¿Cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? Mateo 18,15-22
Nos encontramos ante un relato que leído a la ligera puede llevar a complicadas confusiones, principalmente sobre los roles que asumimos en nuestra convivencia. A veces se dan ciertas malas costumbres en la lectura bíblica, una de ellas es la de usarla como ‘supermercado’ donde tomo lo que me resulta útil y dejo de lado lo que no me gusta, pero eso que no me gusta resulta ser tanto o más importante. Definitivamente no podemos leer la Biblia de esa manera: tomando lo que me gusta y desechando lo que no; el verdadero desafío de la Biblia es reflexionar sobre lo que nos dice, más allá de si nos gusta o no. En la escena de este relato, Pedro se ve confrontado a reflexionar algo que va más allá de ‘su gusto’ y se trata de nunca, y bajo ninguna circunstancia, dejar de perdonar. Y este es el punto que da sentido al resto del contenido del relato.
Decía que si se lo lee a la ligera puede confundir, dado que esta situación de enseñanza que genera Jesús se da en torno a los conflictos: ‘si alguien peca contra ti’. ¿Quién estará liberado de estos conflictos?, ¿Quién estará liberado de pecar en contra de…? o ¿Quién estará liberado de que pequen contra nosotros/as mismos/as? La convivencia humana esta signada por esta triste característica del conflicto de intereses, pecado, o como queramos llamarlo. Con el tiempo se van institucionalizando las formas y condiciones que deben ser aceptadas, y de no ser aceptadas se desencadenan las inst ancias de represión y castigo que tienen la finalidad de encausar aquel ‘desvío de las normas establecidas’. Si este esquema estuviese aplicado a la comprensión de los ‘desvíos’ como aquello que daña la integridad de la creación de Dios, hoy no sufriríamos ningún tipo de violencia en la sociedad, no habría hambre, guerras, crímenes, corrupción, inseguridad, etc., etc. Sin embargo, la presencia de estos flagelos son indicadores de que ese esquema es usado con otros fines, fines que se alejan de un propósito de Dios en este mundo: el perdón como herramienta de transformación, de resurrección.
Cualquier grupo que tenga en su poder ciertas ‘normas’, tendrá sus propios intereses, y apelará a esas normas para que no se defraude, no los intereses de la norma en sí, sino los suyos. El esquema propone: llamar primero al que peca contra ti, reprenderlo; sin no hace caso, ir entre dos o tres, y si no hace caso decirlo a la ‘institución madre’, y si no hace caso tomarlo como alguien que profesa otra religión (gentil-pagano); todo un despliegue que al sacarlo del contexto de Jesucristo, lleva a ser una herramienta de expulsión temible en las instituciones. Sin embargo en el contexto de Cristo es claro que no se llega a una expulsión, sino a una comprensión: ‘tenedlo como gentil y publicano’, Jesús nunca condenó a gentiles y publicanos, ni a nadie. Corrobora esta postura no expulsiva la pregunta de Pedro: ¿Cuántas veces perdonaré a mi hermano…?
Otra frase que a cualquier grupo que esté en espacios de poder le puede caer a gusto es: ‘si dos de ustedes se ponen de acuerdo en la tierra acerca de cualquier cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos’ (Mt 18,19). ¿Cuántos hay que se ponen de acuerdo aquí en la tierra, y creen que sus logros son por providencia divina y no por manejos del poder? ¿Cómo saber si las empresas que llevamos adelante en la vida de nuestros grupos son sostenidas por la fuerza divina o por los caprichos humanos? Pues tenemos una pista en la respuesta que Jesús le da a Pedro: si vas a perdonar que sea ‘…hasta setenta veces siete’ (Mt 18,21).  ; El número siete refiere a la perfección, y este juego de números en la respuesta nos deja pensando en un perdón perfecto, profundo, incuestionable, es decir para nada superficial y rencoroso.
Jesús dice que lo que atemos aquí queda atado en el cielo, y que lo que desatemos aquí queda desatado en el cielo (Mt 18,18), esto nos lleva a pensar que no debemos esperar que en algún ‘cielo’, futuro y posterior a la muerte, se resuelvan algunas cosas, especialmente las que cuya resolución dependen de nosotros/as mismos/as. Y por demás está decir que la resolución cristiana de los conflictos no se encausa por caminos de expulsión, sino de perdón y comprensión, de amor y paz. No confundamos nuestro rol cristiano, y en cada situación que nos toque vivir, demos testimonio de la unidad a la que Cristo nos convoca, recordando siempre lo que San Pablo dice: ‘el amor no hace mal al prójimo, así que el cumplimiento de la ley es el amor’ (Romanos 13,10).
Fuente: Red de Liturgia del Clai
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