Fragmentos de "A Arantzazu por la paz"
(…) Creo en la paz, fruto de nuestra tarea, regalo de Dios. “Que los montes traigan paz y los collados justicia”, rezaba el salmista bíblico, no porque esperase que la paz llegaría por sí misma de los montes y de los collados, o del cielo, desde fuera y desde lejos, como llega una caravana extranjera. Bien sabía el salmista que la paz y la justicia han de germinar en nuestros valles, que todos los dones del cielo han de brotar en nuestra tierra, que Dios nace y viene de esta frágil arcilla que somos, de este barro que Él/Ella misma anima pacientemente.
(…) Creo que cuando oramos a Dios por la paz, Dios ora en nosotros, Dios nos reza: “¡Oh mis sufrientes criaturas, acoged la paz, vivid en paz, haced la paz!”.
Creo que debemos orar de tal manera que, al orar, nuestros montes traigan paz y nuestros collados justicia, la paz y la justicia germinadas en los valles. De tal manera que, al orar, nos hacemos creadores como Dios y anticipamos, aunque sea por un instante, el sábado del descanso.
(…) yo también creo en “la defensa eficaz de los derechos individuales y colectivos, y la promoción de las vías pacíficas para la solución de los conflictos”. Creo en “el respeto al derecho a la vida, el cultivo de la tolerancia y del diálogo, la reconciliación, el perdón y el acercamiento sensible a quienes han sufrido violencia, el respeto a la identidad (…) Creo en todos los esfuerzos que “puedan seguir contribuyendo al logro de la paz definitiva en la justicia”.
Creo en la paz, aunque nunca haya sido y nunca llegue a ser plena hasta que amanezca del todo el séptimo día de la creación. Creo en cada instante de paz que hace que el tiempo se expanda hasta el fin de los tiempos, cuando el lobo y el cordero habitarán juntos. Creo en cada gesto y actitud que promueven la paz.
No creo en la paz del poder. Creo en el poder de la paz. No creo en la paz de unos contra otros, en la que el odio, la venganza y el resentimiento no quedan vencidos en todos, pues reaparecerán en la próxima guerra. Creo en la paz hecha por todos, como si no hubiera elecciones a la vuelta de la esquina. Creo en la paz para todos, en la que todos ganan.
Creo en la paz fundada en la memoria. Todos estamos muertos mientras no podamos contar a alguien nuestra historia, con todas sus sombras, y no sea recogida por alguien como en un vaso precioso para ser restaurada e iluminada poco a poco, suavemente.
Creo poco en la contabilidad de las víctimas; tal vez habrá que hacerla también, aunque la lista nunca sea completa. Creo sobre todo en cada historia personal concreta. Creo que todos los relatos de dolor han de ser escuchados, uno a uno, cada uno como si fuera único, con compasión, con calma, sin prisa.
Y no creo en la memoria que se empeña en seguir aferrada al pasado y a todas sus heridas. Perdón, también creo en esa memoria herida, mientras no sea posible otra cosa, pero creo en la sanación de la memoria capaz de resistir y de esperar, de renovar y de crear. Creo en la memoria del futuro, en la fe compartida de otro porvenir común y posible. Creo en la memoria sanada que nos hace revivir.
Creo en la paz de la justicia. La paz es el fruto de la justicia. Pero no creo en la justicia del castigo y de la venganza, sino en la justicia que busca dar a cada uno – primero a la víctima, pero también al victimario – aquello que necesita para vivir y ser mejor, en paz.
Creo en la justicia empeñada no en que el delincuente expíe, sino en que se humanice. Creo en la justicia interesada no por dictaminar acerca de la culpa, sino por promover la responsabilidad que transforma. Creo en la justicia inspirada por este sencillo y elemental criterio, la regla de oro de toda conducta justa: “Trata a tu prójimo como querrías ser tratado por él”.
Ponte en el lugar de la víctima. Ponte también en el lugar del encarcelado. Esa regla no falla nunca, y la entiende cualquier niño. ¿Será mucho pedir que la entiendan los partidos políticos y aquellas/os que (…) serán elegidos para representarnos? Claro que es muy difícil atenerse a esa regla. Por eso es tan difícil vivir en paz. Pero mucho más difícil aún es vivir sin paz.
(…) Creo en la paz que brota de nuestra oscura, sagrada tierra. Creo en la paz que baja del cielo, como baja la luz al amanecer desde la cumbre hasta el valle y que sube como sube al atardecer la sombra tranquila hacia la peña. Desde Dios hasta Dios, de paz en paz.
(Publicado en el Diario DEIA)
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario