Publicado en 70veces7.info, el 29 Febrero, 2012
70 veces 7 no es un proyecto “fácil”. La sensación de soledad y de incomprensión nos ha atravesado en numerosas ocasiones. Nuestros propios límites y fragilidades también han hecho lo suyo. Sin embargo – Dios, la Vida – nos regalaron compañía, consuelo y ánimo para no bajar los brazos.
Éste es un camino de búsqueda en el que estamos abiertos para acoger posibilidades y asumir riesgos, gozarnos en los logros y aceptar los fracasos. De toda experiencia se aprende.
En noviembre de 2008 visitamos a Monseñor Rubén Frassia y gracias a su consejo le enviamos una carta al Cardenal Jorge Bergoglio quien, con diligencia pastoral, nos condujo hasta Monseñor Oscar Ojea, por entonces vicario auxiliar de Bs. As. Él nos escuchó y nos acompañó con exquisita atención espiritual y gestos de gran ternura mientras permaneció en ese cargo, hasta hace dos años cuando fue destinado a la diócesis de San Isidro.
Monseñor A. Jorge Casaretto nos recibió junto a los laicos de la Comisión Justicia y Paz del Episcopado. En esa ocasión recibimos – además de una escucha atenta – una respuesta realista, concreta, con la dosis justa de impulso para seguir andando.
Más tarde llegó la generosísima entrega de Monseñor Carmelo Giaquinta, a quien hemos aludido reiteradamente en este espacio. No lo olvidamos y sabemos que nos cuida desde el Misterio de Dios donde habita.
Otros obispos han respondido a nuestras comunicaciones, cada uno con su estilo particular. A cada uno, nuestro agradecimiento profundo. Algunas palabras han sido caricias para el alma atribulada.
¿Por qué este relato? Porque hoy han sido publicadas por AICA las cartas pastorales de Cuaresma de los obispos de San Isidro y su lectura despertó esta necesidad de expresar la gratitud y el cariño que tenemos por quienes nos recibieron y alentaron. Sus cartas – unidas – muestran la calidad humana de estos hombres, maestros de la fe, discípulos de Jesús de Nazareth.
Siguen los textos de Monseñor Casaretto y Monseñor Ojea. Para nutrir nuestra espiritualidad y renovar la esperanza en este tiempo privilegiado en el que hacemos memoria comprometida de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, el Cristo.
Carta pastoral de Cuaresma 2012 de los obispos de San Isidro
“No se angustien por nada, y en cualquier circunstancia, recurran a la oración y a la súplica, acompañadas de acción de gracias, para presentar sus peticiones a Dios.
Entonces la paz de Dios, que supera todo lo que podemos pensar, tomará bajo su cuidado los corazones y los pensamientos de ustedes en Cristo Jesús”. Flp.4,6-7
1. El 19 de marzo se cumplirán 35 años que recibí la ordenación episcopal en Rafaela, diócesis en la que ejercí el ministerio hasta el año 1983 en que volví a San Isidro, primero como coadjutor de Monseñor Aguirre y después como obispo residencial. Hoy hago mías las palabras de Pablo a los Filipenses que encabezan esta carta y que fueron inspiradoras del lema que me acompañó a lo largo de mi ministerio episcopal: “Que la paz de Cristo reine en nuestros corazones”. Los sentimientos más profundos que creo que la gracia de Dios suscita en mi corazón en estos tiempos, son una honda gratitud unida a una fuerte sensación de limitación.
2. Cuando con el pensamiento recorro mi vida, descubro una intensa intervención del Espíritu ya en mi Primera Comunión, día en que fui conciente, de una vez para siempre, del profundo amor que Jesús irradiaba en la Eucaristía. Ese hecho marcó mi vida. Luego en mi juventud llegó el llamado al sacerdocio y cuando grande el episcopado. Como toda vida, la mía estuvo signada por luces y sombras, aciertos y errores. Pero fundamentalmente tengo una clara conciencia que el amor de Dios se antepuso a todos los acontecimientos y su gracia fue conduciendo mis pasos. Por eso la realidad de la Eucaristía, profundo misterio de la fe cristiana, y por tanto de los más desafiantes a nuestra visión humana, se hace aún más viva en mí en este tiempo. Eucaristía como gratitud. Es el mismo Jesús el que desde mi corazón agradece al Padre y a las innumerables personas que el Señor puso en mi camino. El amor del Padre me alentó y me sostuvo. La fuerza del Espíritu hizo posible que las diversas pruebas que fueron apareciendo afirmaran aún más mi vocación. Y por gracia de Dios mi incipiente y débil amor a María en mis años jóvenes se fue transformando en una fuerte conciencia de su constante protección. María, la madre del Señor, la Madre de la Iglesia, título particularmente querido por mí, ha sido y sigue siendo la Madre que me asiste, me consuela y me conforta.
3. Me gustaría también decirles que la obra del Señor en mí, sobre todo en los hechos más dolorosos, ha superado con creces lo que yo en mis años jóvenes hubiera podido imaginar sobre el amor de Dios.
Romano Guardini, en un librito sobre la Virgen, “La Madre del Señor”, dice que María, después de Pentecostés, en sus últimos años, pudo interpretar mucho más plenamente el significado de su vida y que con una profunda gratitud y cierto asombro, recordando el anuncio del Ángel habrá exclamado “con que era eso”. Salvando las infinitas distancias, al recordar la difícil situación del año 1958 cuando tuve que discernir mi vocación sacerdotal, yo también con inmensa gratitud y alegría hoy puedo decir: ¿con que era esto lo que Dios me pedía…? Ciertamente los hechos han superado las expectativas de felicidad que me movilizaban en aquella juventud.
4. ¡Cuánta gratitud a Dios y a todos, absolutamente a todas las personas que El puso delante mío!
Corriendo el riesgo de alargar esta carta quiero nombrar en primer lugar a Mons. Oscar Ojea, tercer obispo de San Isidro. En estos dos años que hemos compartido pudimos forjar una verdadera amistad cuyo centro ha sido y es el mismo Señor Jesucristo. Me alegra mucho que él sea ahora el obispo de todos ustedes. Mi profunda gratitud a los hermanos obispos, sucesores de los apóstoles con quienes he podido trabajar por la Iglesia y por nuestro país en estos treinta y cinco años. Nuestro país tiene un episcopado inquieto, apostólico, misionero, muy comprometido con las realidades argentinas.
La misión de un obispo sólo es posible con la colaboración de los sacerdotes. La gran mayoría de los presbíteros de esta diócesis han sido ordenados por mí. Esto ha creado un lazo imborrable. Siento un profundo afecto y enorme valoración por todos ellos, y una honda gratitud porque siempre han estado conmigo en las pruebas. Espero y deseo en este tiempo futuro, suplir con mi oración por todos ellos, las carencias que de mi parte pudieran haber afectado nuestra relación.
En estos años pudimos concretar la profética decisión del Concilio Vaticano II, de restaurar el diaconado permanente. Mi gratitud a todos aquellos que avanzaron en esta decisión y a quienes me siento unido tan fuertemente por haberles conferido este sagrado ministerio.
Probablemente sea la vida religiosa el estado eclesial más probado de estos tiempos. He tratado de estar cerca de los consagrados y a todos ellos les agradezco haber trabajado juntos. Mi más cercano afecto a las Hermanas Misioneras Diocesanas de María Madre de la Iglesia, que nacieron a la vida religiosa en el mismo año de mi ordenación episcopal, y a quienes siempre me he mantenido unido en su entrega y en sus deseos de santidad.
Creo sinceramente que en esta diócesis hay un laicado participativo y con notables inquietudes apostólicas. Me siento muy agradecido por tantas iniciativas y realizaciones que han dado vida a esta Iglesia Diocesana y fortalecido las diversas comunidades. De modo particular agradezco a Caritas Diocesana y a todos aquellos laicos comprometidos en los contextos de mayor pobreza.
Saludo también a los jóvenes. Los que fueron jóvenes en otros tiempos y los que son ahora jóvenes que siguen a Jesús y que han dado y dan a nuestra Iglesia fortaleza y esperanza. Ustedes han estado siempre unidos a mi sacerdocio desde el momento de mi ordenación.
En mis responsabilidades como obispo, tanto en el orden nacional como diocesano, he trabajado con innumerables personas comprometidas en el orden político y social. El diálogo ha sido el alimento esencial de esos vínculos. Al expresar mi gratitud a todos ellos formulo el deseo de que sean muchas más las personas que se comprometan por el bien común de nuestro país.
El contexto contemplativo de las hermanas benedictinas, quienes me han recibido con tanto afecto y en el que viviré estos años creo que será muy propicio para rezar por todos .
