sábado, 30 de junio de 2012

Pedir perdón desde el sufrimiento de las víctimas



Ante todo quiero agradecer la oportunidad que se me brinda, en este foro académico tan singular y de gran proyección social, para poder ofrecer una reflexión a la vez rigurosa y personal acerca de la experiencia del perdón solicitado y recibido. Dadas las circunstancias, he preferido realizar un resumen de la exposición que tenía preparada. 
No es exagerado afirmar que vivimos un periodo de gran trascendencia social y política en la que todos los que habitamos este país, tejido de tantos encuentros y desencuentros a lo largo de su historia, nos debemos de aportar lo mejor de nosotros mismos a fin de labrar entre todos un presente más ilusionado y un futuro no lejano donde la convivencia entre ciudadanos de diferentes y aun contrapuestas visiones ideológicas y sociales sea realmente posible. 
El tema del perdón es sin duda una cuestión de candente actualidad y de enorme valor simbólico y reparador, tanto a nivel individual como a escala grupal y social. Solo una mirada serena y rigurosa podrá ayudarnos a profundizar y avanzar en este terreno. Para ello es imprescindible ir más allá de los discursos políticos de distinto signo, sin por ello ignorarlos, y tratar de situar esta reflexión en un ámbito ante todo ético y, si se quiere, metapolítico, de manera que pueda servir para racionalizar el debate, dotarlo de un rigor ético y articular un camino de reconciliación y memoria que transite por la senda de la justicia ecuánime y del perdón pedido y otorgado. 
Mi exposición, dada mi biografía pública, se va a centrar en analizar el perdón desde la perspectiva del perdón pedido, es decir, del perdón solicitado por quien ha sido responsable, en una u otra medida, del sufrimiento injusto de otra persona, y en particular por quien ha atentado gravemente contra la vida o la integridad de otro u otros seres humanos. Trataré de mostrar que la petición de perdón, para ser auténtica y reparadora, debe hacerse ante todo y sobre todo desde el sufrimiento de las víctimas, a saber, desde la conciencia siempre creciente del dolor irreparable generado en la(s) víctima(s) y en sus familiares y allegados. 
Dada la complejidad e intensidad de emociones, pensamientos y juicios espontáneos en ocasiones contradictorios- que genera la temática del perdón en el conjunto de nuestra sociedad y la particular sensibilidad que dicha cuestión requiere para con todas las víctimas y sus familiares, conviene ir paso por paso y aclarar bien los conceptos y su alcance. Y a todas ellas van dedicadas en especial mis reflexiones de hoy, que quieren ser una aportación reflexiva humanizadora, desde mi conversión religiosa y severa autocrítica personal, al reconocimiento de la realidad masiva del sufrimiento de todas y cada una de las víctimas y de sus familiares y allegados -víctimas también-, con el contexto del llamado conflicto vasco como telón de fondo y trasfondo, independientemente de la lectura política y social que se haga del mismo. 
Solo un acercamiento sereno y riguroso al tema del perdón nos permitirá a todos tener elementos de juicio para construir entre todos una sociedad que camine hacia la reconciliación. Un hombre lleno de sabiduría y bondad, y auténticamente libre, Jesús de Nazaret, enseñó: La verdad os hará libres. Con los años he podido comprender y experimentar la verdad profunda que encierra esa enseñanza. Solo la verdad puede hacernos realmente libres. Ahora bien, ¿qué es la verdad?, y en nuestro caso concreto: ¿cuál es la verdad del perdón, del perdón pedido y del perdón dado? 
En filosofía hay un cierto consenso en entender que la verdad de las cosas no es algo que esté ahí frente o exterior a nosotros, sino más bien una realidad que nos impregna y que tenemos que descubrir y construir entre todos, sobre todo cuando de cuestiones y actitudes sociopersonales se refiere. La verdad es, en este sentido, reconocimiento, construcción, experiencia (vivencia pasada por el tamiz de la reflexión y del sentido) y proyecto, proyecto de búsqueda y de vida. 
La idea matriz y motriz que propongo a reflexión es en este caso la petición libre y sincera de perdón, como elemento fundamental para desarrollar una dinámica de perdón y reconciliación que erradique definitivamente todo tipo de violencia, especialmente la violencia de intencionalidad política sea cual fuere su signo y origen- y afiance la paz y la convivencia. 
¿Qué significado tiene o debería tener dicha petición? ¿Qué significado le da o debería dar el infractor o victimario? ¿Qué sentido le dan o podrían dar la víctima o sus familiares? Dicho de manera más llana y clara, si se prefiere: ¿Qué se pide exactamente cuando uno pide perdón, valga la redundancia? ¿Cómo puede una víctima o familiar de esta recibir una petición de perdón por parte de su victimario? Esas son las cuestiones concretas a las que voy a tratar de responder de modo esquemático pero preciso. 
A fin de expresar de modo sintético mi posición al respecto, propongo siete criterios básicos:

1 Pedir perdón es un acto de humildad y no pocas veces de valentía. Acto de humildad, en la medida que uno se reconoce radicalmente falible y responsable del mal causado a alguien; no echa balones fuera, valga la expresión, no busca excusas, sino que reconoce simple y llanamente el daño objetivo causado. Acto asimismo de valentía, y voy a precisar qué entiendo por tal para evitar malentendidos. En una cultura como la nuestra, donde con demasiada frecuencia la valentía ha sido y sigue aún asociada por muchos a gestos de supuesta bravura, no pocas veces violenta y sangrante, conviene subrayar la auténtica valentía que entraña la actitud de quien, lejos de toda arrogancia o sumisión deshumanizante, se atreve a mirar de cara el mal que ha causado. En este sentido, quien pide perdón se honra a sí mismo y honra aún más la memoria de la víctima y su familia. 

2 Pedir perdón es asimismo un ejercicio de libertad. Quien pide perdón con sinceridad no lo hace forzado por presiones externas, sino fruto de una libre reflexión autocrítica y empática que le lleva no solo a reconocer el mal causado sino también a conmoverse profundamente ante el sufrimiento inconmensurable que ha provocado. Por ello, a mi entender, la petición de perdón podría quedar desnaturalizada y perder su potente fuerza reparadora y regeneradora si se planteara solo como un requisito de cumplimiento formal, sin negar por ello que determinadas circunstancias sociales y personales puedan y deban favorecer un proceso de reflexión autocrítica y empática que desemboque en su momento en una libre petición de perdón. Conviene tener presente que, al igual que otorgar el perdón es un acto libre, generoso donde los haya, la petición de perdón solo incoa y despliega toda su fuerza reconciliadora cuando se manifiesta como un gesto libre y sincero, fruto de un proceso de maduración absolutamente personal e intransferible, cuyos ritmos y fases no se pueden forzar so pena de poner en riesgo su autenticidad.
 
3 La petición de perdón no es en modo alguno un acto de exigencia para con la víctima o sus familiares. Cuando se efectúa de manera voluntaria y sincera, dicha petición no tiene en absoluto el ánimo de exigir a la víctima y/o a sus familiares la obtención del perdón. No se trata de exigencia alguna, antes al contrario. Cuando alguien pide sinceramente perdón a su víctima y comienza a hacerlo con la expresión “pido sinceramente perdón” trata ante todo de expresar en primera persona y con sus propias palabras (sencillas, pero muy significativas) el reconocimiento explícito del dolor irreparable causado y el sentimiento sincero de pena y amargura por el daño infligido a la víctima y a sus familiares. 

4 Quien expresa la petición de perdón no espera necesariamente, y menos aún en primer término, que se le otorgue el perdón por parte de la víctima o sus familiares. Cuando el victimario da el paso de pedir perdón por el dolor causado, y cuando éste es irreparable, es muy consciente de la gravedad del daño infligido y de la enorme dificultad por parte de la víctima o sus familiares para poder perdonar, e incluso para poder simplemente escuchar o recibir la petición de perdón. Desde esta perspectiva, la petición de perdón expresa un acercamiento emocional y vital por parte del victimario hacia la víctima y sus familiares, es decir, un gesto de empatía real para con ellos.

