viernes, 10 de junio de 2011

Una paloma blanca. Por Adolfo A. Pedroza.

Se acercó a mí lentamente y algo cabizbajo, no más de un metro entre su naricita y el suelo, pelito colorado, remera de hermano mayor y un desprolijo pantalón con remiendos en la rodilla. Las manos atrás, en claro gesto de esconder algo... ¿Usted es el pastor? fue el primer disparo a quemarropa y sin presentación. Se detuvo a unos metros como dispuesto a no acercarse si no recibía contestación.

Yo lo miraba fijamente mientras asentía con la cabeza. El Pedro es mi amigo... y viene a religión; dice que usted le enseño que el Espíritu Santo es una paloma... una paloma blanca...
En toda esta balbuceante frase me miró fijamente a los ojos, tratando de ver si era verdad lo que le contó su amigo. Me acerqué unos pasos hacia él y me senté; lo invité con el gesto de marcarle el lugar en un banco. Continuaba mirándome.


Y... ¿qué más te contó el Pedro?... Que usted les lee La Biblia y ellos juegan y se empujan... y después juegan a la pelota y... ¿Qué es el Espíritu Santo?... Porque el Pedro dice que es Dios... ¡Qué va ser!...

Ahá...¿y a vos que te parece? ¡Eso es un cuento del Pedro! Dios no puede ser una paloma blanca.

Noté que de repente el coloradito bajaba la cabeza y apretaba más contra su espalda aquello que sus manos ocultaba, hasta me pareció que su voz se quebraba en aquella última frase. Lo invité a nuevamente a sentarse, ahora con el gesto y la palabra, y aceptó; aunque no muy cerca mío.

Lo miré con toda la ternura que me despertaba y nuestras miradas se cruzaron por un fugaz instante. Le brotó un llanto que, hasta ese momento, había sido contenido. Me apreté a él y lo abracé.

¡Vamos coloradito!... ¿Qué te pasa? Yo... yo maté una paloma blanca, dijo entre sollozos... siempre le tiro a los gorriones...pero ¡ni de cerca!... pero a la paloma le dí justito... Dejó caer su cabecita sobre mi rodilla y estalló en llanto. De sus apretujadas manos cayó aquella honda rudimentaria. Dejé de hablar y sólo lo acariciaba.

Lo sentía llorar y me angustiaba aquel pequeño. Me fui perdiendo en imágenes y pensamientos que me surcaban a mil...

¿Cuantas palomas blancas habremos matado los hombres? ¿Alguna vez lloramos por ello? ¿Una sola vez nos habremos arrepentido?

Fuente:PE/Ecupres, publicado originalmente en la Red Latinoamericana de Liturgia CLAI.

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