5. Por fin deseo compartir con ustedes el otro sentimiento que Dios suscita en estos años en mi corazón. Podría expresarlo con el salmista “Señor ¿qué es el hombre para que te fijes en él?… El hombre es igual que un soplo, sus días una sombra que pasa” (Salmo 143). Sentimientos de limitación y de muy honda necesidad de Dios. Creo que el Señor me concede esta gracia que me permite alejarme de las tentaciones de vanidad o soberbia que constantemente nos acechan. Es una gracia que valoro mucho porque a lo largo de mi vida he tenido una autoestima muy fuerte. Dios ha creído necesario que en este tiempo crezca en mí una conciencia mucho más viva de necesidad de su misericordia y su perdón que sigan sosteniendo mi ministerio.
6. Seguramente el Señor también permitirá que estos dos sentimientos encuentren más espacio de oración en mi vida. Estoy seguro que en su Providencia El sabe mejor que yo acerca de lo que será mi actividad en estos próximos años, pero de lo que estoy seguro es que El desea que rece aún más y que lo que físicamente no pueda realizar, porque las fuerzas sin duda disminuirán, lo supla por un mayor tiempo de contemplación. Que pueda yo también decir con San Pablo que “doy gracias a Dios cada vez que los recuerdo” Flp.1, 3 y “que siempre y en todas mis oraciones pido con alegría por todos ustedes, pensando en la colaboración que prestaron en la difusión del Evangelio, desde el comienzo hasta ahora”. Estoy firmemente convencido de que aquel que comenzó en ustedes la buena obra la irá completando hasta el Día de Cristo Jesús.” Flp.1, 4-6.
Por eso aplico a mí mismo y a todos ustedes estas palabras: “No se angustien por nada, y en cualquier circunstancia, recurran a la oración y a la súplica, acompañadas de acción de gracias, para presentar sus peticiones a Dios. Entonces la paz de Dios que supera todo lo que podemos pensar, tomará bajo su cuidado los corazones y los pensamientos de ustedes en Cristo Jesús”. Flp.4, 6-7
Que la Paz de Cristo reine en nuestros corazones.
Que María Santísima nos asista en todo.
Mons. Jorge Casaretto, obispo emérito de San Isidro
CONTINUANDO EL CAMINO
Queridos Hermanos:
Con mucha alegría he vivido este tiempo de transición, desde mi llegada a San Isidro en diciembre de 2009. A lo largo de estos dos años, he podido ir conociendo la diócesis en la diversidad de sus personas y de sus realidades; y constato la enorme riqueza, variedad y creatividad que se da en esta porción del Pueblo de Dios.
Quisiera agradecer la acogida cordial que he recibido de todos ustedes, en especial por parte de Mons. Casaretto, quien me ha acompañado durante estos dos años, brindándome el espacio necesario para que pudiera conocer y familiarizarme con toda esta realidad, de modo tal, que en este momento pueda contar con mas herramientas para desplegar mi ministerio.
Empezamos juntos una nueva etapa, en la que me propongo servir a la comunión de todas sus expresiones y por todos los medios disponibles: escucha, dialogo, conocimiento reciproco, etc. deseo que recorramos juntos un camino de integración de realidades, personas y formas de trabajo, porque estoy convencido que sin la comunión en la diversidad, la iglesia no puede realizar la misión que Jesús nos encomendó. Dicha misión es inseparable del diálogo a todo nivel y con todas las personas; por ese motivo tenemos que lanzarnos como comunidad eclesial a explorar nuevos lenguajes que nos permitan acercarnos a aquellos que se sienten más lejos, de manera de integrarnos sumando nuevas perspectivas.
Termino estas líneas encomendándome junto a ustedes a la protección de María Santísima, Nuestra Señora de Luján y a San Isidro Labrador, nuestro Patrono.
Con afecto y mi bendición
Mons. Oscar Ojea, obispo de San Isidro
Fuente: AICA – Toda la información puede ser reproducida parcial o totalmente, citando la fuente
miércoles, 29 de febrero de 2012
domingo, 26 de febrero de 2012
El Perdón de los pobres
Perdona nuestras deudas como también nosotros perdonamos a nuestros deudores (Mateo 6, 12)
Esta petición del Padrenuestro es diferente a todas las demás. No se trata tan sólo de una oración a Dios, sino que también menciona lo que hacemos nosotros: “como hemos perdonado” o “como perdonamos”. La primera variante es la preferida por los biblistas, la segunda es la que ha quedado en el uso común.
Quien reza así “se presenta a sí mismo ante Dios como ejemplo de virtud, si es que podemos decirlo así, al pedir a Dios, que está por encima de cualquier imitación, que le imite”, tal y como hacía notar, no sin asombro, San Máximo Confesor, un comentarista del siglo VII. Pero, ¿quién puede afirmar que ha llevado el perdón tan al extremo como para pedir a Dios que haga lo mismo? En cualquier otro lugar, la Biblia afirma la prioridad del perdón recibido sobre el perdón dado: “Como el Señor os ha perdonado, así también haced vosotros” (Colosenses 3, 13). El inmenso amor con el que Dios nos llena puede derramarse en las vidas de los demás a través del perdón que les ofrecemos.
Entonces, ¿por qué invierte el orden el Padrenuestro: primero nosotros y después Dios? Debemos entender las palabras al pie de la letra: “perdonar las deudas” literalmente significa hacerse pobre. Si el perdón implica cancelar las deudas, entonces es, ante todo, una pérdida.
En la Carta a los Colosenses, el perdón se expresa mediante una palabra que designa un don inmerecido y desbordante: “El Señor os ha mostrado su gracia”. La palabra que Jesús solía usar para hablar del perdón es pobre y banal. Significa “dejar”, como como cuando decimos “deja eso” o “déjalo correr”.
Al rezar “perdona nuestras deudas” estamos pidiendo a Dios que “deje correr” las deudas con las que cargamos, y que así “nos deje ir”, libres. Sabiéndonos pobres, pedimos a Dios que no nos reclame nada, ya que nada tenemos para darle.
No está en nuestra mano liberar nuestro pasado del daño que nos han hecho. También en eso somos pobres: no podemos dejar de sentir una y otra vez el dolor, a veces violento, del mal que nos ha sido infligido.
Al decir a Dios “como hemos perdonado a nuestros deudores” no es que estemos diciéndole con orgullo: “¿Ves con qué generosidad he perdonado?”. Tan sólo significa ir hacia Dios como hombres y mujeres pobres que ya no desean reclamar lo que se les debe.
Pues hay veces en que, en secreto, llevamos la cuentas de los errores cometidos hacia nosotros, de modo que, llegado el caso, podamos reclamar nuestros derechos por los daños, con intereses. Incluso cuando parece darnos cierta seguridad, esta práctica tan sólo nos paraliza. Para entrar en la libertad del perdón, tenemos que dejar atrás todo aquello que nos entristece.
¿Qué es lo que hace que el perdón me resulte difícil?
¿Hay cosas que no puedo dejar pasar? ¿Qué puedo hacer entonces?
¿Estoy preparado para hacerme pobre y encontrar la libertad y la alegría del perdón?
Fuente: Boletín de Taizé, febrero 2012
Esta petición del Padrenuestro es diferente a todas las demás. No se trata tan sólo de una oración a Dios, sino que también menciona lo que hacemos nosotros: “como hemos perdonado” o “como perdonamos”. La primera variante es la preferida por los biblistas, la segunda es la que ha quedado en el uso común.
Quien reza así “se presenta a sí mismo ante Dios como ejemplo de virtud, si es que podemos decirlo así, al pedir a Dios, que está por encima de cualquier imitación, que le imite”, tal y como hacía notar, no sin asombro, San Máximo Confesor, un comentarista del siglo VII. Pero, ¿quién puede afirmar que ha llevado el perdón tan al extremo como para pedir a Dios que haga lo mismo? En cualquier otro lugar, la Biblia afirma la prioridad del perdón recibido sobre el perdón dado: “Como el Señor os ha perdonado, así también haced vosotros” (Colosenses 3, 13). El inmenso amor con el que Dios nos llena puede derramarse en las vidas de los demás a través del perdón que les ofrecemos.
Entonces, ¿por qué invierte el orden el Padrenuestro: primero nosotros y después Dios? Debemos entender las palabras al pie de la letra: “perdonar las deudas” literalmente significa hacerse pobre. Si el perdón implica cancelar las deudas, entonces es, ante todo, una pérdida.
En la Carta a los Colosenses, el perdón se expresa mediante una palabra que designa un don inmerecido y desbordante: “El Señor os ha mostrado su gracia”. La palabra que Jesús solía usar para hablar del perdón es pobre y banal. Significa “dejar”, como como cuando decimos “deja eso” o “déjalo correr”.
Al rezar “perdona nuestras deudas” estamos pidiendo a Dios que “deje correr” las deudas con las que cargamos, y que así “nos deje ir”, libres. Sabiéndonos pobres, pedimos a Dios que no nos reclame nada, ya que nada tenemos para darle.
No está en nuestra mano liberar nuestro pasado del daño que nos han hecho. También en eso somos pobres: no podemos dejar de sentir una y otra vez el dolor, a veces violento, del mal que nos ha sido infligido.
