La prensa noruega informó que el asesino confeso de 77 personas, Anders Behring Breivik, quien podría evadir la cárcel debido a una evaluación psiquiátrica, se sintió ofendido porque el informe lo reconoce como demente. Breivik, autor de la masacre perpetrada el 22 de julio último, dijo a la policía sentirse resentido por las valoraciones psiquiátricas que lo declaran peligroso para la sociedad por su condición psicótica, su carácter suicida y su carencia de empatía humana. El equipo de psiquiatras designados por el tribunal afirmó que el asesino sufre de delirios de grandeza y extrañas alucinaciones. Breivik rechazó el informe. "Parecía no aceptar las conclusiones. Se sentía insultado", dijo Christian Hatlo, abogado de la policía de Oslo que interrogó a Breivik después de que éste conociera la noticia. En una palabra, no quiere ser declarado inimputable. Este hombre reivindica su derecho a ser malo, frente a herramientas psiquiátricas que descreen de ello. Esto recuerda algo que observaba Baudrillard: ¿por qué se imputan los actos criminales y las anomalías a un proceso químico y biológico, y jamás las virtudes ni las buenas acciones?
Someter a peritajes psiquiátricos sólo al mal muestra, en el fondo, nuestro escepticismo ante él, nuestra dificultad para creer en su existencia autónoma y, sobre todo, para aceptar que sea algo más que una anomalía. Nos sentimos más proclives a pensar que hay una predeterminación en el caso de obrar mal que en el caso de obrar bien. Imaginemos que se sospechara del mérito de la Madre Teresa de Calcuta, alegando que sólo bajo los efectos de alguna situación mental no del todo sana uno puede dedicar toda su vida a confortar vidas ajenas. Algún grado de insania hay que tener para ofrecer la otra mejilla ante una bofetada, o para estar decidido a morir de hambre para frenar una situación de violencia, como Gandhi. Hay que tener algún grado de inconsciencia para adoptar la heroicidad del bien, pero jamás habremos de imputarlo a una enfermedad mental, aun si las condiciones objetivas de la santidad se parecen en todo a un desvarío.
Algunas reflexiones pueden agregarse. La primera reflexión es que el verdadero castigo que se ha decidido propinar a Breivik es desproveerlo de su imputabilidad. Quitarle la responsabilidad plena sobre sus actos es, en cierto sentido, disminuirlo como ser humano, por más perversos y atroces que hayan sido esos actos. De allí que para él sea inaceptable. La segunda reflexión es que lo peligroso del mal es que no resulte verosímil. Su herramienta más sutil puede ser exactamente ésa. La humanidad ha dado muestras sobradas de su capacidad para el mal, de su expresión autónoma y de que no admite ser considerado un desvío transitorio ni un faltante o sobrante de algún químico en el cerebro. El camuflaje más perfecto para el mal es que sea considerado una anomalía. Cuando no se ha tomado en serio, cuando se ha minimizado o intentado apaciguar sus expresiones, se ha terminado en catástrofes humanitarias. La tercera es que tal vez los crímenes más inexplicables emerjan justamente cuando el mal pierde verosimilitud. Porque siempre habrá quien sienta la tentación de quebrar la imagen bondadosa de la humanidad, desde Caín y Abel en adelante...
Fuente: La Nación
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