martes, 5 de julio de 2011

Tres ejes vitales - Marcelo Polakoff , Rabino, miembro del Comipaz

Si los tuviera que dibujar, haría un cerebro, un corazón y una mano. ¿Por qué? Porque por allí trascurre gran parte de los ejes que atraviesan nuestra existencia y, de acuerdo al trato (o maltrato) que les demos, será así el resultado –si es que acaso se puede hablar de “resultado”– en lo que a la vida concierne.

De todos modos, no es una creación mía. Ya lo afirmaba, en el Tratado de Principios del Talmud, Rabi Shimon, el Justo. Él solía decir: “Sobre tres cosas el mundo se sostiene: la Torá, el culto y los actos de benevolencia”.

Este texto bimilenario, producto de la primera compilación de la Torá Oral que constituye la Mishná (finalizada en los comienzos del siglo III e.c.), es una muy buena base para contextualizar de qué estamos hablando.

Aquellos tres pilares que Rabi Shimon nos enseña siguen siendo, hasta la actualidad, el trípode sobre el cual no sólo debiera sostenerse el mundo en el sentido más amplio del término, sino también toda tarea comunitaria e, incluso, el microcosmos que representa cada ser humano.

La tríada. De esta manera, cuando nos referimos al primer pilar, es decir al de la Torá, no hacemos más que referirnos, en un sentido estricto, al estudio de los textos sagrados, pero en un sentido más abarcativo estaríamos refiriéndonos al aprendizaje en general, como una actitud constante de búsqueda de conocimiento. Se trata del desarrollo intelectual, de la ampliación de los horizontes, de la profundización del pensamiento y la reflexión.

La segunda columna es la del culto –en hebreo, avodá–, cuya mejor traducción sería “servicio”. ¿Y qué servicio?, preguntan nuestras fuentes, y se contestan: el servicio del corazón.

Estamos aquí en el plano de lo sensitivo, del desarrollo espiritual, del aumento de la conciencia. De lo que se trata es de conectarse con aquello que nos trasciende, con la presencia de lo inefable, del misterio, del asombro, la presencia de lo divino.

La tríada se completa con los actos de benevolencia, donde el eje inexorablemente ya se desprende de lo individual, para horizontalizarse y permitir la inclusión necesaria de un otro, de un prójimo que dé sentido a los dos ejes anteriores.

Estamos ante lo que podríamos denominar “desarrollo social”; nos hallamos en pleno ámbito de la ética en su sentido más concreto y práctico. El hacer es lo que convoca. En resumen, el pensar, el sentir y el hacer se complementan, en un equilibrio ideal, cuando cada uno de estos pilares es llevado a cabo en armonía con sus vecinos.

El mismo Maimónides señalaba que habría que invertir un tercio de nuestros esfuerzos en cada una de estas áreas para tener un desarrollo pleno del ser humano, entendido desde la tradición judía.

El cerebro, el corazón y la mano dispuestos a entrelazarse para lanzarse a la aventura cotidiana. Tal el desafío, a fin de que no nos perdamos en una existencia esquizofrénica, en la que no hacemos con la mano lo que sentimos con el corazón ni lo que creemos con la cabeza.

Hace unos pocos miles de años, el pueblo hebreo inventó un GPS especial para encontrar estas coordenadas de manera diaria. Se denomina “tefilín” y son dos pequeñas cajitas que en su interior contienen párrafos bíblicos y que en casi todo amanecer se atan con unas tiras de cuero alrededor de la cabeza, del brazo y la mano, y una de ellas se anuda en dirección al corazón. No garantizan que uno se encuentre. Pero al menos nos dan una pista bastante clara de por dónde hay que conducirse.

Fuente: La Voz del Interior (Córdoba, Argentina)

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