domingo, 27 de mayo de 2012
El odio no sirve. Fuente: Clarín
Frases textuales de Izzeldin Abuelaish
POR DANIEL VITTAR
La tragedia: "El mundo le pedía, le rogaba a Israel que frenara esta guerra contra los civiles (en 2009), y ellos no lo hicieron. Dos días después, la tragedia fue mostrada en los medios y Ehud Olmert, el primer ministro Israelí a quien yo conocía y quien me conocía desde 1994, me vio en la televisión e inmediatamente declaró el alto al fuego unilateral.
"Entonces, le dije a una de mis hijas, que estaba muy herida y era tratada en el hospital donde yo trabajaba: 'Las almas de tu hermanas y su sangre no fueron desperdiciadas, hicieron la diferencia en la vida de otros, salvaron la vida de otras personas. Estaría enojado si su muerte hubiera sido en vano, pero no lo fue.
"Todos mis amigos, mis colegas, gente que no conocía, cristianos, musulmanes, judíos, palestinos e israelíes, vinieron al hospital a darme apoyo, a mostrarme compasión y a decir lo que pensaban: no aceptamos esto.
"Cuando el gobierno israelí comenzó a justificar el ataque a mi casa, mis colegas israelíes escribieron una carta al ministro de defensa, pidiendo que dijeran la verdad y que se hicieran responsables de lo que había sucedido.
"Después de un mes, anunciaron que ellos eran responsables de bombardear mi casa. Fue gracias a mis amigos y eso me da la esperanza en esta oscuridad de que todavía queda buena gente en este mundo".
Palestinos e Israelíes: "Los palestinos e israelíes acumularon odio por su pasado, por su experiencia. Pero los palestinos y los israelíes no son iguales. Unos tienen los medios militares y los otros no, unos ocupan y los otros son ocupados, unos oprimen y los otros son oprimidos. Hay una diferencia absoluta, debemos diferenciarlos.
"Hay sufrimiento del lado israelí, pero no es comparable con el sufrimiento del lado palestino. Hay que encontrar las causas de ese sufrimiento, pensar cómo enfrentarlas y ponerles un fin.
"No se le enseña a alguien a odiar, es la exposición, el sufrimiento, lo que lleva al sentimiento de odio.
"El palestino es uno de los pueblos más resiliente (capacidad que tiene una persona o un grupo de recuperarse frente a la adversidad), y es hora de darles la esperanza de que se van a librar de esta ocupación, conseguir su libertad, la paz con todo lo que eso implica.
"Los palestinos no miran hacia atrás, están listos para seguir adelante. Nadie nace violento, ni se enseña a ser violento, la violencia es creada. No hay que culpar al otro por ser violento, esa es una forma de esquivar la responsabilidad, hay que analizar cuál es el motivo de esa violencia y hacer algo para solucionarlo, tomando responsabilidad no esquivándola".
Ocupación: "La única Nación en el mundo que es ocupada es Palestina. Hablamos de la civilización del siglo XXI, pero ¿es ésta la civilización?
El mundo nunca será libre mientras Palestina no lo sea. Para poder celebrar la libertad en el mundo hay que celebrar la libertad de los palestinos, de su opresión y también la libertad de los israelíes de su miedo y de su arrogancia.
"Nuestra vida como palestinos fue una guerra, siempre. Ningún palestino en ningún lugar está seguro. Pero eso me da esperanza, el sufrimiento que vivimos fue creado por otra gente.
"Entonces, ¿qué puedo hacer para tomar responsabilidad y no para aceptar esta situación? Y lo que hay que hacer es trabajar duro, educarse. La educación es el arma más importante para luchar con la injusticia.
"Es hora de que el pueblo israelí se despierte y hago algo, que no acepte más esta forma de vida y que pueda ver a los palestinos como sus vecinos.
"Esto también es responsabilidad de la comunidad internacional, porque las leyes internacionales le dan el derechos a quienes son ocupados de usar cualquier medio para librarse de quienes los ocupan, pero los palestinos no quieren pelear, no quieren matar, quieren poder vivir igual que todos".
El odio: "¿Voy a mantener vivas a mis hijas con odio? Mis hijas nunca odiaron.
"El odio no sirve porque cuando empezás a odiar a alguien, te volvés ciego, no sabés que hacer, es un veneno, perdés el control. Y, si quisiera odiar a alguien, ¿a quién debería odiar?
"Quisieron que me destruya con el odio, pero yo no les voy a dar la oportunidad. Los voy a vencer avanzando, hacia adelante, y vamos a ver cómo terminamos. Hay que juzgar a los hechos por cómo terminan no por cómo empiezan. Y no los voy a vencer con odio, es necesario sentirse enojado, con ira, pero de forma positiva, que sirva para trabajar más duro para no aceptar lo que pasó".
Primavera Arabe: "Los cambios que se están dando en los países árabes son un mensaje para todos lo líderes del mundo, incluso para los de los llamados países desarrollados.
"Es un mensaje para todos, la gente necesita líderes, no sólo políticos, sino también humanos. Que estén enfocados en los intereses de la gente, en los desempleados, los enfermos, los estudiantes, que produzcan un cambio en sus vidas; y no que sólo piensen en ser reelectos y en estar en el poder.
"Que sepan que la gente los está mirando y los puede echar cuando quiera, deben hacer algo por la justicia de este mundo.
"Los pueblos árabes se despertaron y esto demuestra también que ningún régimen militar dura para siempre, que son gobiernos débiles e inestables. Sólo se mantienen por el miedo, pero la gente ya no tiene miedo".
Elegir entre odiar y no odiar - Fuente: Clarín
Perdió tres hijas en un ataque israelí y ahora es un activista por la paz - POR DANIEL VITTAR
Trabajaba para un hospital israelí cuando bombardearon su casa. Dice que el odio no sirve porque ciega.
El doctor Izzeldin Abuelaish mira de frente cuando habla. Con vehemencia y convicción reclama paz y libertad para Palestina, pero sus ojos negros se apagan y se llenan de lágrimas cuando habla de la tragedia que le arrebató a tres hijas adolescentes. Ni aún así baja la mirada; no tiene pudor en mostrar sus lagrimas. En una entrevista exclusiva con Clarín , de visita en Buenos Aires, responde cada pregunta con una sentencia. Frases fuertes y planteos intensos.
“Mi vida es una tragedia, nací y me crié en un campo de refugiados” , la primera. “Toda mi vida sufrí, fui oprimido, humillado, intimidado, demolieron mi casa”, sigue. “Como palestino luché para sobrevivir, sólo para poder vivir, sin estar seguro sobre el mañana”, otra. Luego se detiene, piensa, y resume: “ La gente esperaba que odiara, es verdad, a lo mejor tengo el derecho a odiar, pero tenemos la opción de elegir entre odiar y no odia r”.
Abuelaish creció hacinado en el campo de refugiados Jabalia, donde había ido a parar su familia desarraigada. Sólo con su voluntad a cuesta lo dejó un día para estudiar medicina en El Cairo. Después se especializó en ginecología y obstetricia en universidades israelíes, italianas y británicas. Trabajó en hospitales de Israel, curando y ayudando a nacer a chicos israelíes y árabes. Formó una familia numerosa, de ocho hijos. Cuando la vida comenzaba a compensarlo, cuando desde la Universidad canadiense de Toronto lo contrataban para dar clases de medicina, todo se desmoronó. Entre diciembre de 2008 y enero de 2009 Israel lanzó la Operación Plomo Fundido sobre Gaza, destinada a destruir la infraestructura militar de Hamas. La ofensiva por tierra, aire y mar fue brutal, y las principales víctimas fueron civiles. “Yo estaba en mi casa con mis hijas el sábado 27 de diciembre, preparando las cosas para irme de vuelta al día siguiente al hospital israelí, cuando se cerraron todos las fronteras y cercaron la Franja de Gaza. Así que me quedé allí hasta el 16 de enero de 2009 a las 16.45, cuando ocurrió el bombardeo”, relata con precisión brutal, y se calla. El espacio en blanco lo llena la historia: una bomba cayó sobre la habitación en la que se encontraban sus hijos y una sobrina.
Bessan, Aya y Mayar murieron despedazadas por el estallido . Abuelaish, conmocionado, dejó las hijas muertas y se llevó a los heridos al hospital donde trabajaba. Llamó a un amigo periodista que trabajaba en un canal de Tel Aviv para contar lo que estaba pasando y pedir que detuvieran el ataque. El periodista puso el altavoz al aire. “ Allí se escucharon mi llanto y mis gritos ”, cuenta, conteniendo el recuerdo. El prestigio de Abuelaish y la presión de los amigos llegaron a las autoridades israelíes. El ataque se detuvo.
“S entí bronca, enojo, pero la vida me enseñó a seguir adelante . Recuerdo a mis hijas y siento que hablo con ellas, me dan energía. El odio no sirve porque cuando empezás a odiar a alguien, te volvés ciego, no sabés que hacer, es un veneno, perdés el control”, dice el médico palestino. Y sigue: “ Mis hijas nunca odiaron , si quiero hacer justicia por ellas, tengo que mandarles bendiciones y oraciones, que sepan que ellas son recordadas, que estoy difundiendo su mensaje”.
La tragedia y el dolor convirtieron a Abuelaish en un activista por la paz, en un defensor de la reconciliación. En su boca, los reclamos suenan diferentes: “Los palestinos –explica– están sedientos, hambrientos de paz, pero ¿qué es paz? Paz es vida, no sólo una palabra abstracta.
Paz es libertad, justicia. La paz es algo que disfrutamos, tocamos, vivimos.
Nadie nace violento, ni se enseña a ser violento, la violencia es creada. No hay que culpar al otro por ser violento, esa es una forma de esquivar la responsabilidad. Cuando hablamos de paz con alguien que desea paz es doloroso, como si habláramos de comida con alguien que está hambriento. La paz no es buena sólo para los palestinos, es para todos”, argumenta. “Para poder celebrar la libertad en el mundo hay que celebrar la libertad de los palestinos, de su opresión, y también la libertad de los israelíes de su miedo y de su arrogancia”.
