Los festejos del Bicentenario de la Independencia de México, y Centenario de la Revolución mexicana han concluido en uno de los períodos más violentos de nuestra historia “de paz”. Una paradoja que al ciudadano de a pie le cuesta digerir, y que posiblemente tardará años en superarse. Razón de más para intentar comprender las raíces de una situación compleja, poliédrica, quizá originada en una identidad mexicana no del todo definida por ser fruto de un proceso histórico más bien breve -quinientos años desde el choque de culturas que dió origen al pueblo mexicano- y ciertamente convulso. Un pueblo de pueblos, lleno de colorido, de capacidad festiva, de creatividad, de alegría, que avanza hacia el futuro entre el dramatismo y el más descarnado sentido del humor; entre una religiosidad arraigada hasta los tuétanos, y un renacido sincretismo. Los pueblos y etnias que componen el tapiz de la historia mexicana no suelen dejar indiferentes a los extranjeros que nos visitan. México suscita numerosas y apasionadas adhesiones, aunque también perplejidades y hasta rechazos.
En la preparación para el Bicentenario, la sociedad ha hecho un verdadero repaso por los hechos históricos de doscientos y de cien años atrás. Se han vuelto a sacar a la luz las glorias y crueldades de la historia que dió lugar a nuestra existencia. Se han revisado las categorías en que analizamos los acontecimientos, y se insiste en la necesidad de conocer el pasado para definir mejor nuestra propia identidad. No sólo los considerados “héroes patrios”, sino una gran cantidad de personas de diversos bandos, defendieron en aquellos años su propia idea de justicia y de libertad, sus altos ideales sociales o sus privilegios para no perderlos. Entre todos realizaron el tejido multicolor de nuestra historia, y los contemporáneos nos econtramos ante el desafío de continuar ese tejido dándole las formas que heredarán nuestros hijos y nietos.
Así, frente a nuestros relatos históricos, no existe sólo el desafío de conocerlos mejor para guardarlos de nuevo en el cajón de la memoria. Hoy nos encontramos frente a desafíos iguales o mayores que los de entonces, por lo cual hemos de conocer lo que pasó para mejor decidir qué hacer aquí y ahora. Claro, estrictamente hablando es imposible cambiar el pasado. La historia y sus acontecimientos ya sucedieron y nadie puede modificarlos. Los posibles túneles del tiempo de los relatos de ciencia ficción aún están por ser inventados, y una clave de salud personal consiste justamente en aceptar lo que sucedió y que dio lugar a nuestro ser concreto, comprendiendo que somos fruto de unos acontecimientos, algunos luminosos, otros grises o francamente oscuros, que si hubieran sido distinos, no existiríamos. Reconciliarnos con la historia es un primer paso para poder incidir sin resentimientos en nuestro presente y así mejorarlo.
Pero, paradójicamente, sí existe una forma de transformar de algún modo aquellos hechos que, por ser del pasado, parecerían condenados a la inmovilidad.
¿En qué consiste? En decidir hoy a qué tipo de procesos históricos damos continuidad y cuáles dejamos abandonados, convirtiéndolos en mera arqueología. En decidir qué hilos de la historia serán los que yo retomaré para seguir tejiendo hoy la vida de cada día.
Casi sin querer, uno elige un modo de ser, de vivir. Se adhiere a una línea de pensamiento, escoge un estilo de estar en la sociedad, de crear el presente. Así da nueva vida a unas líneas de actuación que con toda probabilidad ya existen, y que de otro modo quedarían muertas. Es como si eligiera con qué color de hilo quiere seguir tejiendo la pequeña historia que se inserta en el gran tapiz de la historia nacional. Si uno relee lo que otros hicieron, descubrirá su propio actuar como continuación de alguna “escuela” de hacer la vida, ciertamente aportando un estilo propio y original que los matiza para siempre, y además con las características del momento actual. Unos serán más originales, otros menos, pero todos de algún modo actualizan en su presente unos procesos que, sin ellos, quedarían para los museos. Así, el tejido de la historia se va ensanchando con todo tipo de hilos, unos obscuros, otros de colores, algunos muy luminosos.
