, imponía las manos, animaba a los decaídos, consolaba a los que cargaban penas, contaba pequeñas historias que se metían en el corazón. Comunicaba esperanza. No rechazaba a nadie. Repartía su tiempo, su cariño, su persona, como se reparte el pan cuando hay necesidad de comida o necesidad de sentirse prójimo.
Por eso cuando por fin entró a la casa y se recostó sobre los pequeños sacos de arena que hacían de almohadones para los comensales, nadie se extrañó que tomara un trozo de pan y lo repartiera entre todos tal como había hecho con su propia vida al atender a los que lo buscaban.
Tampoco extrañó nadie que dijera que ese pan repartido era su propia experiencia humana. Tomó la copa de vino e invitó a todos a beber, dando gracias a Dios por los dones de la tierra y por el trabajo de hombres y mujeres que habían puesto cosas buenas para compartir en esa tarde.
Lo hizo todo tan sencillamente que fue muy fácil para los de su grupo entender que el vino y el pan repartidos y compartidos eran la misma vida de Jesús que se entregaba a todos y no se reservaba nada.
Y prometieron hacer presente en sus vidas ese gesto cada vez que se reunieran a compartir la amistad.
Sin sentarnos a la mesa para compartir el vino, los panes y la vida, no puede haber Eucaristía. (ACR)



Fuente: El catalejo de Pepe -  blog

¿Reconciliación y perdón tienen que ir de la mano para conseguir la paz definitiva?
Tengo la sensación de que estamos desgastando e, incluso, manipulando estas palabras tan hermosas y tan evangélicas. Las declaraciones públicas honestas son necesarias, pero yo creo más en los pequeños pasos de distensión y acercamiento que se dan día a día en los ayuntamientos, en los bares y en diferentes ambientes de los pueblos… Creo también en la tarea educadora y concienciadora de organismos como Baketik, desde el santuario franciscano de Aránzazu, o en esa docena de encuentros entre miembros de ETA y sus víctimas, que está impulsando la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias en la cárcel de Nanclares de la Oca. Es necesario crear un clima en el que, dejando a un lado ideologías fanáticas y partidismos viscerales, aprendamos a sentir mucho más el sufrimiento ajeno. No superaremos el mutuo recelo si no nos sentimos más unidos en la búsqueda de un futuro más digno y humano para todos. Yo creo en esos miles de personas buenas y sensatas, que nos pueden arrastrar hacia una convivencia reconciliada.
¿Hay resistencias a la reconciliación también dentro de la Iglesia?
A nadie le oigo decir que está en contra de la reconciliación, pero siempre ha habido entre nosotros creyentes de diverso signo político en los que la propia ideología tiene más fuerza que la fe para configurar su comportamiento práctico.
Fuente: Religión Digital. Fragmento de entrevista a José Antonio Pagola, por José Manuel Vidal

domingo, 1 de abril de 2012


MALVINAS II - "SOPLAR SOBRE LA HERIDA". JORGE OESTERHELD. Cápítulo II de su libro publicado por Lumen
El alojamiento era en una posada en la que había que compartir las habitaciones y éramos todos muy distintos. Personas completamente diferentes que teníamos que poner en común, por unos días, realidades muy profundas de nuestras vidas en un contexto extraño y cargado de significaciones. Eran más o menos las cuatro de la mañana y llegábamos silenciosos a esa pequeña ciudad de casas de colores. El cielo estaba lleno de nubes pero se notaba la luz, en ese confín de la tierra en verano casi no hay noche. El viento, siempre presente, nos seguía a todas partes.

Pese a las dificultades la actitud de todos fue excelente. Mi sensación era de sorpresa. Pensaba que la convivencia sería más difícil. Todavía no había aprendido algo que me enseñarían esos días: a distinguir para siempre en mi vida el sufrimiento de las quejas. Los que sufren en serio se quejan poco. Cuando se llega al lugar donde la guerra realmente estuvo y con personas en las que ese dolor aún vive, importan poco la falta de baño, la puerta rota, el espacio reducido. Los dueños del lugar fueron amables, para ellos tampoco era fácil. Los miedos sobre una recepción hostil seguían diluyéndose.