Al decir a Dios “como hemos perdonado a nuestros deudores” no es que estemos diciéndole con orgullo: “¿Ves con qué generosidad he perdonado?”. Tan sólo significa ir hacia Dios como hombres y mujeres pobres que ya no desean reclamar lo que se les debe.
Pues hay veces en que, en secreto, llevamos la cuentas de los errores cometidos hacia nosotros, de modo que, llegado el caso, podamos reclamar nuestros derechos por los daños, con intereses. Incluso cuando parece darnos cierta seguridad, esta práctica tan sólo nos paraliza. Para entrar en la libertad del perdón, tenemos que dejar atrás todo aquello que nos entristece.
¿Qué es lo que hace que el perdón me resulte difícil?
¿Hay cosas que no puedo dejar pasar? ¿Qué puedo hacer entonces?
¿Estoy preparado para hacerme pobre y encontrar la libertad y la alegría del perdón?
Fuente: Boletín de Taizé, febrero 2012
viernes, 10 de febrero de 2012
“Etica y autocrítica entre rejas”
Recientemente ha sido publicado un artículo en el diario El País (España)bajo el título “Etica y autocrítica entre rejas”. En él se relata el trabajo de un periodista con presos de ETA, y la sorpresa del propio periodista al observar una autocrítica y ganas de explicar el dolor causado, haciendo autocrítica e intentando trasladarla fuera de los muros de la cárcel.
El periodista Gorka Landaburu se acercó a la prisión de Nanclares de Oca (Álava) el pasado 29 de noviembre. Habló con un grupo de presos disidentes de ETA dentro de los talleres organizados por Interior tras la petición, reiterada, de los propios presos.
Durante el 1º Congreso Internacional Edificar la Paz en el siglo XXI se abordará el tema de la memoria histórica en uno de los ejes de trabajo. El deber de recordar constituye un imperativo fundamental, pero también la exigencia de no perpetuar los conflictos del pasado, ni transmitir resentimientos a las generaciones venideras. La memoria de las víctimas es el centro de la gravedad de la ética anamnética, pero la articulación de este recuerdo debe conducirnos a la génesis de una nueva historia, a una nueva era fundada en la reconciliación.
Ejemplos de este tipo nos recuerdan que la Historia es maestra de vida, y que es importante que aprendamos a no repetir los hechos nefastos ocurridos y que hoy repudiamos, para poder construir la paz.
7 de febrero de 2012. El País.
“Hablé con ellos de mi historia; del exilio de mi familia durante el franquismo; del dolor; de la ETA anterior a Franco; de la ETA posterior a Franco; de mis comienzos en el periodismo, en 1977, cuando mi trabajo consistía, fundamentalmente, en cubrir atentados y funerales, uno tras otro; de mi propia condición de víctima de ETA después de haber sobrevivido a un paquete bomba en 2001... Y en ellos vi ganas de explicar, de reconocer el dolor causado, de hacer autocrítica y de trasladarla también fuera de los muros de la cárcel. Sobre todo, tenían ganas de hablar. Fue un diálogo de más dos horas”. El periodista Gorka Landaburu se acercó a la prisión de Nanclares de Oca (Álava) el pasado 29 de noviembre. Habló con un grupo de presos disidentes de ETA dentro de los talleres organizados por Interior tras la petición, reiterada, de los propios presos.
“Les dije: ‘Vosotros habéis dado un paso importante, y habéis tenido el valor de hacerlo, pero aunque seáis 20 o 30 es posible que os quedéis aislados, porque el colectivo de presos no quiere moverse esperando a una futura negociación”, relata Landaburu, que acudió para hablar con los internos sobre el papel de los medios de comunicación ante el proceso de paz. “Urrusolo respondió que creía que, finalmente, todos los presos tendrían que dar el mismo paso, pero les vi preocupados por cómo iba a evolucionar todo esto. Hablamos de que ellos también tendrían que sacar su voz de la cárcel, contar su historia, explicar cómo llegaron a la conclusión de que la violencia no era el camino correcto, por qué habían cambiado de opinión... Tienen mucho camino por delante, pero yo creo en la reinserción incluso en los crímenes más duros cuando es sincera. Tienen un valor que hay que reconocer. Ojalá todos los que están en la cárcel siguieran el mismo trayecto”.
Al acabar el debate, dos presos se le acercaron: “Formamos parte del comando Buruntza, aquel que te mandó la bomba en 2001. Nosotros no participamos directamente en el atentado, pero te pedimos perdón”. “Lo agradecí”, recuerda. “Hay gente que cree que tengo síndrome de Estocolmo, pero no es cierto. Tengo la suerte de haber sobrevivido a un atentado. A partir de ahí, quiero la paz para mis hijos y nietos. He vivido dos dictaduras, la de Franco y la de ETA, y quiero la paz. Siempre, eso sí, sin renunciar nunca a la justicia, la memoria y la reparación de las víctimas. Esto es básico”.
Un mes antes, el 18 de octubre, dos víctimas entraron también en Nanclares para hablar con los presos. Jaime Arrese e Iñaki García Arrizabalaga. Ambos perdieron a su padre el mismo día de 1980, el 23 de octubre, a manos de los Comandos Autónomos Anticapitalistas. El primero era político de UCD; el segundo, delegado de Telefónica en Gipuzkoa.
“Cada uno habló de su experiencia personal”, explica Arrese. “Les contamos cómo era entonces la atmósfera social, muy distinta de la de hoy, que justificaba los asesinatos y culpaba a las víctimas. Por un lado tenías que superar la muerte de tu padre y, por otro, aguantar ese entorno. Les llamó mucho la atención esta realidad. También tenían preguntas sobre cuántas asociaciones de víctimas había, cómo se organizaban, cómo estaban las leyes. Ese día había nueve personas. Casi todas participaron, pero dos o tres fueron especialmente activas”.
Arrese asegura que el grupo fue muy crítico con ETA. “Sé que ellos son 20 o 30 y el resto de los presos, 500, pero creo que este es el camino que conduce a un cierre moral y que además lo están haciendo a cambio de nada. Porque han hablado tanto, y durante tanto tiempo, que lo tienen claro. Son muy conscientes de lo que ha hecho ETA, y quieren desmenuzarlo. Creo que se están ganando el derecho a una segunda oportunidad. Su planteamiento es un presupuesto ético básico para asentar la paz. El reconocimiento del daño causado, en su caso, va más allá de una verificación objetiva de que se ha provocado dolor. Asumen una responsabilidad por las decisiones tomadas. Esta vía es un inicio para que pueda prender la mecha ética. También será imprescindible, cuanto antes, un acuerdo entre el PNV, el PP y el PSE”.
Las charlas, una por semana, se llevaron a cabo entre el 26 de octubre y el 30 de noviembre de 2011. Unos 10 internos participaron en las sesiones —no todos en todas ellas— y una docena de ponentes acudieron al taller, coordinado por el abogado y profesor de Derecho Penal Xabier Etxebarria. Además de los citados, acudieron, entre otros, el filósofo Manuel Reyes Mate; el exrector de la Universidad del País Vasco Pello Salaburu; el coordinador de Lokarri, Paul Ríos; el excoordinador de Elkarri y actual director del centro de estudios para la paz Baketik, Jonan Fernández; el escritor Carlos Martín Beristain; el trabajador social y mediador Alberto Olalde y el exconsejero de Cultura del Gobierno vasco con el PNV Joseba Arregi.
“Hablé con ellos de la recuperación de las víctimas y de los victimarios para la sociedad”, relata Manuel Reyes Mate. “En el caso del victimario, es un proceso complejo que pasa porque reconozca que ha hecho daño, y no una acción heroica, y que la sociedad le conceda la posibilidad de comportarse de otra forma. La última fase, que puede darse o no, pasaría por el perdón. Se abrió un debate muy interesante, en el que ellos pedían que se hablara de las víctimas de ETA, pero también de las del Estado, como las de los GAL, para que la sociedad pueda tener una narración completa. No quieren que se pase página sin más sobre ese tema. Trataban de explicar, aunque no lo justificaban, en qué contexto se habían cometido acciones terroristas. Y tenían distintos grados de autocrítica. Unos ponían más el acento en el daño que habían hecho a una persona en concreto. Otros iban más allá al reconocer el daño a toda la sociedad. Una preocupación muy grande era que se conociera su posición y su disposición a hablar con las víctimas y con la sociedad. Quieren hacer valer lo que hacen, porque les está costando caro”.
“Salí muy impresionado”, expresa. “No es un seminario habitual y fue un debate muy intenso. Estás hablando con gente con un historial criminal importante, pero que reconoce lo inútil de toda esa violencia. Uno de ellos no habló nada, pero al final me dio un abrazo y las gracias. Pikabea era muy expresivo. Urrusolo más peleón, más dialéctico. Preguntaban qué podían hacer. Yo les dije que crear dentro de la sociedad vasca un lugar crítico respecto a la violencia y buscar una interlocución con las víctimas para suturar las fracturas. Es muy importante la recuperación de los victimarios. Son necesarios; fundamentales para la sociedad”.