5 En definitiva, la petición sincera de perdón por parte del infractor o victimario no obliga en modo alguno a la víctima o a sus familiares a tener que conceder su perdón, ni a escucharla en persona. Por lo tanto, éstos no deben sentirse obligados a otorgar el perdón ni, si así es su deseo, a recibir en persona dicha petición de perdón. 

6 Por otra parte, la petición de perdón podría ser entendida como una oportunidad para la víctima o sus familiares para que la memoria del daño irreparable sufrido se asiente definitivamente y se fortalezca en todas sus dimensiones, siendo una de éstas el reconocimiento por parte del victimario del dolor causado, dimensión que restaba por restaurar. 

7 La petición sincera de perdón podría asimismo ser comprendida como una oportunidad para avanzar en la labor de duelo inherente a la pérdida de un ser querido o a las graves heridas físicas y morales sufridas. Los profesionales que ayudan a personas que han sufrido pérdidas irreparables a elaborar sus duelos conocen muy bien la importancia decisiva que reviste para dichas personas el poder escuchar, en el momento y circunstancias oportunos, de boca de su victimario una sinceras palabras de petición de perdón, respetando siempre, obviamente, su derecho a no querer aceptarlas o siquiera escucharlas personalmente. 
Siendo la ética aquella dimensión humana que, constituyéndonos en lo más profundo de nuestra humanidad, nos permite tomar conciencia del bien y del mal, la capacidad de pedir perdón aparece como el punto álgido del proceso de toma de conciencia del mal infligido. A mi juicio, la petición de perdón es un acto genuinamente humano que muestra la capacidad del ser humano de tomar conciencia de sus errores más graves y regenerarse a sí mismo reconociendo el daño causado y expresando con sinceridad dicho reconocimiento ante quien o quienes ha dañado gravemente. Pedir perdón es un gesto que dignifica al infractor o victimario, es decir, un gesto que le reconcilia consigo mismo, con lo más genuino y profundo de su dignidad humana, a la vez que inicia un proceso de reparación del daño causado. Como tal, no es un acto específicamente ni necesariamente religioso, sino un acto genuinamente humano. Quien tenga un credo religioso lo revestirá, sin duda, de un contenido y unas características propias de la fe que le habita, y quien no lo tenga lo investirá con connotaciones distintas; pero en uno y otro caso la petición de perdón del victimario se manifiesta como un gesto humano de honestidad ante sí mismo, ante la víctima y sus familiares y, por ende, ante el conjunto de la sociedad, se exprese públicamente o no. 
¿Qué pide quien pide perdón? O dicho en primera persona: ¿Qué pido cuando pido perdón? 
A mi juicio, ante todo y sobre todo, cuando se pide perdón se pide escucha, es decir, se intenta transmitir este mensaje: Escúcheme, tengo algo importante que decirle: sé que he hecho mal y lo siento de veras; cada día soy más consciente de ello y le pido sinceramente perdón. Ese es el significado latente, antes que cualquier otro. El acto delictivo o criminal había supuesto la quiebra de todo diálogo, por tenue, difuminado o embroncado que fuera. Ahora, cuando el victimario pide perdón, toca a la puerta de la víctima o sus familiares y pide ser escuchado de algún modo. No fuerza puerta alguna, ni tan siquiera toca él directamente la puerta, tan sólo hace llegar su mensaje, de modo escueto pero diáfano; pide simple y llanamente que se l e escuche, que su mensaje sea recibido o cuando menos reciba acuse de envío. 
Hablando en primera persona 
No quisiera terminar esta exposición sin antes tratar de ser coherente con las reflexiones que he expuesto y aplicármelas, ante ustedes, ante vosotros, en primera persona. Por ello, expreso hoy y aquí el profundo pesar y dolor que me embarga al ser cada día más consciente de la tragedia que todas, absolutamente todas y cada una de las víctimas de la violencia están, estáis, viviendo. 
Habiendo sido durante años militante de ETA soy plenamente consciente de la responsabilidad moral que ello conlleva para con las numerosas víctimas que ha generado ETA a lo largo de su historia y en particular durante los años en que fui militante. Dios es testigo que estoy profunda y sinceramente arrepentido de ello. Trato en la medida de lo humanamente posible compartir de algún modo el dolor generado por las graves secuelas físicas y psicológicas que han de soportar muchas víctimas y sus familiares, así como el sufrimiento perenne que arrastran cientos de familias por la trágica pérdida de su esposo/a, hijo/a, padre, madre, hermano/a, familiar, allegado o amigo/a y tengo siempre presente que es un mal irreparable. En la medida en que siendo en su día miembro de ETA contribuí de un modo u otro a la perpetuación de dicha violencia, pido públicamente perdón de todo corazón y con toda la hondura de reflexión autocrítica que he tratado de reflejar en estas líneas.

José Luis Álvarez Santacristina, en Donostia, a 24 de junio de 2012

La carta de petición de perdón del exdirigente etarra José Luis Álvarez Santacristina, 'Txelis' fue leída ayer en los Cursos de Verano de la UPV por el catedrático emérito de Psicología social Sabino Ayestarán, en el curso que dirige bajo el título 'Perdonar para vivir'. La misiva había levantado una amplia expectación mediática, y periodistas y cámaras llenaron junto con los alumnos del seminario una de las mayores salas del donostiarra Palacio de Miramar.

El exdirigente de ETA iba a participar en el acto, invitado por el propio Ayestarán. Éste explicó, antes de leer la carta, que la dirección de la prisión de Martutene sí había autorizado que el exdirigente etarra acudiera al curso, pero que debido a las protestas de algunos colectivos de víctimas del terrorismo, una vez que los medios de comunicación publicaron la noticia en mayo, fue cuando instituciones penitenciarias se echó para atrás» y pidió a 'Txelis' que «se retirara», y él «aceptó para no herir la sensibilidad de las víctimas». Ayestarán denunció que prohibir pedir perdón públicamente es «ir en contra del derecho básico de cualquier persona».
'Txelis' escribió la misiva desde la cárcel de Martutene, donde cumple condena en segundo grado, por lo que desde octubre de 2010 sale varias horas al día de prisión, excepto los fines de semana, para trabajar en un centro de educación de Irun. La misiva está datada el pasado día 24 y en seis páginas y media realiza una larga reflexión autocrítica y un exhaustivo análisis sobre el perdón, privado y público.

Con su misiva, Álvarez Santacristina se convirtió ayer en el primer exdirigente de ETA que pide perdón públicamente a las víctimas, y lo hizo advirtiendo a los que quieran seguir su paso de que «para ser auténtico y reparador» ha de pedirse «sin excusas» de manera sincera y, «sobre todo, desde el sufrimiento de las víctimas».

Su iniciativa, ocho meses después del cese definitivo de la violencia de ETA, se produce en un contexto en el que la izquierda abertzale todavía se muestra reticente a pedir perdón a las víctimas y reconocer su responsabilidad por el daño y dolor causados por el terrorismo, como se le exige desde diferentes estamentos políticos. Asimismo, la carta llega cuando es cada vez más patente la división dentro de los reclusos de ETA, entre los que respaldan la denominada vía Nanclares y los que siguen dentro del Colectivo de Presos Políticos Vascos (EPPK), fiel a las directrices de la organización.

