"Se ubicó en un compartimiento para cuatro personas. El tren estaba bastante repleto. Extrajo de un bolsillo de su raído saco un libro de oraciones, y comenzó a leer cansinamente. Arrancó la locomotora y la formación lentamente inició su travesía. La invitación fue cálida: -“Amigo, somos tres para el póquer. Súmese y jugamos todos que es más divertido”-. Agradeció cortésmente señalando que prefería rezar. –“Vamos”-, insistió otro ya con menos paciencia, -“no se haga rogar”-. La negativa volvió a ser amable, a diferencia de la respuesta del tercer paisano que, completamente desbocado, sacó a la fuerza al pobre hombre del compartimiento, sugiriéndole a los gritos que viajara sentado en el piso del pasillo. Así lo hizo.
Corrían los últimos años de la última década del 1800 y el ferrocarril atravesaba raudamente la estepa rusa para llegar finalmente a destino. La estación estaba colmada de judíos que venían a recibir a un santo rabino, una luminaria de su generación. Ya sabemos de quién se trataba...
Recién por la noche los jugadores lo ubicaron, pero a pesar de su insistencia en pedir perdón, el rabino se negó a recibirlos. Lograron dar con uno de sus discípulos preferidos a fin de que intermediara por ellos. No hubo caso. No los atendería. El alumno tomó coraje y le preguntó: -“Rabí, ¿no nos ha enseñado que estamos obligados a perdonar cuando hay arrepentimiento y nos insiste genuinamente en que lo hagamos?”.
–“Por supuesto”- respondió, -“así debe hacerse”- Pero viendo que su estudiante no comprendía, agregó: “Ve y diles que no es a mí a quien tienen que dirigirse, sino a aquel que ofendieron. No fue este rabino el injuriado; fue un sencillo paisano que únicamente quería rezar. Que lo busquen y él los perdonará”.
Nunca el perdón debe ser instantáneo. Requiere, para ser íntegro, de todo un proceso. En la tradición judía precisa en primera instancia del remordimiento. Y en segundo lugar de la confesión del daño realizado. No a una autoridad religiosa, sino a la misma parte damnificada. Solamente es allí cuando se habilita la posibilidad de pedirlo. E indudablemente, es menester darlo. Claro que después faltaría completar el círculo con la reparaciónpor el daño conferido, pero eso ya forma parte de otro capítulo...
Por Rabino Marcelo Polakoff
Fuente: www.yocreo.com
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