Llegó a su fin la pesadilla de Toulouse, pero como en toda pesadilla, los momentos posteriores son de pesadumbre. Nadie puede digerir el hecho de que un hombre entre en un colegio y elija a sangre fría a tres chicos para asesinar. No hay manera de metabolizar esto, y por eso sobreviene la frustración de que el asesino haya muerto, porque uno hubiera querido que enfrente la justicia humana, no la promesa de una justicia divina. Morir es salir demasiado fácil de la situación, como lo grafica su saltar por la ventana. Si "el que a hierro mata a hierro muere", suena una equivalencia justa para quien perpetra los actos, no es ni por asomo justo para quien los ha padecido. El saldo es el gusto amargo de la injusticia y de lo que no podrá ser saldado, ya que la muerte no es un precio suficiente para quien ejecutó a esos tres chicos judíos, además de sus previas víctimas. Este hombre debería haber enfrentado un juicio, sumado al otro infierno, uno imagina, que es una conciencia condenada a pensar por el resto de su vida en lo que ha hecho.
En verdad, cómo y por qué se puede matar de esa manera es algo que no puede imaginarse, pero es algo que nos interpela y nos desafía cada vez como especie. Estamos ante el tipo de cuestiones que a uno le hacen pensar si la humanidad, a pesar de su fábula del progreso, abandonó alguna vez el estadio de Caín y Abel, ese relato simbólico de la aniquilación del otro. Efectivamente, como si no hubiera transcurrido tiempo ninguno, se trata de una repetición de aquel gesto de asesinato que, esencialmente, es el asesinato de la inocencia. Al igual que en aquella historia, la inocencia despierta odio, despierta la envidia hacia quien habita en un mundo que no conoce aún la condena ni el resentimiento.
Pero hay que tener en cuenta que todos los fanatismos redentores que plagan el mundo, incluyendo los de origen religioso, provienen de un asesinato de la inocencia muy previo aún, que es el asesinato de la inocencia del mundo. Por lo general, las ideologías propias de las persecuciones raciales y matanzas de este tipo suponen un modelo de acusación y de desprecio de la existencia, que lleva naturalmente a una receta sustitutiva para hacer, de éste, un mundo "mejor". Se trata de depurar al mundo de aquello que se ha encontrado como contaminante. Así, toda voluntad de limpieza étnica se encuentra enraizada, en su fase más oculta, en una limpieza ontológica previa. De estas amenazas sólo se sale promoviendo un tipo de hombre más reflexivo, no castigando penalmente la consulta de webs que defiendan el terrorismo. Esta forma primaria de encarar el problema no neutraliza, sino que apenas posterga la proclividad de ciertas conciencias a adoptar la semilla de la violencia. Acaso la estrategia necesaria sea educar de una manera mucho más pensante, que permita comprender por qué no puede matarse niños judíos para vengar niños palestinos, ni tampoco su inversa. Y que permita comprender que cuando se suprime a otro se suprime también lo propio, llamándolo con otro nombre
Fuente: La Nación
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