viernes, 4 de noviembre de 2011

Cadena de perdón - Dolores Aleixandre

La parábola que Jesús acababa de contar nos había dejado sombríos y desconcertados por su dureza. La culpa la había tenido Pedro con su pregunta absurda sobre el número de veces que hay que perdonar y Jesús le había respondido con aquella historia del rey y sus dos siervos que terminaba con un terrible final que habíamos escuchado sobrecogidos.

Esa noche estábamos convidados a cenar en casa de aquel hombre paralítico al que sus amigos habían descolgado por el tejado y al que Jesús había curado. Estaba tan contento y agradecido que no dejó de insistir hasta que Jesús aceptó compartir su mesa y tres de nosotros le acompañamos.

Durante la sobremesa nuestro anfitrión reconoció que su agradecimiento le venía, más que de su curación, de cómo se había sentido mirado por Jesús y de las palabras que escuchó de él: “Hijo, tus pecados te son perdonados”. Y dirigiéndose a Jesús dijo:

- “Maestro, a veces he pensado que no hizo falta que pronunciaras aquellas palabras porque tus ojos me lo habían dicho ya antes de que pronunciaras la palabra perdón.

Desde el momento en que mis amigos depositaron la camilla en la que yacía ante ti y nuestros ojos se cruzaron, me sentí envuelto en una ternura parecida a la que encontraba de niño junto a mi madre, cuando ella acariciaba mis piernas retorcidas y frágiles y me susurraba palabras de consuelo.

Con tu manera de mirarme me estabas comunicando que mis muchos errores y pecados no significaban ningún obstáculo entre tú y yo y que nada podía detener la corriente de afecto que me estabas ofreciendo. Por eso, cuando me llamaste “hijo”, yo ya estaba interiormente puesto en pie, aunque siguiera tumbado en mi camilla y convencido de que, aunque no me curaras, ya habías hecho por mí lo más importante que un ser humano puede hacer por otro.

Luego se oyó el murmullo de escándalo de los que no toleraban que hubieras pronunciado aquellas palabras de perdón y dijiste como un desafío: “Para que veáis que el Hijo del hombre puede perdonar pecados, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”.

Y yo me enderecé como si jamás hubiera padecido parálisis, tomé mi camilla y me vine a esta casa en la que tengo hoy la alegría de recibirte como mi huésped.

Es verdad que el retorno no me ha sido fácil: los que son enemigos tuyos no me perdonan que sea un testimonio viviente de tu sanación y han levantado la calumnia de que yo fingía estar paralítico y que, por tanto, tú no me curaste realmente; otros dicen que lo hiciste echando mano de poderes demoníacos y otros, que siguen postrados en sus lechos, envidian mi suerte y no quieren saber nada de mí.
Pero en mi interior no siento rencor hacia ellos y creo que he llegado a perdonarlos de corazón. Todos me dicen que he cambiado y que no han sido sólo mis piernas las que se han afirmado: lo que hoy está más firme en mí es la decisión de tratar con misericordia a todos y perdonarlos, de la misma manera que tú me perdonaste a mí”.

Fue una sobremesa larga y cálida y todos estábamos emocionados de escuchar a aquel hombre que no sólo podía ahora caminar, sino que nos mostraba cómo el perdón lo había transformado.

Al día siguiente, mientras íbamos de camino, Jesús dijo:

“- Después de nuestra cena ayer en casa del hombre que fue paralítico, se me ha ocurrido esta otra manera de contar la parábola que no os gustó el otro día:

“Un hombre debía a otro una pequeña cantidad de dinero y cuando éste se lo reclamó, le dijo lleno de congoja:

- “Estoy pasando una mala racha económica, por favor, dame tiempo para pagarte y lo haré en cuanto pueda”.

Su compañero accedió y le dijo:

“También yo debo una gran cantidad al dueño de las tierras que tengo arrendadas, muchísimo más que tú a mí, y por eso comprendo la angustia que sientes: tampoco yo puedo pagar mi deuda...”

Y le dio un plazo más largo. Se enteró su acreedor y, como era un hombre de corazón noble, llamó al hombre que le debía tanto dinero y le dijo:

“Te has comportado como un verdadero amigo con tu compañero, así que voy a hacer lo mismo que tú: olvídate de lo que me debías porque en este momento rompo todos tus pagarés.”

La pregunta final que nos hizo Jesús quedó resonando en nuestro silencio:

“- ¿Cuál de estos personajes os ha recordado la conducta de nuestro anfitrión de ayer?...

Dolores Aleixandre

(Un tesoro escondido. Las parábolas de Jesús. Ed CCS)

No hay comentarios:

Publicar un comentario