Abuelaish ahora vive en Toronto, con el resto de su familia. Para ahuyentar fantasmas escribió un libro que tituló “No voy a odiar” . “No es un mensaje para culpar a alguien, es un mensaje para que la gente sepa la verdad y que piensen qué se puede hacer para marcar la diferencia”, dice, gesticulando con sus manos que dan vida. Mirando de frente.
sábado, 26 de mayo de 2012
SE PUEDE PERDONAR - Diego Fares sj
CELEBRAMOS PENTECOSTÉS, 50 DÍAS DESPUÉS DE LA PASCUA
Leyendo a Guardini, lo que dice del Espíritu Santo al final de su libro “El Señor”, me quedé gustando un enfoque suyo nuevo para mí.
Guardini dice algo así como que “hay una forma nueva de ser en el mundo que se suscita gracias a Jesús y que el Espíritu vuelve posible”.
Jesús, con su manera de ser, mostró que es posible amar al prójimo como a uno mismo. Abrió en el corazón de los hombres el deseo de ser así, como Él. Y al mismo tiempo, como bien mostraban los discípulos cada vez que le preguntaban a Jesús cómo podía ser posible una manera de vivir así, tan abierta y generosa, tan radical, Jesús se ocupó de dejar bien claro que “para los hombres, esto es imposible”. Pues bien: el Espíritu hace posible esta manera de vivir en cristiano. ¿Y cuál es la nueva manera de entender esto, de la que hablaba? Que se puede entender no en clave de un deber sino de una posibilidad.
Tomemos el ejemplo del perdón de los pecados. Jesús dice “Reciban el Espíritu Santo”, e inmediatamente agrega: “los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen”.
A veces uno pone el acento en “yo, si soy cristiano, tengo que perdonar”. Y mucha gente se sincera y dice: “Padre, no puedo perdonar”. Desde la perspectiva de hoy no sólo no está mal “sentir esta imposibilidad” sino que es lo más cristiano: “Desearía perdonar y constato que no puedo y, en vez de angustiarme, recibo en este lugar de mi corazón la ayuda del Espíritu Santo”.
Jesús reafirma este deseo de perdonar, que él mismo sembró en el corazón del mundo y reafirma también que es imposible para el hombre realizarlo.
Aquí es donde radica toda su obra, que consiste en “enviar el Espíritu Santo para el perdón de los pecados”. El Espíritu es el que hace posible el perdón.
¿Qué quiere decir uno cuando dice: “no puedo perdonar”?. Quiere decir: lo deseo pero luego, en la práctica, veo que no es posible en plenitud. Muchas veces el rencor se vuelve a apoderar de la situación. El enojo del otro o mi herida se reabren y se produce de nuevo un alejamiento o una ruptura, o queda algo de distancia… Las relaciones se enfriaron de tal manera que no es posible restablecer un trato cálido, volver a confiar. El perdón es a veces un buen deseo y hay momentos en los que, realmente, se da un paso adelante: se vuelve a charlar, se explican las cosas, hay más comprensión del problema…, pero pareciera que siempre queda un sentimiento de fondo de que las cosas nunca volverán a ser como antes. Humanamente la realidad de la vida va por este lado. Hay infinitos matices en cada intento de reconstruir lo que el pecado rompió. Infinitos matices que lo que logran, en muchos casos, es volver más visible el jarrón que se rompió y no se puede volver a recomponer sin marcas y parches.
Ahora bien: eso es justamente lo que Jesús discierne como el problema más hondo del ser humano y allí envía al Remedio Santo: el Espíritu que hace posible perdonar y vivir en este ámbito suyo que es el del perdón.
Cuando uno perdona (como puede, con los sentimientos que le salen y las palabras que logra expresar, con todos sus miedos y peros…), cuando uno perdona, el Espíritu perdona.
El Espíritu perdona de manera tal que se hace realidad lo que expresa el hermosísimo himno gregoriano: el Espíritu “lava lo que el pecado manchó, riega la tierra que quedó árida e infecunda, sana las heridas (las famosas “heridas”, objeto de tantas dinámicas de introspección… el Espíritu es capaz de sanarlas para siempre, de convertir lo que supura en cicatriz, sana y gloriosa, señal de que se luchó y se recibieron golpes, pero ya no son más algo que infecta el presente y empaña el futuro). El Espíritu flexibiliza posturas rígidas, posiciones tomadas, y vuelve posible dialogar de nuevo. Y si se ha perdido el deseo y el fervor, Él calienta lo que está frío. Y si se ha errado malamente el camino, el Espíritu endereza los senderos del que está extraviado y encamina de nuevo las cosas por el buen camino. ¡Es tan verdad que “sin su ayuda no hay nada en el hombre, nada que sea bueno!”. Pero con ella, con su gracia, todo se transforma: el cansancio se pasa, hay consuelo para el llanto y alivio en el sufrimiento.
Ese es el mensaje, esa es la Buena Nueva de Pentecostés: no es que se deba perdonar, es que se puede! Se puede perdonar porque hay Alguien que inmediatamente repara todo y consolida el nuevo espacio del perdón –ofrecido y aceptado- y crea las posibilidades para comenzar de nuevo.
La Iglesia vive del Perdón. Es comunidad de gente que se confiesa sus pecados y recibe constantemente la gracia del perdón personal. Gracia que la lleva a aceptar a los demás como perdonados también y a perdonar en la medida que le toca y le corresponde hacerlo personalmente.
Se puede perdonar porque, cuando entre dos o más se perdonan o abren un ámbito de relaciones en las que está incluida la posibilidad del perdón, Jesús y el Padre envían allí al Espíritu que consolida ese espacio y lo hace vivible con paz y alegría.
Se puede perdonar, es más, perdonar se vuelve una tarea específicamente cristiana, porque hay una Persona de la Santísima Trinidad abocada íntegramente a propiciar y a bendecir esta actitud cristiana.
El Espíritu se derrama abundantemente sobre aquellos que perdonan, que piden perdón, que se abren siempre más a perdonar y que se animan a crear instituciones donde el perdón es la moneda corriente.
Allí donde sentimos la necesidad del perdón –de recibirlo y de darlo- invocamos al Espíritu.
Perdonar con el corazón
es dar lo que se recibió en misericordia.
Es soltar las amarras de un rencor que está en la borda.
Es sazonar con la sal del perdón, no con la hiel de la discordia.
es dar lo que se recibió en misericordia.
Es soltar las amarras de un rencor que está en la borda.
Es sazonar con la sal del perdón, no con la hiel de la discordia.
Perdonar con el corazón
es dejar de alimentar el recuerdo que devora.
Es no prestarse al Tentador que nuestra paz se roba.
Es someterse a la justicia mayor de una cruz que se enarbola.
es dejar de alimentar el recuerdo que devora.
Es no prestarse al Tentador que nuestra paz se roba.
Es someterse a la justicia mayor de una cruz que se enarbola.
Perdonar con el corazón
es sosegar una pasión que al despertar se vuelve loca.
Es elegir una razón amiga, a mil razones, que al alma dejan sola.
Es ponerse las gafas de lejos, cuando todas las demás se quedan cortas.
es sosegar una pasión que al despertar se vuelve loca.
Es elegir una razón amiga, a mil razones, que al alma dejan sola.
Es ponerse las gafas de lejos, cuando todas las demás se quedan cortas.
Perdonar con el corazón
es contener las aguas de una herida que crece y se desborda.
Es dar alivio a una fiebre que sube y no se corta.
Es encontrar camino en un monte que nos pierde y aprisiona.
es contener las aguas de una herida que crece y se desborda.
Es dar alivio a una fiebre que sube y no se corta.
Es encontrar camino en un monte que nos pierde y aprisiona.
Perdonar con el corazón
es olvidar dónde quedaron las cuentas más deudoras.
Es no perder la riqueza del don que se atesora.
Es recordar las tantas veces en que uno, y en lo mismo, se equivoca.
es olvidar dónde quedaron las cuentas más deudoras.
Es no perder la riqueza del don que se atesora.
Es recordar las tantas veces en que uno, y en lo mismo, se equivoca.
Perdonar con el corazón
es tender puentes donde otros tiran bombas.
Es poner un gesto nuevo y no la hipócrita crema que revoca.
Es romper el eco a la violencia, derribando los muros en que choca.
es tender puentes donde otros tiran bombas.
Es poner un gesto nuevo y no la hipócrita crema que revoca.
Es romper el eco a la violencia, derribando los muros en que choca.
Perdonar con el corazón
es alabar a Dios, que a las puertas de su casa se coloca,
y de un solo pródigo que asome,
con su inmensa alegría de Padre, la alborota.
es alabar a Dios, que a las puertas de su casa se coloca,
y de un solo pródigo que asome,
con su inmensa alegría de Padre, la alborota.
Javier Albisu sj
viernes, 25 de mayo de 2012
LA PATRIA (Fragmento)
"Se nace en cualquier parte.
Es el misterio - es el primer misterio inapelable-,
pero se ama una tierra como propia
y se quiere volver a sus entrañas.
Allí donde partir es imposible,
donde permanecer es necesario,
donde el barro es más fuerte
que el deseo de seguir caminando,
donde las manos caen bruscamente
y estar arrodillado es el descanso,
donde se mira al cielo con soberbia
desesperada y áspera,
donde nunca se está del todo solo,
donde cualquier umbral es la morada.
Donde se quiere arar. Y dar un hijo.
Y se quiere morir, está la Patria."
Julia Prilutzky Farny
Es el misterio - es el primer misterio inapelable-,
pero se ama una tierra como propia
y se quiere volver a sus entrañas.
Allí donde partir es imposible,
donde permanecer es necesario,
donde el barro es más fuerte
que el deseo de seguir caminando,
donde las manos caen bruscamente
y estar arrodillado es el descanso,
donde se mira al cielo con soberbia
desesperada y áspera,
donde nunca se está del todo solo,
donde cualquier umbral es la morada.
Donde se quiere arar. Y dar un hijo.
Y se quiere morir, está la Patria."