La lectura de la carta por parte de Ayestarán finalizó con aplausos por parte de los participantes en el curso, y a continuación se celebró una mesa redonda en la que tomaron parte el propio catedrático, el periodista Mariano Ferrer y el profesor de la Universidad Pontificia de Salamanca Xabier Pikaza.
'Txelis', nacido en San Sebastián en 1953, fue detenido en 1992 en la operación de Bidart contra la cúpula de ETA. Fue condenado en Francia a 10 años de prisión, aunque, tras su extradición a España en 1997, fue sometido a tres juicios por los que se le impusieron condenas que suman 90 años de prisión. Considerado jefe del aparato político de la banda, fue expulsado de la misma en 1998 tras renunciar a las actividades terroristas, expresar su arrepentimiento y reclamar el abandono de las armas. También fue rechazado por el colectivo de presos etarras en 2008 cuando por su proceso de reinserción.

Fuente: Diario Vasco

PERDONAR PARA VIVIR – I - Xavier Pikaza Ibarrondo



El Perdón como experiencia evangélica y como experiencia humana.
He desarrollado el tema en tres partes.
(a) La primera analiza los presupuestos y condiciones de la paz desde una perspectiva antropológica y religiosa.
(b) la paz como experiencia evangélica.
(c) el argumento central y las conclusiones.

a. Perdón, promesa y natalidad (volver a nacer)
HANNA ARENDT, filósofa e historiadora judía, experta en violencias y totalitarismos, tras la tragedia del Holocausto, ha llegado a la conclusión de que la humanidad sólo puede sobrevivir sobre tres principios: el perdón, la capacidad de prometer y buscar un futuro distinto y la natalidad, es decir, un nuevo nacimiento. Estos son los momentos de su propuesta, que nos hace superar el sistema, no para negarlo (tiene en un plano su valor, es necesario), sino para situar la verdad más honda del hombre en otro plano.
1. Perdón. El primer requisito para alcanzar la paz es el perdón que rompe el círculo del eterno retorno del pasado, la ley de acción y reacción que encierra a los hombres en su destino de violencia. “El descubridor del papel del perdón en la esfera de los asuntos humanos fue Jesús de Nazaret. El hecho de que hiciera este descubrimiento en un contexto religioso y lo articulara en un lenguaje religioso no es razón para tomarlo con menos seriedad en un sentido estrictamente secular” (La condición humana, Paidós, Barcelona 1993, 258). El perdón rompe la “lógica” de la venganza (de la acción y reacción); de esa forma libera al hombre del automatismo de la violencia y hace que su vida trascienda el nivel de la ley, el sistema de violencia. El perdón es gratuidad creadora: abrir un comienzo allí donde la vida se cerraba en sus contradicciones y sus luchas de poder .
Cf. Ibid 255-262. Arendt contrapone el perdón al castigo (que actúa según ley), añadiendo que los hombres sólo pueden perdonar aquello que son capaces de castigar. La ley tiene un valor, pero el perdón lo sobrepasa. Hay, sin embargo, un “mal radical” que los hombres no pueden castigar ni perdonar, pues se sitúa más allá de sus potencialidades. “Aquí, donde el propio acto nos desposee de todo poder, lo único que cabe es repetir con Jesús «Mejor le fuera que le atasen al cuello una rueda de molino y le arrojasen al mar»” (Ibid 260). La cita está tomada de Mc 9, 42 par. En esa línea se sitúan las reflexiones de otro pensador judío muy significativo: V. JANKÉLÉVITCH, El Perdón, Seix Barral, Barcelona 1999.
Ibid 262-264. Eso significa que la paz no es algo previo, dado ya, sino que puede y debe entenderse como un don, vinculado a la promesa, es decir, como algo que se afirma y promete.
2. Facultad de prometer. La promesa puede entenderse en sentido individual (¡yo prometo!) o en sentido dialogal (¡nosotros nos comprometemos y pactamos!). En un caso y en otro, ella capacita a los hombres para superar la fatalidad de aquello que sucede de forma necesaria (como puro destino), haciéndoles responsables y creadores de futuro que ellos mismos puedan realizar de una manera humana, renunciando a la imposición y a la arbitrariedad. Nietzsche descubrió aquí el carácter específico del hombre, que (en contra del animal, prendido a un antes y después que no son suyos), puede asumir su futuro, dándole un sentido, pero después no supo sacar las consecuencias. En contra de eso, H. Arendt ha sabido que, más que voluntad de poder y eterno retorno, el hombre es persona porque puede prometer y pactar, trazando de esa forma su futuro, que puede ser de paz .
Ibid 262-264. Eso significa que la paz no es algo previo, dado ya, sino que puede y debe entenderse como un don, vinculado a la promesa, es decir, como algo que se afirma y promete.
3. Natalidad, poder nacer de nuevo. Los hombres pueden liberarse de la esclavitud del pasado (perdón) y del futuro (promesa, pacto) porque “nacen”, no están hechos desde siempre, definidos de antemano. Ellos son seres natales: empiezan a ser, les han dado la vida. “Sin la articulación de la natalidad estaríamos condenados a girar para siempre en el repetido ciclo del llegar a ser, sin la facultad para deshacer lo que hemos hechos y controlar parcialmente los procesos que hemos desencadenado”... Nacer significa situarse sobre una ley que nos ata a lo sido y a lo que ha de ser. Por eso, cada nacimiento es una promesa de vida; por eso, en el futuro, podemos ser distintos .
Ibid 265. La mayor parte de la filosofía y sociología moderna supone que los hombres están hechos, como realidades que en el fondo pudieran intercambiarse. En contra de eso, H. Arendt, lo mismo que H. JONAS, otro testigo y promotor judío de la paz (cf. El principio de la responsabilidad, Herder, Barcelona 1995) ha fundado la paz futura sobre la fragilidad y grandeza del hombre, como ser que nace del cuidado de los otros a los que ha de cuidar.
H. Arendt ha conducido así las tradiciones de Israel hasta el lugar donde ellas pueden volverse más fecundas, de un modo mesiánico, vinculado de algún modo al cristianismo (que es, ante todo, mesianismo). Ella piensa que el futuro de la paz sólo es posible en coordenadas de perdón, esto es, allí donde los hombres superan el nivel de la pura ley y de la guerra del sistema, abriéndose al milagro de una vida que es siempre don de Dios y que puede ser distinta de aquello que ha sido hasta ahora. La paz es posible si brota, según eso, del milagro del perdón y de la palabra de promesa de los hombres, que sitúan su vida en un nivel donde los gestos primordiales son la fe y la esperanza.
La razón es necesaria, en plano de sistema. Ella funciona en el plano de la organización económica y social. Pero ella sola resulta insuficiente. La pura razón cierra a los hombres en lo mismo, en la batalla siempre repetida por los poderes de la vida, dentro de un todo de violencia. Esto significa que los hombres no viven sólo de pan, ni pueden resolver sus problemas en un plano de argumentación y de poder.
Más allá de la razón del sistema se extiende un espacio de supra-racionalidad humana más profunda, vinculada al perdón, a la palabra de promesa, a la natalidad. Estos rasgos no niegan el valor de la Ilustración, ni se oponen en modo alguno a los principios de la ciencia y de sus leyes. Pero nos muestran que la vida no se puede resolver sólo en ese plano.
Por eso, para que la vida del hombre sea posible, para que exista un futuro, tenemos que pasar del plano de la pura ley (que expresa el orden del sistema) a un plano de gratuidad donde la vida del hombre está definida por la fe y la esperanza. Sólo partiendo de la fe y de la esperanza es posible el despliegue del perdón, que capacita a los hombres para superar el orden del destino, abriéndose a la promesa de la vida que no está fijada de antemano.
Esto significa que el hombre es más que ley, más que sistema. Los viejos y los nuevos imperios corren el riesgo de encerrar al hombre en el nivel de sus conquistas sociales y económicas, que acaban por destruirle. Pues bien, por encima de ese nivel emerge un plano superior de esperanza mesiánica, que nos abre a la paz humana verdadera. La paz sólo es posible allí donde los hombres, superando la racionalidad instrumental del sistema, con la pura ley de acción y reacción, dejan que su vida se ilumine y se vuelva creadora en claves de perdón y de promesa, es decir, de fe y de esperanza. “Esta fe y esperanza en el mundo encontró tal vez su más gloriosa y sucinta expresión en la pocas palabras que en los evangelios anuncian la gran alegría «Os ha nacido hoy un Salvador»” (Ibid 266. Cf. Lc 2, 11, que recogen la proclamación mesiánica de Israel, en el Libro del Emmanuel (Is 7-11) y al Segundo Isaías (Is 40-55).
b. El perdón, más allá del puro consenso legal o político
En este contexto he querido asumir algunas reflexiones que se sitúan en la línea de la filosofía de I. Ellacuría y de algunos de sus discípulos, que aceptan el giro kantiano y marxista de la Ilustración y quieren pasar de la razón pura a la práctica, del simple pensamiento al compromiso y experiencia de la vida. Pero, en lugar de una praxis de ley, que seguiría dentro de un sistema de violencia, busca una praxis de gratuidad, desbordando el nivel de ley y justicia del sistema, es decir, de un tipo de consenso racional, en la línea de J. Habermas, Teoría de la Acción comunicativa (1981).
El consenso sigue perteneciendo al mundo de la ley, de manera que puede y debe imponerse en cierto sentido por la fuerza. Los argumentos como tales pertenecen al sistema, forman parte de un orden racional que la Ilustración ha convertido en Ídolo que todos deben adorar para vivir de esa manera resguardados, sometidos (mientras la mayoría de los pobres quedan fuera). Los resultados del consenso democrático, constitucional, deben imponerse por ley y policía, creando así una dictadura “buena”, propia del sistema de las llamadas mayorías. Desde ese fondo, superando quizá un tipo de guerras anteriores, más aparatosas en lo externo, ha venido a extenderse sobre el mundo la guerra implacable de sistema, que está matando de hambre a la tercera parte de la población mundial… sobre la que se impone un consenso “legal” desde los más fuertes. Ciertamente, la ley del consenso tiene un valor, ella permite organizar la vida en un plano económico y social. Pero cerrada en sí misma ella resulta insuficiente, acaba encerrando a los hombres en la muerte.
La salvación cristiana no es consenso impuesto, sino gratuidad que se comparte, de un modo gozoso, por inspiración de gracia. La salvación no se puede conseguir en la línea de una argumentación racional (al servicio del Todo), sino a través de la experiencia radical de Alteridad (Dios Infinito) que expresa su gracia en el rostro de los excluidos del consenso (Huérfano, Extranjero) y que actúa en forma de perdón. De esa forma, más allá del consenso de derechas o izquierdas, de una teología de la institución o de la liberación (que en el fondo serían lo mismo), González ha propuesto y potenciado una experiencia supra-legal de gracia, que es la única que puede convocar en iglesia a todos los creyentes y en el fondo a todos los hombres.
Este diagnóstico lo puede de alguna forma compartir un autor tan poco sospechoso de misticismo cristiano como P. SLOTERDIJK (En el mismo barco, Siruela, Madrid 1994, 21). A su juicio, el barco de nuestro sistema está navegando sobre “un mar de ahogados, con trágicas turbulencias en los costados de la nave y, a bordo, con angustiosas conferencias sobre el arte de lo posible”. Los que vamos en el barco de la buena cultura comunicativa (que estaría representada por los modelos constitucionales de J. Habermas) dialogamos sobre la justicia y reformas de nuestro sistema, guardando de un modo exquisito las normas democráticas. Pero fuera, en el mar del ancho mundo, la mayoría de la población se muere.
Todas las conferencias llamadas democráticas, propias del sistema, lo mismo que las oposiciones de los que emplean un tipo de ley o poder para destruir este sistema, son en el fondo un intento de justificar nuestra macabra situación de privilegio, a la que no podremos renunciar, a no ser que descubramos el poder más alto de la gratuidad. No podemos resolver por ley la trama de violencia de la historia, ni por la derecha ni por la izquierda del barco, pero nos hallamos abiertos por Jesús hacia el fundamento de la Vida, desbordando las leyes y razones del sistema.
Las religiones tradicionales han querido justificar el sistema, para que podamos seguir navegando en su barco, mientras se extiende en torno a nosotros el mar de la muerte. Ellas interpretan esa situación como resultado de una correspondencia “entre nuestros actos y sus resultados": hemos merecido estar donde estamos, vivir como vivimos, de manera que somos y tenemos aquello que de alguna forma hemos creado, por ritos y gestos religiosos o por revoluciones y guerras de liberación (que en el fondo nos siguen dejando en la ley del sistema). De esa forma, religiones y políticas tienen que imponerse por la fuerza y nos siguen encerrando en el círculo de muerte de la ley de la que sólo de un modo negativo (e ineficaz) han querido y podido liberarnos las grandes experiencias espirituales de Oriente (hinduismo, budismo).
Las religiones han descubierto de alguna forma la posibilidad de una trascendencia, pero de hecho encierran al hombre en el infierno de la ley. Ellas expresan el deseo siempre repetida de superar el orden cósmico, el giro de acciones y reacciones de un sistema social o espiritual que nos encierra dentro de sus redes; pero no logran hacerlo, y de esa forma son un testimonio de nuestro fracaso, nos siguen encerrando en un círculo de violencia.
Ilustración. Parece haber sustituido a las religiones desde el siglo XVIII, pero sigue operando con el mismo esquema. Ciertamente, ha conseguido grandes resultados, en el plano de la ciencia y de la administración. Pero ha negado la gratuidad radical y de esa forma acaba encerrándose en las redes de una violencia general (de todos contra todos) o de un sistema dictatorial (de algunos sobre los restantes), confundiendo a Dios con su propia razón, en claves de violencia.

