viernes, 10 de agosto de 2012

Escuchar una historia y compartirla (fragmento de una reflexión / homilía de Jorge Oesterheld: Encontrar a Jesús)


Nos reunimos en la Eucaristía para escuchar la Palabra y en los textos que leemos no nos encontramos con un bello relato de amor o un cuento de niños, lo que allí leemos es un drama, una historia llena de sangre y dolor. Lo que escuchamos en la liturgia de la Palabra no son palabras bonitas que nos sirven para olvidar las penas de la vida, al contrario, encontramos relatos que nos invitan a profundizar más, a ir a las raíces, a mirar de frente la tragedia de la humanidad y la tragedia en la que estamos cada uno de nosotros y las personas que amamos.

El drama comienza en las primeras páginas, Adán y Eva, Caín y Abel. ¿Dónde estás?, esa es la primera pregunta dirigida por Dios al hombre y a la mujer. Ellos se han escondido y aparece entonces la segunda pregunta ¿quién te dijo que estabas desnudo? La mujer que me diste me dio… las excusas… la culpa es de Dios que le dio la mujer y de la mujer que le dio la manzana…

El paraíso del que nos habla la Biblia no es un lugar encantado parecido a una playa del caribe, es más bien como el escenario de un drama de sangre. Muy pronto se escucha otra pregunta: “¿dónde está tu hermano?” Y nuevamente las excusas “¿soy yo acaso el guarda de mi hermano?” Y la frase terrible que recorrerá toda la historia hasta el final: “la sangre de tu hermano clama a mi desde la tierra”. Nada ni nadie podrá silenciar esa sangre.

Todas las historias que se nos relatan en la Biblia están de alguna manera manchadas por esa sangre. Infinidad de conflictos, guerras, traiciones, injusticias desfilan ante nosotros. La Palabra que escuchamos en cada eucaristía no nos invita a mirar para otro lado, al contrario expone ante nuestros ojos todos los detalles. Pero no se trata de un relato sensacionalista que pretende asustarnos, es el relato de la historia de un pueblo que en medio de todas las tragedias sigue queriendo ser  fiel a su Dios y la historia de un Dios que no abandona a su pueblo. A pesar de toda la sangre derramada el pueblo sigue esperando y Dios sigue salvando, el diálogo no se interrumpe aunque el pueblo se sienta abandonado por su Dios y ese Dios sea traicionado por su pueblo.

Al final, después de haber sido derramada en la cruz la única sangre verdaderamente inocente, cuando Jesús aparece en el camino hacia Emaús, él les explica todas las escrituras, les muestra como todo ese río de sangre desembocaba en su propia sangre derramada. San Pablo dirá después que esa sangre habla mejor que la de Abel… ahora el clamor que brota de la tierra es el de esa sangre que cae desde la cruz… De eso hacemos memoria en cada misa.

Compartir esa historia

Todos esos relatos, que llegan a nosotros en la primera parte de la misa, nos indican que la eucaristía no es solamente una comida de amigos que se quieren mucho, no es solamente fiesta, no es solamente pan. “Este pan es mi cuerpo entregado por ustedes”… Y tampoco es solamente vino, “este vino es mi sangre derramada por ustedes…”. Es un cuerpo entregado y una sangre derramada.

En cada misa que celebramos recordamos que Jesús se metió en nuestra historia para mostrarnos el amor de Dios y que no lo hizo solamente de palabra sino con su pasión, su muerte y su resurrección.

Además, la eucaristía no es solamente el recuerdo de un drama que ya pasó sino la memoria de una tragedia en la que aún estamos. No solo recordamos, también participamos. No se trata de un drama del que somos espectadores, somos actores. Lo que ahí se relata también ocurre en nuestra vida y en la vida de quienes conocemos. Y porque somos parte de ese drama desempeñamos en él un papel, nuestras acciones influyen en el desarrollo del argumento. ¿Qué papel vamos a desempeñar? ¿vamos a pelear por los primeros puestos? ¿vamos a lavar los pies de los hermanos? ¿vamos a ser de los que se asustan, de los que juzgan al prójimo? ¿vamos a ser de los que nunca se equivocan o de los que no necesitan ayuda?

Participar de la eucaristía, comulgar, significa estar en comunión con la sangre inocente; tomar partido, elegir ese lugar en el drama del mundo, elegir escuchar el clamor de esa sangre.

Por eso la misa no es solamente palabras, es también cuerpo (de Jesús y nuestro) y sangre (de Jesús y nuestra); por eso la respuesta no son solo palabras sino una manera de vivir; por eso la misa es un encuentro real con Jesús; por eso es “el misterio de nuestra fe”.

Fuente: Facebook - Homilías y reflexiones - Jorge Oesterheld

No hay comentarios:

Publicar un comentario