“Para mí fue muy fuerte emocionalmente”, señala Pello Salaburu, exrector de la Universidad del País Vasco y colaborador habitual del diario El Correo. “Querían saber qué es lo que pasa fuera. Tienen una información muy parcial, muy controlada. Están muy aislados. Habían leído mis artículos sobre la importancia de que el proceso de paz no sea un cierre en falso, y se suscitó un debate largo. Muchos de ellos fueron muy críticos con Bildu. Opinaban que tendrían que ir mucho más allá en el tema de las víctimas”.
Por el momento no hay más talleres programados, pero el nuevo equipo de Interior se está planteando impulsarlos de nuevo. “Siempre y cuando fomenten la desvinculación de los presos de la violencia, lo estudiaremos”, indica un portavoz.
Fuente: Carta de la Paz
El periodista Gorka Landaburu se acercó a la prisión de Nanclares de Oca (Álava) el pasado 29 de noviembre. Habló con un grupo de presos disidentes de ETA dentro de los talleres organizados por Interior tras la petición, reiterada, de los propios presos.
Durante el 1º Congreso Internacional Edificar la Paz en el siglo XXI se abordará el tema de la memoria histórica en uno de los ejes de trabajo. El deber de recordar constituye un imperativo fundamental, pero también la exigencia de no perpetuar los conflictos del pasado, ni transmitir resentimientos a las generaciones venideras. La memoria de las víctimas es el centro de la gravedad de la ética anamnética, pero la articulación de este recuerdo debe conducirnos a la génesis de una nueva historia, a una nueva era fundada en la reconciliación.
Ejemplos de este tipo nos recuerdan que la Historia es maestra de vida, y que es importante que aprendamos a no repetir los hechos nefastos ocurridos y que hoy repudiamos, para poder construir la paz.
7 de febrero de 2012. El País.
“Hablé con ellos de mi historia; del exilio de mi familia durante el franquismo; del dolor; de la ETA anterior a Franco; de la ETA posterior a Franco; de mis comienzos en el periodismo, en 1977, cuando mi trabajo consistía, fundamentalmente, en cubrir atentados y funerales, uno tras otro; de mi propia condición de víctima de ETA después de haber sobrevivido a un paquete bomba en 2001... Y en ellos vi ganas de explicar, de reconocer el dolor causado, de hacer autocrítica y de trasladarla también fuera de los muros de la cárcel. Sobre todo, tenían ganas de hablar. Fue un diálogo de más dos horas”. El periodista Gorka Landaburu se acercó a la prisión de Nanclares de Oca (Álava) el pasado 29 de noviembre. Habló con un grupo de presos disidentes de ETA dentro de los talleres organizados por Interior tras la petición, reiterada, de los propios presos.
“Les dije: ‘Vosotros habéis dado un paso importante, y habéis tenido el valor de hacerlo, pero aunque seáis 20 o 30 es posible que os quedéis aislados, porque el colectivo de presos no quiere moverse esperando a una futura negociación”, relata Landaburu, que acudió para hablar con los internos sobre el papel de los medios de comunicación ante el proceso de paz. “Urrusolo respondió que creía que, finalmente, todos los presos tendrían que dar el mismo paso, pero les vi preocupados por cómo iba a evolucionar todo esto. Hablamos de que ellos también tendrían que sacar su voz de la cárcel, contar su historia, explicar cómo llegaron a la conclusión de que la violencia no era el camino correcto, por qué habían cambiado de opinión... Tienen mucho camino por delante, pero yo creo en la reinserción incluso en los crímenes más duros cuando es sincera. Tienen un valor que hay que reconocer. Ojalá todos los que están en la cárcel siguieran el mismo trayecto”.
Al acabar el debate, dos presos se le acercaron: “Formamos parte del comando Buruntza, aquel que te mandó la bomba en 2001. Nosotros no participamos directamente en el atentado, pero te pedimos perdón”. “Lo agradecí”, recuerda. “Hay gente que cree que tengo síndrome de Estocolmo, pero no es cierto. Tengo la suerte de haber sobrevivido a un atentado. A partir de ahí, quiero la paz para mis hijos y nietos. He vivido dos dictaduras, la de Franco y la de ETA, y quiero la paz. Siempre, eso sí, sin renunciar nunca a la justicia, la memoria y la reparación de las víctimas. Esto es básico”.
Un mes antes, el 18 de octubre, dos víctimas entraron también en Nanclares para hablar con los presos. Jaime Arrese e Iñaki García Arrizabalaga. Ambos perdieron a su padre el mismo día de 1980, el 23 de octubre, a manos de los Comandos Autónomos Anticapitalistas. El primero era político de UCD; el segundo, delegado de Telefónica en Gipuzkoa.
“Cada uno habló de su experiencia personal”, explica Arrese. “Les contamos cómo era entonces la atmósfera social, muy distinta de la de hoy, que justificaba los asesinatos y culpaba a las víctimas. Por un lado tenías que superar la muerte de tu padre y, por otro, aguantar ese entorno. Les llamó mucho la atención esta realidad. También tenían preguntas sobre cuántas asociaciones de víctimas había, cómo se organizaban, cómo estaban las leyes. Ese día había nueve personas. Casi todas participaron, pero dos o tres fueron especialmente activas”.
Arrese asegura que el grupo fue muy crítico con ETA. “Sé que ellos son 20 o 30 y el resto de los presos, 500, pero creo que este es el camino que conduce a un cierre moral y que además lo están haciendo a cambio de nada. Porque han hablado tanto, y durante tanto tiempo, que lo tienen claro. Son muy conscientes de lo que ha hecho ETA, y quieren desmenuzarlo. Creo que se están ganando el derecho a una segunda oportunidad. Su planteamiento es un presupuesto ético básico para asentar la paz. El reconocimiento del daño causado, en su caso, va más allá de una verificación objetiva de que se ha provocado dolor. Asumen una responsabilidad por las decisiones tomadas. Esta vía es un inicio para que pueda prender la mecha ética. También será imprescindible, cuanto antes, un acuerdo entre el PNV, el PP y el PSE”.
Las charlas, una por semana, se llevaron a cabo entre el 26 de octubre y el 30 de noviembre de 2011. Unos 10 internos participaron en las sesiones —no todos en todas ellas— y una docena de ponentes acudieron al taller, coordinado por el abogado y profesor de Derecho Penal Xabier Etxebarria. Además de los citados, acudieron, entre otros, el filósofo Manuel Reyes Mate; el exrector de la Universidad del País Vasco Pello Salaburu; el coordinador de Lokarri, Paul Ríos; el excoordinador de Elkarri y actual director del centro de estudios para la paz Baketik, Jonan Fernández; el escritor Carlos Martín Beristain; el trabajador social y mediador Alberto Olalde y el exconsejero de Cultura del Gobierno vasco con el PNV Joseba Arregi.
“Hablé con ellos de la recuperación de las víctimas y de los victimarios para la sociedad”, relata Manuel Reyes Mate. “En el caso del victimario, es un proceso complejo que pasa porque reconozca que ha hecho daño, y no una acción heroica, y que la sociedad le conceda la posibilidad de comportarse de otra forma. La última fase, que puede darse o no, pasaría por el perdón. Se abrió un debate muy interesante, en el que ellos pedían que se hablara de las víctimas de ETA, pero también de las del Estado, como las de los GAL, para que la sociedad pueda tener una narración completa. No quieren que se pase página sin más sobre ese tema. Trataban de explicar, aunque no lo justificaban, en qué contexto se habían cometido acciones terroristas. Y tenían distintos grados de autocrítica. Unos ponían más el acento en el daño que habían hecho a una persona en concreto. Otros iban más allá al reconocer el daño a toda la sociedad. Una preocupación muy grande era que se conociera su posición y su disposición a hablar con las víctimas y con la sociedad. Quieren hacer valer lo que hacen, porque les está costando caro”.
“Salí muy impresionado”, expresa. “No es un seminario habitual y fue un debate muy intenso. Estás hablando con gente con un historial criminal importante, pero que reconoce lo inútil de toda esa violencia. Uno de ellos no habló nada, pero al final me dio un abrazo y las gracias. Pikabea era muy expresivo. Urrusolo más peleón, más dialéctico. Preguntaban qué podían hacer. Yo les dije que crear dentro de la sociedad vasca un lugar crítico respecto a la violencia y buscar una interlocución con las víctimas para suturar las fracturas. Es muy importante la recuperación de los victimarios. Son necesarios; fundamentales para la sociedad”.
“Para mí fue muy fuerte emocionalmente”, señala Pello Salaburu, exrector de la Universidad del País Vasco y colaborador habitual del diario El Correo. “Querían saber qué es lo que pasa fuera. Tienen una información muy parcial, muy controlada. Están muy aislados. Habían leído mis artículos sobre la importancia de que el proceso de paz no sea un cierre en falso, y se suscitó un debate largo. Muchos de ellos fueron muy críticos con Bildu. Opinaban que tendrían que ir mucho más allá en el tema de las víctimas”.