Apenas dormí un par de horas y salí a caminar. Serían las siete de la mañana, a las ocho había que desayunar y a las nueve salir hacia el cementerio de Darwin. Caminaba solo. En realidad estaba solo por primera vez después de muchísimo tiempo. Para ser sincero me parecía que hacía un siglo que no tenía un minuto de intimidad. Para mí son importantes los tiempos de soledad y estar siempre con gente me agobia un poco. No había un alma en la calle. Mucho viento y mucho frío. Instintivamente caminé hacia el mar que estaba a una cuadra. Tenía ganas de llorar y no sabía por qué. “Dios mío, ¿qué hago acá?”

Es común que nos pregunten a los curas cómo hacemos para estar tantas veces en la vida muy cerca del dolor. Nos dicen: “¿Cómo hacés para bancarte todo lo que tenés que escuchar?”. Cuando contaba que iba a ir a Malvinas con un grupo de familiares a celebrar la misa en el cementerio de Darwin muchos se admiraban y me advertían sobre lo difícil que sería. Y después del viaje muchos me preguntan sobre lo que sentí en esos días. La verdad es que no es tan heroico como parece. Lo difícil de ser cura no es el momento de la confesión o de la visita a un enfermo o del velatorio; lo que importa es vivir de una manera que te permita hacer eso con sencillez y normalidad.

“Dios mío, ¿qué hago acá?” Cuando se tiene la oportunidad de acompañar a otras personas en el momento del sufrimiento uno se alegra de tener la fe que tiene y de encontrar en la Biblia tantas palabras que ponen luz en el dolor. Siempre es extraordinario ver cómo la Biblia se toma tan en serio el sufrimiento humano, no se escapa del problema, no mira para otro lado ni propone caminos de evasión. En la Biblia, como en la vida, el sufrimiento humano está presente como algo que no debería estar.

Es misterio que deja sin palabras y no se proponen soluciones simples o frases hechas como consuelo. No encontramos en esos textos ninguna de esas respuestas convencionales y vacías a las que nos ha acostumbrado esa atmósfera de cristianismo superficial en la que vivimos. Profetas, sabios, mártires, santos, nos hablan deshechos por el sufrimiento pero sostenidos por su fe y nos conducen de la mano hacia el misterio que se esconde en el dolor. El mismo Jesús se muestra sensible a todo dolor humano; nunca es testigo de un padecimiento sin quedar conmovido, pero no siempre lo suprime sino que lo consuela y es capaz de cambiarlo en alegría, pues en sus enseñanzas el dolor prepara para recibir el Reino, para entender su Palabra, para conocerlo a Él.

“Dios mío, ¿qué hago acá?” La pregunta vuelve una vez más y las respuestas que otras veces sirvieron no aparecen. El viento y el frío sacan algunas lágrimas de mis ojos. Siento cómo instantes después el mismo viento las seca sobre mi cara. Algo me recuerda el gesto de soplar sobre una herida para que se seque, se alivie, se cure. Repentinamente aparece la respuesta: soplar la herida. Eso es, ¿qué hago acá? Soplar sobre la herida.

Poco a poco fueron apareciendo otros que no podían esperar más en el hotel y habían salido a caminar. La señora América, mamá de un soldadito, se acercó a mí cuando estaba por entrar en la Iglesia Anglicana y me acompañó. Casi no hablamos y nos pusimos a rezar. El templo era muy acogedor e invitaba a la oración. Ella y su hija, Indiana, que la acompañaba, (sus nombres se cargaban de riqueza simbólica en ese lugar) fueron de las que estuvieron en todas las misas y eran también de las que estaban más acostumbradas a una práctica religiosa. Con la emoción siempre presente en la mirada tenían ese tipo de fe que tanto conmueve: la fe de los que siguen rezando al mismo Dios que una vez los desilusionó.

En realidad ésa era la característica de la mayoría de los que integraban el grupo y por eso los momentos de oración tenían tanta intensidad. Ésa fue también una de las mayores riquezas que recibí en esos días. Al mezclarse mi fe con la de gente tan creyente mi fe salió fortalecida y purificada. Como el fuego purifica el agua al hacerla hervir y elimina así todo lo que no es agua, así esa fe pura, incandescente, purificó la mía tantas veces contaminada de superficialidades o comodidades.

Sí, esas personas, como Job en la Biblia, confiaban en el mismo Dios que los había desilusionado y los había dejado de su mano en el momento de la desesperación.