Pongamos unos ejemplos. Una persona, en su diario vivir, puede dar continuidad al tejido oscuro y sangriento de la guerra, del conflicto, de la lucha de poderes, del dominio, de la desigualdad. Si así lo decide, puede asumir e incentivar, -aunque como digo, tantos lo hacen por inercia y sin tomar conciencia de ello-, las diferencias sociales, económicas, culturales… dando continuidad a la interminable cadena de la violencia que se perpetúa en la historia, pero no a causa de un ciego destino, sino porque encuentra en cada generación unos cómplices que perpetúan la historia de la sangre y las lágrimas. Hoy desgraciadamente en México somos testigos de unas personas y unos grupos sociales que han decidido hacer exactamente eso, tiñendo nuevamente de odio y de sangre los hilos de la historia contemporánea, aunque por motivos mucho menos nobles que la lucha por la libertad: el narcotráfico y el comercio ilícito de arma y personas. Tejen nuestra historia con los grises del asesinato, la desazón, la pobreza, la desesperanza.
Otros, quizá la mayoría, desean elegir un transcurrir más convencional, luchando por sobrevivir sin sobresaltos, en busca de una vida serena, de sencillo trabajo y de estabilidad. Pero en su vida diaria no podrán permanecer neutrales: su modo de vivir en sociedad, de interactuar o no con los vecinos, su manera de pensar o de no hacerlo, de participar o ignorar a sus contemporáneos, de educar a los hijos, dará continuidad a procesos interpersonales, sociales y económicos que pueden ir en la línea del desarrollo y la justicia, o de la inercia, la indiferencia y el desapego.
También es posible, sin ser extraordinarios o superdotados, dedicar el propio tiempo a impulsar procesos artísticos, creativos, lúdicos, artesanales, que continúen y actualicen, lanzando hacia el futuro, la historia local de la paz florecida, una paz fecunda y variada que desborde en fiesta, en su pueblo, en su barrio, en su ciudad o en su país. La ciencia, la investigación, la música, el folklore, la pintura, la danza, la literatura, y hoy la creación con medios digitales, serían como hilos de colores en el tejido de nuesra historia, que aporta luz y alegría, entretenimiento, cultura, tiempo plenificado.
Y más aún: es hermoso, y posible, transformar el pasado en presente y en futuro dando continuación a los “hilos luminosos” que atraviesan la historia humana: los hilos de oro de aquellos procesos excelentes que dan soporte y sentido a millones de personas. Es posible recibir el testigo de las formas de vivir más constructivas y fructuosas, y ofrecer nuestro presente y energías para que sigan vivas y avancen también hoy. Asumir y actualizar los grandes objetivos de tantos héroes de la Patria, pero colocándose en la historia de la no-violencia, la búsqueda de la paz, la defensa de los derechos humanos y la dignidad propia y de otros; la historia de la democracia, de la libertad de expresión, la defensa de los excluidos y la promoción de la autonomía y el desarrollo de los pueblos. Todo ello recoge el esfuerzo de los grandes hombres y mujeres de la Historia, que tejieron con hilos de luz sus días y sus horas.
¿Cuál sería un distintivo de éstos respecto a otros hilos que configuran el devenir de las naciones? Que quien los inicia y los continúa no sólo arenga a los demás para ir en pos de un ideal, sino que está dispuesto a dar la vida por esa causa y sobre todo por esas personas, evitando lanzarlas a la muerte. Asume su tarea incluso con sacrificio, para que otros vivan, para que los amigos no mueran por ello. ¡Y son tantos los ejemplos! Voluntarios y trabajadores sociales, educadores y maestros convencidos, médicos y enfermeros realmente preocupados por la salud de los pacientes, mediadores culturales, y un interminable etcétera. Quien se entrega de verdad no sólo por una idea, sino por unas personas, hombres y mujeres con nombres y apellidos a quienes promueve y defiende para que puedan vivir y poder amar, teje su propia historia y la de ellos con hilos de oro.
El Bicentenario es una ocasión para seguir tejiendo hoy con hilos luminosos la historia de México. Justamente hoy, cuando más falta hace, es necesario hacerlo sin violencia, pero al mismo tiempo con decisión y arrojo. Con la apasionada generosidad de quien sabe que la vida tiene más sentido aún cuando es para dar vida a otros. Es una forma de transformar no sólo el presente, sino también el pasado: deja de ser archivo histórico, se actualiza y se lanza al futuro.
Leticia Soberón Mainero
Doctora en Ciencias Sociales
Fuente: Carta de la Paz
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