Del latín resilio (saltar hacia atrás, volver, rebotar) sale la palabra resiliens (resistencia), que da origen al término tecnológico resiliencia. Ésta expresa el procedimiento que se usa en el ensayo de materiales aumentándole la carga, de golpe o lentamente, para medir su capacidad de resistir.
En Psicología, el término define, entre otros conceptos, lo que ya trae el individuo sobre el que hay que actuar; esto es, su naturaleza o su herencia, además de sus condiciones de vida e, incluso, su medio social.
Podríamos agregar que es la ciencia explicativa del comportamiento humano que proporciona hipótesis agudas para superar determinados traumas. Así, reiterando, la resiliencia resulta la habilidad para enfrentar de manera eficaz y adecuada experiencias adversas traumáticas, canalizando atributos y habilidades innatas.
Y así como hay material de hierro, vidrio, madera, etcétera, existen individuos de distinto temperamento y carácter. Los de carácter fuerte o de gran voluntad pueden crear totalmente las condiciones del medio de las que tienen necesidad y llegar a ser grandes figuras. Desde luego, no es fácil cambiar el carácter, como lo dice el refrán: “Genio y figura hasta la sepultura”.
La herencia y el ambiente son vitales; por ello, los especialistas destacan la necesidad de trabajar con niños pequeños.
Si tuviésemos que definir el agente de esta ciencia o técnica con una sola palabra, consignaríamos voluntad, que es una de las tres facultades del alma. Las otras son el pensamiento (razón) y el sentimiento. Respecto a esta última, no deben perderse de vista la autoestima, la amistad, el amor, la responsabilidad.
Para apoyar a la razón, se estudia la autonomía, el autocontrol y la observación de sí mismo. Y la voluntad –que para Juan Jacobo Rousseau y Federico Nietzsche es la facultad más importante de la conciencia– es capital para tratar la frustración, el enojo y el dolor, además también de la autoestima.
Una dura prueba. Volviendo a la comparación, imperfecta como la mayoría, el mazazo para probar la resistencia ejemplifica un caso que todos hemos presenciado alguna vez.
Nos referimos a padres con un hijo con síndrome de Down. Al principio, en un mar de lágrimas, deseando que Dios hiciese retroceder el tiempo un año, todo les pareció negativo. Al comparar su niño con los demás, sintieron que su lucha era distinta de todas las otras y para el resto de la vida. La voluntad dirigida por la razón, por lo general con la ayuda de terceros, fue aquí, al principio, el arma principal de combate. Pasados unos años, vuelven a sonreír al ver a su pequeño correr por el parque. Porque el motor de tamaña voluntad fue aquí un sentimiento: el amor.
Si apareciese Dios ofreciéndoles retroceder a un tiempo anterior al nacimiento, no aceptarían, como no aceptarían tampoco cambiarlo por otro, porque gracias a ese hijo han tejido un fuerte lazo de amor y han descubierto que se ocultaba en el fondo de sus almas una indestructible fuerza moral y muchas virtudes que no hubiesen salido a la luz y que ahora adornan su vida.
De aquí suele inferirse otra definición de resiliencia: el procedimiento que sacrifica muchos deseos y encauza otros, para colocar en la cúspide –como resultado– un deseo más valioso y constructivo.
Nos queda por tratar cómo se practica la resiliencia; si basta un libro de autoayuda o bien si es menester el apoyo de maestros, de un psicólogo, un analista, un psiquiatra, o formando grupos de apoyo.
Fuente: La Voz del Interior
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