¿Debe una religión ser refractaria a aquello que no se le asemeja? ¿O debe estar abierta a dialogar con la diversidad del mundo? Uno podría pensar que de la primera postura se origina, por un lado, la huida de mucha gente de las religiones tradicionales, dado que no se sienten cómodos ingresando en un mundo irrespirable en el que sólo la propia palabra tiene valor. Por otro lado, las religiones que adoptan una modalidad refractaria transmiten una sensación de falta de respeto a quienes no forman parte de ella. Y en su extremo, esta forma puede llegar al intento de suprimir lo que es diferente, como vemos hoy en el terrorismo y ayer en otras formas de violencia. La segunda postura, en cambio, refleja una madurez y una inteligencia mucho mayor, y supone una manera indirecta y adicional de cumplir con los propios fines como puede ser, por ejemplo, la consecución de la paz. Esta posición abierta al otro hace de la propia singularidad algo poroso, capaz de alimentarse desde el exterior, y a la larga, algo mucho más sólido que lo que nunca se entrecruza con lo diferente.
En 2009, el papa Benedicto XVI había adelantado su interesante posición en esta materia: "El diálogo con las religiones debe ajustarse al diálogo con aquellos para quienes la religión es una cosa extraña". Así, en una interesante iniciativa, el Papa sumó por primera vez el jueves 27 de octubre a cuatro no creyentes al encuentro interreligioso de Asís. Fueron invitados al evento la escritora y lingüista francesa Julia Kristeva, el filósofo italiano Remo Bodei, el filósofo mexicano Guillermo Hurtado y el economista austríaco Walter Baier, quienes se sumaron a obispos, pastores, imanes, rabinos y monjes budistas en el evento. Kristeva resaltó la necesidad de contar con "más complicidades entre el humanismo cristiano y el de origen ilustrado". Esa complicidad, dijo, es "un camino arriesgado, pero que vale la pena". En cualquier caso, un terreno común para el hombre puede ser trazado a partir del aprendizaje de lo que ha sufrido. "Tras la Shoá y el gulag, el humanismo tiene el deber de recordar a hombres y mujeres el pasado y el presente para construir el futuro".
Y agregó: "La era de la sospecha no nos es más suficiente. Ni dogma providencial, ni juego del espíritu, la refundación del humanismo es una apuesta". Probablemente esa apuesta incluya la búsqueda de la no violencia y, esencialmente, el cuidado del otro, cosa que inspiró unas palabras de Kristeva que bien podría haber formulado el Papa: "La solicitud amorosa hacia el otro, el cuidado de la tierra, de los jóvenes, de los enfermos, de los minusválidos, de los envejecidos dependientes, son experiencias interiores que crean proximidades nuevas y solidaridades inauditas". La conclusión es que no hay que temer al diálogo ni al aprendizaje. Los cuestionamientos de los no creyentes ayudan a los creyentes, así como la pasión de un creyente puede ayudar a un no creyente. Estos dos mundos, que admiten muchos matices, estas dos formas de metabolizar el misterio, no tienen necesidad de trazar un muro entre sí, ni de ignorar los puentes invisibles que los unen.
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