Ya sé que Dios nunca nos deja de su mano y que nos acompaña siempre. Pero no es ésa la sensación que tenemos en algunos momentos y es maravilloso que la confianza en Dios sea una vivencia más fuerte que la sensación de abandono de Dios que se puede tener el día que se pierde un hijo. Esas personas que tienen esa manera tan pura de creer recuerdan la fe de Pedro. Cuando Jesús les pregunta a sus discípulos si ellos también se quieren ir Pedro contesta: “Señor, ¿adónde vamos a ir?, sólo tú tienes palabras de vida eterna”. Jesús había dicho en su discurso cosas muy difíciles de aceptar. Todos lo dejan. Lo toman por loco como seguramente lo haríamos nosotros. Y cuando Jesús pregunta a sus amigos si ellos también se van, Pedro no dice, “no, nosotros nos quedamos porque estamos de acuerdo con lo que acabas de decir, nos parece muy bien”; no, dice “¿adónde vamos a ir?, sólo tú tienes palabras de vida eterna”. No entendió nada, como los que se van, pero se queda. Se queda apoyado en una intuición, “palabras de vida eterna”. Se queda porque no tiene otra cosa que valga la pena, “¿adónde vamos a ir?” Junto a ese extraño carpintero hay algo que es bueno vivir. Es conmovedor ver repetirse esa fe de Pedro en personas que están cerca de uno, era emocionante verla ahí en esas islas tan remotas y desoladas. “Los confines de la tierra han contemplado el triunfo de nuestro Dios” (Salmo 98, 3).

Cuando fuimos a desayunar encontré a don Rolynes, un chaqueño morocho y con el pelo blanco, con pinta bien de criollo, que compartía con un carpintero kelper los problemas que se presentaban en la colocación de una puerta a la entrada del hotel. La escena era sorprendente y muy graciosa. Cada uno hablaba en su idioma y ninguno de los dos conocía ni una palabra del idioma del otro, pero en las dificultades prácticas que se presentaban para la correcta sincronización de unas bisagras lo dos coincidían con señas y gestos. Las manos de ambos estaban acostumbradas al trabajo y parecían entenderse en su propio lenguaje.

Las manos chaqueñas se habían acostumbrado al trabajo en el taller mecánico que don Rolynes tenía en su pueblo, que, imaginado y nombrado en esas islas, parecía quedar en otra galaxia. Era el mismo taller en el que había crecido su hijo, quien poco a poco había demostrado que era capaz de darse maña y hasta superar al padre. Era grandote, tenía mucha fuerza. Justo unos días antes de que lo llamaran para ser héroe había levantado un motor. Un motor “de esos que hay que levantar con cadenas, ¿vio, padre?”, “él solo lo levantó”.

Esas manos ahora sostienen siempre un pañuelo que desde hace dieciocho años seca lágrimas que parecen de oro en ese rostro que tantas veces miró la puerta del taller esperando que por un milagro apareciera su muchachote. Había rezado tanto que su hija Marta había terminado siendo catequista. Y allí estaba también ella, en Malvinas, con su padre, ayudándome a preparar las cosas para las misas y con más fuerza que yo para leer las lecturas.

En la misa que celebramos la segunda vez que fuimos al cementerio, urgida por su padre tuvo que sacar una foto apenas terminada la consagración porque él quería esa foto en ese momento. Él se paró a mi lado y le dijo “acá, con Dios”. Ya el profeta lo había dicho: “Y será llamado Emmanuel, que significa Dios-con-nosotros”.

Cuando terminábamos el desayuno aparecieron Yamilé y Corina, eran hermanas y estaban siempre tan juntas que les decíamos “las siamesas”. Llegaban tarde a todas partes con sus enormes sonrisas. Fueron la alegría del grupo.

Corina era azafata y estaba embarazada. Me pidió que bendiga su panza, al día siguiente, en Mount Longdon, muy cerca de donde, según todos los indicios que ellas tenían, había muerto su hermano, el tío. Lloramos mucho los tres, sin saber si lo hacíamos de dolor por esa joven vida perdida en esa tierra helada o de emoción por esa nueva vida que latía en la calidez de su madre. La vida sigue.

Esa mujer embarazada, abrazada a su hermana y de pie en la cima de ese monte agujereado por las bombas y las trincheras, lleno de cosas rotas y desechos de guerra, era un símbolo del triunfo de la vida.

