domingo, 26 de febrero de 2012

El Perdón de los pobres

Perdona nuestras deudas como también nosotros perdonamos a nuestros deudores (Mateo 6, 12)
Esta petición del Padrenuestro es diferente a todas las demás. No se trata tan sólo de una oración a Dios, sino que también menciona lo que hacemos nosotros: “como hemos perdonado” o “como perdonamos”. La primera variante es la preferida por los biblistas, la segunda es la que ha quedado en el uso común.

Quien reza así “se presenta a sí mismo ante Dios como ejemplo de virtud, si es que podemos decirlo así, al pedir a Dios, que está por encima de cualquier imitación, que le imite”, tal y como hacía notar, no sin asombro, San Máximo Confesor, un comentarista del siglo VII. Pero, ¿quién puede afirmar que ha llevado el perdón tan al extremo como para pedir a Dios que haga lo mismo? En cualquier otro lugar, la Biblia afirma la prioridad del perdón recibido sobre el perdón dado: “Como el Señor os ha perdonado, así también haced vosotros” (Colosenses 3, 13). El inmenso amor con el que Dios nos llena puede derramarse en las vidas de los demás a través del perdón que les ofrecemos.

Entonces, ¿por qué invierte el orden el Padrenuestro: primero nosotros y después Dios? Debemos entender las palabras al pie de la letra: “perdonar las deudas” literalmente significa hacerse pobre. Si el perdón implica cancelar las deudas, entonces es, ante todo, una pérdida.

En la Carta a los Colosenses, el perdón se expresa mediante una palabra que designa un don inmerecido y desbordante: “El Señor os ha mostrado su gracia”. La palabra que Jesús solía usar para hablar del perdón es pobre y banal. Significa “dejar”, como como cuando decimos “deja eso” o “déjalo correr”.

Al rezar “perdona nuestras deudas” estamos pidiendo a Dios que “deje correr” las deudas con las que cargamos, y que así “nos deje ir”, libres. Sabiéndonos pobres, pedimos a Dios que no nos reclame nada, ya que nada tenemos para darle.

No está en nuestra mano liberar nuestro pasado del daño que nos han hecho. También en eso somos pobres: no podemos dejar de sentir una y otra vez el dolor, a veces violento, del mal que nos ha sido infligido.

Al decir a Dios “como hemos perdonado a nuestros deudores” no es que estemos diciéndole con orgullo: “¿Ves con qué generosidad he perdonado?”. Tan sólo significa ir hacia Dios como hombres y mujeres pobres que ya no desean reclamar lo que se les debe.

Pues hay veces en que, en secreto, llevamos la cuentas de los errores cometidos hacia nosotros, de modo que, llegado el caso, podamos reclamar nuestros derechos por los daños, con intereses. Incluso cuando parece darnos cierta seguridad, esta práctica tan sólo nos paraliza. Para entrar en la libertad del perdón, tenemos que dejar atrás todo aquello que nos entristece.

¿Qué es lo que hace que el perdón me resulte difícil?

¿Hay cosas que no puedo dejar pasar? ¿Qué puedo hacer entonces?

¿Estoy preparado para hacerme pobre y encontrar la libertad y la alegría del perdón?

Fuente: Boletín de Taizé, febrero 2012

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