La revolución de 1955 -que derrocó a Perón- despertó alegría en muchas personas, para mi papá en cambio fue el comienzo de largos años de luto. Yo ignoraba esa amargura hasta que una tarde -en 1957, tenía 7 años- la compartió conmigo. Lo acompañé como otras veces a la despensa del club de que era bufetero, depósito de mercaderías (el tesoro) que yo acomodaba con él en grandes estantes (era optimista creía que éramos empresarios), cuando en un gesto me indicó que prestara atención. Detrás de un escritorio donde guardaba precarios registros de contabilidad que le eran hostiles yacían escondidos dos grandes cuadros: los extrajo, les sacó el polvo, los puso frente a mí. El general Perón montaba un caballo blanco y oteaba el horizonte. La bella señora sonreía, ataviada con tapado de piel, aros y collar de perlas. El secreto, revelado así, despertó mi solidaridad con papá en asunto que debía ocultar por grave y oscuro motivo, pero las figuras en los cuadros permanecieron lejanas, las vi, por los ojos de papá con respeto, además, con desconfianza y temor. El antiperonismo leve de mi madre (familia isleña, radicalismo antiguo) jugó entonces papel en mi capacidad de comprensión. Palabras que ella decía habitualmente –parecían destinadas sólo a pelear con papá- de pronto adquirieron sentido amplio, regusto amargo. Menos me importaron, parado allí, comentarios de socios del club que recordé enseguida, que elogiaban a la Inglaterra imperial -socios a quienes mi papá insultaba por lo bajo, con voz suficiente para que lo escuchara- (los hijos fuimos para papá depositarios de su frustración), porque esos tipos comparados con mi viejo no eran nadie. Pero el mundo se había partido en dos pedazos: los cuadros no se ocultaban sólo a los socios del club sino también, fundamentalmente, a mamá, con pudor, con impotencia, con resignación; no estaban guardados en nuestra casa no eran secreto familiar que la pudiese unir. De un lado del mundo quedó mi papá, su soledad, dos amigos peronistas a quienes visitaba de vez en cuando -me llevaba con él-, las charlas que ellos mantenían sobre el nostálgico pasado, que confirmaban su identidad peronista (de las que fui testigo infantil) y del otro lado del mundo quedó mi mamá, mis dos hermanas mayores, lo demás. Aquella grieta me permitió atisbar cuando era niño -en pasado reciente, en incierto futuro- abismos de odio y consecuencias aún por venir. Corrió por ella sangre querida hasta hoy, no termina de cerrar corre peligro de abrirse; me remite -por necesidad de entender- al momento en que prometí lealtad a mis padres, amados, honestos y laboriosos. ——————————— 1955 no significo quiebre económico para nuestra familia, por el contrario. Papá cambió de club -y cantina- en Tigre, acompañado por mamá que lo ayudaba (yo lo haría), y fue recibido en el nuevo destino con salones llenos de clientes; nos proporcionaron allí una vivienda que ocupamos hasta 1965. El quiebre de mi papá tenía otros motivos. Antes había cedido en “amistoso alquiler” nuestra casa de San Fernando: (Construida con esfuerzo en 1950, fruto del peronismo, financiada por el Banco Hipotecario esa casa -disfrutada apenas- fue insólitamente entregada a “compañero peronista” que la devolvió no en 6 meses -así fue acordado- sino 12 años después en ruinas -Burla1º-, exigiendo y cobrando suculenta indemnización -Burla 2º-. Se amparó en ley de alquileres peronista -Burla 3º-, en vigencia, promulgada en segundo mandato por inflación creciente al desaparecer extraordinaria prosperidad de posguerra -Burla 4º-) Al tratar de entender aquel acto absurdo, cuyo origen no recuerdo sí sus amargas consecuencias, he pensado que mi viejo decidió dar vuelta de página a 1955 -reciente o próximo no lo sé-. Reparó de ese modo a su líder, incomprendido o injustamente derrocado -de quien era deudor- y devolvió el favor recibido de manera autodestructiva leal: dio “la vida por Perón”, como fue pedido entonces, como