lunes, 25 de junio de 2012

No juzguen, para no ser juzgados


"Jesús dijo a sus discípulos:
No juzguen, para no ser juzgados. Porque con el criterio con que ustedes juzguen se los juzgará, y la medida con que midan se usará para ustedes.
¿Por qué te fijas en la paja que está en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: «Deja que te saque la paja de tu ojo», si hay una viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano"

Por dos motivos no debo juzgar.
- Primero, porque mi juicio condiciona negativamente al otro
- Segundo, porque mi juicio sobre el otro se vuelve contra mí.
Mi juicio pre-juzga al otro y me juzga a mí mismo: el otro tiende a volverse como yo lo veo, y yo soy como veo al otro.

Positivamente estoy llamado a estimar al otro como hijo de Dios, hermano mío. Mi desestimación a su respecto es grave para él y para mí: le niega a él mi fraternidad y a mí la filiación divina.

El otro es “otro”, diferente y extraño. Lo miro como un intruso y competidor, invasor y enemigo, lo mido, lo juzgo: ¡Lo que tiene de más – el otro es sencillamente algo más con respecto a mí! – ese objeto de envidia y rapiña; lo que tiene de menos, es motivo de desprecio, pretexto para tenerlo en mi mano.

Si juzgo, me atribuyo el papel de Dios, y cometo “el grande pecado” de colocar mi yo en lugar de Dios.
Si juzgo al hermano, juzgo la ley, y ya no soy uno que la observa sino que la juzga. Ahora bien, uno sólo es el legislador y juez, aquel que puede salvar y perder; ¿y quién soy yo para constituirme como juez de mi prójimo (St 4,11 ss)? Mi juicio contra el hermano es siempre un mal para mí: en efecto, con él condeno a Dios que ha ordenado que no juzguemos.

El Señor ha dicho que no juzguemos, porque Él no juzga sino que justifica. Él es amor infinito para todos y su juicio es lo contrario del mío: todo hombre ante sus ojos reviste el valor del amor que tiene hacia Él. Nosotros tenemos el mismo juicio de Dios, si rivalizamos en estimarnos mutuamente (Rm 12,10), considerando al otro superior a nosotros mismos (Flp 2,3).

El amor no juzga, pero no carece de discernimiento. La caridad debe ser “directa”: discierne las situaciones, las acciones y las reacciones para ver qué es lo que aquí y ahora puede ayudar más al hermano.

De "Una comunidad lee el Evangelio de Mateo"– Silvano Fausti
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