Por el momento no hay más talleres programados, pero el nuevo equipo de Interior se está planteando impulsarlos de nuevo. “Siempre y cuando fomenten la desvinculación de los presos de la violencia, lo estudiaremos”, indica un portavoz.
Fuente: Carta de la Paz
lunes, 6 de febrero de 2012
La reconciliación entre la hija de un diputado 'tory' y el militante del IRA que le asesinó
"Estoy dispuesto a oír tu dolor y tu indignación
GENOVEVA GASTAMINZA - San Sebastián - 04/11/2006
Reconocen que la suya es una experiencia muy singular, pero se niegan a admitir que sea la única. En cualquier caso, es extraordinaria. Jo Berry es hija de sir Anthony Berry, miembro del Parlamento británico que fue asesinado junto a otras cuatro personas en 1984, durante el congreso que celebraba el Partido Conservador de Margaret Thatcher en el Gran Hotel de Brighton. Pat Magee es miembro de la célula del IRA que colocó la bomba. Ambos mantienen un contacto regular desde hace seis años, poco después de que Magee, que cumplía cadena perpetua por el atentado, fuese excarcelado tras los acuerdos de paz en el Ulster.
La iniciativa fue de Jo Berry, una joven lectora de Gandhi a quien el impacto del asesinato de su padre situó en una encrucijada cuando tenía 27 años. "Pensé que tenía dos opciones. Seguir la de la no violencia, que me salía del corazón, o la otra más normal. Opté sin dudar por la primera", explica Berry. Pero antes de llegar a la experiencia de su reconocimiento mutuo -hoy la relatarán en San Sebastián, como plato fuerte de las quintas Jornadas de No Violencia Activa que organiza la asociación vasca Bidea Helburu, defensora de la no violencia y el diálogo para la solución de conflictos-, Berry recorrió un largo camino que le llevó a crear la organización Construyendo Puentes de Paz para tratar de extender proyectos de paz en distintas zonas del mundo en conflicto.
"Quería encontrar un punto positivo en la tragedia que me había ocurrido", rememora Berry. Por eso, un año después del asesinato de su padre, fue a Irlanda del Norte a "escuchar historias" de gentes de la comunidad republicana. Por ejemplo, lo que significa tener el Ejército británico en las calles, o experiencias en las prisiones. "Empecé a comprender por qué se había matado a mi padre, y encontré que en Irlanda del Norte la gente tenía mucho deseo de oír mi historia, y en Inglaterra no tenían interés", explica.
El encuentro con Pat Magee no fue casual, sino trabajado con insistencia desde personas cercanas a ambos. Jo Berry recuerda que, de todos modos, se produjo cuando "ya estaba curado algo" de su dolor y tenía la impresión de que "podía sacar algo" de sí. Por parte de Magee existía la preocupación de que pudieran enfrentarse, pero sus temores se disiparon cuando le aseguraron que Berry sólo quería hablar con él y conocer sus motivos. "Aunque ahora no soy miembro del movimiento republicano, me considero republicano, y el que me encuentre con Jo y otras víctimas es una contribución al proceso de paz [de Irlanda], en el que hace falta una reconciliación", señala.
¿Y cómo fue el primer encuentro? Berry describe con detalle el estado de ánimo "terrible" con que cruzó en el ferry para ir a Irlanda. Y recuerda que se consoló pensando: "Pat tendrá más miedo que yo de encontrarnos". La cita duró tres horas. "La primera hora y media Pat tenía puesto su sombrero político, que yo conocía bien", relata Berry. Después de transcurrido ese tiempo de conversación, Pat Magee confesó a su interlocutora: "No sé qué decir. Nunca he estado delante de alguien con la dignidad que tú tienes. Estoy dispuesto a oír tu dolor y tu indignación".
"Fue un momento impresionante, porque estábamos empezando otro viaje. Éramos dos seres humanos vulnerables compartiendo nuestras experiencias. Le conté muchas cosas de mi padre, que era un ser humano muy dispuesto a hablar, cosa que era para mí muy importante". ¿Y cuál fue la utilidad de esta experiencia? Berry lo explica así: "Hoy me doy cuenta de que, si me hubiese tocado vivir en la piel de Pat, hubiese podido tener su propia experiencia. Pero sólo me di cuenta de eso al escucharle y al sentir empatía, un sentimiento que también he experimentado al hablar con ex militantes republicanos y constatar el mito que lleva dentro el definir a alguien como enemigo".
Pat, por su parte, explica que el primer paso que hay que dar para entenderse es "reconocer". Y valora, en este sentido, la importancia del testimonio de Berry cuando ésta afirma que "ha llegado a darse cuenta de que, si estuviera en la misma piel y con la misma vida que otro, probablemente hubiera tomado las mismas opciones". Magee cree que es clave "respetar la integridad y la posición del otro", porque no hay blanco y negro en los conflictos.
En este punto Jo Berry interviene para precisar a Magee: "Hay que respetar la actitud del otro, pero no aceptar la violencia. Yo he hablado con muchos hombres que han matado y coinciden en que lo han hecho porque se han sentido no escuchados. Yo intentaba crear más recursos, más capacidad de escuchar. Creo que la violencia nunca da resultados, que es muy fácil que una víctima sea un victimario, y así el círculo se pone a rodar. Me apasiona conocer las raíces del terrorismo y de la guerra. Así es como siento curación dentro de mí".
Sin embargo, Pat Magee no abomina de la lucha armada, incluso delante de una víctima de ella. Y tampoco admite la contradicción que supone esto con el hecho de reconocer el mal que ha causado, algo que sí acepta. "Cuando estás cara a cara con alguien a quien has dañado, se abre una nueva dimensión, y uno se da cuenta de la pérdida que ha causado y de que también ha perdido una parte de sí mismo y de su humanidad", asegura. Pero, a la vez, insiste en que cree que en circunstancias extremas la lucha armada "está justificada". "Nadie en su sano juicio elegiría la violencia como primera opción".
¿Quizás por eso no hablan de perdón en su discurso habitual? Jo Berry asegura que trata de evitar el uso de esta palabra por sus "connotaciones cristianas". "Me alejo de eso. Quiero hablar de experiencias humanas y no de experiencias cristianas", precisa.
Por su parte, Magee lo explica así: "Nunca he pedido perdón por mis acciones. Lo que pido es que se comprendan, pero no por mí. Si entendemos lo que provocó esos 30 años de violencia [en Irlanda del Norte], quizás puedan surgir otras opciones. He dicho lo siento, pero no es pedir perdón. Nunca le diría a Jo 'perdóname', porque me doy cuenta de que no puedo deshacer el mal causado. Eso sí, soy consciente de que mi humanidad ha descendido por haber destruido una vida humana".
GENOVEVA GASTAMINZA - San Sebastián - 04/11/2006
Reconocen que la suya es una experiencia muy singular, pero se niegan a admitir que sea la única. En cualquier caso, es extraordinaria. Jo Berry es hija de sir Anthony Berry, miembro del Parlamento británico que fue asesinado junto a otras cuatro personas en 1984, durante el congreso que celebraba el Partido Conservador de Margaret Thatcher en el Gran Hotel de Brighton. Pat Magee es miembro de la célula del IRA que colocó la bomba. Ambos mantienen un contacto regular desde hace seis años, poco después de que Magee, que cumplía cadena perpetua por el atentado, fuese excarcelado tras los acuerdos de paz en el Ulster.
La iniciativa fue de Jo Berry, una joven lectora de Gandhi a quien el impacto del asesinato de su padre situó en una encrucijada cuando tenía 27 años. "Pensé que tenía dos opciones. Seguir la de la no violencia, que me salía del corazón, o la otra más normal. Opté sin dudar por la primera", explica Berry. Pero antes de llegar a la experiencia de su reconocimiento mutuo -hoy la relatarán en San Sebastián, como plato fuerte de las quintas Jornadas de No Violencia Activa que organiza la asociación vasca Bidea Helburu, defensora de la no violencia y el diálogo para la solución de conflictos-, Berry recorrió un largo camino que le llevó a crear la organización Construyendo Puentes de Paz para tratar de extender proyectos de paz en distintas zonas del mundo en conflicto.
"Quería encontrar un punto positivo en la tragedia que me había ocurrido", rememora Berry. Por eso, un año después del asesinato de su padre, fue a Irlanda del Norte a "escuchar historias" de gentes de la comunidad republicana. Por ejemplo, lo que significa tener el Ejército británico en las calles, o experiencias en las prisiones. "Empecé a comprender por qué se había matado a mi padre, y encontré que en Irlanda del Norte la gente tenía mucho deseo de oír mi historia, y en Inglaterra no tenían interés", explica.