c . La paz, un camino religioso
Por eso, la búsqueda cristiana de la paz no puede situarse en un nivel de instituciones sociales, económicas y religiosas, pues ellas se mantienen en un nivel de ley. Es necesario un éxodo que permita a los cristianos descubrir la gracia, la alabanza y la celebración, desde una perspectiva de perdón y de gratuidad. Desde este fondo debe elaborar un proyecto de paz eclesial, que consiste en crear comunidades de gracia compartida, constituidas por personas que “han sido liberadas del esquema de la ley”.
Poder institucional. A lo largo de siglos, la Iglesia ha tendido a proclamar sus discursos programáticos, desde una situación de privilegio, como si pudiera y debiera elevar unos discursos separados de su vida. Ella ha asumido situaciones de poder, pactando con las instituciones políticas y convirtiéndose ella misma en otra institución, con mucho poder económico y social, en la línea de un constantinismo de derechas.
Poder revolucionario. En esta línea pueden situarse otros que seguiría encerrada en un esquema semejante de poder, desde un constantinismo de izquierdas. Esa teología habría utilizado también métodos de fuerza, buscando una paz que sigue siendo ley, quizá mejor que la otra, pero en el fondo igualmente violenta. Pues bien, la Iglesia de Jesús debe superar también esta tentación, pues ella no tiene más poder que el de su vida, su testimonio y ejemplo de pacificación real en las comunidades.
Las iglesias instituidas, que son la mayoría (vinculadas a los poderes reales de occidente), dicen buenas palabras, elaboran quizá los mejores discursos; pero esas palabras y discursos acaban siendo justificaciones de su propia situación de privilegio. Por el contrario, otras iglesias que se dicen liberadoras corren el riesgo de buscar y establecer de un modo mimético unos privilegios semejantes, empleando su poder para cambiar la situación (a favor de los pobres), pero imponiendo al fin, en caso de triunfo, un orden o sistema de dictadura ideológica o sacral sobre el conjunto de los fieles, que siguen apareciendo así como sometidos, protegidos.
Este diagnóstico puede resultar exagerado, pues tanto en la gran iglesia institucional, que ha pactado con los poderes establecidos, como en los movimientos de liberación, que buscan la transformación social desde los pobres, existen experiencias y caminos de gratuidad, grupos cristianos que viven el ideal de comunicación mesiánica, por encima de la ley. Pero unos u otros deber realizar un camino de conversión desde la gracia, para así expresar en el mundo la alternativa real de la paz de Cristo.
Eso significa que las iglesias deben abandonar una situación de poder (instituido o revolucionario), que les permite hablar de paz desde fuera de la vida, como si estuvieran en un espacio resguardado para dictar desde allí su mensaje honorable. Ese tiempo de “palabras externas” ha pasado, de manera que las iglesias ya sólo pueden “hablar” de paz con el testimonio y la palabra de su vida pacificada. Este es el reto, esta la tarea: el surgimiento y cultivo de "comunidades liberadas de la ley", es decir, de iglesias donde ya se vive el don de la fraternidad, el perdón, la igualdad y el amor.
Esas iglesias no sirven para avalar un sistema de poder constituido, ni para amenazarlo desde una actitud de fuerza, sino que se limitan a existir: son testimonio de una Alteridad que se ha hecho ya presente por Jesús, como vida ya pacificada. Externamente, la historia sigue dominada por esquemas de ley, de acción y reacción, de violencia del sistema. Pero, en un nivel interno, que se visibiliza en las comunidades concretas de fe y celebración, la paz escatológica actúa ya en el mundo. Sólo ellas, las comunidades concretas de creyentes que superan los esquemas de la ley y la justicia intramundana, en gratuidad universal, pueden presentarse como signo y principio de una paz cristiana que no ley, sino don de gracia.
En un sentido, los cristianos no tienen que construir nada, pues Jesús destruyó o anunció la destrucción del templo de Jerusalén. Por eso, las comunidades no necesitan templos, ni sistemas, ni revoluciones sociales en un plano de ley, pues quieren ser y son de hecho, encarnaciones frágiles, pero gozosas, de la Alteridad radical, que se ha revelado por Jesús como pura gracia, sobre todas las leyes y sistemas, las revoluciones y contra-revoluciones de la historia. Esto significa que el Dios de Jesús no es ninguno de los ídolos de las religiones antiguas (que nos parecen ya de la pre-historia), pero tampoco es el ídolo social o cultural de la modernidad ilustrada.

