viernes, 19 de agosto de 2011

Reflexiones sobre la tragedia de Noruega

Durante la segunda mitad de julio fui a pasar mis vacaciones de verano a mi Noruega natal para visitar a mi familia, a ex colegas y a otros amigos. Por casualidad, mis viajes me llevaron a Oslo el 22 de julio. Cuando salía de la ciudad, escuché la terrible noticia de las muertes en la capital y en el campamento de jóvenes en la isla de Utøya.

Como muchos noruegos, conocía a algunas de las víctimas y a sus afligidas familias. Uno de los que fueron asesinados en Utøya era hijo de un oficial noruego que había venido a visitarme pocos meses antes al Consejo Mundial de Iglesias en Ginebra. Como muchos noruegos aun estoy luchando para tomar conciencia de que ese hecho realmente ocurrió.

El hombre que ha confesado ser el autor de la matanza insiste en que actuó en defensa de la “cultura cristiana”. Ha adoptado una actitud según la cual las “civilizaciones” diferentes tienen que entrar en conflicto inevitablemente. Está equivocado y es penalmente responsable.

En una respuesta pastoral conjunta a la tragedia del 22 de julio, las iglesias de Noruega han expuesto lo que significa encarnar una cultura genuinamente cristiana y actuar conforme a los verdaderos valores cristianos. Las iglesias trabajan en colaboración y en espíritu de solidaridad con representantes de otras religiones. El pueblo de Noruega está demostrando que una respuesta noviolenta a la violencia es la respuesta más pujante y más valiente que se pueda dar.

Una imagen que vuelve a mi mente una y otra vez es la del pastor cristiano y el imam musulmán de pie uno al lado del otro en el funeral de las jóvenes víctimas de la violencia. Esa imagen ha sido publicada y difundida por los medios de comunicación a nivel internacional. Ha llegado a ser un símbolo casi icónico de la determinación de construir una sociedad sostenible, solícita, abierta - juntos. Muchas personas de muchas naciones me han dicho que se han sentido profundamente estimulados por el pueblo de Noruega, cualquiera que sea su origen, por su respuesta comunal positiva al terror a pesar del dolor que les inflige.

Como iglesias, estamos comprometidas a trabajar juntas por la paz justa. Eso significa esforzarse por edificar sociedades abiertas en las que las personas de todos los grupos son tratadas como seres humanos con sus derechos y sus deberes, y en las que el comportamiento injusto y pecador es condenado. Tenemos que interrogarnos a nosotros mismos, a nuestra conciencia, - acerca de lo que decimos y lo que no decimos – y continuar en diálogo con nuestros prójimos.

En tiempos como estos, estamos llamados a reflexionar sobre el impacto del valor cristiano más fundamental: el mandamiento de amar a nuestro prójimo. Comprobamos cuán necesario es seguir ese mandamiento en tiempos de dolor y de muerte. Percibimos la importancia del abrazo mutuo de amor y respeto entre todos nosotros. Percibimos cuán necesario es el mandamiento de amor cuando hacemos frente con honestidad a los profundos desafíos que entrañan los cambios en las pautas de inmigración y una sociedad cada vez más plurirreligiosa.

Para todos nosotros, la catástrofe del 22 de julio sirve de terrible advertencia.

(*) El Dr. Olav Fykse Tveit es el secretario general del Consejo Mundial de Iglesias y pastor ordenado de la Iglesia de Noruega.

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