Extraído del libro “Disposición Final. La confesión de Videla sobre los desaparecidos” del periodista Ceferino Reato, que acaba de publicar Editorial Sudamericana, Bs. As.
“Pongamos que eran 7000 u 8000 las personas que debían morir para ganar la guerra contra la subversión”
“Para no provocar protestas dentro y fuera del país, sobre la marcha se llegó a la decisión de que esa gente desapareciera. Cada desaparición puede ser entendida como el enmascaramiento, el disimulo de una muerte”
“Había que eliminar a un conjunto grande de personas que no podían ser llevadas a la Justicia ni tampoco fusiladas”
“La frase ‘Solución Final’ nunca se usó. ‘Disposición Final’ fue una frase más utilizada; son dos palabras muy militares y significan sacar de servicio una cosa por inservible. Cuando, por ejemplo, se habla de una ropa que ya no se usa o no sirve porque está gastada, pasa a Disposición Final”,
“No hay listas con el destino final de los desaparecidos. Podría haber listas parciales, pero desprolijas”
“Nuestro objetivo era disciplinar a una sociedad anarquizada. Con respecto al peronismo, salir de una visión populista, demagógica; con relación a la economía, ir a una economía de mercado, liberal. Queríamos también disciplinar al sindicalismo y al capitalismo prebendario.”
“Dios sabe lo que hace, por qué lo hace y para qué lo hace. Yo acepto la voluntad de Dios. Creo que Dios nunca me soltó la mano”
Cuando algo – como estas declaraciones – nos conmueve, es bueno buscar las palabras de los que consideramos maestros antes de emitir las propias.
El 14 de marzo de 2000, el periodista Javier Cámara, de Radio María, Córdoba, efectuó una entrevista al entonces arzobispo de Resistencia, monseñor Carmelo Giaquinta, en el contexto del Jubileo.
Periodista: El Gran Jubileo ha puesto sobre el tapete la idea de pedir perdón y concederlo. ¿Qué significa pedir perdón?
Mons. Giaquinta: El Padre Nuestro le da la respuesta. Cuando rezamos esa oración, que nos enseñó Jesús, decimos: “Perdona nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. “Perdón” es, por tanto, un regalo que le pedimos a Dios. Me animo a decir que es el regalo máximo que esperamos de él. (…)
Periodista: ¿El perdón supone el arrepentimiento?
Mons. Giaquinta: Por supuesto. Dios está siempre pronto a perdonar a su creatura. Pero es preciso que ésta se disponga a recibir el perdón. La disposición para ello se llama “arrepentimiento”. Es decir:
- repensar lo hecho, admitir que uno “metió la pata”, que hizo el mal. Y esto no sólo a nivel interior, sino dando la cara, confesando que obró mal.
- Además, dolerse por la ofensa cometida, cuyas consecuencias negativas no siempre se podrán detener.
- Y ganas de reparar el mal con el bien en toda la medida de lo posible. (…)
Periodista: ¿Debe aplicarse la noción ( “estructura de pecado”) a lo ocurrido en la Argentina durante la década del setenta? ¿Y debe pedirse perdón de todo lo acaecido?
Mons. Giaquinta: Por cierto. El estado de terror instaurado entonces emuló el espanto impuesto en Alemania y en la URSS por la Gestapo y la Policía Soviética. Para siempre jamás la Junta de Comandantes figurará junto a las figuras monstruosas de Himmler y Laurenti Beria. Sin embargo, y aunque duela, hemos de decir, que la Junta no obró sola, sino que contó con la complicidad, explícita unas veces, implícita las más, de amplios sectores de la sociedad argentina. Cuántas veces entonces se escuchó decir: “La Policía no vino a mi casa. Si fue a la de Fulano, por algo habrá sido”.
Periodista: ¿Usted afirma que la sociedad argentina fue represora?
Mons. Giaquinta: No sé si llamarla represora. Se trataba, sin duda, de una conciencia colectiva complaciente, que le permitió a la Junta obrar como obró. No aceptar que esa conciencia colectiva existió, llevará a que la sociedad argentina tarde todavía varios decenios más en reconciliarse.
Periodista: ¿Cómo pudo formarse tal conciencia?
Periodista: ¿Cómo pudo formarse tal conciencia?
Mons. Giaquinta: Como un río que se forma con muchos afluentes. Le cito algunos.
- El primero fue que en la sociedad muchos tenían cola de paja. Durante la década del 60, buena parte de la inteligencia argentina y latinoamericana había aceptado la tesis de la inevitabilidad y bondad de la lucha armada para el cambio social. (…)
- El segundo afluente fue la prensa. Ésta muchas veces fue tibia en condenar la violencia guerrillera. Y a veces fue explícitamente complaciente. Consecuentemente, fue tibia después para condenar la represión militar. (…)
- El tercer afluente fue la claudicación de los grandes partidos políticos y gremios. Aunque hoy se adjudiquen méritos frente a los militares de aquella época, lo cierto es que obraron cobardemente. En ese clima, la sociedad argentina no tuvo agallas para oponerse a la represión. Los pocos mártires de la democracia, que existieron, no bastan para quitarle el estigma de cobarde a nuestra sociedad.