Julia Prilutzky Farny
martes, 22 de mayo de 2012
lunes, 21 de mayo de 2012
Manifiesto
Manifiesto de Barcelona por la paz - Fundación Carta de la Paz dirigida a la ONU
Somos conscientes de:
a. La difícil encrucijada en la que se halla la humanidad
b. La injusticia social que padecen millones de seres humanos
c. La intolerancia que provoca una multitud de víctimas
d. Las guerras que hieren el mundo
e. La fragilidad de la democracia
f. La devastación del medio ambiente
g. La indignación de muchas ciudadanas y ciudadanos
Y manifestamos que:
1. La paz no es un regalo; es un valor que se construye día a día.
2. El ser humano es capaz de hacer el mal, pero también el bien.
3. Cualquier persona está llamada a ser un agente de paz. La pacifi¬cación del mundo depende de todos. Nadie está exento de esta tarea.
4. Los acontecimientos del pasado han configurado nuestro presente.
5. No somos responsables de lo que acaeció en el pasado. Sin embar¬go, el futuro no está escrito. En gran parte, depende de nosotros.
6. La historia es una fuente de aprendizaje. Es un deber transmitirla con rigor y con la máxima objetividad. Rememorar el pasado cons¬tituye un deber.
7. No podemos olvidar a las víctimas del pasado. Su sufrimiento nos interpela y exige actuar de un modo eficiente y eficaz para evitar la reiteración del mal.
8. Las decisiones del presente afectan a los contemporáneos, pero también a las generaciones venideras. Somos responsables de edi¬ficar un mundo en paz, justo y fraterno y confiamos en el talento compartido y en la fuerza colectiva para conseguirlo.
9. La violencia genera más violencia. El verdadero antídoto a la vio¬lencia es la justicia y el ejercicio de la reconciliación.
10. El desarme integral, material y espiritual, es condición ineludible para la paz.
11. Cualquier decisión en el ámbito local tiene sus efectos en el mundo global. Todo es interdependiente. Existe una solidaridad fundamental. Debemos tener consciencia de ello y potenciarla.
12. La diversidad es un bien necesario a proteger y amar. Todo ser humano tiene derecho a vivir en el marco de su(s) identidad(es), pero las identidades no son universos cerrados.
13. Lo que nos une es más profundo que lo que nos separa. No podemos perderlo de vista y tenemos que fomentar la fraternidad universal.
14. En la indignación hay un indicio de esperanza; pero el futuro requiere del compromiso libre de todas y todos.
15. La democracia, tal y como la conocemos, tiene que dar un salto cualitativo. La transparencia y la participación tienen que ser sus fundamentos.
16. La paz es el fruto de la libertad, la equidad y la solidaridad.
Por ello, llamamos a:
a. A todas las ciudadanas y ciudadanos, para que tomen consciencia que cada uno es un agente de paz y que la paz es la condición para la plenitud del ser humano.
b. A las instituciones educativas, formales y no formales, porque tienen la responsabilidad de educar en la cultura de paz y potenciar la resolución pacífica de conflictos.
c. A las universidades y a los centros de investigación, porque, junto con la sociedad civil organizada, busquen vías plausibles e inteligen¬tes para pacificar el mundo.
d. A los medios de comunicación social, porque son la ventana del mundo. A través de ellos contemplamos la realidad. Tienen la gran responsabilidad de presentar lo que ocurre con fidelidad y rigor y promover la paz.
e. A los gobernantes, porque el mejor modo de construir el futuro es trabajar para el bien de los presentes.
Somos conscientes de:
a. La difícil encrucijada en la que se halla la humanidad
b. La injusticia social que padecen millones de seres humanos
c. La intolerancia que provoca una multitud de víctimas
d. Las guerras que hieren el mundo
e. La fragilidad de la democracia
f. La devastación del medio ambiente
g. La indignación de muchas ciudadanas y ciudadanos
Y manifestamos que:
1. La paz no es un regalo; es un valor que se construye día a día.
2. El ser humano es capaz de hacer el mal, pero también el bien.
3. Cualquier persona está llamada a ser un agente de paz. La pacifi¬cación del mundo depende de todos. Nadie está exento de esta tarea.
4. Los acontecimientos del pasado han configurado nuestro presente.
5. No somos responsables de lo que acaeció en el pasado. Sin embar¬go, el futuro no está escrito. En gran parte, depende de nosotros.
6. La historia es una fuente de aprendizaje. Es un deber transmitirla con rigor y con la máxima objetividad. Rememorar el pasado cons¬tituye un deber.
7. No podemos olvidar a las víctimas del pasado. Su sufrimiento nos interpela y exige actuar de un modo eficiente y eficaz para evitar la reiteración del mal.
8. Las decisiones del presente afectan a los contemporáneos, pero también a las generaciones venideras. Somos responsables de edi¬ficar un mundo en paz, justo y fraterno y confiamos en el talento compartido y en la fuerza colectiva para conseguirlo.
9. La violencia genera más violencia. El verdadero antídoto a la vio¬lencia es la justicia y el ejercicio de la reconciliación.
10. El desarme integral, material y espiritual, es condición ineludible para la paz.
11. Cualquier decisión en el ámbito local tiene sus efectos en el mundo global. Todo es interdependiente. Existe una solidaridad fundamental. Debemos tener consciencia de ello y potenciarla.
12. La diversidad es un bien necesario a proteger y amar. Todo ser humano tiene derecho a vivir en el marco de su(s) identidad(es), pero las identidades no son universos cerrados.
13. Lo que nos une es más profundo que lo que nos separa. No podemos perderlo de vista y tenemos que fomentar la fraternidad universal.
14. En la indignación hay un indicio de esperanza; pero el futuro requiere del compromiso libre de todas y todos.
15. La democracia, tal y como la conocemos, tiene que dar un salto cualitativo. La transparencia y la participación tienen que ser sus fundamentos.
16. La paz es el fruto de la libertad, la equidad y la solidaridad.
Por ello, llamamos a:
a. A todas las ciudadanas y ciudadanos, para que tomen consciencia que cada uno es un agente de paz y que la paz es la condición para la plenitud del ser humano.
b. A las instituciones educativas, formales y no formales, porque tienen la responsabilidad de educar en la cultura de paz y potenciar la resolución pacífica de conflictos.
c. A las universidades y a los centros de investigación, porque, junto con la sociedad civil organizada, busquen vías plausibles e inteligen¬tes para pacificar el mundo.
d. A los medios de comunicación social, porque son la ventana del mundo. A través de ellos contemplamos la realidad. Tienen la gran responsabilidad de presentar lo que ocurre con fidelidad y rigor y promover la paz.
e. A los gobernantes, porque el mejor modo de construir el futuro es trabajar para el bien de los presentes.
Aprender el Buen Vivir
"Mi percepción a medida que envejezco es que no hay años malos. Hay años de fuertes aprendizajes y otros que son como un recreo, pero malos no son.
Creo firmemente que la forma en que se debería evaluar un año tendría más que ver con cuánto fuimos capaces de amar, de perdonar, de reír, de aprender cosas nuevas, de haber desafiado nuestros egos y nuestros apegos.
Por eso, no debiéramos tenerle miedo al sufrimiento ni al tan temido fracaso, porque ambos son sólo instancias de aprendizaje.
Nos cuesta mucho entender que la vida y el cómo vivirla depende de nosotros, el cómo enganchamos con las cosas que no queremos, depende sólo del cultivo de la voluntad. Si no me gusta la vida que tengo, deberé desarrollar las estrategias para cambiarla, pero está en mi voluntad el poder hacerlo. “Ser feliz es una decisión”, no nos olvidemos de eso.
Entonces, con estos criterios me preguntaba qué tenía que hacer yo para poder construir un buen año porque todos estamos en el camino de aprender todos los días a ser mejores y de entender que a esta vida vinimos a tres cosas:
-a aprender a amar
-a dejar huella
-a ser felices
En esas tres cosas debiéramos trabajar todos los días, el tema es cómo y
creo que hay tres factores que ayudan en estos puntos:
-Aprender a amar la responsabilidad como una instancia de crecimiento. El
trabajo sea remunerado o no, dignifica el alma y el espíritu y nos hace
bien en nuestra salud mental. Ahora el significado del cansancio es visto
como algo negativo de lo cual debemos deshacernos y no cómo el privilegio
de estar cansados porque eso significa que estamos entregando lo mejor de nosotros. A esta tierra vinimos a cansarnos,....... para dormir tenemos siglos después.
-Valorar la libertad como una forma de vencerme a mí mismo y entender que ser libre no es hacer lo que yo quiero. Quizás deberíamos ejercer nuestra libertad haciendo lo que debemos con placer y decir que estamos felizmente agotados y así poder amar más y mejor.
-El tercer y último punto a cultivar es el desarrollo de la fuerza de
voluntad, ese maravilloso talento de poder esperar, de postergar
gratificaciones inmediatas en pos de cosas mejores (...)
Si logramos trabajar en estos puntos y yo me comprometo a intentarlo habremos decretado ser felices, lo cual no nos exime de los problemas, pero nos hace entender que la única diferencia entre alguien feliz o no, no tiene que ver con los problemas que tengamos sino que con la ACTITUD con la cual enfrentemos lo que nos toca.
Dicen que las alegrías, cuando se comparten, se agrandan.
Y que en cambio, con las penas pasa al revés. Se achican.
Tal vez lo que sucede, es que al compartir, lo que se dilata es el corazón.
Y un corazón dilatado está mejor capacitado para gozar de las alegrías y mejor defendido para que las penas no nos lastimen por dentro.
MAMERTO MENAPACE monje benedictino y escritor
Creo firmemente que la forma en que se debería evaluar un año tendría más que ver con cuánto fuimos capaces de amar, de perdonar, de reír, de aprender cosas nuevas, de haber desafiado nuestros egos y nuestros apegos.
Por eso, no debiéramos tenerle miedo al sufrimiento ni al tan temido fracaso, porque ambos son sólo instancias de aprendizaje.
Nos cuesta mucho entender que la vida y el cómo vivirla depende de nosotros, el cómo enganchamos con las cosas que no queremos, depende sólo del cultivo de la voluntad. Si no me gusta la vida que tengo, deberé desarrollar las estrategias para cambiarla, pero está en mi voluntad el poder hacerlo. “Ser feliz es una decisión”, no nos olvidemos de eso.