“Dios dijo a Caín, ¿dónde está tu hermano? Y respondió Caín: ¿soy yo acaso el guarda de mi hermano?” “Sí, Caín, vos eras el que debía cuidar a tu hermano”, contestan sin decir una palabra Yamilé y Corina desde arriba del monte. La Palabra de Dios sigue viva en la historia de los hombres.

Malvinas - "Soplar sobre la herida" Introducción al libro de Jorge Oesterheld editado por Lumen.

Este libro es fruto de un viaje a las Islas Malvinas en Noviembre del año 2000 y de la reflexión que fue surgiendo en mí a medida que el tiempo fue pasando y que los argentinos nos fuimos metiendo en un pozo cada vez más profundo. Mientras la crisis se precipitaba en 2001 y 2002, fui experimentando que haber estado en las islas acompañando a familiares de combatientes caídos para siempre durante la guerra y haber caminado con ellos por los campos de batalla y llorado en el cementerio de Darwin, me había dado un punto de partida que me permitía entender y vivir la realidad de mi país de una manera distinta a la que tenía antes.
En la soledad de aquellas piedras talladas por el viento encontré de una forma extraña las raíces de nuestra manera de ser, de algunos errores en los que caemos convencidos de estar haciendo lo correcto, de los desencuentros, las cobardías y las grandezas.

Desde aquel rincón del fin del mundo se ven más claras algunas cosas sobre la forma que en general tenemos los argentinos de abordar nuestra historia y nuestro presente. En el caso de Malvinas, que tiene fechas, nombres y paisajes acotados, es más fácil descubrir los errores de punto de vista. Lo que vivimos hoy es tan trágico como la guerra misma: millones de personas empujadas a la pobreza, jubilados estafados y niños muriendo de hambre. Y todo esto no por un cataclismo meteorológico sino por nuestra propia incapacidad de convivir y establecer mecanismos e instituciones que aseguren la justicia en el sentido más profundo de la palabra. Pero este fenómeno lo tenemos tan cerca que la reflexión es difícil. Sobre todo es más complicado descubrir los errores que cometemos en la manera de encarar las cosas.

Después de la experiencia vivida en Malvinas estoy convencido de que ya no sirve hablar desde las ideologías haciendo interminables relecturas de ideas o conceptos. Políticos, militares, las derechas, las izquierdas y otros cuantos tienen sus visiones sobre lo que pasó y lo que pasa. Esas discusiones huelen al siglo XIX y hablan de una forma y de unos temas que ya no importan.

Tampoco sirven los análisis hechos desde un sentimentalismo superficial. Parece que el melodrama ha ocupado el lugar de las ideologías. Esta forma de análisis tiene hoy muchos adeptos porque para desarrollarla ni siquiera hace falta haber pensado o leído algo en la vida. Se habla desde los sentimientos más superficiales y cada día se pueden decir cosas distintas porque siempre una nueva sensación reemplaza a la anterior. Esta tendencia está sin duda alimentada por la televisión que tiene una sorprendente capacidad para convertir la tragedia humana en espectáculo.

La reflexión desde este punto de vista está desenfocada, a mi parecer, no porque huela a siglo XIX como la anterior, sino porque no huele a nada, no es reflexión. A veces lo peor que nos pasa es el nivel lamentable de lo que se dice sobre lo que nos pasa.

¿Cómo volver a reflexionar seriamente sin convertirse en un catedrático del siglo pasado que dice cosas importantes que no sirven para nada? Ése es el desafío para quienes queremos pensar en lo que vive nuestra Patria. Creo que la respuesta se acerca si, en lugar de perdernos en intelectualizaciones o sentimentalismos, miramos la actitud con la que se hacen las cosas. No analizamos por lo general las actitudes y, sin embargo, ellas son claves en la vida y en la convivencia. En momentos de crisis tenemos que mirar las actitudes. ¿Por qué podemos sentirnos cerca de personas que tienen ideas muy distintas a las nuestras pero que comparten nuestra misma actitud?

Pero antes de hablar de las actitudes tengo que decir otra cosa. Soy cristiano, católico, sacerdote. Toda mi vida ha transcurrido en el ámbito de la Iglesia argentina a la cual amo, sufro y critico, como se ama sufre y critica a la propia familia, o a la Patria. No hablo ni pienso desde el lugar del escritor o el intelectual, ni desde el sitio del político o algún otro que no sea el mío. Soy un ciudadano argentino que mira todo lo que ocurre desde su lugar de cura.