martes, 26 de junio de 2012

Creo en el perdón - Teresa Forcades i Vila monja y médico

Creo, ante todo, en el perdón. Creo que la capacidad de perdón muestra la verdad desnuda de nuestra capacidad de amar, y me sorprende encontrarlo en personas a las que no aprecio especialmente y echarlo en falta en algunas que amo mucho. Más de una vez me he sorprendido a mí misma con dificultades para el perdón y he experimentado el milagro de ser perdonada. Es como nacer de nuevo. Nacer del amor. El evangelio nos dice que la mujer pecadora amó mucho puesto que mucho le fue perdonado. Nos advierte también que incluso aquél a quién mucho se perdona puede actuar de forma mezquina e inmisericorde con los demás. Y esto es la segunda parte de lo que creo: creo en la libertad, creo en la ruptura de la cadena causal que abre el mundo a la poesía y también a la arbitrariedad más injusta. Creo que el perdón es el mayor acto de libertad. Por eso todo se puede perdonar pero a nadie se puede exigir que perdone. No se puede forzar el perdón y no se pueden prever sus resultados. La mujer que perdona al marido que abusa de ella puede decidir a la vez que le perdona que la convivencia debe cesar. Nadie sino Dios puede juzgar la autenticidad y el alcance de un acto de perdón. El perdón es el acto más razonable, puesto que reconoce que algo más que el automatismo rige el mundo. El perdón es el acto que nos permite ser, como Dios, creadores. El acto que nos permite empezar de nuevo. Setenta veces siete.

lunes, 25 de junio de 2012

Centro Bíblico Nuestra Señora de Sión: Cursos del segundo cuatrimestre

Centro Bíblico Nuestra Señora de Sión: Cursos del segundo cuatrimestre: Cursos del segundo cuatrimestre Queridos amigos, con mucha alegría queremos presentarles nuestros cursos para el próximo cuatrimestre. Us...

Mons. Giaquinta descansa en Resistencia, Chaco


Con una celebración litúrgica presidida por el arzobispo de Resistencia, monseñor Fabriciano Sigampa, se concretó el regreso de los restos de monseñor Carmelo Juan Giaquinta a la catedral San Fernando Rey, cumpliendo así la voluntad de quien en vida fue arzobispo de Resistencia.
     El traslado de los restos desde Buenos Aires estuvo a cargo del presidente de Justicia y Paz, Sergio Tonetti, del comisario general (R) Ernesto Cáceres y de la hermana Olga Soto.

     A partir de las 17 del pasado viernes comenzaron los actos con una catedral colmada de fieles que rindieron postrero homenaje a este pastor que quiso quedarse esperando su resurrección en el corazón del Chaco que tanto amó.

     Asistieron a las exequias el arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz y presidente de Conferencia Episcopal Argentina, monseñor José María Arancedo; obispos de región NEA, sacerdotes, diáconos, religiosas y fieles en general.

     Entre las autoridades presentes estuvieron el gobernador chaqueño Jorge Capitanich, otros funcionarios provinciales y municipales, además de legisladores, representantes de las Fuerzas Armadas, referentes de otros cultos, abanderados de los colegios y familiares de monseñor Giaquinta.

     Hicieron uso de la palabra varios oradores representantes de distintos ámbitos que estuvieron relacionados en vida del prelado recordado.

     En primer lugar, habló su hermano, Salvador, quien relató los últimos momentos de su vida y el gran cariño y estrecha unión que monseñor Giaquinta tuvo con su familia. La hermana Olga Soto, canciller del Obispado y estrecha colaboradora del recordado arzobispo, se refirió a su tarea pastoral poniendo énfasis en la sencillez y humildad del pastor.

     El diácono permanente Mario Ramón Fiol recordó el cariño que monseñor Giaquinta tuvo para con los diáconos permanentes, mientras el presbítero Carlos Dellamea se refirió a monseñor Giaquinta como pastor y destacó la creación de distintas estructuras de la Iglesia Diocesana.

     En representación de la comunidad judía y a título personal, el doctor Jaime León Grabow se refirió a la gran amistad que lo unió con monseñor Giaquinta, al que llamó hermano, recordando el pensamiento y las acciones interreligiosas que realizó.

     El doctor Ernesto Rafael Trotti se refirió a la creación de la Comisión de Justicia y Paz por parte de monseñor Giaquinta y el vínculo estrecho que estableció con sus miembros y con las entidades de la sociedad civil destinatarias de su acción evangélica.

     La intendente de Resistencia, Aída Ayala, señaló la importancia que tuvo la evangelización de monseñor Giaquinta para los ciudadanos, recordando sus correcciones picantes motivadas por el deseo de una sociedad mejor.

     El gobernador del Chaco, Jorge Capitanich, destacó a monseñor Giaquinta como un gran pastor y un hombre que se relacionó con la política durante el ejercicio de su misión evangelizadora, resolviendo cuestiones difíciles y comprometiéndose personalmente con estas acciones.

     Finalmente, monseñor Arancedo tuvo palabras elogiosas para con monseñor Giaquinta, de quien fue su alumno, agradeciendo a todos los oradores por sus aportes.

     Acto seguido se celebró una misa concelebrada presidida por monseñor Sigampa, quien recordó a monseñor Giaquinta con parte de la homilía de su consagración episcopal, donde el prelado fallecido manifestaba su entrega a Cristo y su amor por la Iglesia y su fe inquebrantable con la que vivió toda su acción pastoral y de la que fue testigo hasta su final terreno.