Entonces, con estos criterios me preguntaba qué tenía que hacer yo para poder construir un buen año porque todos estamos en el camino de aprender todos los días a ser mejores y de entender que a esta vida vinimos a tres cosas:
-a aprender a amar
-a dejar huella
-a ser felices
En esas tres cosas debiéramos trabajar todos los días, el tema es cómo y
creo que hay tres factores que ayudan en estos puntos:
-Aprender a amar la responsabilidad como una instancia de crecimiento. El
trabajo sea remunerado o no, dignifica el alma y el espíritu y nos hace
bien en nuestra salud mental. Ahora el significado del cansancio es visto
como algo negativo de lo cual debemos deshacernos y no cómo el privilegio
de estar cansados porque eso significa que estamos entregando lo mejor de nosotros. A esta tierra vinimos a cansarnos,....... para dormir tenemos siglos después.
-Valorar la libertad como una forma de vencerme a mí mismo y entender que ser libre no es hacer lo que yo quiero. Quizás deberíamos ejercer nuestra libertad haciendo lo que debemos con placer y decir que estamos felizmente agotados y así poder amar más y mejor.
-El tercer y último punto a cultivar es el desarrollo de la fuerza de
voluntad, ese maravilloso talento de poder esperar, de postergar
gratificaciones inmediatas en pos de cosas mejores (...)
Si logramos trabajar en estos puntos y yo me comprometo a intentarlo habremos decretado ser felices, lo cual no nos exime de los problemas, pero nos hace entender que la única diferencia entre alguien feliz o no, no tiene que ver con los problemas que tengamos sino que con la ACTITUD con la cual enfrentemos lo que nos toca.
Dicen que las alegrías, cuando se comparten, se agrandan.
Y que en cambio, con las penas pasa al revés. Se achican.
Tal vez lo que sucede, es que al compartir, lo que se dilata es el corazón.
Y un corazón dilatado está mejor capacitado para gozar de las alegrías y mejor defendido para que las penas no nos lastimen por dentro.
MAMERTO MENAPACE monje benedictino y escritor
sábado, 19 de mayo de 2012
El sombrero blanco - Perla Díaz Velasco
El sonido
incesante del tren, ensordecedor y repetitivo me arrullaba. Llega un momento en
que uno deja de escuchar cuando hay tanto ruido, hasta que se nulifica y se
convierte en una música de fondo…Durante la primera parte de la travesía
estuve solo, fueron 6 horas en las que dormí a pierna suelta; sé que ronco
porque yo mismo me he despertado, entonces estar solo me dio la confianza de
dormir sin penas y sin sobresaltos. Estaba cansado. Las dos semanas anteriores
las había pasado en misiones en Veracruz, que se había inundado por un huracán;
como sacerdote, pude haberme quedado con mi labor de confesión únicamente, pero
no soy una persona que se pueda quedar sentado, así que estuve ayudando, dando
un par de brazos, todavía fuertes, y eso, a mi edad, ya cansa.Pasada la crisis, iba de regreso, y la
verdad sea dicha, fue una bendición estar solo en ese pequeño cuarto que servía
de camarote para los viajeros fatigados. Entre sueño y sueño pensaba si las
casualidades pueden nutrir nuestras vidas, y si todo eso era a lo que,
obstinadamente, llamábamos Dios. Y por lo tanto, si mi propia vida tenía el
sentido que yo insistía en darle.En la llegada a Puebla mi descanso se vio
interrumpido. Un anciano se asomó por la ventana interior del ferrocarril, me
miró con recelo y luego entró sin llamar.
-Buen día- dijo con voz ronca.
-Buen día- contesté yo, enderezándome a
mi pesar.
El hombre vestía con un traje que
evidenciaba su posición social. El sombrero blanco que llevaba, calculé, podía
costar más que todo lo que yo pudiera traer conmigo.
Se sentó colocando el sombrero a un lado,
me miró de frente y noté cierto reto en sus ojos.
-¿Va a México?
-Sí- dije.
-Yo también. Es sacerdote.- afirmó.
-Sí- contesté sin darle importancia al
tono de su voz. Me miró de arriba abajo y desvió su mirada hacia el paisaje que
pasaba veloz atrás de la ventana. Así pasaron dos horas de incómodo silencio,
hasta que el anciano volvió a dirigirme la palabra.
-Yo soy general.
-¡Ah!- exclamé sin inmutarme. Silencio
nuevamente, luego clavó sus ojos en los míos.
-Fui general en tiempos de Calles…
Comprendí en ese momento la situación.
Era un general que luchó contra los Cristeros; estaba sentado frente a un
asesino de sacerdotes.
Sentí cómo se me crispó la quijada y fui
yo el que desvió esta vez la mirada hacia la ventana.
Otra hora de silencio, cada segundo más
incómodo.
-¿Y… duerme tranquilo?- rompí el
silencio. El hombre me miró sorprendido.
-No soy un asesino…
-¿No?- le contesté incrédulo y sin ironía
en mi voz.
-¡No!- repuso tajante- sólo he cumplido
con el papel que me fue impuesto.
-Y que usted aceptó.
-Alguien debía hacerlo; y lo hice lo
mejor que pude.
En ese momento noté que el anciano,
aunque de manera recia, trataba de justificar sus propias acciones; me pregunté
si influía en algo mi profesión.
-Comencé muy joven- empezó a narrar, no
estoy seguro si para mí o para sí mismo, pues rara vez me miró a lo largo del
resto del viaje. Hablaba por pausas, dejando silencios de minutos, y en
ocasiones hasta de horas entre comentario y comentario.
-Nací en un pueblo donde la religión es
parte fundamental de la vida, tenía tres tíos sacerdotes y cuatro religiosas.
Ahí se mama la fe en Dios, no es que la gente se pregunte nada; se nace con
ella.
¿Estaba diciéndome que él creía en Dios?
Me pregunté en silencio.
-Mis padres me dieron estudios, y cuando
hubo que poner orden, no fue difícil conseguir un buen lugar en el gobierno;
luego, las cosas comenzaron a ponerse feas. Calles no se andaba con tarugadas,
había que hacer que las cosas anduvieran derechas, y yo estaba ahí, no había
para dónde hacerse. Además, los hijos de puta que mandaban de la capital, esos
si no tenían madre, hubiera sido peor, mucho peor.
El hombre estaba hundido en sus
recuerdos.
-Sí, es cierto, hubieron cosas,
encrucijadas, un chingo de muertos, todos esos que cada noche, al cerrar los
ojos, me acompañan.
-Muchas veces me pregunté por qué Dios me
puso ahí, soy un hombre fuerte, pero jamás pensé que tuviera que derramar a mi
propia sangre por cumplir…
-“No hay autoridad que no venga de Dios”-
pensé en voz alta, él me miró con brillo en los ojos y dijo con presteza.
-Romanos 13, 1. “No tendrías ningún poder
sobre mí si no lo hubieras recibido de lo alto” Juan 19, 11.
Me pregunté cuántos años habría buscado
en la Biblia
la manera de justificar sus actos y sus decisiones.
-Muchas veces arriesgué todo, hasta los
huevos- rió- ¿y sabe qué me salvó?
Lo miré interrogante. Él palmeó el
sombrero que tenía al lado.
-¿El sombrero?- dije sorprendido.
-Las cosas no son lo que aparentan; este
sombrero blanco fue mi salvo conducto en las balaceras. Al frente de todos los
regimientos que venían de la capital fui siempre yo. Pero me pregunto, ¿no
todos somos hijos de Dios?, ¿entonces?, ¿qué es más pecado?, ¿matar a tu sangre
o derramar sangre desconocida?
Reconocí el camino de llegada a la
capital, como hacía un rato que estaba callado, me levanté tratando de respetar
sus pensamientos, fui a orinar. Al regresar el hombre parecía dormitar.
Llegamos a la terminal. Entonces me
atreví a tocarle el hombro.
-Ya llegamos. ¿No va a bajar?
Él cayó hacia un lado. En silencio, lo
recosté, cerré completamente sus ojos y le di la extremaunción.
Esa noche, en la soledad de mi cuarto
comprendí que no había casualidades. Dios unió a ese general conmigo, para
darnos una respuesta a ambos, para abrir nuestro camino hacia la luz.
Perla Díaz Velasco - México DF, México.
Fuente: Servicios
Koinonía
RELEYENDO...
LA OTRA JUSTICIA - José Arregui
La justicia de la victoria o la victoria de la justicia. He ahí la opción inexcusable. Sí, ya sé que nada es tan sencillo, y que todo es como es.
Pero hay un momento en que se nos ha de caer el velo de los ojos, como se le cayeron a Tobit las escamas de sus lagrimales en Caserín, cerca de Nínive, en el norte de Irak, cuando su hijo Tobías le aplicó el remedio de Rafael, el ángel curador.
También se le cayeron a Pablo el perseguidor: iba de Jerusalén a Damasco, cegado por la ira, llevando consigo cartas del sumo sacerdote para detener y encarcelar discípulos de Jesús, y de pronto la luz le inundó el alma y se le abrieron los ojos y empezó a mirar con misericordia.
De repente, como a Saulo, nos envuelve un resplandor del cielo y caemos a tierra, esta tierra santa y sufriente que somos, la misma Tierra de todos, y escuchamos nuestro nombre pronunciado con misericordia, y se nos abren los ojos a la misericordia.
La justicia del poder o el poder de la justicia. La justicia de los vencedores o la justicia para los vencidos. Apenas se conoce, en los anales de la historia universal, que se haya aplicado con los vencidos otra justicia que no sea la de los vencedores.
Los vencedores ponen las leyes y nombran los jueces; y hacen la pantomima, y convocan a juicio a los vencidos, pero siempre como reos; nunca se ha visto a los vencedores sentarse como reos. La sentencia ya está dictada de antemano. ¡Cómo se parecen “vencer” y “vengar”! Pues no, esa justicia no.
Esa justicia es ciega, ciega de poder y de impiedad. Y, por mucho que digan y por mucho que desde antiguo se haya representado a la justicia con una venda en los ojos, la justicia no puede ser ciega, no al menos de poder y de impiedad.
