Lo primero que se me presentó cuando pensé en hablar sobre el tema de los vínculos fue ¿por qué no usar esta imagen de “los puentes” para hablar del hombre y sus relaciones?, ¿qué se puede decir acerca de los puentes que nos lleve a ahondar sobre nuestra propia existencia?. Y lo que inmediatamente se me apareció fue la necesidad de intentar un abordaje fenomenológico de esta realidad. Pienso que todo vínculo puede asociarse a la imagen de un puente y pienso también, en definitiva, que nosotros mismos, nuestra propia existencia, puede ser analizada bajo esta figura...
¿Qué es un puente? Es algo que une, que permite el paso, que salva un obstáculo, que comunica. Hay que reconocerlo como medio vital para unir extremos. Hay que revalorizar el puente desde algún lugar para reconocer su aporte de “medio”, de “vínculo”.
Si el puente es comunicación, se puede ver inmediatamente la necesidad de multiplicar o ensanchar los puentes, justamente para aumentar las posibilidades de diálogo, para no caer en comunicaciones trilladas o vínculos estereotipados o para hacer más fluido el transito entre unos y otros.
Poniéndonos a pensar, el puente une lo separado y por eso tiene un cierto carácter de indispensabilidad: sólo se puede transitar por él para llegar al otro lado. Sin puente no hay forma de llegar o sólo nos queda hacer un largo rodeo. En general no tienen una única dirección, son siempre vías de ida y vuelta que recorremos en uno u otro sentido. Algo sugestivo además es que en ellos no podemos detenernos, es peligroso, hay claras advertencias viales para no hacerlo...; sólo cabe por allí circular.
Se distingue de un camino o un túnel; el camino une dos puntos, pero sus distancia puede ser indefinida y no tiene soportes. Lo propio del túnel es que corre por debajo, sea tierra o agua. Su característica es lo subterráneo.
En cambio el puente supone que algo queda abajo: ríos, fosos, abismos. Siempre implica un cierto vacío, más o menos profundo: un curso de agua, un precipicio, una vía de comunicación, etc. Sí, remite a un cierto “estar suspendido” en el aire, sólo apoyado sobre dos o más pilares, tensores o arcos.
Por todo esto, el puente es un lugar vulnerable, una construcción frágil, que muchas veces se convierte en un objetivo militar para alcanzar, dominar o destruir por su carácter estratégico. Quien lo ocupa se asegura una vía de comunicación privilegiada y quien lo destruye se asegura que el otro, el “enemigo” no pueda aprovecharlo.
Hay unas primeras preguntas que me surgen de lo dicho: ¿son nuestro puentes caminos de ida y vuelta por los que circulamos y dejamos circular? ¿Muchas veces nuestros vínculos no son más túneles que puentes: algo que va por debajo, sin aire, sin luz...? Y si trasladamos la idea de conflicto bélico a cualquier conflicto en general podríamos preguntarnos: ¿tendemos puentes?,¿los intentamos controlar o destruir?
Pensemos ahora un poco en los distintos tipos de puente que podemos encontrar, para ver que nos sugieren en orden a nuestras relaciones.
* Hay puentes colgantes de pequeños pueblos o parajes. dan la sensación de inestabilidad y peligro porque el piso se nos mueve. Son puentes precarios, construidos en general por los mismos lugareños, pero que cumplen con su finalidad a pesar de su provisionalidad y son mejor que nada. ¿Somos conscientes de la precariedad de nuestros puentes? ¿lo valoramos, a pesar de su fragilidad?
* Hay puentes levadizos que aseguran una fortaleza (acompañada además por un foso) y que desde adentro se maneja tendiendo o levando. ¿Cuántos puentes tenemos levantados? ¿con quiénes? ¿tenemos presente que los tendemos o levantamos desde nosotros? ¿Será un modo legítimo de protegernos o una coraza para no mostrarnos?
* También hay puentes levadizos sobre un canal, necesarios de levantar para que un barco pase por debajo. Levantar un puente no siempre es incomunicación, puede implicar justamente lo contrario: dejar el puente tendido implicaría aquí que otros no puedan avanzar. ¿No es necesario a veces saber levar puentes a tiempo, para que otros también “puedan circular”? ¿no podemos ser obsesivos, asfixiantes y bloquear la posibilidad de tránsito de otros?
* Hay puentes aéreos que resultan muy interesantes porque sólo se los reconoce por las puntos que unen, es un puente totalmente inmaterial..., la nave es a la vez móvil y puente... En realidad “no hay puente”, sin embargo se sabe de donde salir y a donde llegar. ¿A veces no hay que ser como un puente aéreo, es decir, ser sólo un medio y que no se note que lo somos?