     Monseñor Sigampa agradeció a todos los que participaron en el acto y dio gracias a Dios porque monseñor Giaquinta “ya está con nosotros para siempre”, mientras el padre Roberto Silva tuvo a su cargo el responso final, para posteriormente trasladar el ataúd hasta la bóveda dentro de la catedral de Resistencia.+
 
AICA - Toda la información puede ser reproducida parcial o totalmente, citando la fuente

Tocar la herida del caído que nos levanta


Lc. 10, 29-37

Si hay algo que no hace bien, es volver a tocar las propias heridas. Más que acelerar la cura, aceleran el enfermar (por ansiedad) de una acidez, de la cual suele salir agresividad. El que no deja sanar sus heridas, por lo general, hiere.
Pero lo que ocurre con las propias heridas, no ocurre con las ajenas. Tocar sin toquetear las heridas del que encontramos en el camino, nos sana de un andar indiferente, apurado e hipocondríaco. Este triple andar nos pone a nosotros mismos como centro de atenciones y cuidados. “Nada debe lastimarnos, y como todo puede lastimarnos, cuidémonos”; es la lógica de este modo de pensar.
Tocar las heridas del que encontramos en el camino, en cambio, lleva el centro adonde verdaderamente está: en el que está herido, y no puede tocar las heridas de otro, a menos que éste se acerque a tocar las suyas.
Y es que cuando las heridas se tocan entre sí, unas con otras, por amor, sanan. No cuando se buscan a sí mismas. Tampoco cuando se tocan unas con otras para victimarse juntas o ponerse espejos de autocompasión. Sanan, cuando una y otra se tocan, por el amor que las descentra.
Tocar descentradamente la herida del prójimo es sentir el movimiento interior de las entrañas que piden: “¡detente! no sigas de largo”, y se les hace caso; es posponer lo que uno se había prefijado hacer; es no pasar rozando como diciéndose “toco y rajo”; es dejar parte de sí; es comprometerse a volver a tocarla.
Tocar así, la herida del caído en el camino, nos levanta de un andar cabizbajo y quejumbroso, en el que pareciera que todos los carteles del camino nos dicen: “no hay herida como la tuya”.
Dios ha venido a este mundo a tocar las heridas de una humanidad que encontró caída en el camino de la salvación, y se acercó a ella para sanarla con sus propias heridas. Tocar nuestras heridas, le llevó a quedar levantado en lo más alto.

(Desconozco el autor / la autora)

No juzguen, para no ser juzgados


"Jesús dijo a sus discípulos:
No juzguen, para no ser juzgados. Porque con el criterio con que ustedes juzguen se los juzgará, y la medida con que midan se usará para ustedes.
¿Por qué te fijas en la paja que está en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: «Deja que te saque la paja de tu ojo», si hay una viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano"

Por dos motivos no debo juzgar.
- Primero, porque mi juicio condiciona negativamente al otro
- Segundo, porque mi juicio sobre el otro se vuelve contra mí.
Mi juicio pre-juzga al otro y me juzga a mí mismo: el otro tiende a volverse como yo lo veo, y yo soy como veo al otro.

Positivamente estoy llamado a estimar al otro como hijo de Dios, hermano mío. Mi desestimación a su respecto es grave para él y para mí: le niega a él mi fraternidad y a mí la filiación divina.

El otro es “otro”, diferente y extraño. Lo miro como un intruso y competidor, invasor y enemigo, lo mido, lo juzgo: ¡Lo que tiene de más – el otro es sencillamente algo más con respecto a mí! – ese objeto de envidia y rapiña; lo que tiene de menos, es motivo de desprecio, pretexto para tenerlo en mi mano.

Si juzgo, me atribuyo el papel de Dios, y cometo “el grande pecado” de colocar mi yo en lugar de Dios.
Si juzgo al hermano, juzgo la ley, y ya no soy uno que la observa sino que la juzga. Ahora bien, uno sólo es el legislador y juez, aquel que puede salvar y perder; ¿y quién soy yo para constituirme como juez de mi prójimo (St 4,11 ss)? Mi juicio contra el hermano es siempre un mal para mí: en efecto, con él condeno a Dios que ha ordenado que no juzguemos.

El Señor ha dicho que no juzguemos, porque Él no juzga sino que justifica. Él es amor infinito para todos y su juicio es lo contrario del mío: todo hombre ante sus ojos reviste el valor del amor que tiene hacia Él. Nosotros tenemos el mismo juicio de Dios, si rivalizamos en estimarnos mutuamente (Rm 12,10), considerando al otro superior a nosotros mismos (Flp 2,3).

El amor no juzga, pero no carece de discernimiento. La caridad debe ser “directa”: discierne las situaciones, las acciones y las reacciones para ver qué es lo que aquí y ahora puede ayudar más al hermano.

De "Una comunidad lee el Evangelio de Mateo"– Silvano Fausti
1

Mezcla de pena y bronca.



- Muchos católicos de Merlo - Moreno tristes por la historia de Fernando María y de otros presbíteros de la diócesis - obviamente menos notorios - en la misma situación: queridos por su gente por su cercanía a los más pobres y por su mensaje evangélico. ¿No es hora de cambios o, por lo menos, de un debate sin agravios?

- Tres obispos en grupo hicieron pública su crítica y algún otro, individualmente ¿Tengo muy mala memoria o nunca los vi pronunciarse de modo similar ante: casos de abuso, complicidad en violaciones a básicos derechos humanos, corrupción económica...?

- Un presbítero de la diócesis de La Plata usa su programa radial para referirse a mujeres - con cuyas expresiones y opciones de vida no está de acuerdo - y lo hace con términos que mi educación me impide repetir.

Y es ésta mi iglesia a la que amo porque me hizo conocer a Jesús. He conocido en ella a mujeres y varones extraordinarios - laicos y laicas, religiosos y religiosas, del clero secular, obispos - muchos marginados, otros empujados a irse de la iglesia visible, otros perseverantes a pesar del dolor.

Hiere, indigna.

San Agustín dijo: "Unidad en lo necesario, libertad en lo opinable, CARIDAD EN TODO". A discernir que es "lo necesario" y que es "lo opinable", porque la caridad - el agape, el amor - es para TODO.

Jesús fue un hombre libre que - según los testimonios de sus discípulos y discípulas - habló con parresía, sin condicionamientos. Tuvo trato con todos y todas, incluidos los fariseos con quienes compartió la mesa...les dio la oportunidad de cambiar. " Las prostitutas los precederán en el Reino..." Con los únicos que parece que no tuvo relación fue con los saduceos...

Hoy siguen siendo provocadoras las Palabras del Evangelio. No son letra muerta, son Buena Noticia. A ver si intentamos ser nosotros mismos, libres y originales, a imagen y semejanza del Padre como Jesús lo fue. Cada uno y en comunidad de fe, esperanza y caridad.