Este lugar da un punto de observación distinto del habitual. Desde él se pueden palpar mejor algunas cosas. Por ejemplo, hasta dónde el prejuicio, con las actitudes que conlleva, empapa todas nuestras relaciones y las gobierna. Es también un punto de vista ideal para observar cómo en nuestra sociedad no importan las personas. Tenemos ideas muy distorsionadas los unos de los otros. El mecanismo de la descalificación funciona con una perfección asombrosa. “No existís”, “no existe”, son expresiones comunes a las que peligrosamente nos acostumbramos. En principio el otro no vale nada; sólo si demuestra su valor lo tendremos en cuenta. Pero lo consideraremos valioso para eso que demostró valer, no a él o a ella como personas.

Cansados de llegar tarde a todas las revoluciones y de mirar perplejos todas las transformaciones, no entendemos que el problema social ya pasó. No porque se haya solucionado sino porque ya se sabe que no tiene solución planteado como una cuestión económica, política o jurídica. El problema real es cultural. Es la crisis de la cultura - y con ella la de los valores - la que nos hizo pobres, no al revés. Son las actitudes las que nos separan, no las ideas. Nos estamos asfixiando en un pasillo cada vez más estrecho: es el laberinto de nuestros egoísmos y corralitos mentales. No es la falta de plata la que nos hace egoístas y crueles los unos con los otros, es el individualismo enfermizo el que nos ha hecho pobres.

Esto no se supera con exhortaciones a la generosidad: “tenemos que ser menos egoístas y más generosos”. No es un tema personal sino estructural. La cultura en la que vivimos es así. No sirve mostrar tal o cual persona generosa y ponerla de ejemplo para después decir que el cambio tiene que empezar por cada uno y entonces vamos a cambiar todos. Esto es cierto pero es un arma de doble filo. Se usa normalmente en el discurso de los que más responsabilidades tienen con el objetivo, consciente o no, de diluir las responsabilidades entre todos. También es cierto que para que haya cambios individuales debe evolucionar la sociedad en su conjunto y que es esa evolución la que genera cambios estructurales importantes. Necesitamos reflexionar sobre lo que nos pasa desde el punto de vista cultural más que desde el individual.

La cultura en la que vivimos es la que nos da los elementos que nos permiten responder de determinada manera en distintas circunstancias. Comparar culturas es comparar las formas que tienen las personas de convivir, ayudarse, pelear, amar, hacer familias o forjar amistades. Los miembros de una comunidad que vive en el desierto tienen conocimientos adquiridos en común que les permiten vivir allí y que no poseen los de la comunidad que vive en la montaña. Una persona que vive en la selva se siente perdida en la ciudad, pero no es sólo el tema arquitectónico lo que le complica la vida; lo realmente difícil es que su cultura, sus códigos de convivencia y supervivencia son otros. Sus conocimientos y actitudes no están preparados para los desafíos que ahora tiene. Le ocurre lo mismo a quien vive en la ciudad y se encuentra en la selva: no sabe algunas cosas y comete errores al reaccionar de acuerdo con lo que sabe. Corre peligro y se equivoca porque actuando bien según sus conocimientos, en realidad puede estar actuando mal teniendo en cuenta la nueva situación en la que se encuentra. Las respuestas que tiene incorporadas han dejado de ser una ayuda y se han convertido en un obstáculo.

Desde las Islas Malvinas se ve más claro que culturalmente no estamos preparados para el dolor o el sufrimiento, a veces ni siquiera para las dificultades más simples. No es que no haya problemas y sufrimientos de todo tipo, digo que nos falta capacidad para enfrentar esas situaciones y que muchísimo dolor se evitaría si la desarrolláramos. Y esta falta de capacidad no está relacionada sólo con “falta de temple” o “espíritu de sacrificio” sino con errores en la forma de encarar las cosas. Con desconocimientos. Con no saber qué hacer.

¿Quién no ha escuchado o dicho que “lo que nos hace falta es una guerra”, “pasar hambre en serio”, o cosas por el estilo? Bueno, ya tuvimos guerras y tenemos hambre, ¿qué aprendimos? Para aprender no es suficiente la dificultad también hace falta responder bien a ella. La dificultad puede servir para madurar o para terminar de hundirse, la clave está en la respuesta que damos no en el obstáculo en sí mismo.