El encuentro con Pat Magee no fue casual, sino trabajado con insistencia desde personas cercanas a ambos. Jo Berry recuerda que, de todos modos, se produjo cuando "ya estaba curado algo" de su dolor y tenía la impresión de que "podía sacar algo" de sí. Por parte de Magee existía la preocupación de que pudieran enfrentarse, pero sus temores se disiparon cuando le aseguraron que Berry sólo quería hablar con él y conocer sus motivos. "Aunque ahora no soy miembro del movimiento republicano, me considero republicano, y el que me encuentre con Jo y otras víctimas es una contribución al proceso de paz [de Irlanda], en el que hace falta una reconciliación", señala.
¿Y cómo fue el primer encuentro? Berry describe con detalle el estado de ánimo "terrible" con que cruzó en el ferry para ir a Irlanda. Y recuerda que se consoló pensando: "Pat tendrá más miedo que yo de encontrarnos". La cita duró tres horas. "La primera hora y media Pat tenía puesto su sombrero político, que yo conocía bien", relata Berry. Después de transcurrido ese tiempo de conversación, Pat Magee confesó a su interlocutora: "No sé qué decir. Nunca he estado delante de alguien con la dignidad que tú tienes. Estoy dispuesto a oír tu dolor y tu indignación".
"Fue un momento impresionante, porque estábamos empezando otro viaje. Éramos dos seres humanos vulnerables compartiendo nuestras experiencias. Le conté muchas cosas de mi padre, que era un ser humano muy dispuesto a hablar, cosa que era para mí muy importante". ¿Y cuál fue la utilidad de esta experiencia? Berry lo explica así: "Hoy me doy cuenta de que, si me hubiese tocado vivir en la piel de Pat, hubiese podido tener su propia experiencia. Pero sólo me di cuenta de eso al escucharle y al sentir empatía, un sentimiento que también he experimentado al hablar con ex militantes republicanos y constatar el mito que lleva dentro el definir a alguien como enemigo".
Pat, por su parte, explica que el primer paso que hay que dar para entenderse es "reconocer". Y valora, en este sentido, la importancia del testimonio de Berry cuando ésta afirma que "ha llegado a darse cuenta de que, si estuviera en la misma piel y con la misma vida que otro, probablemente hubiera tomado las mismas opciones". Magee cree que es clave "respetar la integridad y la posición del otro", porque no hay blanco y negro en los conflictos.
En este punto Jo Berry interviene para precisar a Magee: "Hay que respetar la actitud del otro, pero no aceptar la violencia. Yo he hablado con muchos hombres que han matado y coinciden en que lo han hecho porque se han sentido no escuchados. Yo intentaba crear más recursos, más capacidad de escuchar. Creo que la violencia nunca da resultados, que es muy fácil que una víctima sea un victimario, y así el círculo se pone a rodar. Me apasiona conocer las raíces del terrorismo y de la guerra. Así es como siento curación dentro de mí".
Sin embargo, Pat Magee no abomina de la lucha armada, incluso delante de una víctima de ella. Y tampoco admite la contradicción que supone esto con el hecho de reconocer el mal que ha causado, algo que sí acepta. "Cuando estás cara a cara con alguien a quien has dañado, se abre una nueva dimensión, y uno se da cuenta de la pérdida que ha causado y de que también ha perdido una parte de sí mismo y de su humanidad", asegura. Pero, a la vez, insiste en que cree que en circunstancias extremas la lucha armada "está justificada". "Nadie en su sano juicio elegiría la violencia como primera opción".
¿Quizás por eso no hablan de perdón en su discurso habitual? Jo Berry asegura que trata de evitar el uso de esta palabra por sus "connotaciones cristianas". "Me alejo de eso. Quiero hablar de experiencias humanas y no de experiencias cristianas", precisa.
Por su parte, Magee lo explica así: "Nunca he pedido perdón por mis acciones. Lo que pido es que se comprendan, pero no por mí. Si entendemos lo que provocó esos 30 años de violencia [en Irlanda del Norte], quizás puedan surgir otras opciones. He dicho lo siento, pero no es pedir perdón. Nunca le diría a Jo 'perdóname', porque me doy cuenta de que no puedo deshacer el mal causado. Eso sí, soy consciente de que mi humanidad ha descendido por haber destruido una vida humana".
domingo, 5 de febrero de 2012
sábado, 4 de febrero de 2012
Misterios del perdón - Por Sergio Sinay
Según ha comprobado Umberto Eco hay en Internet un millón quinientas noventa mil páginas sobre el perdón. Si les sumamos la cantidad de veces que pronunciamos, escuchamos y escribimos esa palabra a lo largo de nuestras vidas, acaso nos encontremos con uno de los vocablos (junto con amor) más usados en nuestra relación con los otros y con el mundo. Es relativamente fácil pedir perdón, aunque el orgullo de muchas personas se convierte en escollo insalvable para que ellas lo hagan. Lo difícil es acompañar ese pedido con acciones reparadoras. Y que no reparen según la conveniencia del ofensor sino de acuerdo con la necesidad del ofendido. Por otra parte, no es fácil perdonar sin condiciones, soltando de verdad el pesado encono de la ofensa. ¿Ofensa o daño? En Pregúntale a Platón el consultor filosófico Lou Marinoff propone diferenciarlos. Alguien puede dañarnos sin ofendernos (un mal movimiento, un golpe sin intención que nos lastima) y alguien puede ofendernos sin dañarnos físicamente (una descalificación, la discriminación). No podemos evitar el dolor de un daño, pero sí podemos desapegarnos de la ofensa. A veces daño y ofensa van juntos: alguien nos lastima y nos insulta. ¿Podemos perdonar?
Perdonar es, etimológicamente, dar algo de manera gratuita. ¿Qué damos al perdonar? ¿Absolución? ¿Olvido? ¿Condonación? En estos tres casos la acción que provocó la herida (física, moral, psíquica o emocional) queda borrada, como sino se hubiese producido. Desaparecen peligrosamente la responsabilidad y la memoria. La gran escritora y terapeuta austriaca Elisabeth Lukas dice en La felicidad en la familia , algo tan fuerte como bello: »Perdonar no significa olvidar. Si usted olvidase todo no sabría qué perdona. Para perdonar es necesario asumir los abismos que hay en el ser humano«. Y hay abismos en cada alma humana. A menudo la decisión de no perdonar nos deja fijados a la sombra del otro y sin posibilidad de asomarnos a la nuestra para comprenderla y conocernos. Para perdonar es necesario desprenderse de la sensación de poder que nos da la culpa que el otro siente ante nosotros. Y ese desprendimiento requiere enorme humildad. ¿Qué pasa si quien nos hirió u ofendió no siente culpa? Nuestra negativa a perdonar, en este caso, le da a esa persona un gran poder sobre nosotros. Como dice Lukas, perdonar supone luchar con uno mismo antes que con el »enemigo«. Quien no perdona se amolda al otro. Quien perdona al que no se arrepiente, le da una lección moral.
¿Todo es perdonable? El primer impulso es responder que no. ¿Pero cómo sostener ese no ante las palabras y la actitud de Khim Phuc? ¿O ante Adriann Vlok, sanguinario jefe de la policía sudafricana del apartheid, que, tras ser juzgado y condenado, sintió que necesitaba más y buscó a madres de personas asesinadas por él y les lavó los pies? Fue perdonado por ellas. ¿Y ante Jo Berry, hija de Anthony Berry, político inglés muerto por una bomba del IRA, que necesitó conocer en persona a Pat Magee, uno de los asesinos de su padre, y hoy, tras perdonarlo, viaja con él por el mundo dando conferencias acerca del perdón y la reconciliación? »Tuve necesidad de conocerlo«, dijo ella. Él dijo algo similar. »El corazón es el músculo más elástico«, dice Woody Allen. Acaso por eso el perdón que nace en el corazón es uno de los más hermosos, profundos y misteriosos ejercicios de humanidad del que somos capaces. Cuando somos capaces.
Fuente: La Nación - 05/07/2009
Perdonar es, etimológicamente, dar algo de manera gratuita. ¿Qué damos al perdonar? ¿Absolución? ¿Olvido? ¿Condonación? En estos tres casos la acción que provocó la herida (física, moral, psíquica o emocional) queda borrada, como sino se hubiese producido. Desaparecen peligrosamente la responsabilidad y la memoria. La gran escritora y terapeuta austriaca Elisabeth Lukas dice en La felicidad en la familia , algo tan fuerte como bello: »Perdonar no significa olvidar. Si usted olvidase todo no sabría qué perdona. Para perdonar es necesario asumir los abismos que hay en el ser humano«. Y hay abismos en cada alma humana. A menudo la decisión de no perdonar nos deja fijados a la sombra del otro y sin posibilidad de asomarnos a la nuestra para comprenderla y conocernos. Para perdonar es necesario desprenderse de la sensación de poder que nos da la culpa que el otro siente ante nosotros. Y ese desprendimiento requiere enorme humildad. ¿Qué pasa si quien nos hirió u ofendió no siente culpa? Nuestra negativa a perdonar, en este caso, le da a esa persona un gran poder sobre nosotros. Como dice Lukas, perdonar supone luchar con uno mismo antes que con el »enemigo«. Quien no perdona se amolda al otro. Quien perdona al que no se arrepiente, le da una lección moral.
