miércoles, 21 de marzo de 2012

Para traer la reconciliación.

Efesios 2, 11-22: Libre acceso al Padre

Así que, recordad cómo en otro tiempo vosotros, los gentiles según la carne, llamados incircuncisos por la que se llama circuncisión - por una operación practicada en la carne-, estábais a la sazón lejos de Cristo, excluidos de la ciudadanía de Israel y extraños a las alianzas de la Promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Mas ahora, en Cristo Jesús, vosotros, los que en otro tiempo estabais lejos, habéis llegado a estar cerca por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad, anulando en su carne la Ley de los mandamientos con sus preceptos, para crear en sí mismo, de los dos, un solo Hombre Nuevo, haciendo la paz, y reconciliar con Dios a ambos en un solo Cuerpo, por medio de la cruz, dando en sí mismo muerte a la Enemistad. Vino a anunciar la paz: paz a vosotros que estabais lejos, y paz a los que estaban cerca. Pues por él, unos y otros tenemos libre acceso al Padre en un mismo Espíritu. Así pues, ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios, edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra angular Cristo mismo, en quien toda edificación bien trabada se eleva hasta formar un templo santo en el Señor, en quien también vosotros estáis siendo juntamente edificados, hasta ser morada de Dios en el Espíritu. (Efesios 2, 11-22)

El autor de la Carta a los Efesios quiere describir la relación totalmente nueva que se establece entre nosotros tras la muerte y resurrección de Jesús. Para ello, utiliza muchos términos propios de la esfera política de la sociedad griega -extranjeros, residentes, conciudadanos, libre acceso, cimientos. Estos términos técnicos, que más bien parecen propios de un decreto ministerial para regular la obtención de visados, adquieren una connotación particularmente original al usarse para describir el vínculo entre los creyentes y Cristo y entre los diferentes creyentes. Sin duda, el uso de un vocabulario político no es accidental. El autor quiere hablar de una nueva manera de estar en el mundo, una nueva pertenencia, una “ciudadanía” que es más fundamental incluso que la que aparece en nuestro pasaporte.

Este cambio radical de identidad nació a los pies de la cruz, donde Cristo “dio muerte a la enemistad”. Lo que nos mantenía alejados de Dios, nuestras faltas, se quedan tras la cruz. Dios se interpone entre nosotros y nuestra propia violencia. Al aceptar morir por amor y entrar en la vida de eternidad, Jesús elimina la barrera final, la que había entre nosotros y Dios.

Al mismo tiempo, la vulnerabilidad del Hijo es capaz de “dar muerte a la enemistad”, eliminando la distancia entre las personas, particularmente entre el pueblo elegido y los demás. En la vida entregada de Jesús, todos nos convertimos en miembros los unos de los otros. En el fondo, la cruz juega el mismo papel que la constitución en un Estado: provee el aglutinante necesario para una identidad común.

Así, puede constituirse el nuevo cuerpo. Somos “conciudadanos de los santos”. De ahora en adelante, lo que nos defina será que recibimos algo del esplendor de Dios, de su poder, de su absoluto, puesto que tenemos libre acceso a él. En política, sólo los poderosos tienen acceso a aquellos que detentan el poder. El poder atrae al poder. En esta nueva ciudadanía, tenemos acceso al “poder” por medio del acontecimiento que expresa de la forma más extrema la pobreza y sencillez de Dios: la cruz.

Entendemos ahora que ya no hay distancia geográfica: “ paz a vosotros que estabais lejos, y paz a los que estaban cerca”. En este nuevo Estado, sin fronteras, todo “está bien trabado y se eleva” para traer la reconciliación.

Ante las identidades que predominan en nuestra sociedad, basadas en el conflicto, - ¿qué podemos hacer para mostrar que otro tipo de “ciudadanía” es posible?

“Dar muerte a la enemistad”:
- ¿cómo entiendo esta expresión?
- ¿Qué me inspira respecto a mi relación con los demás?

Fuente: Boletín de Taizé.

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