miércoles, 20 de junio de 2012

Hay un tiempo mejor por llegar


“Habrá un año en que habrá un mes en que habrá una semana en que habrá un día en que habrá una hora en que habrá un minuto en que habrá un segundo y, dentro del segundo, habrá el no tiempo sagrado de la muerte transfigurada” Clarice Lispector.
 Al entrar en la Catedral de Buenos Aires una imagen golpea como en junio de 2011: sobre una alfombra el ataúd donde descansa el cuerpo del padre Carmelo.
La música invita al silencio. Escuchar en el silencio “la música callada y la soledad sonora” “Quieto, como sintiendo un pájaro herido en la palma de la mano, sin cerrar la mano, sin abrir los ojos”… “El alma busca y encuentra una ausencia, o una presencia en la que duele la ausencia, una conciencia en la que está presente el dolor”
Cinco obispos  y seis presbíteros se encaminan hacia el altar donde se celebrará la eucaristía. Imagen de los hermanos a quienes él amaba. “Te creo, Iglesia. Te amo, iglesia de Jesucristo”
El pedido de perdón a Dios – misericordioso, clemente y compasivo – introduce en la celebración, centro y fuente de toda reconciliación.
La primera lectura del Segundo Libro de los Reyes sumerge en la Palabra atravesando siglos:
Esto es lo que sucedió cuando el Señor arrebató a Elías y lo hizo subir al cielo en el torbellino.
Elías y Eliseo partieron de Guilgal, y Elías le dijo: «Quédate aquí, porque el Señor me ha enviado al Jordán.» Pero Eliseo respondió: «Juro por la vida del Señor y por tu propia vida que no te dejaré.» Y se fueron los dos.
Cincuenta hombres de la comunidad de profetas fueron y se pararon enfrente, a una cierta distancia, mientras los dos estaban de pie a la orilla del Jordán. Elías se quitó el manto, lo enrolló y golpeó las aguas. Estas se dividieron hacia uno y otro lado, y así pasaron los dos por el suelo seco. Cuando cruzaban, Elías dijo a Eliseo: «Pide lo que quieres que haga por ti antes de que sea separado de tu lado.»
Eliseo respondió: « ¡Ah, si pudiera recibir las dos terceras partes de tu espíritu!»
« ¡No es nada fácil lo que pides!, dijo Elías; si me ves cuando yo sea separado de tu lado, lo obtendrás; de lo contrario, no será así.»
Y mientras iban conversando por el camino, un carro de fuego, con caballos también de fuego, los separó a uno del otro, y Elías subió al cielo en el torbellino.
Al ver esto, Eliseo gritó: « ¡Padre mío! ¡Padre mío! ¡Carro de Israel y su caballería!» Y cuando no lo vio más, tomó sus vestiduras y las rasgó en dos pedazos. Luego recogió el manto que se le había caído a Elías de encima, se volvió y se detuvo al borde del Jordán.
Después, con el manto que se le había caído a Elías, golpeó las aguas, pero estas no se dividieron. Entonces dijo: « ¿Dónde está el Señor, el Dios de Elías?» El golpeó otra vez las aguas; estas se dividieron hacia uno y otro lado, y Eliseo cruzó.
“Pide lo que quieres que haga por ti antes de que sea separado de tu lado”
“¡Ah, si pudiera recibir las dos terceras partes de tu espíritu!”
“¡No es nada fácil lo que pides!”
Eliseo le pidió a Elías los “dos tercios de su espíritu”, la herencia del hijo…
Carmelo, si pudiéramos recibir algo de tu espíritu…
Y tu voz aquella última vez que no sabíamos que sería la última: “¿Cómo decirles que no si es puro evangelio?”
Memoria de apenas hace un año…memoria de las manos sobre tu ataúd, sacramento del compromiso con tu legado
El dolor cava, el amor expande: expande la hondura.
Fuente y agua,
vacío y su entrega.
El dolor abre.
Abre al amor que nos abre.
Beatriz Fernández
Nota: los textos poéticos en el cuerpo de la nota pertenecen a Hugo Mujica.

Ser como el Padre

Nos parecemos más a Dios en el acto de perdonar que en cualquier otro. Perdonar es ser como Dios. Esta oración por el perdón pertenece a los fieles que llaman Padre a Dios, que descubren cada día el perdón dentro de la pedagogía nutritiva de Dios.


San Juan Crisóstomo, siglo IV

Saludo a la Bandera Argentina

¿PROFETAS HOY?

lunes, 18 de junio de 2012

Recomendamos

Un video: El poder de la vulnerabilidad, en TED.COM. Ofrece la posibilidad de subtítulos en varios idiomas.

domingo, 17 de junio de 2012

No hagan frente al que les hace mal


La filosofía oriental nos muestra tres caminos para controlar la violencia. 
Los dos primeros tienen el problema que sólo incrementan la violencia y escalan el conflicto, aunque parezcan más eficaces. 
  • El primero, completamente desechado en la espiritualidad cristiana, es el camino de la «violencia mayor». Ante una agresión, por pequeña que sea, se responde con tal magnitud que el agresor debe desistir de su propósito. Un ejemplo de esto lo ofrece Lamec, el descendiente de Caín que amenaza con quitarle la vida al que le inflija la más leve herida (Gn 4, 23-24). 
  • El otro camino es el de la Ley del Talión, es decir responder al agresor con una violencia proporcional a la ofensa. 
  • El tercer camino es el de la justicia mayor que implica no dejar que el conflicto escale y se vuelva incontrolable, sino que se debe desarrollar una resistencia ante el mal que permita su resolución por medios más efectivos. Aunque el tercer camino parezca más «débil» e ineficaz, sin embargo, tiene la ventaja de detener el conflicto, porque, al afrontar con mayor fuerza interior la ofensa inicial, tiene la posibilidad de permitir una respuesta más acorde con la justicia y la verdad.


(Fuente: Servicios Koinonia)

Jesús dijo a sus discípulos:

Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo les digo que no hagan frente al que les hace mal: al contrario, si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, preséntale también la otra. Al que quiere hacerte un juicio para quitarte la túnica, déjale también el manto; y si te exige que lo acompañes un kilómetro, camina dos con él. 
Da al que te pide, y no le vuelvas la espalda al que quiere pedirte algo prestado.

Bienaventuranza del padre

Dichoso el padre aquel,
Que no asiste a reuniones de malvados,
No se para en el camino del pecado
Ni entre los violentos toma asiento.
Mas cumplir la ley del amor es su alegría,
Y demuestra su cuidado noche y día

Es un padre plantado junto al río del respeto y la igualdad,
Y da sustento, y abundante fruto.
Es clemente y justo,
Tiene mucho amor todo el tiempo
Y todo lo que hace en su hogar prospera.

Paráfrasis del Salmo Nº 1 de la Biblia
Fuente: Pregonero cristiano

sábado, 16 de junio de 2012

Mamerto Menapace: Los grillos y el vendaval


A don Carmelo Giaquinta que desde el Misterio de Dios está entre nosotros.

La tarde había ido apilando nubarrones en el oeste. Hacía días que el viento norte andaba suelto, acartuchando los maizales y enervando a la gente. Algo tenía que pasar esa noche.
 
Caído ya el sol, todo el horizonte refucilaba en silencio, como quien prueba el filo de sus armas antes del entrevero.
 
Los molinos montaban guardia, cada uno en la esquina de su potrero, olfateando el viento, siempre de frente. Y los grandes eucaliptos de las avenidas entraban en la noche de a pie, bien agarrados en la tierra con sus raíces en abanico y recortando un trozo del cielo estrellado con su ramaje tendido al aire. Algunos eran bien grandes. Se los podía ver desde legua y media de distancia; y hasta podían ser puntos de referencia. Alrededor de las casas estaban desparramados los demás árboles. Unos grandes; otros pobres, más chicos. Algunos tenían como misión dar fruta, otros sólo flores. Y otros estaban allí nomás por llenar un hueco, simplemente porque la casualidad de la vida había hecho entrar allí su carozo. O tal vez porque alguien, alguna vez, se había fijado en ellos y los había transplantado allí.
 
Pero todos, eso sí, habían buscado la altura. Su ansia de aire y de luz los había obligado a estirarse para sacar al menos el brazo de una rama por encima de los demás. Algunos no habían llegado a tiempo y ahí estaban, tapados y secos.
 
Todos entraban en la misma noche, cada uno con su historia hecha de pasado y de proyectos. Cada uno asegurado en su existencia por la profundidad de sus raíces, la seguridad de sus tornillos o la flexibilidad de sus ramas. El tiempo había ido acumulando en ellos fuerza y resistencia. Curtidos por los soles o los vientos, habían terminado por tener confianza en ellos mismos. Además, cada uno de ellos comprendía y valoraba el aporte de su propia existencia. Algunos tenían sus frutas casi maduras. Otros las estaban haciendo crecer para mayo. Leña, abrigo, sombra o agua: cada techo y cada árbol tenía conciencia de estar cumpliendo una misión. Y la conciencia de estar cumpliendo una misión importante mantiene fácilmente en pie y hace que uno considere su propia existencia como imprescindible. A los mejor, acostumbrados de tiempo a estar allí plantados, les resultaba difícil imaginarse ese paisaje sin ellos. Y de tanto tomarse entre ellos como puntos de referencia, y de mirar desde la altura de sus ramas hacia abajo, habían reducido su geografía a la superficie capaz de ser cubierta por su sombra. Habían reducido la vida a su vida, y la existencia a su existencia.
 