lo sería -dramáticamente- después. Y aunque los nuevos años en Tigre parecían alegres y auspiciosos para la gastronomía, y yo me permitía imaginar que papá abría su propio bar o un restaurante (ingenuos sueños) y que la empresa de simbólica unión familiar progresaba, eso nunca ocurrió. El camino del progreso se había roto para mi padre, la disolución de la familia estaba en marcha y mis hermanas -izquierdistas precoces- eran extrañas al club. Reproches de su mujer (mi mamá), indiferencia de hijas, clientes ávidos que reclamaban a toda hora atención eran el panorama de mi viejo en 1960, cuando yo tenía 10 y él 48 años (me hubiera gustado ayudarlo más); serena antesala de los ´70. Entonces mis hermanas que nunca fueron peronistas reivindicaron a Perón furiosamente (no era necesario, gobernaría poco después, incluso a pesar de ellas) paradoja de ese tiempo miserable: acaso por necesidad de acercarse a papá de quien se habían distanciado y de compensar nuestro despojo mediante símbolo que a él las uniera. Distintas utopías de la época (fueron varias: ingenuos, ambiciosos o perversos sueños) tuvieron el mismo desenlace: Escarmiento. Tronaría la terrible amenaza de Perón anunciada en Plaza de Mayo (Burla 5º). Y sería llevada a cabo con crueldad por “compañeros peronistas” (Burla 6º). Luego -recién-, militares completaron ilegal minucioso exterminio regodeándose, y pudieron exhibir en su favor decreto presidencial de Isabel que los “autorizaría” (Burla 7º). Máscara de odio cubría el rostro del líder agonizante al jurar venganza; al morir le sobrevivieron efectivamente sus deseos y también un desconocido mal peronista, hiperinflación de “Rodrigazo” (Burla 8º). (En los noventa, el peronismo que privatizó Los Recursos Naturales, y todo aquello que Perón alguna vez estatizó, constituiría una enorme Burla 9º). Ni entonces -ni nunca- pude objetar el vínculo que unía a mi padre con Perón o Eva, ambos de naturaleza mística, objeciones irreverentes frívolas. Al describir adulto al peronismo, movimiento político, monstruo de varias cabezas, que engendró amor o muerte -protegió y asesinó-, los he dejado a salvo. En resguardo de la memoria de papá y de mi identidad heredada de él. Pero frases “ética peronista” o “autoridad moral” (Burla 10º) no debieron repetirse. Siendo probable que el peronismo no sea partido -ni movimiento- sino rostro desmesurado abismal de única Argentina fuera de sí; proyección de oscuros fantasmas de resentimientos junto a bondad altruista. (Países milenarios que se asomaron a tales honduras no quisieron -por su bien- verlas después). En Argentina hoy la líder vuelve al pasado (no es necesario). Gobierna con personales dádivas a pobres (deudores nuevos sin casa propia -Burla 11- ), equivalentes símbolos (movimiento), culto a su personalidad y de esposo (cuadros de ambos), denuncia enemigos acérrimos (nuevos gorilas), hace bandera de división, y descansa en hechos lamentables y sangrientos invocando terrores profundos, grandes dolores (Burlas 12º y 13º). Sin saber que en 1972, cuando Perón regresó al país victorioso, en medio de gran euforia popular mis padres se reconciliaron -habían recuperado además nuestra casa- (siguieron así hasta 1992 año en que papá se suicidó), y entonces acompañé a mi madre a colmada calle Gaspar Campos, vimos al general e Isabel saludar, y corrimos a dar la buena nueva a mi viejo que, en cama enfermo, aguardaba noticias ansioso. Simpática postal (una en millones, posamos varios), ingenuos sueños, ¿sirvió para impedir la Gran Tragedia? Secuelas de Odio y de División, ¿Deben desde el poder alimentarse? Monstruo de varias cabezas insatisfecho -peronista y argentino-, ¿no pagará mezquina comida con violencia, vieja Burla renovada? ¿Lo calmaría tardío abrazo del líder al opositor?
Rodolfo López, Octubre de 2011.
Fuente: Pan Rayado, el blog de Tomás Abraham. Publicado:11 de diciembre de 2011
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