¿Todo es perdonable? El primer impulso es responder que no. ¿Pero cómo sostener ese no ante las palabras y la actitud de Khim Phuc? ¿O ante Adriann Vlok, sanguinario jefe de la policía sudafricana del apartheid, que, tras ser juzgado y condenado, sintió que necesitaba más y buscó a madres de personas asesinadas por él y les lavó los pies? Fue perdonado por ellas. ¿Y ante Jo Berry, hija de Anthony Berry, político inglés muerto por una bomba del IRA, que necesitó conocer en persona a Pat Magee, uno de los asesinos de su padre, y hoy, tras perdonarlo, viaja con él por el mundo dando conferencias acerca del perdón y la reconciliación? »Tuve necesidad de conocerlo«, dijo ella. Él dijo algo similar. »El corazón es el músculo más elástico«, dice Woody Allen. Acaso por eso el perdón que nace en el corazón es uno de los más hermosos, profundos y misteriosos ejercicios de humanidad del que somos capaces. Cuando somos capaces.
Fuente: La Nación - 05/07/2009
En el lugar del herido - Por Sergio Sinay
Las relaciones entre olvido y perdón son sensibles y complejas. ¿Es el mismo el perdón que se pide y el que se da? ¿Es justo que quien ha sido ofendido, lastimado o humillado no vea reparado su dolor y que quien ofendió, humilló o lastimó no cumpla con esa reparación? ¿Es siempre posible reparar? Hay heridas de tal profundidad que el dañado sólo puede perdonar si logra convencerse de que no existieron. Es decir, si consigue negar parte de su propia historia y condición. El simple hecho de pedir perdón no es suficiente si no hay acciones reparadoras. Pero un acto no es reparador según el juicio del ofensor, sino según el sentimiento del ofendido. Por otra parte, olvido y perdón no son sinónimos. Y si se confunde olvido con pérdida de la memoria no habrá reparación. Como suele repetir la psicoterapeuta y escritora Elisabeth Lukas ( Una vida fascinante, Psicoterapia en dignidad ), quien perdona y olvida, olvida lo que perdona. En este caso, no hay procesos de transformación ni aprendizajes.
Muchas veces, la invocación al perdón opera en favor de los ofensores. Esto es riesgoso, ya que en las interacciones humanas abundan las heridas provocadas por falta de respeto, manipulación, avasallamiento, egoísmo, perversión, corrupción, especulación. Son muchas y constantes, tantas como para que los ofensores constituyan una masa crítica considerable, inclinada a presionar en favor de las "bondades" del perdón. Pero el perdón no es una abstracción. Cuando se pregona indiscriminadamente -"hay que perdonar"-, se le quita contenido a ese valor. Perdonar se convierte así en un hecho mecánico y automático. Si no se acata la consigna, el lastimado corre riesgo de ser considerado ahora como el nuevo ofensor, y el ofensor pasa a ser el ofendido. Con esto sólo se consigue agregarle resentimiento y confusión al dolor.
Por todas estas cuestiones conviene, desde mi punto de vista, ponderar el otro factor: la justicia. El perdón, en muchos casos flagrantes y dolorosos, no reemplaza a la justicia, no puede hacerlo. La presencia de la justicia, en cambio, no hará de por sí que el ofendido olvide lo inolvidable, pero puede contribuir a que donde está la herida empiece a formarse una cicatriz y advenga algo de calma. Hacer justicia y perdonar no son acciones vinculantes. Hacer justicia ayuda a crear una sociedad confiable, en la que los hechos aberrantes no estarán ausentes, pero habrá sanción y reparación. Esto vale también para el orden íntimo y privado.
El perdón no surge por decreto ni por mandato. Nace de profundos movimientos que se dan en un lugar tan sagrado, inviolable y misterioso como es el fondo del corazón humano. Quien perdona por obligación, por temor a no ser querido o a ser excluido o criticado, quien perdona por conveniencia o por miedo, quien perdona porque "debe" hacerlo, no perdona. Cambia el nombre y la dirección de su dolor, quizá lo convierta en resentimiento, acaso lo dirija a lugares o personas indebidas o hacia sí mismo, enfermándose psíquica, física, emocional o espiritualmente.
A todo esto, es curioso que en las discusiones acerca de olvido y perdón se ponga más el acento en el ofendido que en el ofensor. Es éste quien debe una reparación. A veces esta es imposible, pero eso no quita la obligación moral de intentarla. Es el ofensor quien debe reconocer (si es posible, ante el lastimado) su acción y las consecuencias de esta. Es quien debe costear la situación y prometer (promesa que deberá sostener con acciones) que la herida no se repetirá. La respuesta del ofendido dependerá de lo añejo y profundo de su lastimadura y de la justicia y empatía con que haya sido atendida. "El perdón -dice André Comte-Sponville en su Diccionario filosófico - no es la absolución que suprimiría o borraría la culpa, cosa que nadie puede. No es el olvido, que sería infiel e imprudente." Así como esta página se abre con preguntas, resulta imposible, en este tema, cerrarla con certezas. La prioridad es ponerse en el lugar del lastimado. Y hablar desde ahí.
Fuente: La Nación - 04/04/2010
Muchas veces, la invocación al perdón opera en favor de los ofensores. Esto es riesgoso, ya que en las interacciones humanas abundan las heridas provocadas por falta de respeto, manipulación, avasallamiento, egoísmo, perversión, corrupción, especulación. Son muchas y constantes, tantas como para que los ofensores constituyan una masa crítica considerable, inclinada a presionar en favor de las "bondades" del perdón. Pero el perdón no es una abstracción. Cuando se pregona indiscriminadamente -"hay que perdonar"-, se le quita contenido a ese valor. Perdonar se convierte así en un hecho mecánico y automático. Si no se acata la consigna, el lastimado corre riesgo de ser considerado ahora como el nuevo ofensor, y el ofensor pasa a ser el ofendido. Con esto sólo se consigue agregarle resentimiento y confusión al dolor.
Por todas estas cuestiones conviene, desde mi punto de vista, ponderar el otro factor: la justicia. El perdón, en muchos casos flagrantes y dolorosos, no reemplaza a la justicia, no puede hacerlo. La presencia de la justicia, en cambio, no hará de por sí que el ofendido olvide lo inolvidable, pero puede contribuir a que donde está la herida empiece a formarse una cicatriz y advenga algo de calma. Hacer justicia y perdonar no son acciones vinculantes. Hacer justicia ayuda a crear una sociedad confiable, en la que los hechos aberrantes no estarán ausentes, pero habrá sanción y reparación. Esto vale también para el orden íntimo y privado.
El perdón no surge por decreto ni por mandato. Nace de profundos movimientos que se dan en un lugar tan sagrado, inviolable y misterioso como es el fondo del corazón humano. Quien perdona por obligación, por temor a no ser querido o a ser excluido o criticado, quien perdona por conveniencia o por miedo, quien perdona porque "debe" hacerlo, no perdona. Cambia el nombre y la dirección de su dolor, quizá lo convierta en resentimiento, acaso lo dirija a lugares o personas indebidas o hacia sí mismo, enfermándose psíquica, física, emocional o espiritualmente.
A todo esto, es curioso que en las discusiones acerca de olvido y perdón se ponga más el acento en el ofendido que en el ofensor. Es éste quien debe una reparación. A veces esta es imposible, pero eso no quita la obligación moral de intentarla. Es el ofensor quien debe reconocer (si es posible, ante el lastimado) su acción y las consecuencias de esta. Es quien debe costear la situación y prometer (promesa que deberá sostener con acciones) que la herida no se repetirá. La respuesta del ofendido dependerá de lo añejo y profundo de su lastimadura y de la justicia y empatía con que haya sido atendida. "El perdón -dice André Comte-Sponville en su Diccionario filosófico - no es la absolución que suprimiría o borraría la culpa, cosa que nadie puede. No es el olvido, que sería infiel e imprudente." Así como esta página se abre con preguntas, resulta imposible, en este tema, cerrarla con certezas. La prioridad es ponerse en el lugar del lastimado. Y hablar desde ahí.
Fuente: La Nación - 04/04/2010
viernes, 3 de febrero de 2012
jueves, 2 de febrero de 2012
Forgiveness is a fresh start - Francesc Torralba Barcelona.
Jankélevitch, Vladimir. Forgiveness. University of Chicago Press, 2005.
One of the most evocative works written during the twentieth century on the virtue of forgiveness is that of the French philosopher and musicologist Vladimir Jankélévitch (1903-1985), published in 1967 under the title Le pardón (Forgiveness, Seix Barral, 1999).
It is not easy to place the thought of this man within the philosophical systems of the last century, because in some ways it does not strictly fit any compartment. He is not a Marxist, nor an existentialist, nor a personalist, nor a structuralist in the orthodox sense of the term. His work is original and suggestive, yet it is not well known and translated in Spain. It has a profound moral mark and contains very appropriate reflections on life practice. It is a remarkable treatise on the virtues and his disquisitions on the vitalism of Bergson and idealism of Schelling, to whom he dedicated his doctoral thesis defended at the Sorbonne.