Al final la noche terminó por envolverlo todo. El candil de una luna en creciente apenas si lograba mantenerse encendido detrás de las nubes; pero no iluminaba nada. Sólo el chispear de los refucilos cada vez más amplios en sus ademanes, lograba regalar su contorno a los árboles con más tamaño. Pero eso era sólo el gesto de un instante, lo necesario como para ubicar al enemigo.
 
Cuando del bochorno del día cada uno se fue entregando al descanso atrincherado en sus viejas seguridades. Sólo los grillos parecían estar despiertos y mezclaban en toda esa geografía su humilde canto inútil. Acostumbrados a mirar desde abajo y a sentirse pequeños, se habían olvidado casi de sí mismos y necesitaban de su canto para comunicarse con sus hermanos grillos invisibles, pero también despiertos. Así profesaban su fe en todo lo grande que veían arriba: el cielo, las nubes, los refucilos; y mucho, pero mucho más lejos, las estrellas ahora ocultas.
 
A media noche se oyó un grito. Ese grito inmenso de la naturaleza sorprendida por el vendaval. Cada rama, cada tronco, cada arista gimió bajo el tremendo empuje de la avalancha. Cedieron las raíces de los inmensos eucaliptos, y en su caída esos gigantes aplastaron en su abrazo a cuanto se guarnecía a su sombra. Todo cuanto estaba de pie fue sacudido por el vendaval, que en sólo tres minutos cambió el viejo paisaje abriendo brechas de luz y derramando descuajados los ramajes con historias y proyectos. También el canto de los grillos fue ahogado por ese alarido del vendaval y de las cosas, y en esos momentos ya nadie pensó más en ellos. Ni en ello ni en nada. El impacto de la sorpresa y la angustia del paisaje transformado, hicieron que los hombres se olvidaran de todo lo que aún seguía igual.
 
A lo mejor nadie pensó que las estrellas aún seguían en sus sitios. Nadie de los hombres, aturdidos por el miedo, consideró que aún se darían atardeceres quietos y anocheceres tibios con luciérnagas en los reparos.
 
Tratando de templar los nervios, tendido en la cama, yo escuchaba los truenos que se alejaban hacia el este destrozando paisajes viejos, arriados por refucilos que la distancia hacía cada vez menos enérgicos. El silencio se fue acercando, como para ver qué pasó. Y fue entonces cuando un chirrido arañó el silencio de los truenos lejanos. Breve, el canto del grillo se detuvo como asustando de lo que había hecho. Pero al ratito se repitió con más confianza. Y pronto tomó la firmeza y el ritmo cadencioso de las letanías de capilla de misión. Otros grillos se unieron a su rezo, y pronto, de entre los pastos prosternados por el vendaval, surgió hacia la noche madre de las estrellas aún ocultas, hacia Dios, esa profesión de fe en la vida y en la victoria sobre todos los vendavales pasados y futuros.
 
¿Inconsciencia del grillo? No.
Simple y profunda intuición de mi pueblo humilde.
 
“Hay árboles que sólo cuando han caído uno se da cuenta de lo grandes que eran”  (Proverbio chino)
 

miércoles, 13 de junio de 2012

Evangelio según san Mateo 5, 20-26


Los escribas enseñan la justicia de la ley: los fariseos la hacen. Jesús dice que para entrar en el reino no basta conocer y cumplir la ley. Es necesaria una justicia que exceda los límites de la ley: es la del Padre, que ama, perdona y salva gratuitamente a sus hijos. Es una justicia “excesiva”, porque el amor que la mueve no conoce medida.

El uso pasivo de “se dijo” es para no decir el nombre de Dios. YHWH habla: el hombre escucha, y se convierte en la palabra a la cual responde. El mandamiento de “No matarás” es el fundamento mínimo de toda relación que se trata de dejar que el otro viva.

El “pues yo os digo” no es una antítesis, sino una complementación: el matar físicamente viene de un matar interior del otro: de la ira, del desprecio, del romper la fraternidad con él.

La ira es el homicidio del corazón, movimiento interior “contra” el otro, que supongo esté “contra mi”. El otro es el extraño, el enemigo, con respecto al cual me defiendo y ataco. Pero, al negar la fraternidad, mato mi identidad como hijo. Por eso la ira del hombre no cumple la justicia de Dios (St 1,20).

El desprecio o el insulto es matar interiormente, y eso permite matar exteriormente. Se considera al adversario como inferior. Las guerras van precedidas por una campaña denigratoria del enemigo, como si no fuera hombre. ¡Solo entonces es posible matarlo! La estimación que debo tener para con el otro es la misma que tiene Dios, el cual no vaciló en dar su vida por él.

Jesús tres veces habla del otro como “hermano”: negarle la fraternidad es perder la propia actitud filial.

Antes de dirigirte al Padre, debes no sólo perdonar al hermano contra el cual tienes algo, sino incluso reconciliarte con el hermano que tiene algo contra ti, aunque tú no tengas nada contra él. No puedes celebrar la paternidad, si antes no tratas de restablecer la fraternidad.

Si no te reconcilias con el hermano que tiene algo contra ti, estás en una culpa, aunque no tengas nada contra él. No puedes decir que tienes razón o que no te importa. El no estar de acuerdo ya es “el mal”; y si él no te importa, ya lo has matado a él como hermano y a ti mismo como hijo.

La vida es un camino de reconciliación con el otro: tiene como meta tu realidad como hijo en tu vida como hermano. Si no obras así, pierdes el tiempo y la vida; equivocas el sentido de tu existencia.

Párrafos extraídos de “Una comunidad lee el Evangelio de Mateo” – Silvano Fausti – Editorial San Pablo

Declaran de interés provincial las exequias de Mons. Giaquinta
 
Resistencia (Chaco), 13 Jun. 12 (AICA)
Exequias de Mons. Carmelo Giaquinta, arzobispo emérito de Resistencia
Exequias de Mons. Carmelo Giaquinta, arzobispo emérito de Resistencia
El gobierno de la provincia del Chaco declaró por decreto de interés provincial las exequias de monseñor Carmelo Juan Giaquinta, quien fue arzobispo de Resistencia entre junio de 1993 y abril de 2005, por realizarse los días 21 y 22 de junio, cuando los restos mortales del prelado sean llevados a esa provincia para su entierro definitivo en la catedral Inmaculada Concepción, de la capital chaqueña.
      Las exequias serán presididas por el actual arzobispo de Resistencia, monseñor Fabriciano Sigampa, y se realizarán en el Seminario Diocesano de Resistencia y en el Monasterio de las Hermanas Clarisas.

     El Poder Ejecutivo provincial invitó a funcionarios, jueces y legisladores, además de representantes de municipios y comunidades religiosas a participar de las honras fúnebres al prelado fallecido el 22 de junio de 2010.

Programa
     El miércoles 20 de junio, a las 11, se celebrará una misa de despedida en la catedral metropolitana de Buenos Aires, a la que se invitó a familiares y allegados del prelado.

     Al día siguiente, los restos de monseñor Giaquinta serán llevados en avión hasta la capital chaqueña.

     El viernes 22 de junio, a las 17, se hará un acto oficial en la catedral de Resistencia, para continuar con el funeral y proceder a la sepultura en el atrio del templo, donde ya descansan monseñor Nicolás De Carlo y monseñor José Agustín Marozzi, también obispos de esa jurisdicción eclesiástica.+



-- Fuente: AICA