Tradicionalmente identificado con el amor erótico-sexual de pareja es el amor de deseo de unión, de presencia, de compenetración, es la expresión del amor apasionado. Una característica del amor de “eros” es la valoración de lo amado, se manifiesta en una mirada que reconoce lo amado como valioso y atractivo y eso provoca en los destinatarios de ese amor en una consciencia de autovalía, autoestima. Podríamos definirlo como la atracción apasionada por lo valioso y el deseo de unirse a ello, deseo de unión que produce placer. El amor de eros al proceder de una mirada de reconocimiento y valoración es un amor sanador, reconstructor de identidades perdidas, liberador de encorvamientos ancestrales, de culpabilidades eternas.
Amamos con amor de eros cuando nuestros ojos son capaces de ver la realidad con verdad, con lucidez consciente para poder ver y sobre todo contemplar la unidad profunda de la realidad, como dicen algunos místicos, descubrir el manto inconsútil que forma todo lo que existe, entonces se convertirían en ojos amorosos, y por eso capaces de descubrir lo valioso, incluso la belleza, a veces muy oculta en lo profundo del ser, de toda persona y realidad. Ese descubrimiento nos provocaría un deseo de unirnos, vincularnos, es decir hacer verdad en nuestra vida cotidiana, la unidad que somos. Nuestros ojos se convierten también en lugar para expresar esta dimensión del amor cuando ven y levantan, libran de encorvamientos, cegueras, sorderas, parálisis porque son capaces de devolver a las otras personas su auténtica talla, valía, belleza. Nuestro corazón muestra el amor de eros cuando palpita de pasión por lo Real, disfruta con la presencia de las personas que ama y guarda en el corazón sus nombres como su mejor tesoro; cuando es capaz de trabajar apasionadamente en reunificar todo lo disperso, dividido, roto de nuestro mundo. Nuestra piel, si ama con amor de eros, renuncia para siempre al “despelleje”, al ojo por ojo, a encerrarse en sus pequeñas fronteras, porque descubre que la verdad de nuestro ser no se acaba en los propios contornos de nuestro cuerpo, sino en toda la humanidad y toda la creación como “Cuerpo de Dios” y que cuando se cierra a su hermano se cierra a su propia carne.
Vivimos el amor de eros cuando hacemos de nuestra sexualidad un lugar para el encuentro, sin miedo y sin tabúes, creando encuentros corporales constructores de identidad, cuando no hacemos de las diferencias de sexo un lugar para la marginación, la discriminación, la exclusión sino un lugar para vivir gozosamente la unidad fundamental que somos, en pluralidad y singularidad. Hacemos verdad el amor de eros cuando los cuerpos, en verdad, libertad y respeto se encuentran para gozar del amor que se hace erotismo, placer compartido, compenetración, éxtasis de sí para entrar en la persona amada.
Finalmente hacemos verdad el amor eros cuando nuestra boca aprende convertirse en “degustadora” de la vida, aprendiendo a gustar los sabores de la verdad, de la justicia, del Reino en la vida cotidiana y ayuda a otros a degustarlos; cuando aprender a hablar y callar como lenguaje de amor, que sabe bendecir y renuncia a la maledicencia, a la mal-dición, una boca que sabe besar y hace del beso sacramento del amor, que sabe sonreír con sentido del humor para no tomarnos a nosotros mismos demasiado en serio y no permitir que nos amarguen la vida.
Cuando todo esto acontezca, seremos testigos corporales del amor. Quizás nos pase lo que le pasó a Jesús de Nazaret que los que vivieron con él dijeron: lo que han visto nuestros ojos, oído nuestros oídos y tocado nuestras manos es que el Dios de los cristianos es Amor y merece la pena creer en Él.
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