La victoria de la justicia no significa que los vencidos se vuelvan vencedores. Cambiarían las tornas, trocarían sus puestos el juez y el reo, pero el poder seguiría dictando su justicia ciega e inmisericorde.
La tierra común seguiría siendo rasgada y hendida, de seísmo en seísmo, de réplica en réplica, de venganza en venganza, por la ley y la justicia del más fuerte. No sé por qué se la llama “la ley de la selva”, pues la selva no conoce la venganza.
Claro que la vida en la selva es dura: unos vivientes viven de otros, y el fuerte devora al débil. Así es también en el riachuelo Narrondo, por más que nos duela: los vecinos nos alegramos mucho hace unos días, cuando, después de una prolongada desaparición que ya nos tenía inquietos, el pato hembra con su plumaje rojizo apareció por fin, seguido de catorce pollitos negros. Pero hoy no veo a los pollitos con su madre, y me temo lo peor.
Así es la vida, amasada de muerte, una muerte sembrada de vida. Pero en la selva no hay odio. En nuestro humilde riachuelo de Arroa no hay venganza.
El odio y la venganza son un distintivo de la humanidad. Un patrimonio cruel y exclusivo del que ni siquiera somos dueños, sino esclavos, y que de pronto se apodera de nosotros y nos arrastra como un tsunami, como un terrible terremoto sin control.
Hace mucho tiempo, 1.800 años antes de Cristo, el código de Hammurabi –un rey babilonio, es decir, iraquí– quiso poner freno al furor desatado de la venganza, y ordenó: la venganza no ha de provocar más daño del recibido. Mucho más tarde, inspirándose en Hammurabi, la Biblia declaró: “Ojo por ojo, diente por diente”, y el Derecho Romano lo llamó “ley del talión”.
Esta ley, en su tiempo, supuso un gran paso adelante, porque impedía arrancar los dos ojos a quien te había arrancado solamente uno: a “tal” daño, “tal” venganza, la misma que el daño, no más.
Pero eso fue antes, porque luego volvimos atrás y se impuso de nuevo, hasta nuestros días, la vieja ley anterior a Roma, anterior a la Biblia, anterior a Hammurabi, ajena a la selva: si te arrancan un ojo, arranca tú los dos, si puedes. Y, si puedes, arranca los ojos de todos tus enemigos, no sea que alguien se envalentone y lo vuelva a intentar.
Así vamos, y seguimos presumiendo de mundo desarrollado y de derechos humanos. Es lo que es, dirán algunos. Hay lo que hay. Quedé pasmado la semana pasada, al leer unas declaraciones del prestigioso psiquiatra Luis Rojas Marcos, tras el asesinato de Bin Laden por Barack Obama: “La venganza es un sentimiento muy humano”, decía. Claro que sí: odiar es muy humano, robar es muy humano, mentir y matar es muy humano, y es muy humano violar a una bella joven de 20 años. ¿O no?
La venganza y el odio no son, afortunadamente, el único patrimonio, pero hay que elegir. La justicia de la venganza o la justicia de la piedad. He ahí la opción. Lo diré de otra forma, que puede resultar hiriente, a mí también me hiere: la justicia de Obama o la justicia de Mandela.
El Sábado Santo, con la comunidad con la que celebré la Pascua, tuve la oportunidad de ver “Invictus”, una película sumamente sencilla y conmovedora. Sin ningún alarde, de la manera más llana y humana, cuenta los primeros pasos de Nelson Mandela como presidente de Sudáfrica, interesándose con toda su alma por un campeonato de rugby, como si en él se le fuera la vida, como si en él se jugara el destino de Sudáfrica y de todo el planeta.
Y de hecho se jugaba, porque el rugby es más que el rugby, porque una camiseta es más que una camiseta, porque en lo más pequeño se hace visible lo más grande, porque lo más grande se juega en lo más pequeño. Era en 1995, ayer mismo. Mandela había salido de la cárcel pocos años antes –¡27 años de cárcel, todos ellos merecidos de acuerdo a la ley del poder que se erige en justicia!–. Todo el mundo esperaba que Mandela aplicara como mínimo la ley del talión. Hubiera sido “justo”.
Pero Nelson Mandela –¡bendito sea!– entendía la justicia de otra manera. En las tinieblas de la cárcel que dañaron sus ojos hasta el punto de que le dolían los ojos al mirar la luz, en esas tinieblas del horror descubrió la verdadera luz del alma que puede iluminar el mundo entero. Descubrió otra justicia, la única justicia digna de ese nombre. No la venganza desatada, ni la venganza controlada, ni el resentimiento arraigado. No la justicia del poder, sino la justicia de la piedad, la única que puede salvar la Tierra del terror, de la muerte, de la ruina total.
Nelson Mandela perdonó. Vuelve esta palabra y sé que es equívoca, tanto cuando se refiere al perdón divino como al perdón humano. Nelson Mandela no perdonó como se perdona a un culpable, sino supo mirar con piedad al carcelero y ver también en él un pobre prisionero. Supo mirar con piedad al enemigo y ver en él un pobre hombre herido.
Y llegó a amar como propia aquella camiseta verde y oro de los Springboks, símbolo del apartheid y de la humillación. “El perdón y la compasión elevan la mirada y se ve más lejos”, dice en Invictus. Durante 27 años interminables, 9.000 días de injusticia y de humillación, Nelson Mandela había luchado consigo mismo, había combatido en sí el rencor y la venganza, hasta poder con ellos. Pudo consigo y sacó de sí lo mejor, lo más humano que es lo divino. Nelson Mandela perdonó. Perdonó y venció.
Esa es la justicia evangélica. Y su criterio es, a la vez, el más universal: “actúa con el prójimo como a ti te gustaría que actuaran contigo si te hallaras en su lugar”. Esa es, pues, la única justicia razonable, la única justicia que puede reparar a la humanidad y salvar el mundo. La justicia de Obama, ciega de poder, o la justicia de Mandela, llena de piedad: con todos los matices que quieras, he ahí la opción ineludible.
La justicia de la victoria o la victoria de la justicia. He ahí la opción inexcusable. Sí, ya sé que nada es tan sencillo, y que todo es como es.
Pero hay un momento en que se nos ha de caer el velo de los ojos, como se le cayeron a Tobit las escamas de sus lagrimales en Caserín, cerca de Nínive, en el norte de Irak, cuando su hijo Tobías le aplicó el remedio de Rafael, el ángel curador.
También se le cayeron a Pablo el perseguidor: iba de Jerusalén a Damasco, cegado por la ira, llevando consigo cartas del sumo sacerdote para detener y encarcelar discípulos de Jesús, y de pronto la luz le inundó el alma y se le abrieron los ojos y empezó a mirar con misericordia.
De repente, como a Saulo, nos envuelve un resplandor del cielo y caemos a tierra, esta tierra santa y sufriente que somos, la misma Tierra de todos, y escuchamos nuestro nombre pronunciado con misericordia, y se nos abren los ojos a la misericordia.
La justicia del poder o el poder de la justicia. La justicia de los vencedores o la justicia para los vencidos. Apenas se conoce, en los anales de la historia universal, que se haya aplicado con los vencidos otra justicia que no sea la de los vencedores.
Los vencedores ponen las leyes y nombran los jueces; y hacen la pantomima, y convocan a juicio a los vencidos, pero siempre como reos; nunca se ha visto a los vencedores sentarse como reos. La sentencia ya está dictada de antemano. ¡Cómo se parecen “vencer” y “vengar”! Pues no, esa justicia no.
Esa justicia es ciega, ciega de poder y de impiedad. Y, por mucho que digan y por mucho que desde antiguo se haya representado a la justicia con una venda en los ojos, la justicia no puede ser ciega, no al menos de poder y de impiedad.
La victoria de la justicia no significa que los vencidos se vuelvan vencedores. Cambiarían las tornas, trocarían sus puestos el juez y el reo, pero el poder seguiría dictando su justicia ciega e inmisericorde.
La tierra común seguiría siendo rasgada y hendida, de seísmo en seísmo, de réplica en réplica, de venganza en venganza, por la ley y la justicia del más fuerte. No sé por qué se la llama “la ley de la selva”, pues la selva no conoce la venganza.
Claro que la vida en la selva es dura: unos vivientes viven de otros, y el fuerte devora al débil. Así es también en el riachuelo Narrondo, por más que nos duela: los vecinos nos alegramos mucho hace unos días, cuando, después de una prolongada desaparición que ya nos tenía inquietos, el pato hembra con su plumaje rojizo apareció por fin, seguido de catorce pollitos negros. Pero hoy no veo a los pollitos con su madre, y me temo lo peor.
Así es la vida, amasada de muerte, una muerte sembrada de vida. Pero en la selva no hay odio. En nuestro humilde riachuelo de Arroa no hay venganza.
El odio y la venganza son un distintivo de la humanidad. Un patrimonio cruel y exclusivo del que ni siquiera somos dueños, sino esclavos, y que de pronto se apodera de nosotros y nos arrastra como un tsunami, como un terrible terremoto sin control.
Hace mucho tiempo, 1.800 años antes de Cristo, el código de Hammurabi –un rey babilonio, es decir, iraquí– quiso poner freno al furor desatado de la venganza, y ordenó: la venganza no ha de provocar más daño del recibido. Mucho más tarde, inspirándose en Hammurabi, la Biblia declaró: “Ojo por ojo, diente por diente”, y el Derecho Romano lo llamó “ley del talión”.
Esta ley, en su tiempo, supuso un gran paso adelante, porque impedía arrancar los dos ojos a quien te había arrancado solamente uno: a “tal” daño, “tal” venganza, la misma que el daño, no más.
Pero eso fue antes, porque luego volvimos atrás y se impuso de nuevo, hasta nuestros días, la vieja ley anterior a Roma, anterior a la Biblia, anterior a Hammurabi, ajena a la selva: si te arrancan un ojo, arranca tú los dos, si puedes. Y, si puedes, arranca los ojos de todos tus enemigos, no sea que alguien se envalentone y lo vuelva a intentar.