Forgiveness is a successful work in many senses. It explores the difficulties in the exercise of forgiveness and defines forgiveness as a free gift, an act of will. It proposes a cleansing; a fresh start free from the wounds of history. Forgiveness is, in this sense, therapeutic, hygienic, a cathartic operation that frees the weight of the past and treats the other as a new being. Forgiveness, as understood by Jankélévitch is not an impossibility but neither is it easy to achieve. It is humbling and at the same time, time plays a key role because to forgive an offence in the moment is difficult but given the distance of years, is a more viable path to reconciliation.
The Letter of Peace addressed to the UN has no direct reference to forgiveness but it does describe a series of key steps to restore peace and to make peace with history. Regretting unjust actions committed in the past is a first step. This entails recognising and having the bravery to do this publicly. Forgiveness is included in this process. I can only apologise if all of my heart regrets that which has happened, the wrong that I (or those in the government of an institution who represented me) have caused. Public regret does not guarantee reconciliation, but it is the first step. It also requires compensation as far as possible for the harm caused. Forgiveness is a virtue, it requires the repair work to occur not only on the symbolic level, but also in the ethical, social, economic and psychological realms. To compensate as much as possible for harm caused does not guarantee reconciliation either but is a second crucial step in the purification of the misdeeds of memory.
Vladimir Jankélévitch suffered persecution and exile, as did many other committed intellectuals in the twentieth century. When writing about forgiveness and its possibilities, he does not offer an ahistorical, frivolous or trivial discourse but he acknowledges the weight of resentments and grudges in the creation of peace. It is well worth reading and listening.
Francesc Torralba
Barcelona.
One of the most evocative works written during the twentieth century on the virtue of forgiveness is that of the French philosopher and musicologist Vladimir Jankélévitch (1903-1985), published in 1967 under the title Le pardón (Forgiveness, Seix Barral, 1999).
It is not easy to place the thought of this man within the philosophical systems of the last century, because in some ways it does not strictly fit any compartment. He is not a Marxist, nor an existentialist, nor a personalist, nor a structuralist in the orthodox sense of the term. His work is original and suggestive, yet it is not well known and translated in Spain. It has a profound moral mark and contains very appropriate reflections on life practice. It is a remarkable treatise on the virtues and his disquisitions on the vitalism of Bergson and idealism of Schelling, to whom he dedicated his doctoral thesis defended at the Sorbonne.
Forgiveness is a successful work in many senses. It explores the difficulties in the exercise of forgiveness and defines forgiveness as a free gift, an act of will. It proposes a cleansing; a fresh start free from the wounds of history. Forgiveness is, in this sense, therapeutic, hygienic, a cathartic operation that frees the weight of the past and treats the other as a new being. Forgiveness, as understood by Jankélévitch is not an impossibility but neither is it easy to achieve. It is humbling and at the same time, time plays a key role because to forgive an offence in the moment is difficult but given the distance of years, is a more viable path to reconciliation.
The Letter of Peace addressed to the UN has no direct reference to forgiveness but it does describe a series of key steps to restore peace and to make peace with history. Regretting unjust actions committed in the past is a first step. This entails recognising and having the bravery to do this publicly. Forgiveness is included in this process. I can only apologise if all of my heart regrets that which has happened, the wrong that I (or those in the government of an institution who represented me) have caused. Public regret does not guarantee reconciliation, but it is the first step. It also requires compensation as far as possible for the harm caused. Forgiveness is a virtue, it requires the repair work to occur not only on the symbolic level, but also in the ethical, social, economic and psychological realms. To compensate as much as possible for harm caused does not guarantee reconciliation either but is a second crucial step in the purification of the misdeeds of memory.
Vladimir Jankélévitch suffered persecution and exile, as did many other committed intellectuals in the twentieth century. When writing about forgiveness and its possibilities, he does not offer an ahistorical, frivolous or trivial discourse but he acknowledges the weight of resentments and grudges in the creation of peace. It is well worth reading and listening.
Francesc Torralba
Barcelona.
EL PERDÓN
Las tres reglas del perdón:
Se trata de un acontecimiento con fecha fija que pasa en un momento determinado del devenir histórico; sólo puede intervenir en el marco de una relación personal con alguien, una relación entre dos hombres, entre que el que perdona y el perdonado; tiene un carácter extrajurídico. Le Pardon, 1967. Vladimir Jankélévitch(Extraído de http://www.elpais.com)
En junio de 2010 el primer ministro británico, David Cameron, admitió que la matanza conocida como el Domingo Sangriento del 30 de enero de 1972 en Irlanda del Norte “ni estaba justificada ni es justificable” y declaró “profundamente consternado” por lo que hizo aquel día el Ejército británico.
Sus palabras venían acompañadas por un informe que concluía que ninguna de las 14 personas asesinadas aquel día llevaba armas de fuego, que los soldados no dieron ningún aviso previo antes de comenzar a disparar contra la multitud y que las muertes fueron la consecuencia de que los soldados perdieron el control de si mismos.
En diversos países de nuestro entorno geográfico se está produciendo una actitud generalizada de revisión de comportamientos pasados, diversas instancias han entonado su particular mea culpa. Ahora bien, el perdón puede ser igualmente malinterpretado y manipulado interesadamente, no utilizarse en las condiciones adecuadas y servir como instrumento partidista para conseguir determinados intereses orientados al bien propio y no al común.
La proliferación de demandas y peticiones de perdón ha levantado voces críticas por parte de determinados sectores, que lo consideran una retórica exagerada. Las víctimas rechazan a menudo la figura del perdón. A sus ojos, los gobiernos habrían sustituido una reconciliación “auténtica” por una reconciliación falseada y un compromiso con los “verdugos” en lo tocante al respeto de la dignidad y de los derechos de las víctimas. Se habrían apoderado del léxico del perdón con el fin de embellecer una política de impunidad.
Cuando hablamos de perdón nos movemos en un terreno especialmente difícil, hay que evitar la superficialidad y la frivolidad. El perdón es una de las actitudes humanes que han tenido un valor más ambiguo.
El perdón por parte de las instituciones es una obligación. Pero tiene que darse de un modo verdadero. La Carta de la Paz dirigida a la ONU reconoce que el pasado, como un espacio de tiempo inamovible e irrecuperable, no se puede rectificar, aunque sí se puede intentar tratar de rectificar los efectos negativos para la vida de la comunidad.
Fuente: Carta de la Paz
Se trata de un acontecimiento con fecha fija que pasa en un momento determinado del devenir histórico; sólo puede intervenir en el marco de una relación personal con alguien, una relación entre dos hombres, entre que el que perdona y el perdonado; tiene un carácter extrajurídico. Le Pardon, 1967. Vladimir Jankélévitch(Extraído de http://www.elpais.com)
En junio de 2010 el primer ministro británico, David Cameron, admitió que la matanza conocida como el Domingo Sangriento del 30 de enero de 1972 en Irlanda del Norte “ni estaba justificada ni es justificable” y declaró “profundamente consternado” por lo que hizo aquel día el Ejército británico.
Sus palabras venían acompañadas por un informe que concluía que ninguna de las 14 personas asesinadas aquel día llevaba armas de fuego, que los soldados no dieron ningún aviso previo antes de comenzar a disparar contra la multitud y que las muertes fueron la consecuencia de que los soldados perdieron el control de si mismos.
En diversos países de nuestro entorno geográfico se está produciendo una actitud generalizada de revisión de comportamientos pasados, diversas instancias han entonado su particular mea culpa. Ahora bien, el perdón puede ser igualmente malinterpretado y manipulado interesadamente, no utilizarse en las condiciones adecuadas y servir como instrumento partidista para conseguir determinados intereses orientados al bien propio y no al común.
La proliferación de demandas y peticiones de perdón ha levantado voces críticas por parte de determinados sectores, que lo consideran una retórica exagerada. Las víctimas rechazan a menudo la figura del perdón. A sus ojos, los gobiernos habrían sustituido una reconciliación “auténtica” por una reconciliación falseada y un compromiso con los “verdugos” en lo tocante al respeto de la dignidad y de los derechos de las víctimas. Se habrían apoderado del léxico del perdón con el fin de embellecer una política de impunidad.
Cuando hablamos de perdón nos movemos en un terreno especialmente difícil, hay que evitar la superficialidad y la frivolidad. El perdón es una de las actitudes humanes que han tenido un valor más ambiguo.
El perdón por parte de las instituciones es una obligación. Pero tiene que darse de un modo verdadero. La Carta de la Paz dirigida a la ONU reconoce que el pasado, como un espacio de tiempo inamovible e irrecuperable, no se puede rectificar, aunque sí se puede intentar tratar de rectificar los efectos negativos para la vida de la comunidad.
Fuente: Carta de la Paz
Suscribirse a:
Entradas (Atom)