Carta a mis hermanos de Eta - José Ignacio González Faus, teólogo
Había enviado esta carta antes de vuestro anuncio. La rehago gustoso a cambio de vuestro cese.
1º.- Mirada hacia fuera. Os invito a ver la película danesa “En un mundo mejor” (Oscar a la mejor película), cuyo título original era Venganza. Pone de relieve tres cosas: la absoluta necesidad del perdón en nuestras vidas; nuestra radical incapacidad para perdonar, y la irrefrenable demanda que nos posee de ver sufrir a quien nos ha hecho sufrir. (Más algunos flecos sueltos sobre las historias de dolor infantil que han gestado a tantos verdugos y sobre lo extremo de situaciones en que puede verse metida la decisión de perdonar).
El perdón es gratuidad. No basta con darlo si lo pide el otro: porque esto ya sitúa al perdonador en posición de superioridad. Debe ser otorgado aunque no se haya pedido, sin que eso signifique dejar manos libres al verdugo para que pueda seguir matando. Esa gratuidad del perdón pone al verdugo en situación de redimirse (aceptando el perdón que se le da) o condenarse él si lo rechaza. Desde aquí quisiera comentar vuestro cese -¡por fin!- definitivo.
2º.- Mirada hacia dentro. Habláis en el comunicado de cosas que quedan pendientes. Algunas de ellas (referidas a presos y entrega de armas) habrán de gestionarlas los gobiernos. Pero a vosotros os quedan otras dos: a) Euskadi convertido en un lugar de terror: mirar bajo el coche cada día, no poder ni ir al baño sin el guardaespaldas detrás, soportar pintadas chulescas, despectivas y amenazadoras en la puerta de casa… De esto se hablaba poco; pero habéis dejado vuestro país polucionado con un smog de odio impresionante. Si de veras aceptáis la democracia habréis de empeñaros en reconstruir la convivencia. Y b) Ello obliga a pensar en las víctimas que causasteis. Reconciliarse sólo es posible cuando cada parte hace suyo el sufrimiento de la otra, sin limitarse a “reconocerlo” teóricamente. Porque si mi propio dolor me duele, y el del otro no, siempre tendré a mi favor la ventaja y el derecho que da el mero hecho de sufrir.
Por eso evoco una víctima que es vuestra en el doble sentido del término: era de vuestro grupo pero la matasteis vosotros. Me refiero a Yoyes: no dejo de preguntarme qué será hoy de su hijo, que vio caer a su madre a manos de uno de vosotros. Yoyes es el símbolo de algo que os falta todavía reconocer: que el odio asesino no conduce a ninguna parte, ni a vosotros como personas humanas ni al pueblo vasco, tanto en lo político como en lo cultural. Nunca negué que en Euskadi exista un conflicto histórico (ni quisiera olvidar cómo trató el franquismo a muchos vascos sólo por hablar en euskera). Pero os toca reconocer que vuestra reacción ante él fue tan desproporcionada que os privó de toda la razón que pudierais tener: si el conflicto tenía una intensidad de cinco, vuestra reacción la ha tenido de nueve o diez. Y el problema en los conflictos humanos no es sólo si se tiene o no razón sino cómo se usa la razón que se tenga.
3º.- Cara al futuro. Personalmente, me alegra que se acabe ya el fundamentalismo ilegible de vuestros comunicados. Si alguno de vosotros vio de niño la película Quo Vadis, recordará cómo Petronio (árbitro de la elegancia romana) le dice a Nerón: “asesina, pero no cantes”. Confieso que algo así me sugerían vuestros comunicados: “asesina pero no hagas declaraciones”. Porque era ridículo arrogarse una representación que nadie os ha otorgado y muchos vascos os niegan. Pero además porque su imperturbable distorsión de la realidad os volvía ridículos si no fuerais criminales.
No comparto (aunque pueda comprenderlas) muchas reacciones ante vosotros que confunden la paz y la justicia con la revancha, y dan la sensación de preferir que haya algunas muerte más a cambio de no renunciar al placer de veros humillados y derrotados. Mal camino: porque todos nuestros odios y rencores sirven siempre para alimentar al enemigo en lugar de destruirlo, y para debilitarnos a nosotros en lugar de sanarnos. Prefiero fijarme en otras gentes admirables a las que dejasteis viudas o huérfanas y han sabido perdonar con una grandeza de ánimo increíble.
Tampoco deberíais olvidar a Txelis y otros que se adelantaron a reconocer que el terrorismo no sólo es políticamente ineficaz sino éticamente reprobable, y a quienes vosotros excomulgasteis. Porque ahora os toca enfrentaros con vuestra historia y vuestro fracaso: con el error de planteamiento a que os condujo la ceguera inherente a todo nacionalismo, grande o pequeño, y con la sarta de crímenes resultado de aquel error. Enfrentaros con eso y asumirlo. Como decimos a algunos enfermos que deben aceptar que están enfermos como primer paso para poder curarse.
No puedo deciros que teníais razón y que no os habéis comportado como criminales. Pero os aseguro que vuestros crímenes pueden quedar como no hechos en el juicio definitivo sobre la historia. Este es el significado del perdón cristiano. Incluso añado, parodiando a Jesús, que algunos de vosotros podrían entrar delante de nosotros al Reino de los cielos.
Pero eso ya sólo depende de vosotros.
Fuente: Redes Cristianas
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