miércoles, 29 de febrero de 2012

DIGNÍSIMOS PASTORES

Publicado en 70veces7.info, el 29 Febrero, 2012

70 veces 7 no es un proyecto “fácil”. La sensación de soledad y de incomprensión nos ha atravesado en numerosas ocasiones. Nuestros propios límites y fragilidades también han hecho lo suyo. Sin embargo – Dios, la Vida – nos regalaron compañía, consuelo y ánimo para no bajar los brazos.

Éste es un camino de búsqueda en el que estamos abiertos para acoger posibilidades y asumir riesgos, gozarnos en los logros y aceptar los fracasos. De toda experiencia se aprende.

En noviembre de 2008 visitamos a Monseñor Rubén Frassia y gracias a su consejo le enviamos una carta al Cardenal Jorge Bergoglio quien, con diligencia pastoral, nos condujo hasta Monseñor Oscar Ojea, por entonces vicario auxiliar de Bs. As. Él nos escuchó y nos acompañó con exquisita atención espiritual y gestos de gran ternura mientras permaneció en ese cargo, hasta hace dos años cuando fue destinado a la diócesis de San Isidro.

Monseñor A. Jorge Casaretto nos recibió junto a los laicos de la Comisión Justicia y Paz del Episcopado. En esa ocasión recibimos – además de una escucha atenta – una respuesta realista, concreta, con la dosis justa de impulso para seguir andando.

Más tarde llegó la generosísima entrega de Monseñor Carmelo Giaquinta, a quien hemos aludido reiteradamente en este espacio. No lo olvidamos y sabemos que nos cuida desde el Misterio de Dios donde habita.

Otros obispos han respondido a nuestras comunicaciones, cada uno con su estilo particular. A cada uno, nuestro agradecimiento profundo. Algunas palabras han sido caricias para el alma atribulada.

¿Por qué este relato? Porque hoy han sido publicadas por AICA las cartas pastorales de Cuaresma de los obispos de San Isidro y su lectura despertó esta necesidad de expresar la gratitud y el cariño que tenemos por quienes nos recibieron y alentaron. Sus cartas – unidas – muestran la calidad humana de estos hombres, maestros de la fe, discípulos de Jesús de Nazareth.

Siguen los textos de Monseñor Casaretto y Monseñor Ojea. Para nutrir nuestra espiritualidad y renovar la esperanza en este tiempo privilegiado en el que hacemos memoria comprometida de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, el Cristo.

Carta pastoral de Cuaresma 2012 de los obispos de San Isidro

“No se angustien por nada, y en cualquier circunstancia, recurran a la oración y a la súplica, acompañadas de acción de gracias, para presentar sus peticiones a Dios.

Entonces la paz de Dios, que supera todo lo que podemos pensar, tomará bajo su cuidado los corazones y los pensamientos de ustedes en Cristo Jesús”. Flp.4,6-7

1. El 19 de marzo se cumplirán 35 años que recibí la ordenación episcopal en Rafaela, diócesis en la que ejercí el ministerio hasta el año 1983 en que volví a San Isidro, primero como coadjutor de Monseñor Aguirre y después como obispo residencial. Hoy hago mías las palabras de Pablo a los Filipenses que encabezan esta carta y que fueron inspiradoras del lema que me acompañó a lo largo de mi ministerio episcopal: “Que la paz de Cristo reine en nuestros corazones”. Los sentimientos más profundos que creo que la gracia de Dios suscita en mi corazón en estos tiempos, son una honda gratitud unida a una fuerte sensación de limitación.

2. Cuando con el pensamiento recorro mi vida, descubro una intensa intervención del Espíritu ya en mi Primera Comunión, día en que fui conciente, de una vez para siempre, del profundo amor que Jesús irradiaba en la Eucaristía. Ese hecho marcó mi vida. Luego en mi juventud llegó el llamado al sacerdocio y cuando grande el episcopado. Como toda vida, la mía estuvo signada por luces y sombras, aciertos y errores. Pero fundamentalmente tengo una clara conciencia que el amor de Dios se antepuso a todos los acontecimientos y su gracia fue conduciendo mis pasos. Por eso la realidad de la Eucaristía, profundo misterio de la fe cristiana, y por tanto de los más desafiantes a nuestra visión humana, se hace aún más viva en mí en este tiempo. Eucaristía como gratitud. Es el mismo Jesús el que desde mi corazón agradece al Padre y a las innumerables personas que el Señor puso en mi camino. El amor del Padre me alentó y me sostuvo. La fuerza del Espíritu hizo posible que las diversas pruebas que fueron apareciendo afirmaran aún más mi vocación. Y por gracia de Dios mi incipiente y débil amor a María en mis años jóvenes se fue transformando en una fuerte conciencia de su constante protección. María, la madre del Señor, la Madre de la Iglesia, título particularmente querido por mí, ha sido y sigue siendo la Madre que me asiste, me consuela y me conforta.

3. Me gustaría también decirles que la obra del Señor en mí, sobre todo en los hechos más dolorosos, ha superado con creces lo que yo en mis años jóvenes hubiera podido imaginar sobre el amor de Dios.

Romano Guardini, en un librito sobre la Virgen, “La Madre del Señor”, dice que María, después de Pentecostés, en sus últimos años, pudo interpretar mucho más plenamente el significado de su vida y que con una profunda gratitud y cierto asombro, recordando el anuncio del Ángel habrá exclamado “con que era eso”. Salvando las infinitas distancias, al recordar la difícil situación del año 1958 cuando tuve que discernir mi vocación sacerdotal, yo también con inmensa gratitud y alegría hoy puedo decir: ¿con que era esto lo que Dios me pedía…? Ciertamente los hechos han superado las expectativas de felicidad que me movilizaban en aquella juventud.

4. ¡Cuánta gratitud a Dios y a todos, absolutamente a todas las personas que El puso delante mío!

Corriendo el riesgo de alargar esta carta quiero nombrar en primer lugar a Mons. Oscar Ojea, tercer obispo de San Isidro. En estos dos años que hemos compartido pudimos forjar una verdadera amistad cuyo centro ha sido y es el mismo Señor Jesucristo. Me alegra mucho que él sea ahora el obispo de todos ustedes. Mi profunda gratitud a los hermanos obispos, sucesores de los apóstoles con quienes he podido trabajar por la Iglesia y por nuestro país en estos treinta y cinco años. Nuestro país tiene un episcopado inquieto, apostólico, misionero, muy comprometido con las realidades argentinas.

La misión de un obispo sólo es posible con la colaboración de los sacerdotes. La gran mayoría de los presbíteros de esta diócesis han sido ordenados por mí. Esto ha creado un lazo imborrable. Siento un profundo afecto y enorme valoración por todos ellos, y una honda gratitud porque siempre han estado conmigo en las pruebas. Espero y deseo en este tiempo futuro, suplir con mi oración por todos ellos, las carencias que de mi parte pudieran haber afectado nuestra relación.

En estos años pudimos concretar la profética decisión del Concilio Vaticano II, de restaurar el diaconado permanente. Mi gratitud a todos aquellos que avanzaron en esta decisión y a quienes me siento unido tan fuertemente por haberles conferido este sagrado ministerio.

Probablemente sea la vida religiosa el estado eclesial más probado de estos tiempos. He tratado de estar cerca de los consagrados y a todos ellos les agradezco haber trabajado juntos. Mi más cercano afecto a las Hermanas Misioneras Diocesanas de María Madre de la Iglesia, que nacieron a la vida religiosa en el mismo año de mi ordenación episcopal, y a quienes siempre me he mantenido unido en su entrega y en sus deseos de santidad.

Creo sinceramente que en esta diócesis hay un laicado participativo y con notables inquietudes apostólicas. Me siento muy agradecido por tantas iniciativas y realizaciones que han dado vida a esta Iglesia Diocesana y fortalecido las diversas comunidades. De modo particular agradezco a Caritas Diocesana y a todos aquellos laicos comprometidos en los contextos de mayor pobreza.

Saludo también a los jóvenes. Los que fueron jóvenes en otros tiempos y los que son ahora jóvenes que siguen a Jesús y que han dado y dan a nuestra Iglesia fortaleza y esperanza. Ustedes han estado siempre unidos a mi sacerdocio desde el momento de mi ordenación.

En mis responsabilidades como obispo, tanto en el orden nacional como diocesano, he trabajado con innumerables personas comprometidas en el orden político y social. El diálogo ha sido el alimento esencial de esos vínculos. Al expresar mi gratitud a todos ellos formulo el deseo de que sean muchas más las personas que se comprometan por el bien común de nuestro país.

El contexto contemplativo de las hermanas benedictinas, quienes me han recibido con tanto afecto y en el que viviré estos años creo que será muy propicio para rezar por todos .

5. Por fin deseo compartir con ustedes el otro sentimiento que Dios suscita en estos años en mi corazón. Podría expresarlo con el salmista “Señor ¿qué es el hombre para que te fijes en él?… El hombre es igual que un soplo, sus días una sombra que pasa” (Salmo 143). Sentimientos de limitación y de muy honda necesidad de Dios. Creo que el Señor me concede esta gracia que me permite alejarme de las tentaciones de vanidad o soberbia que constantemente nos acechan. Es una gracia que valoro mucho porque a lo largo de mi vida he tenido una autoestima muy fuerte. Dios ha creído necesario que en este tiempo crezca en mí una conciencia mucho más viva de necesidad de su misericordia y su perdón que sigan sosteniendo mi ministerio.

6. Seguramente el Señor también permitirá que estos dos sentimientos encuentren más espacio de oración en mi vida. Estoy seguro que en su Providencia El sabe mejor que yo acerca de lo que será mi actividad en estos próximos años, pero de lo que estoy seguro es que El desea que rece aún más y que lo que físicamente no pueda realizar, porque las fuerzas sin duda disminuirán, lo supla por un mayor tiempo de contemplación. Que pueda yo también decir con San Pablo que “doy gracias a Dios cada vez que los recuerdo” Flp.1, 3 y “que siempre y en todas mis oraciones pido con alegría por todos ustedes, pensando en la colaboración que prestaron en la difusión del Evangelio, desde el comienzo hasta ahora”. Estoy firmemente convencido de que aquel que comenzó en ustedes la buena obra la irá completando hasta el Día de Cristo Jesús.” Flp.1, 4-6.

Por eso aplico a mí mismo y a todos ustedes estas palabras: “No se angustien por nada, y en cualquier circunstancia, recurran a la oración y a la súplica, acompañadas de acción de gracias, para presentar sus peticiones a Dios. Entonces la paz de Dios que supera todo lo que podemos pensar, tomará bajo su cuidado los corazones y los pensamientos de ustedes en Cristo Jesús”. Flp.4, 6-7

Que la Paz de Cristo reine en nuestros corazones.

Que María Santísima nos asista en todo.

Mons. Jorge Casaretto, obispo emérito de San Isidro

CONTINUANDO EL CAMINO

Queridos Hermanos:

Con mucha alegría he vivido este tiempo de transición, desde mi llegada a San Isidro en diciembre de 2009. A lo largo de estos dos años, he podido ir conociendo la diócesis en la diversidad de sus personas y de sus realidades; y constato la enorme riqueza, variedad y creatividad que se da en esta porción del Pueblo de Dios.

Quisiera agradecer la acogida cordial que he recibido de todos ustedes, en especial por parte de Mons. Casaretto, quien me ha acompañado durante estos dos años, brindándome el espacio necesario para que pudiera conocer y familiarizarme con toda esta realidad, de modo tal, que en este momento pueda contar con mas herramientas para desplegar mi ministerio.

Empezamos juntos una nueva etapa, en la que me propongo servir a la comunión de todas sus expresiones y por todos los medios disponibles: escucha, dialogo, conocimiento reciproco, etc. deseo que recorramos juntos un camino de integración de realidades, personas y formas de trabajo, porque estoy convencido que sin la comunión en la diversidad, la iglesia no puede realizar la misión que Jesús nos encomendó. Dicha misión es inseparable del diálogo a todo nivel y con todas las personas; por ese motivo tenemos que lanzarnos como comunidad eclesial a explorar nuevos lenguajes que nos permitan acercarnos a aquellos que se sienten más lejos, de manera de integrarnos sumando nuevas perspectivas.

Termino estas líneas encomendándome junto a ustedes a la protección de María Santísima, Nuestra Señora de Luján y a San Isidro Labrador, nuestro Patrono.

Con afecto y mi bendición

Mons. Oscar Ojea, obispo de San Isidro

Fuente: AICA – Toda la información puede ser reproducida parcial o totalmente, citando la fuente

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