Un monje de la abadía de Montserrat,Hilari Raguer, historiador, ha puesto de manifiesto la escasa memoria histórica de la Iglesia española acerca de los cristianos que estuvieron al lado de la República o compartieron sólo la suerte de su pueblo, mientras no cesa de elevar a los altares a centenares de víctimas de la otra parte.
Profesar la fe crristiana en la zona republicana era difícil, poco menos que heroico y hasta llegó a ser un delito. El monje refiere que un periodista católico, historiador también, Daniel Arasa ha dado a conocer recientemente un gran elenco de los que llama "católicos del bando rojo".
Limitándonos a los que fueron partidarios de la República o de los que al menos criticaron la represión franquista, es digno de recordar el caso de un político cristiano, Carrasco i Formiguera. Cuando fue apresado en el barco en que viajaba con su esposa y seis hijos, el político fue llevado a la cárcel provincial de Burgos, su mujer con la niña pequeña y su nodriza a la cárcel de mujeres de la misma ciudad, y los demás hijos a San Sebastian, las dos mayores de 20 y 18 años a una cárcel de mujeres y los tres pequeños de 13, 11 y 9 años a un orfelinato convertido en cárcel de rehenes.
Este caso es un claro ejemplo de aquella tercera España que no cabía ni en la roja ni en la blanca. Como todo su partido, Unió Democrática de Catalunya, Carrasco reprobó el alzamiento y colaboró con la Generalitat, como técnico de la consejería de Finanzas, regida por Martí Esteve y después por J. Tarradellas, fue amenazado de muerte por los anarquistas por su condición de católico y defensor de la Iglesia y de los jesuitas. Al fin fue fusilado por orden de Franco, a pesar de la intercesión del cardenal Gomá y de la Santa Sede por medio del nuncio Antoniutti.
Ante este panorama es lógico que fuese criticada la carta colectiva del episcopado español de 1º de julio de 1937, redactada por el cardenal Gomá, entre otras razones, la más grave es que absuelve la represión franquista. Por este motivo el obispo de Vitoria, Mateo Múgica, se negó a firmarla, explicándolo a la Santa Sede en estos términos:
"Según el episcopado español, en la España de Franco la justicia es bien administrada, y esto no es verdad. Yo tengo muchísimas listas de cristianos fervorosos y de sacerdotes ejemplares asesinados impunemente sin juicio y sin ninguna formalidad jurídica".
Fray Gumersindo de Estella, según el estudio de Hilari Raguer, refiere en sus patéticas memorias la gran cantidad de personas fusiladas tras un simulacro de juicio. La pastoral de los condenados a muerte es otro de los aspectos más negros de la actitud de la Iglesia española ante la represión de la guerra y la primera posguerra. Eran constantes los insultos que dirigían los capellanes a los presos en los sermones que obligatoriamente tenían que escuchar. Fray Gumersindo no los podía salvar, pero los trataba con respeto y compasión.
Si en la España republicana hubo mártires, en la llamada España nacional abundaron los confesores. Es igualmente éste un aspecto negativo de la pastoral, porque no había preocupación por la vida de los condenados, pero sí por su sacramentalización. El biógrafo del general Yagüe asegura que el militar lamentaba las sentencias de muerte que se veía obligado a dictar, pero procuraba que los reos se confesaran antes de la ejecución.
Otro testimonio de las muchas ejecuciones cometidas sin respeto a la vida lo da el padre Fernández Regatillo S.J., el famoso moralista y canonista de entonces, cuando se plantea el tema de la extremaunción, porque este sacramento está destinado a los enfermos a punto de morir y los condenados no son enfermos. Dice así:
"Es cuestión de suma actualidad, pues por cientos se cuentan los condenados a la máxima pena por los tribunales militares; y son ajusticiados comúnmente por fusilamiento; y los reos de más graves y numerosos crímenes por la horca o a garrote".
Fuente:Iglesia Viva nº 241 Revista de pensamiento cristiano
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