martes, 25 de octubre de 2011

CONTINUANDO con PIKAZA y el AMOR

El amor no se irrita, no piensa el mal.

En el caso anterior se suponía que hay un orden o decoro, que se expresa allí donde se busca el provecho ajeno. Ahora se supone que la vida de los hombres se encuentra amenazada por una gran irritación, un paroxismós o paroxismo de violencia desatada. Los apocalípticos eran expertos en descubrir los cauces y meandros de una ira, irritación y rabia que parecía amenazar la existencia de los hombres sobre el mundo. Pues bien, Pablo descubre que contra la irritación sólo existe un remedio: el amor que se expresa y mantiene en forma de concordia, conforme a la experiencia de los frutos del Espíritu (amor, gozo, paz: Gal 5, 22). Sólo en este contexto se puede añadir: no piensa en el mal, no toma en cuenta el mal que se le hace. Esta formulación nos lleva al centro del Sermón de la Montaña, donde Jesús nos pide que no respondamos al mal con lo malo, sino que perdonemos a los enemigos (Lc 7, 27-36). Así lo ha dicho el mismo Pablo en Rom 12, 17, al proclamar el perdón que nace del amor y que supera la violencia con la paz interior (no se irrita) y que renuncia a una respuesta de violencia. El hombre que ama recupera de algún modo la inocencia primera del paraíso: ni siquiera piensa en el mal, pues es como si no fuera; piensa sólo en lo bueno y así goza, haciendo gozar a los otros

5. El amor no se alegra de la injusticia, sino que se alegra con la verdad.

Frente a la envidia, falta de decoro e irritación anterior, se eleva ahora la injusticia, como riesgo básico de un mundo amenazado por la mentira y lucha de todos contra todos. Injusticia (a-dikia) es aquello que va en contra de la dikaiosyne, tanto en el sentido griego más extenso (orden social), como en el bíblico más hondo, que Pablo ha puesto de relieve: la acción salvadora y gratuita de Dios. Es evidente que la injusticia existe y se extiende, como sabe Rom 1, 18 cuando habla del pecado de los hombres que, por su injusticia, han impedido que la verdad (alêtheia) de Dios se manifieste. Aquí tenemos las mismas palabras. Alegrarse en la injusticia significa asumir la maldad de los hombres y aprovecharse de ella, para provecho propio. Frente a esa alegría del mal, que extiende y ratifica sobre el mundo la violencia, se eleva aquí, ya en forma positiva, la alegría por la verdad, entendida como gozo más alto del amor. Lo opuesto a la injusticia no es sin más la justicia, sino la verdad o fidelidad de Dios, que se expresa divino al amar, fundando así la más alta alegría que consiste en vivir en trasparencia. Volvemos así al tema de fondo que Jn 15, 15 había proclamado en términos de amor-philia (amistad): "no os llamo siervos, sino amigos; porque os he comunicado todo lo que Dios me ha dado". Esta es la verdad, esta la alegría del amor: la limpidez, que nos permite comunicarnos con Dios y entre nosotros mismos.

Continuará...

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