* Está el puente cerril, que es un paso estrecho por el que se hace pasar el ganado suelto.... ¿Cuánto de estrechos o directivos pueden ser nuestros puentes?
* El “puente de los asnos” que habla de la dificultad que se encuentra en una ciencia u otra cosa, y quita el ánimo para pasar adelante. Aquí se trata de algo que nos bloquea: no es puente sino propiamente muro, límite, valla, peaje. El salvoconducto para pasar es el conocimiento, aunque podría uno ir más allá y pensar en que muchos se erigen como “señores” del puente, que deciden quien pasa y quien no: doctos profesores, sabios, sacerdotes, burócratas, profesionales de la salud psíquica; son los que se interponen muchas veces entre nosotros y la otra orilla, allí donde está Dios, la salud, la verdad, la libertad, etc. ¿No somos muchas veces puentes de los asnos...?
* Pero también está la expresión “hacer la puente de plata a alguien”: esto es, facilitarle y allanarle las cosas al otro.. Lo contrario del anterior, si antes era dificultar ahora hablamos de facilitar. ¿Cuándo fuimos, últimamente, puente de plata para alguien?
* Hay también puentes “imaginarios”, como las historias que une con el pasado, la tradición, o incluso los mitos que nos remontan al mismo origen simbólico de un grupo humano. En este sentido podemos llegar a decir que el puente aquí, en tanto historia o relato que remite a algo ya pasado, es una mediación. Nosotros mismos somos mediaciones: culturales, valorativas, de tradiciones, de sentimientos. Nuestra misma historia personal es un relato que se construye, “tabla por tabla”, con los recuerdos y emociones que hacen puente con los hechos acaecidos. Nos conectamos con ese ayer pero desde el presente vivido que somos y la “cura” muchas veces está sólo en la posibilidad de esa revinculación. ¿Tendemos puentes con esa propia historia personal que nos constituye? ¿esa historia es un lastre o es raíz...? Los profesionales de “la ayuda”, como los terapeutas o counselors, por ejemplo, permiten con sus “reflejos” que un consultante haga un puente consigo mismo...; un puente entre lo desconocido y lo vislumbrable, entre lo no verbalizado y lo ahora balbuceado. Pero lo interesante es que se retorna a sí por el otro que es puente o medio.
* Un puente también a veces puede ser “inútil”; ¿para que invertir entonces energía y tiempo en él?
Veamos ahora “los límites” de un puente. Es una vía acotada, limitada, estrecha. O se pasa por él o no se pasa. El ser “paso” es así su virtud y su límite. Por eso los puentes pueden hacerse cotidianos y rutinarios. Uno se termina acostumbrando a pasar por ellos aunque haya muchas dificultades para transitarlo. ¿Cuántos puentes son hoy para nosotros mera costumbre y rutina? ¿Por qué no multiplicar y diversificar los puentes...?
Los puentes pueden romperse. Por eso al puente hay que respetarlo, cuidarlo, no exigirle más de lo que puede soportar, reconociendo sus posibilidades y limitaciones sino, corremos el riesgo de venirnos abajo con él.
Habría que pensar sin duda también lo que el puente “puentea”. Es decir, aquello sobre lo cuál está suspendido y que queremos evitar: ese abismo, vacío o profundidad. Sería hacer figura en lo que en general ignoramos y “saltamos” y que merece a veces nuestra atención. Por ejemplo, ¿no estaré puenteando “la soledad”, cuando hay un valor a reconocer en ella? ¿No estaré puenteando “el conflicto”, que sería necesario alguna vez enfrentar para ver sus causas, las razones de su perdurabilidad, aunque sea larvada? ¿No estaré puenteando “la angustia”, que nos da la posibilidad de confrontarnos con la nada y reconocernos más propiamente humanos?
Nietzsche, ese impresionante filósofo alemán de la segunda mitad del siglo XIX, en su obra cumbre “Así habló Zaratustra”, afirma que el hombre es “una cuerda tendida entre el animal y el superhombre” Podríamos decir, entre el animal que es lo determinado, lo dado y definido y el superhombre que es siempre proyecto, futuro, lo que adviene...Pero cuidado, hay un abismo... y “el hombre” es el puente que se suspende sobre ese abismo... Sigue diciendo también que “la grandeza del hombre está en ser un puente y no una meta: lo que en el hombre se puede amar es que es un tránsito y un ocaso”: Sí, un “hundirse en su ocaso”, que puede entenderse justamente como un “pasar al otro lado”... Es el día, el amanecer que sigue al crepúsculo y la noche..., es el superarse a sí mismo por la mediación edificante del otro.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario