En estos días, compartiendo la experiencia del Comité Interreligioso por la Paz (Comipaz), palpamos una vez más el desafío inmenso que implica la comunicación, las profundas trabas que tenemos para el diálogo y la comunión. Nunca como hoy el hombre ha tenido a su alcance tantos instrumentos de comunicación y, sin embargo, no es fácil llegar al encuentro de la verdad y comprometerse con ella. Desde allí parto para compartir algunas líneas de reflexión inspiradas en la enseñanza del Papa del diálogo: Pablo VI.
El hombre de hoy puede reconocer con facilidad que muchas de sus actitudes, juicios, tomas de posición, adhesiones y oposiciones se deben a los conocimientos, cada vez más vastos y rápidos, de opiniones y de comportamientos que le llegan por medio de los instrumentos de comunicación social.
Nuestra vida sitúa a jóvenes y adultos frente a un flujo casi incesante de noticias y de interpretaciones, de imágenes y de sonidos, de propuestas y de solicitaciones. En esta situación, el ser racional se siente movido a la pregunta inquietante: ¿dónde está la verdad? ¿Cómo apresarla o descubrirla en el cúmulo de comunicaciones y tensiones que nos acosan en todo momento?
Cada uno de los hechos tiene su propia verdad, que abarca muchos aspectos, no siempre perceptibles fácilmente en su totalidad. Sólo el empeño conjunto y sincero del comunicador y de los receptores puede ofrecer una cierta garantía de que todo acontecimiento sea conocido en su verdad íntegra.
Aparece así la excelencia de la misión del informador, que consiste no sólo en destacar aquello que resalta de inmediato, sino también en indagar los elementos de encuadramiento y de explicación acerca de las causas y las
circunstancias de los hechos que él debe señalar. Este
quehacer podría compararse, de alguna manera, a una “investigación científica”, debido a la seriedad y entrega que exige el control y la valoración crítica de las fuentes, con fidelidad a los datos observados y con su trasmisión integral.
La responsabilidad es luego más grave aún cuando el comunicador está llamado –como sucede a menudo– a añadir a la simple relación del hecho, elementos de juicio y de orientación. Terrible es cuando el comunicador manipula la realidad y llega incluso, a veces, a la mentira y la calumnia que siembra desconfianza e inquietud.
Este empeño en indagar y respetar la verdad afecta, con la misma urgencia, a aquellos que en los medios de la comunicación social buscan la información y las orientaciones de juicio. Es tarea de todos los receptores ser siempre activos y corresponsables; su sentido de responsabilidad y su preparación los dispondrán a recibir de manera activa y crítica todo lo que se les expone desde el exterior.
El hombre, y mucho más el cristiano, no abdicará jamás de su capacidad de contribuir a la conquista de la verdad: no sólo la abstracta o filosófica, sino también la concreta y diaria de los sucesos particulares. Si abdicase, dañaría la propia dignidad personal.
Es importante que cada hombre se aplique y sea ayudado en forma conveniente a conseguir la necesaria capacidad de juicio autónomo ante el mensaje de los instrumentos de comunicación social, de manera que pueda escoger con libertad entre las opiniones y dar a la mejor de ellas la propia adhesión.
Somos cristianos, seguidores de Cristo, Aquel que es “camino, verdad y vida” (Jn 14, 6). Él es el Hijo de Dios, que vino a habitar entre los hombres para dar “testimonio de la verdad” (Jn 18, 37) y asegurarnos que sólo la verdad nos hará libres (Jn 8, 31-36), librándonos de toda esclavitud (Gal 5, 1).
Fuente: La Voz del Interior
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