jueves, 12 de enero de 2012

CANTO A LA ÉTICA - Gabriel Mª Otalora

Una persona cercana me dice para qué tanto escribir -y hablar- de temas éticos y del anhelado buen rollito, si lo que impera cada vez más es el vil metal y el sálvese quien pueda. Que esto de la ética y de los comportamientos humanizados son cosas que están muy bien pero son anacronismos de finales de 2011. Que la ética sirvió durante mucho tiempo y es patrimonio de la humanidad en los libros de filosofía; más o menos como una catedral gótica del pasado, cuya contemplación nos procura goces estéticos. Aceptemos pues -me decía mi interlocutor- que las posibilidades de la ética y sus comportamientos, ya no sirven para transitar por esta sociedad cainita.

Entiendo el fondo de este desencanto porque la esperanza que nos acompañaba, se ha difuminado; algunos, la han perdido; o se la han robado: es inútil, no podemos influir ni cambiar esta crisis de decadencia global. De lo que se trata ahora es de sobrevivir con fórmulas más pragmáticas.

Pero frente al abatimiento general, el verdadero “sálvese quien pueda” solo puede triunfar desde las conductas éticas, empezando con las personas cercanas en los sucesos cotidianos. Ellas nos proporcionan la oportunidad de desplegar una u otra actitud cuyos resultados, lo reconozcamos o no, van a influir no poco en ellas y en nosotros.

Ante esta crisis que todo lo desvaloriza, la ética es más necesaria que nunca por la repercusión que tienen nuestras actitudes (codicia, solidaridad, indiferencia…). Entre las buenas ideas de Sigmund Freud, nos ofreció esta: “He sido un hombre afortunado: nada en la vida me fue fácil.” Y desde ahí la pregunta subsiguiente que nos plantea su confesión: ¿cómo sacarle fruto a la adversidad, tantas veces inevitable? No de cualquier manera, desde luego.

Todo lo bueno que existe en nuestra sociedad, y que es mucho más de lo que nuestros cansados ojos del corazón quieren ver, es gracias a los millones de comportamientos éticos que están tejiendo vida, ahora mismo, con el mejor de sus capacidades y esfuerzos, mientras otros la destejen a su favor egoísta, o eso creen.

¿Por qué debemos unirnos a quienes deshacen, o comportarnos con indiferencia, ajenos a quienes trabajan por una sociedad mejor, que no destrozan los derechos consolidados y las relaciones humanas gratificantes y solidarias?

Los orígenes y resultados de la crisis saltan a la vista. Es el Modelo el que está en crisis, incapaz de sobrevivir sin echar mano de “papá Estado”.

Quien lee estas líneas también es, de alguna manera, persona cercana. Y le recuerdo que, frente a la claudicación moral, los muchos pocos son los que generan espacios de vida ética, es decir, de vida plena. Afrontar la realidad a favor de la dignidad humana no es inútil sino imprescindible para sobrevivir en esta sociedad.

La ética, además de una parcela de la sabiduría (filosofía) que enseña el buen vivir de verdad, es una praxis que se apoya en la libertad que exige responsabilidad para lograrlo: el propio interés no debe lograrse a pesar del interés de los demás.

Nuestra civilización lo viene enseñando desde los diálogos socráticos: el Gorgias busca superar el hedonismo y la ley del más fuerte; El banquete es un canto encendido al amor y a todo lo bueno. Y así sucesivamente.

Por tanto, la regla universal de hacer a los demás lo que te gustaría que te hagan, sigue siendo el axioma fundamental para no vivir como hienas. Esta regla la divulgó Confucio, la universalizó Cristo y Kant le dio naturaleza científica (“imperativo categórico”).

Incluso en el siglo XX, que fue el más cruento de la Historia, hubo grandísimos ejemplos de heroicidad y eficacia ética en medio de aberraciones como las dos Guerras Mundiales, los gulag o los lager nazis. Y ahora, inmersos en la crisis actual, con tanto poderoso deshumanizado, ¿creemos de verdad que lo mejor para atajar las consecuencias es bajar los brazos y tratar de “ser como ellos”?

Fuente: Fe adulta

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