Si Israel se metiera un poco en la piel de los palestinos y los palestinos en la piel de los israelíes, en seguida se haría la paz.
Si las Iglesias hicieran lo mismo entre ellas, muchas murallas se vendrían abajo, y todas ellas llegarían a ser una gran fuente de inspiración para el mundo.
Si los empresarios se metieran en la piel de sus empleados y los empleados en la de sus patrones, habría menos huelgas y nadie lloraría.
Si el varón se acostumbrara a ponerse en el lugar de la mujer y la mujer en el del varón, la vida sería más linda en las casas, y así por todo el planeta.
Si simplemente nos habláramos intentando sinceramente ponernos en la piel del otro, nos comprenderíamos mejor y, quién sabe, tal vez acabaríamos amándonos.
Cada vez que uno espera que el otro dé el primer paso, se hace mal a sí mismo, y cada vez que uno se preocupa primero por ser comprendido antes que comprender, se equivoca.
Los psicólogos llaman al hecho de meterse en la piel del otro “tener empatía”.
Dios se metió en nuestra piel, y esto ha sido la Encarnación hasta el extremo de la cruz; ahora Él espera que nosotros también nos metamos en su piel hasta el extremo de amar al mundo como Él lo amó.
Los misioneros hicieron generalmente grandes cosas, muchas absolutamente magníficas, otras tristes hasta llorar. Cada vez que se equivocaron fue porque se olvidaron de meterse en la piel de los pueblos que buscaban iluminar. Hoy la misión consiste en recuperar el tiempo perdido.
(...)
Con el Samaritano que desciende de su montura, toma al herido en sus brazos y lo pone en su burro, Jesús nos enseña a no mirar al otro desde arriba, desde nuestra suficiencia, sino a descender de nuestra torre, a hacernos cercanos del otro, a alzarlo a nuestro mismo lugar y a caminar sencillamente a su lado. Lo mismo con los ateos, con personas de otras religiones y con todo el mundo.
Se buscan toda clase de espiritualidades. Ponerse en el lugar del otro, meterse en su piel, es una de ellas. Se le llama la espiritualidad de la encarnación. Ésa fue la espiritualidad de Jesús.
Fuente:Fe Adulta
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