Así vamos, y seguimos presumiendo de mundo desarrollado y de derechos humanos. Es lo que es, dirán algunos. Hay lo que hay. Quedé pasmado la semana pasada, al leer unas declaraciones del prestigioso psiquiatra Luis Rojas Marcos, tras el asesinato de Bin Laden por Barack Obama: “La venganza es un sentimiento muy humano”, decía. Claro que sí: odiar es muy humano, robar es muy humano, mentir y matar es muy humano, y es muy humano violar a una bella joven de 20 años. ¿O no?
La venganza y el odio no son, afortunadamente, el único patrimonio, pero hay que elegir. La justicia de la venganza o la justicia de la piedad. He ahí la opción. Lo diré de otra forma, que puede resultar hiriente, a mí también me hiere: la justicia de Obama o la justicia de Mandela.
El Sábado Santo, con la comunidad con la que celebré la Pascua, tuve la oportunidad de ver “Invictus”, una película sumamente sencilla y conmovedora. Sin ningún alarde, de la manera más llana y humana, cuenta los primeros pasos de Nelson Mandela como presidente de Sudáfrica, interesándose con toda su alma por un campeonato de rugby, como si en él se le fuera la vida, como si en él se jugara el destino de Sudáfrica y de todo el planeta.
Y de hecho se jugaba, porque el rugby es más que el rugby, porque una camiseta es más que una camiseta, porque en lo más pequeño se hace visible lo más grande, porque lo más grande se juega en lo más pequeño. Era en 1995, ayer mismo. Mandela había salido de la cárcel pocos años antes –¡27 años de cárcel, todos ellos merecidos de acuerdo a la ley del poder que se erige en justicia!–. Todo el mundo esperaba que Mandela aplicara como mínimo la ley del talión. Hubiera sido “justo”.
Pero Nelson Mandela –¡bendito sea!– entendía la justicia de otra manera. En las tinieblas de la cárcel que dañaron sus ojos hasta el punto de que le dolían los ojos al mirar la luz, en esas tinieblas del horror descubrió la verdadera luz del alma que puede iluminar el mundo entero. Descubrió otra justicia, la única justicia digna de ese nombre. No la venganza desatada, ni la venganza controlada, ni el resentimiento arraigado. No la justicia del poder, sino la justicia de la piedad, la única que puede salvar la Tierra del terror, de la muerte, de la ruina total.
Nelson Mandela perdonó. Vuelve esta palabra y sé que es equívoca, tanto cuando se refiere al perdón divino como al perdón humano. Nelson Mandela no perdonó como se perdona a un culpable, sino supo mirar con piedad al carcelero y ver también en él un pobre prisionero. Supo mirar con piedad al enemigo y ver en él un pobre hombre herido.
Y llegó a amar como propia aquella camiseta verde y oro de los Springboks, símbolo del apartheid y de la humillación. “El perdón y la compasión elevan la mirada y se ve más lejos”, dice en Invictus. Durante 27 años interminables, 9.000 días de injusticia y de humillación, Nelson Mandela había luchado consigo mismo, había combatido en sí el rencor y la venganza, hasta poder con ellos. Pudo consigo y sacó de sí lo mejor, lo más humano que es lo divino. Nelson Mandela perdonó. Perdonó y venció.
Esa es la justicia evangélica. Y su criterio es, a la vez, el más universal: “actúa con el prójimo como a ti te gustaría que actuaran contigo si te hallaras en su lugar”. Esa es, pues, la única justicia razonable, la única justicia que puede reparar a la humanidad y salvar el mundo. La justicia de Obama, ciega de poder, o la justicia de Mandela, llena de piedad: con todos los matices que quieras, he ahí la opción ineludible.
APRENDIZAJES DE LA VIDA
Hasta ayer, como quien dice,
he jugado intensamente a ganar
en todos los campos
considerados importantes:
la vida,
la fe,
la verdad,
la política,
la comunidad,
la ideología,
el trabajo,
la solidaridad,
el crear referencias,
el ejercicio del poder…
y otros que ya ni recuerdo
o han cambiado de catálogo.
Y he peleado a fondo
en encuentros,
asambleas,
reuniones
y debates;
en propuestas,
documentos,
discernimientos,
votaciones
y elecciones;
con personas,
grupos,
reglas
y costumbres
presentes y ausentes.
Ahora ya no.
Ahora sólo me preocupa, Señor,
Respetar
y seguir viviendo;
dialogar
y, si es posible, entendernos;
y convencer de ello
a quienes tanto se me parecen.
Y si para ello
hay que salir de uno mismo
e ir hasta los confines del mundo,
lo haré con gusto,
aunque las amenazas
pueblen el horizonte
y el presente que nos toca vivir
si queremos seguirte.
Quizá así te escuche,
quizá así guste tu mensaje
y me descubra discípulo tuyo
en todas partes.
Florentino Ulibarri
he jugado intensamente a ganar
en todos los campos
considerados importantes:
la vida,
la fe,
la verdad,
la política,
la comunidad,
la ideología,
el trabajo,
la solidaridad,
el crear referencias,
el ejercicio del poder…
y otros que ya ni recuerdo
o han cambiado de catálogo.
Y he peleado a fondo
en encuentros,
asambleas,
reuniones
y debates;
en propuestas,
documentos,
discernimientos,
votaciones
y elecciones;
con personas,
grupos,
reglas
y costumbres
presentes y ausentes.
Ahora ya no.
Ahora sólo me preocupa, Señor,
Respetar
y seguir viviendo;
dialogar
y, si es posible, entendernos;
y convencer de ello
a quienes tanto se me parecen.
Y si para ello
hay que salir de uno mismo
e ir hasta los confines del mundo,
lo haré con gusto,
aunque las amenazas
pueblen el horizonte
y el presente que nos toca vivir
si queremos seguirte.
Quizá así te escuche,
quizá así guste tu mensaje
y me descubra discípulo tuyo
en todas partes.
Florentino Ulibarri
Zur: A la izquierda. Qué izquierda?
Zur: A la izquierda. Qué izquierda?: - Señor, ¿usted para dónde va? - Para allá (Mostrando con la mano abierta y el brazo extendido un lugar definido...
lunes, 14 de mayo de 2012
DE LIBERTAD A LIBERADO
Diálogo
abierto con
JORGE
GONZALEZ CUELLO
Testimonio en primera persona de un ex guerrillero
tupamaro que luego de más de 6 años preso en la cárcel de Libertad y un azaroso
exilio en Dinamarca, fue capaz de perdonar a sus torturadores.
Jueves 17 de mayo a las 19
En Centro Cultural Eladia Blázquez
Av. Santa Fe 5362
Estación Carranza de subte línea D
VIAJE INTERIOR DE LIBERACIÓN
DESDE LA GEOGRAFÍA DEL ODIO A LA PATRIA DEL AMOR
PORQUE NO HAY NADA MÁS REVOLUCIONARIO
QUE EL PERDÓN
lunes, 7 de mayo de 2012
De la Culpa al Perdón - II - Norma Morandini
Lucha. Los organismos de derechos humanos transcurrieron, a lo largo de las décadas y desde la dictadura, en simultáneo con la vida política argentina, pero cuentan con un consenso y reconocimiento mundial absolutos.
Era domingo. El tren se la llevó quebrada en lágrimas. Aquel Rayo de Sol que en la noche traqueteaba la distancia entre Buenos Aires y Córdoba, antes de que el Estado huyera en retirada. En el andén de la estación de Retiro quedamos Néstor, Cristina y yo, inmóviles, silenciosos, ante ese vagón que se deslizaba con nuestra madre llorando.
Una imagen sobre la que he vuelto una y otra vez, como si en aquel desconsuelo y en el tren que se aleja estuviera la certeza de lo que ella ya no podía evitar. Así fue la última vez que vio a sus hijos, presos-desaparecidos en Buenos Aires el 18 de septiembre de 1977. Cristina, arrancada de mi casa de Paseo Colón, frente al Parque Lezama. Néstor en la Confitería del Molino. Desde entonces, aquella mujer que tenía unos pocos años menos que yo cuando comencé a garabatear estos escritos, dejó la protección de su hogar para convertirse en la loca para buscar a sus hijos.
Una reina madre, investida de dolor, a la que me resultaba menos penoso verla en el ejemplo social de las mujeres que increparon al poder de la dictadura para demandar la verdad sobre el destino de los hijos que imaginarla en la profunda soledad de su congoja. Debí esperar muchos años para recuperar a la mujer que es mi madre, porque mi propio dolor quedó escondido bajo las palabras. Hoy lo sé. Llevo años escribiendo casi con obsesión sobre esas mujeres, las que sobrevivieron o murieron, las que se volvieron locas, las que nunca supieron que habían matado a sus hijos, negadas por sus propios maridos.
Sigo preguntándome, sin respuestas, sobre las razones ocultas de un país motorizado por la muerte. Nunca la alegría de la libertad, tan contradictoria y cambiante como la vida misma.
Pero si pude narrar otros destinos personales y me gané la vida con la escritura, siempre viví con pesar la dificultad para escribir el recordatorio que cada 18 de septiembre publicaba el diario Página/12, la creatividad generosa del periodista Jorge Lanata, quien abrió para los familiares un espacio de evocación en el diario que dirigía. Como un epitafio que se reescribía cada año, cada septiembre me debatía entre el testimonio personal de las sillas vacías en la mesa familiar o una reflexión política que nos incluya a todos. En esa dificultad para escribir, con el tiempo pude reconocer que quien tiene el alma herida soy yo misma. Y ese dolor se me impuso toda vez que intenté homenajear a mi madre, una mujer vital, entrañable, amada por los grandes y chicos de la familia y por todos quienes la conocen. En su cumpleaños 77 nos dio una lección por la forma en que consiguió, con un chiste, romper la emoción colectiva desatada por los discursos de entrecasa con los que todos manifestaron su reconocimiento.
Cada uno de sus nietos, hermanos, amigos, fueron desgranando sus virtudes para agradecerle lo que tanto recibimos a manos llenas: su ejemplo. Cuando la emoción se imponía, ella sacó del bolsillo de su vestido un papel doblado, como si trajera escrito el discurso que quería ofrecernos. Pero no era su mensaje personal. En realidad, era un chiste de esos que circulan por internet, sobre curas, ingenioso, irónico. Las lágrimas que habían amenazado la continuidad de la reunión se convirtieron en carcajadas. Y eso la desnudó entera. Observé íntegra el ser que es mi madre. Una mujer a la que el humor protege; que no se victimiza ni se queja. Agradece más a las personas que a la vida, ya que mantiene un pleito con la Iglesia, a la que suele confundir con Dios. Seduce con la alegría, adora el bullicio y la casa llena. No juzga, y por eso los jóvenes la adoran. Le gusta cantar, bailar. Vive mal la limitación física que le impuso una fractura de cadera. Mi madre es solidaria, carece de resentimientos, pero esencialmente reconozco lo que me legó: la rebeldía.
Ahora que con el nombre de sus hijos se bautizan aulas de las escuelas y facultades universitarias por las que pasaron, se alegra al ver a tantos jóvenes con las banderas de lucha que plantaron. Ellas, que fueron apenas un puñadito de mujeres que en Córdoba se organizaron como Familiares de Presos Desaparecidos, resistieron a la pretensión de Hebe de Bonafini de que las cordobesas no usaran el pañuelo blanco (porque entendía que era un patrimonio de las que vivían en Buenos Aires), no se preguntaban la filiación política; unidas todas por el mismo despojo, han vuelto a ser un puñadito, ya que pocas han sobrevivido al grupo inicial. Por la edad, la enfermedad o por esas odiosas divisiones partidarias que se metieron dentro de las organizaciones.
Tal vez porque no puede imaginar siquiera cómo serían sus hijos si vivieran, ahora evoca de una manera serena, recibe con agradecimiento las fotografías de sus hijos que han comenzado a acercarle los amigos. Evoca ante las cámaras para los jóvenes que llegan en busca de su testimonio, por su condición de pionera y fundadora de esa organización humanitaria. Y se sorprende ante los que estrenan lágrimas frente a un dolor que ella debió domesticar. Asiste a todos los programas políticos de la televisión, se indigna, llama a las radios para opinar. Antes, escribe lo que quiere decir. Como el humor es lo que la define, cuenta anécdotas disparatadas que parecen inverosímiles. Como uno de los tantos días en que viajaban a Buenos Aires en busca de escuchas para sus denuncias y encontraban la indiferencia de la mayoría de los dirigentes políticos, que simplemente dudaban de lo que ellas narraban. Por eso no perdían oportunidad para contar que en la Argentina había desaparecidos.
Tal como sucedió la mañana que debían encontrarse con Ricardo Balbín, y en la calle un muchacho bromeó con las mujeres a las que delataba la tonada cordobesa. Sin dudar, se detuvieron y pasaron a contar quiénes eran, por qué estaban en Buenos Aires. O sea: hacían de cronistas para informar lo que no figuraba en los diarios, la desaparición de personas en aquella Argentina de las euforias del Mundial de 1978. El pobre hombre, conmovido por el relato, sin saber qué ofrecer, tomó de su camión de reparto lo que tenía más a mano: una damajuana de vino. El problema, después, fue cómo esconderla. El poncho de una de las madres sirvió de escondrijo y la damajuana quedó finalmente a los pies de la secretaria de Balbín. Cuanto más se aleja de ese tiempo, evoca otras anécdotas que también la tuvieron de protagonista, en plena dictadura, cuando la circular del Banco Central conocida como “la 1050” elevó las tasas de los créditos hipotecarios a tasas usurarias y amenazó a miles de argentinos, como mis padres, con perder sus casas a manos de los bancos. En defensa de su vivienda, contrariando los consejos de los dirigentes sindicales de La Fraternidad, hicieron juicio al banco, y mi madre junto a otras mujeres lideró las acciones para no perder el techo. Ríe al recordar cómo en una asamblea del barrio expulsaron al dirigente corrupto que especulaba con el dinero que de buena fe le habían entregado para que lo depositara. Lo mismo que a los abogados que se aprovecharon de la desesperación de toda aquella buena gente, a punto de perderlo todo.
Ríe igualmente cuando evoca otra reunión barrial, organizada como una celebración castrense. Frente al militar que pronunciaba su discurso, un grupo de mujeres, entre ellas mi madre, sacó de entre sus ropas los carteles escondidos exigiendo por sus casas. Si la primera evocación me duele, estas otras me indignan. Los abogados y dirigentes sindicales que lucraron y siguen lucrando con la necesidad ajena. Esa marca de corrupción que nos atraviesa como estigma social a resolver. Sé que la vida debe triunfar sobre la muerte. Si continuamos adheridos a la monstruosidad pasada corremos el riesgo de confundirnos en esa crueldad. Si nos alejamos y negamos, perdemos humanidad. En el espejo que miramos a los otros, los que nos dañaron, ofendieron o humillaron, y lo que nos pertenece como nuestra más secreta intimidad, prefiero ver a mi madre como la mujer que hizo de su dolor un puente hacia los otros, y por eso hacia ella misma. Si de las vidas individuales se pueden inferir los comportamientos colectivos, su vida me sirve como metáfora de lo que ambiciono para mi país. Agradezco a la vida por esa madre que me sorprende cada día y me obliga a honrar la vida de aquellos veinteañeros que un domingo quedaron en el andén.
Mi padre
La vejez lo encontró silencioso e irritado. Las molestias del anciano frente a lo que no se nombra por respeto o pudor, el fin. Regresé a Córdoba a causa de sus dolencias. Tenía los ojos claros y acuosos como gotas de agua. Vivía ensimismado, como si la vida sólo existiera dentro de él. No puedo reconocer en este anciano al hombre que fue mi padre, urgida por mis propias urgencias. El exilio me arrancó de su lado. Al volver para la despedida, renací de ese vivir enajenada. Mirando su vida pude entender la mía. Si el camino que un hombre toma para volver a sí mismo es un regreso de su exilio espiritual, como define Saul Bellow, la suma de mi vida está en el exilio físico que se hizo espiritual y del que volví cuando busqué entender.
Mi padre
La vejez lo encontró silencioso e irritado. Las molestias del anciano frente a lo que no se nombra por respeto o pudor, el fin. Regresé a Córdoba a causa de sus dolencias. Tenía los ojos claros y acuosos como gotas de agua. Vivía ensimismado, como si la vida sólo existiera dentro de él. No puedo reconocer en este anciano al hombre que fue mi padre, urgida por mis propias urgencias. El exilio me arrancó de su lado. Al volver para la despedida, renací de ese vivir enajenada. Mirando su vida pude entender la mía. Si el camino que un hombre toma para volver a sí mismo es un regreso de su exilio espiritual, como define Saul Bellow, la suma de mi vida está en el exilio físico que se hizo espiritual y del que volví cuando busqué entender.
Eso es lo que pienso frente a ese anciano al que he sacado a pasear, como una forma de rehacer una cotidianidad a su lado, que perdí cuando me exilié de mí misma. El auto recorre el camino, sin prisa ni sorpresas. Tan sólo recorre. Mi madre en el asiento de atrás, igual de silenciosa. Sin mediar, lanzo la pregunta que nos une.
—Papi, nunca antes te había visto así, tan odioso, poco paciente… –lo digo sin énfasis ni reproches. Las manos en el volante y los ojos alerta en el camino me protegen de su mirada.
—¿Sabés qué pasa?, envejecí de golpe. No me di cuenta.
No hay en su voz ni furia ni rencor. Como si hablara para sí mismo y se diera cuenta de que su respuesta no es para mi pregunta, murmura:
—Es que tu madre cambió mucho desde que va a los derechos humanos.
No hay reproche. Sólo una callada melancolía por lo que perdió, su mujer, esa mater dolorosa investida de dolor. Ella escucha sin protestar. La conversación que se deben, la que nombra lo que no tiene nombre. Los hijos que separan y hacen añicos lo que los contiene, la pareja.
No han hablado entre ellos, pero tampoco lo hicieron con nadie. Ahora me tienen de testigo. Una de las dos hijas que permaneció. Parece un diálogo, pero ellos hablan a través de mí.
—¿No habré cambiado desde que asesinaron a nuestros hijos?
En su voz no hay dolor ni indignación, como si ella también sacara de su dolor secreto lo que entre los brazos de su hombre jamás pudo entregar como confesión. No espera una respuesta, y con el mismo tono agrega:
—¿Querías que me volviera loca, que me hubiera quedado tirada en una cama llorando?
El paisaje serrano despareció. Ninguno mira hacia las montañas, con tonalidades que anuncian ya la parsimonia con la que el verano se despide. Como si sólo existiera esa pareja que ha compartido una cama la mitad de su vida, y se habla por medio de la mujer adulta convertida en hija de un anciano que cumplió ochenta años y con palabras en desuso describe la profundidad de su desazón.
—Sabés qué sucede, hija. El lecho es el lugar de la pareja, y tu madre cada vez viene más tarde de los derechos humanos.
Murió el 2 de junio de 2002. Yo, que jamás puedo recordar lo que devuelven mis sueños, aquella noche, en las vísperas, soñé que mi hermano desaparecido, Néstor, abría la puerta, impulsivo como era. Ante mi perplejidad, en mi sueño, explicaba:
—Vengo a buscar al papi.
Al despertar no necesité el aviso de que había muerto. Conservé una de las últimas conversaciones telegráficas mantenidas durante su agonía: “Era una lucha muy desigual”, con lo que me reveló que no juzgaba la militancia clandestina de sus dos hijos menores. Sentí alivio.
La conjura de la sangre
Sobre el elemento más ancestral de filiación, como una conjura en el tiempo que mezcla primitivismo y avance científico, un banco genético con la sangre de los familiares de los desaparecidos resguarda en la Argentina los secretos más dolorosamente guardados de la identidad. Allí podrán acudir todos los que sospechen que fueron hijos de desaparecidos.
—¿Sabés qué pasa?, envejecí de golpe. No me di cuenta.
No hay en su voz ni furia ni rencor. Como si hablara para sí mismo y se diera cuenta de que su respuesta no es para mi pregunta, murmura:
—Es que tu madre cambió mucho desde que va a los derechos humanos.
No hay reproche. Sólo una callada melancolía por lo que perdió, su mujer, esa mater dolorosa investida de dolor. Ella escucha sin protestar. La conversación que se deben, la que nombra lo que no tiene nombre. Los hijos que separan y hacen añicos lo que los contiene, la pareja.