No aporta nada buscar culpables afuera y decir que nuestra cultura es así ahora pero que antes no, y que todo empezó con la televisión y las series americanas. Muchas sociedades que reciben la misma influencia de Hollywood tienen culturas muy distintas a la nuestra y sus ciudadanos son patriotas, construyen una cultura del trabajo y se respetan unos a otros como personas. Menos aún sirve hablar de crisis de valores y ponerse melancólicos recordando otras épocas, (¡ésas eran épocas!), como si “ésas” no fueran las madres de éstas.

No creo que sea muy útil seguir discutiendo sobre los valores que no tenemos, ni las discusiones sobre valores y anti-valores. Es más urgente mirar los que sí tenemos. ¿Qué es lo que realmente nos mueve? ¿Por qué hacemos o dejamos de hacer cosas? ¿Por qué estoy dispuesto a dar la vida? Quizás descubramos que no es que no tenemos valores sino que nuestros valores son inconfesables. Declamamos unos valores pero realmente nos mueven otros.

Juan Pablo II dice que la clave para conocer y explicar una cultura está en la respuesta que esa cultura da a las cuestiones esenciales de la condición humana: el sentido de la vida, el dolor, la muerte, la dimensión religiosa de las personas. Según esto, todo se ordena en última instancia a partir de la idea que se tiene de Dios. ¿Cuál es nuestro Dios?, el real no el declamado. ¿A qué Dios ofrecemos sacrificios? ¿Qué Dios nos mueve?

Si queremos respuestas que no suenen a libro viejo y ya sabido y olvidado no tenemos que buscarlas en los debates teóricos. Hay un momento privilegiado para las respuestas de verdad: cuando el sufrimiento aparece con sus preguntas. Cuando la muerte anda cerca se caen muchas caretas. Tenemos que animarnos a mirar nuestras respuestas en esos momentos.

Todas las culturas tienen sus ritos fúnebres y allí los antropólogos descubren datos muy valiosos. Hace poco tuvimos dos guerras, una con ¿30.000? desaparecidos (aceptemos el número instalado culturalmente), y la otra con... ¿cuántos murieron en Malvinas?, en este caso no hay números convertidos en mito. Ahora mismo la desnutrición, la violencia, las enfermedades y muertes evitables son una realidad cotidiana, ¿Cómo afecta eso nuestros valores? ¿Cómo influye en nuestra cultura? ¿Vamos a quedarnos a vivir para siempre en el limbo de las ideas y de las explicaciones macroeconómicas? ¿Vamos a decir “qué barbaridad” y cambiar de canal?

Este libro propone, en primer lugar, reflexionar sobre algunos errores que me parece que cometemos a la hora de vivir experiencias de dolor y sufrimiento. En muchas ocasiones guardamos con devoción los dolores pero sin hacer nada por superarlos, entenderlos, ponerlos en una perspectiva que nos permita seguir adelante. Después nos detendremos sobre el tema de las palabras. En Malvinas se redescubre la importancia que tienen las palabras para curar. Hablar, escribir, compartir, para encontrar respuestas y no sólo opiniones, es una tarea irremplazable. Nuestra desconfianza en las palabras nos cierra la puerta de salida de muchas situaciones dolorosas.

También me pareció interesante mirar una extraña manera que tenemos de responder a la injusticia y los sufrimientos que vienen con ella. Nos indigna la injusticia pero no ponemos pasión en la justicia, buscamos atajos. Dos de estos atajos son, en primer lugar, una solidaridad mal entendida y en segundo, un concepto muy confuso de lo que es el perdón y la reconciliación.

Finalmente, la narración de los momentos más inolvidables de esos días, nos puede permitir volver a tocar y sentir el dolor que sigue vivo en ese lejano rincón de la Patria.

Lo que está escrito son mis reflexiones, pero lo que sirve es la reflexión que hagamos juntos. El drama que vivimos en nuestra Patria es suficientemente grave como para que todos sepamos que es poco lo que podemos aportar y que es muy urgente que lo aportemos. Quizás así empecemos a construir una cultura en la que los maestros y los sabios sean aquellos que tengan la capacidad de transmitir la experiencia del dolor sin transmitir el dolor.