“Algún tiempo después, Pablo dijo a Bernabé: ‘Volvamos a visitar a los hermanos que están en las ciudades donde ya hemos anunciado la Palabra del Señor, para ver cómo se encuentran’. Bernabé quería llevar consigo también a Juan, llamado Marcos. Pero Pablo consideraba que no debía llevar a quien los había abandonado cuando estaban en Panfilia y no había trabajado con ellos. La discusión fue tan viva, que terminaron por separarse; Bernabé, llevando consigo a Marcos, se embarcó rumbo a Chipre. Pablo, por su parte, eligió por compañero a Silas y partió, encomendado por sus hermanos a la gracia del Señor. Así atravesó la Siria y la Cilicia, confirmando a las comunidades” (Hech 15, 36-41).
El texto se preocupa en aclarar que se produjo una discusión “tan viva”, que acabaron por separarse. Sin embargo, eso no afectó a la misión de la Iglesia. Cada grupo se dedicará a lo que estaba llamado: transmitir el evangelio.
La pasión por lo que se cree lleva generalmente a discusiones, a distintas interpretaciones de una misma realidad, incluso, a peleas y distancias. La comunidad de nuestros antepasados no estaba exenta de eso. Lo que nos enseña, justamente, es el modo de resolver estos conflictos. ¿Cómo obramos nosotros? Seguramente dedicaríamos bastante tiempo en “análisis”, en “terapias” internas, estrategias para desautorizar al oponente, o en reproches nostálgicos y llenos de desilusiones al enfrentarnos con lo que creemos que no es la Iglesia de Cristo.
En ningún momento, se predijo que, en la Iglesia de Cristo, estaban prohibidas las peleas. Lo que debe primar, sin dudas, es el amor, pero no se puede evitar la discusión, las separaciones, la hostilidad. ¿Por qué escandalizarse? Es parte de la convivencia humana y también cristiana. El romanticismo aleja los problemas de la realidad y cree en una ilusión desencajada de la historia, lo concreto son las personas, la tarea es la misión, y, frente a ello, todo lo demás es parte de la vida.
José Luis D´Amico, Desde las raíces. Conflictos y crecimiento en la comunidad eclesial, Buenos Aires, SAN PABLO, 1994.
Señor, haz que tus dones
se hagan vida en nuestra comunidad.
Necesitamos personas
que sepan escuchar.
Personas que crean la paz.
Personas que construyan la unidad y la comunidad,
que equilibran y reconcilian,
que dan testimonio
y que dicen la verdad, sin lastimar.
Necesitamos personas
en las que tu Espíritu resplandece,
que irradien esperanza
y desinteresadamente se comprometan,
para ti y tu Reino.
Señor, danos personas capaces
de conmover a otros con su actitud,
personas que rezan
y que también hacen realidad esa oración.
Fuente: Revista on line San Pablo
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