Los escribas enseñan la justicia de la ley: los fariseos la hacen. Jesús dice que para entrar en el reino no basta conocer y cumplir la ley. Es necesaria una justicia que exceda los límites de la ley: es la del Padre, que ama, perdona y salva gratuitamente a sus hijos. Es una justicia “excesiva”, porque el amor que la mueve no conoce medida.
El uso pasivo de “se dijo” es para no decir el nombre de Dios. YHWH habla: el hombre escucha, y se convierte en la palabra a la cual responde. El mandamiento de “No matarás” es el fundamento mínimo de toda relación que se trata de dejar que el otro viva.
El “pues yo os digo” no es una antítesis, sino una complementación: el matar físicamente viene de un matar interior del otro: de la ira, del desprecio, del romper la fraternidad con él.
La ira es el homicidio del corazón, movimiento interior “contra” el otro, que supongo esté “contra mi”. El otro es el extraño, el enemigo, con respecto al cual me defiendo y ataco. Pero, al negar la fraternidad, mato mi identidad como hijo. Por eso la ira del hombre no cumple la justicia de Dios (St 1,20).
El desprecio o el insulto es matar interiormente, y eso permite matar exteriormente. Se considera al adversario como inferior. Las guerras van precedidas por una campaña denigratoria del enemigo, como si no fuera hombre. ¡Solo entonces es posible matarlo! La estimación que debo tener para con el otro es la misma que tiene Dios, el cual no vaciló en dar su vida por él.
Jesús tres veces habla del otro como “hermano”: negarle la fraternidad es perder la propia actitud filial.
Antes de dirigirte al Padre, debes no sólo perdonar al hermano contra el cual tienes algo, sino incluso reconciliarte con el hermano que tiene algo contra ti, aunque tú no tengas nada contra él. No puedes celebrar la paternidad, si antes no tratas de restablecer la fraternidad.
Si no te reconcilias con el hermano que tiene algo contra ti, estás en una culpa, aunque no tengas nada contra él. No puedes decir que tienes razón o que no te importa. El no estar de acuerdo ya es “el mal”; y si él no te importa, ya lo has matado a él como hermano y a ti mismo como hijo.
La vida es un camino de reconciliación con el otro: tiene como meta tu realidad como hijo en tu vida como hermano. Si no obras así, pierdes el tiempo y la vida; equivocas el sentido de tu existencia.
Párrafos extraídos de “Una comunidad lee el Evangelio de Mateo” – Silvano Fausti – Editorial San Pablo
me gusto mucho gracias
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