- El cuarto afluente, la Iglesia institucional con el Episcopado a la cabeza, que tal vez pudo detener el aluvión, no estuvo a la altura de las circunstancias y equivocó el cauce. La actitud elegida no estuvo inspirada por la valentía del Espíritu. Por una parte, creyó que debía hacer declaraciones públicas contra la violencia y el Terror de Estado, e hizo algunas muy importantes. Pero por otra, se dedicó a realizar tratativas confidenciales con el poder político en favor de los desaparecidos, pero sin poner ningún signo eficaz de oposición a las tropelías del mismo, como podría haber sido instituir oficialmente una Mesa a la cual presentar las denuncias de desaparición de personas. Así el lobo se comió al cordero. Y sobrevino la monstruosidad del Imperio del Terror, cuyas consecuencias pesarán todavía por varias generaciones.
Periodista: Su explicación parece culpar por igual a las Fuerzas Armadas y a la guerrilla. ¿Se inspira acaso en la teoría de los dos demonios?
Mons. Giaquinta: De ninguna manera. Según esa teoría, todo habría sido igual: tanto el caos que desató la guerrilla, cuanto el terror que implantó el Estado. Y por supuesto que no era lo mismo. A la esencia de la guerrilla pertenecía implantar el caos para instaurar después un orden social nuevo. En cambio, a la esencia del Estado, así estuviese regido por los militares, pertenecía el defender el estado de derecho. Apartarse del mismo para defenderlo y adoptar los métodos que decía combatir, fue una monstruosidad, que constituye de veras un crimen de lesa humanidad.
A diferencia de la teoría de los dos demonios, mi explicación parte de la observación directa de los hechos, y esto desde su génesis. (…)
- En primer lugar, no olvidemos el contexto internacional de las décadas del 50, 60 y 70: guerra fría a nivel de grandes bloques de países agrupados en la OTAN y en el Pacto de Varsovia, pero guerra caliente a nivel de los países periféricos disputados por aquellos. El nuestro era periférico, y si bien alardeó por un tiempo entre ser neutral o adoptar una tercera posición, no pudo escapar a la tenaza de la guerra fría, y de tener que jugar a la postre para la OTAN. Esto, sin embargo, no le ahorró tener que vivir en su propia piel el drama de la lucha que los países hegemónicos temían desatar abiertamente entre ellos. En este contexto, se explica el adoctrinamiento antimarxista de los militares argentinos en las escuelas del Pentágono después de la guerra de Corea. Entre tanto también se daba el adoctrinamiento de los líderes juveniles en la Universidad Lumumba de Moscú y su entrenamiento militar en Cuba. Después del adoctrinamiento, el enfrentamiento fue inevitable; al principio, a nivel de escaramuzas, y después, a muerte, olvidando todos los principios de humanidad.
- En segundo lugar, esto venía abonado por la herencia de cierto nacionalismo ultrancista que, desde la década del 30, afectaba a algunos sectores políticos y militares argentinos, el cual miraba embobado el orden social impuesto en los estados fascistas de entonces: Alemania, Italia y España. Esa ideología, si bien miraba con antipatía todo lo británico y lo yankee, rechazaba con más vehemencia aún todo lo que oliese a la filosofía marxista y a su concreción en el estado comunista, que se profesaba ateo. De allí, la paulatina inclinación de este sector hacia un alineamiento incondicional con Estados Unidos. De allí, también, la simpatía que el ultranacionalismo obtuvo en parte del clero argentino. Para colmo, a fines de los años 60, otra parte del mismo apareció en la orilla opuesta apoyando el camino de la revolución armada… Entonces se creyó ver a la bestia apocalíptica de las siete cabezas que salía de la tierra: el marxismo triunfante. El encandilamiento que ese horror produjo impidió ver a la segunda bestia apocalíptica de dos cuernos, que surgía del mar: la doctrina de la Seguridad Nacional, que yo prefiero llamar “Terror de Estado”. Y entonces fue el horror que fue, inimaginable para los que no lo han vivido.
Periodista: ¿Queda alguna lección de todo ese horror?
Mons. Giaquinta: (…) que el Evangelio es el verdadero tesoro que la Iglesia tiene para ofrecer a los hombres, y que cuando lo mezcla con una ideología lo prostituye y engaña al mundo.
Por ahora nos quedamos reflexionando estas frases de M. Corbì.
La verdad que desconoce la verdad de otros no es verdad.
La verdad es sólo reconocimiento.
La verdad que no mira a los ojos a otras verdades no es verdad.
La verdad que engendra dureza no es verdad.
La verdad es sólo amabilidad y ternura.
La verdad que desune no es verdad.
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