Hace 37 años moría un hombre de 41 años, padre de 7 hijos, como consecuencia de un ataque armado cuando salía de misa con su familia. Se llamaba Carlos Alberto Sacheri.
La acción se atribuyó al ERP 22 de agosto. Aunque otros la adjudicaron a la Triple A.
La causa – y aquí parece no haber dudas sino diferencias valorativas según sea quien opina – fue su prédica identificada con el nacionalismo católico y su denuncia de la infiltración del marxismo en la iglesia católica romana.
Hubiera sido bueno poder discutir con Carlos sus ideas, sus intuiciones, durante todos estos años transcurridos. Hubiera sido tan bueno como poder hacerlo con otros que perdieron la vida arrebatada por la violencia de los 70 que sembró la muerte en todos los campos ideológicos, y aun entre otros ajenos a las ideologías, incluso niños muy pequeños.
Víctimas…victimarios…agredidos…agresores…ofendidos…ofensores…triste balance en el que las identidades se difuminan porque hay víctimas que han sido victimarios, y victimarios que han sido víctimas, en esas vueltas que tienen la historia y la política, y en la subjetividad de la memoria.
De cualquier modo, uno es el nivel social de la discusión o de la investigación, y otro el delicado ámbito de lo personal, de la intimidad.
José María, el hijo mayor de Carlos y miembro de 70 veces 7, merece este recuerdo de su padre. Lo merece por su sufrimiento y por su compromiso con el perdón que es signo de confianza en la vida y de su fe en Dios. Hace un tiempo él relataba:
”Recuerdo que en el Hospital de San Isidro, en esa hora y media de sus últimos alientos que recuerdo con tanta nitidez, salió un médico para ir preparándonos, aunque a mis 14 años no la vi venir, y nos dijo ‘Miren que si sobrevive va a quedar muy mal’. Como en ese verano del 75 íbamos a ir al campo en Corrientes, me imaginé llevándolo por todos lados en silla de ruedas. Especialmente recuerdo una imagen que me fabriqué llevándolo en medio de un trigal auque en Corrientes no había trigales. Con todo lo que eso implica yo lo hubiese preferido vivo, postrado pero vivo”
Christian de Chergé, monje trapense asesinado en Argelia, dejó su testamento espiritual que ilumina también esta memoria dolorosa:
Si me sucediera un día –y ese día podría ser hoy- ser víctima del terrorismo que parece querer abarcar en este momento a todos (…) yo quisiera que mi comunidad, mi Iglesia, mi familia, recuerden que mi vida estaba entregada a Dios y a este país.
Que ellos acepten que el único Maestro de toda vida no podría permanecer ajeno a esta partida brutal. Que recen por mí.
¿Cómo podría yo ser hallado digno de tal ofrenda? Que sepan asociar esta muerte a tantas otras tan violentas y abandonadas en la indiferencia del anonimato.
Mi vida no tiene más valor que otra vida. Tampoco tiene menos.
Desearía, llegado el momento, tener ese instante de lucidez que me permita pedir el perdón de Dios y el de mis hermanos los hombres, y perdonar, al mismo tiempo, de todo corazón, a quien me hubiera herido"
Hay una belleza que el latín medieval expresó con el término bonicellum, “pequeño bien”. Es la belleza del amor crucificado, del don de sí mismo hasta el final. Es la belleza de creer en el bien y en el amor, no obstante todo y contra todo. Es la belleza de perdonar al enemigo, de presentar la otra mejilla al violento, de dar la vida por el otro. Es la belleza del que ama también a quien no lo ama o a quien no ama a nadie. Es la belleza que salva, que es la única salvación por la que vale la pena vivir y empeñarse. Es la belleza del exceso de amor. De este “pequeño bien” de este bien humilde y cotidiano que se pierde en la noche del servicio al prójimo, el mundo tiene necesidad hoy como nunca antes. Que Dios nos modele para ser instrumentos de su Paz.
Rezamos por Usted, Carlos, y por todos los muertos: los amados y aquellos a los que nos cuesta amar. Sabemos que está vivo en el presente eterno de Dios. Sabemos que escucha, cuida y ama. Háblele a Dios de su familia, háblele de nosotros, pídale por nuestro “pequeño bien”…
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