No han hablado entre ellos, pero tampoco lo hicieron con nadie. Ahora me tienen de testigo. Una de las dos hijas que permaneció. Parece un diálogo, pero ellos hablan a través de mí.
—¿No habré cambiado desde que asesinaron a nuestros hijos?
En su voz no hay dolor ni indignación, como si ella también sacara de su dolor secreto lo que entre los brazos de su hombre jamás pudo entregar como confesión. No espera una respuesta, y con el mismo tono agrega:
—¿Querías que me volviera loca, que me hubiera quedado tirada en una cama llorando?
El paisaje serrano despareció. Ninguno mira hacia las montañas, con tonalidades que anuncian ya la parsimonia con la que el verano se despide. Como si sólo existiera esa pareja que ha compartido una cama la mitad de su vida, y se habla por medio de la mujer adulta convertida en hija de un anciano que cumplió ochenta años y con palabras en desuso describe la profundidad de su desazón.
—Sabés qué sucede, hija. El lecho es el lugar de la pareja, y tu madre cada vez viene más tarde de los derechos humanos.
Murió el 2 de junio de 2002. Yo, que jamás puedo recordar lo que devuelven mis sueños, aquella noche, en las vísperas, soñé que mi hermano desaparecido, Néstor, abría la puerta, impulsivo como era. Ante mi perplejidad, en mi sueño, explicaba:
—Vengo a buscar al papi.
Al despertar no necesité el aviso de que había muerto. Conservé una de las últimas conversaciones telegráficas mantenidas durante su agonía: “Era una lucha muy desigual”, con lo que me reveló que no juzgaba la militancia clandestina de sus dos hijos menores. Sentí alivio.
La conjura de la sangre
Sobre el elemento más ancestral de filiación, como una conjura en el tiempo que mezcla primitivismo y avance científico, un banco genético con la sangre de los familiares de los desaparecidos resguarda en la Argentina los secretos más dolorosamente guardados de la identidad. Allí podrán acudir todos los que sospechen que fueron hijos de desaparecidos.
Un reservorio de la vida y de la muerte que contraría todas las nuevas tendencias de adopción, basadas antes en el amor del que cuida y protege que en la sangre como lazo de filiación. O sea: la identidad definida por la genética que al retrotraer a la organización social del parentesco, paradójicamente, va a contramano de la proclamada sociedad universal que, al menos como definición, consagra derechos para hombres y mujeres equiparados bajo la única noción de personas y ciudadanía.
Para no hablar ya de la fraternidad universal como consagración utópica del amor al prójimo, o esa profecía literaria que dejó Borges como testamento en su poema “Los conjurados”: esos hombres de diversas estirpes que han tomado la extraña resolución de ser razonables porque olvidaron sus diferencias y acentuaron sus afinidades. En la Argentina, el dolor atávico de las madres que pierden a sus hijos, las madres en duelo, estremece los contratos políticos, desorienta a los poderes constituidos, pone en abismo el pragmatismo social y la razón pública que nunca vuelve la mirada hacia atrás.
Sudacas
Nada revela más la idiosincrasia de los países sudamericanos, brasileños, argentinos, uruguayos, paraguayos o chilenos que la forma como torturaron. A la hora de la libertad, de qué manera, con qué valores, revisaron el pasado de sus dictaduras. Los brasileños, los más festivos del continente, los más tolerantes políticamente, fueron los únicos que negociaron con los grupos armados que en el final de la década del sesenta secuestraron varios embajadores para canjearlos por presos políticos. Tal como sucedió en 1969 con el embajador de los Estados Unidos, Charles Burke Elbrick, quien fue trocado por veinte presos políticos que estaban en la cárcel. El grupo viajó a México y el gobierno del general Garrastazu Médici debió inventar una figura jurídica, el “banimiento”, para encuadrar legalmente a esos presos que habían dejado de ser presos, que no eran exiliados porque el régimen no les abrió las puertas de la prisión por decisión propia, sino que fue obligado a liberarlos bajo la extorsión de los secuestros de los grupos de la lucha armada. O sea, desterrados.
Sudacas
Nada revela más la idiosincrasia de los países sudamericanos, brasileños, argentinos, uruguayos, paraguayos o chilenos que la forma como torturaron. A la hora de la libertad, de qué manera, con qué valores, revisaron el pasado de sus dictaduras. Los brasileños, los más festivos del continente, los más tolerantes políticamente, fueron los únicos que negociaron con los grupos armados que en el final de la década del sesenta secuestraron varios embajadores para canjearlos por presos políticos. Tal como sucedió en 1969 con el embajador de los Estados Unidos, Charles Burke Elbrick, quien fue trocado por veinte presos políticos que estaban en la cárcel. El grupo viajó a México y el gobierno del general Garrastazu Médici debió inventar una figura jurídica, el “banimiento”, para encuadrar legalmente a esos presos que habían dejado de ser presos, que no eran exiliados porque el régimen no les abrió las puertas de la prisión por decisión propia, sino que fue obligado a liberarlos bajo la extorsión de los secuestros de los grupos de la lucha armada. O sea, desterrados.
DE LA CULPA AL PERDÓN - Norma Morandini
Norma Morandini
Libro editado por Editorial Sudamericana, 2012
viernes, 4 de mayo de 2012
jueves, 3 de mayo de 2012
UN DESAFÍO APASIONANTE
Después del Holocausto, hubo que replantear muchos asuntos de fe y pensamiento. Esto es lo que han intentado hacer pensadores y teólogos. Se dieron cuenta que había que traducir a nuestro lenguaje y a nuestro tiempo aquello que marcó la fe de antaño. La tarea era difícil, pero urgente. Si no, la fe se quedaría obsoleta y no diría nada al hombre moderno. Esto es ciertamente un desafío apasionante.
¿Pero es que nuestros nuevos paradigmas explican realmente a Dios y al hombre? No es cuestión de sustituir unos dogmas por otros. Si solo se hace una propuesta para la reflexión, no hay problema. Pero cuando se afirma con rotundidad, entonces me parece que lo que ocurre es lo mismo, o sea enfrentamos unos dogmas contra otros. Y en el fondo, Dios deja de ser misterio, ya que lo definimos con una claridad, que a mí me deja perplejo.
Por muchos años fui profesor de Dogmática. Con el tiempo me pregunté: ¿Y todo esto cómo lo saben? Me entrevisté con eruditos y maestros, y cada vez me iba desilusionando más. Pues se enseñaba con una seguridad cosas que no eran más que ideas humanas, unas mejor elaboradas que otras. Cuando alguien dice ‘Dios es...’, me pongo a temblar. Prefiero decir: para mí, Dios representa...
Abandoné mi cargo de profesor de Dogmática, y hasta de director de un Instituto teológico. Y emprendí un camino tras las huellas del Campesino Galileo, que éste sí, me asombra cada día más. Llama la atención cómoJesús brilla por sí mismo, no importa el paradigma cultural en el que uno esté. Siempre es el referente, el criterio central de toda experiencia de fe.
Cada vez sé menos pero vivo más. Y pasé de la angustia de explicarlo todo a la alegría de amar a otras personas. Pasé del esfuerzo de interpretación, al reposo de la Compasión.
Creo en una Teología de la Acción, en la Teopraxis. Y además con sencillez. No me atraen los grandes vuelos metafísicos, me conformo con andar por caminos terrenales, pero eso sí, con un sentido, que encuentro en la persona de Jesús de Nazaret.
La oración, se vuelve una meditación, un entrar en la profundidad del Vivir. Una reorientación del propio espíritu según los valores de Jesús. No me va la oración en el "vacío", confieso que soy algo escéptico en esas cosas. Prefiero tener los pies en el suelo. No afirmo que quien practique ese tipo de oración no los tiene. Quiero decir que para mi la meditación es una reflexión. Un interrogarme a la luz de los valores de Jesús. Y en base a ese dialogo interno, tomo decisiones. Pero no salgo de mi estado normal de pensamiento.
Y en ese camino, como un ignorante, me fui dando cuenta de que en la Vida, la que vivía en ese momento, iba encontrando una Realidad que me superaba. Sin necesidad de definirla, era una vida centrada en la Misericordia. Quizá Dios sea esa Vida que se manifiesta siempre que nos tratamos con los valores de Jesús. Impresiona pensar que cuando las personas se aman, se compadecen, se liberan de tantas esclavitudes, cuando todo esto lo realizamos juntos, en solidaridad, "lo divino acontece entre nosotros", tiene un sabor a... Jesús.
Todo ello nos lleva a identificar lo divino con la Compasión, el Amor, la Justicia, la Liberad y la Verdad. Y no podemos olvidar que en todo ser humano se encuentra ese misterio, esa Vida, esa fuerza. Jesús nos enseña a vivirla en plenitud, en una vida entregada a los demás. De esta manera el Maestro vuelve a ser re-suscitado en nuestro mundo.
Quizás podamos entender "la salvación" de esa manera, como la plenitud del ser humano. Podríamos decir que es encarnar en nuestras vidas el amor, como lo hizo Jesús de Nazaret. Por eso el evangelio es liberador. Nos lleva a la Vida verdadera.
Una iglesia debería ser por lo tanto un lugar de encuentro, de compartir, con libertad. Un lugar donde discernir la Voz de Jesús. Un lugar de compasión, solidaridad y búsqueda de lo verdadero. Además un lugar de auténtica amistad, de lealtad, de fiabilidad. Un signo de que otra humanidad es posible.
Me resumo. No me entusiasman los teísmos ni los panteísmos. Me da la sensación que afirman demasiado, que dicen saber, pero en el fondo tampoco escapan a las limitaciones humanas. Quizás el camino de la primera de Juan es más viable. "El que ama a su hermano, ama a Dios". Es decir cuando amo al hermano, Dios acontece. Quizás lo que necesitamos es una fe cada vez más sencilla, que se abra al asombro de la Vida. Una confianza que es consciente de esa Vida Profundaque nos llama al amor, de esa misteriosa Voz que nos interpela ante el dolor ajeno, sin la necesidad de tener que darle un nombre.
Julián Mellado
Fuente: Fe adulta
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