Las vísperas del tan ansiado final de ETA han actualizado la cuestión del relato de lo acontecido en nuestra reciente y convulsa historia. Como era vaticinable, no hay acuerdo al respecto. Hay tantos relatos como historias particulares, como circunstancias y ambientes en los que cada quien ha nacido y crecido dentro de nuestra pequeña pero heterogénea sociedad vasca.
No debería haber tanta prisa para confeccionar un relato definitivo que al día de hoy tanto nos divide. Los ánimos aún no aplacados alteran el pulso para redactar esa historia pendiente. Hace falta tiempo y voluntad para acercar tan diferentes versiones, mundos tan ajenos, para poder cobijar en nuestra propia memoria algo del drama del otro. Cada historia particular está llamada a acoger otros ecos. Somos al fin y al cabo producto de los ecos que, con mayor o menor fuerza, alcanzan nuestros frágiles muros de adentro.
Podremos burlar el discurso equidistante, mas no la necesidad de acercarnos a la orilla remota. Compartir algo del relato ajeno es intentar compartir su dolor, reconocer la parte de responsabilidad que uno pueda albergar en su sufrimiento. Comenzar a ver las causas del comportamiento de los unos y de los otros y hacerlas propias en alguna medida, comenzar a observar las consecuencias padecidas en uno y otro lado e intentar también integrarlas, nos permite avanzar en la consolidación de la paz. Al hacernos con la mirada ajena estrenamos un escenario cargado de esperanza.
Diferentes plumas y tintas escriben ya el relato de un presente sin borrones negros. Las miradas sobre el ayer se irán afinando, mientras tanto que nadie en Euskadi se suba al podium. En el comienzo de la carrera de los puntos por el final de la violencia, no nos motiva la victoria absoluta y sus relatos, magro orgullo el satisfecho por cuestionables triunfos sobre otros. En medio de la puja por los laureles, lo que de verdad nos interesa es la victoria de unos valores superiores por fin socializados, lo que de verdad nos motiva es una paz asentada en los firmes cimientos de la reconciliación. Cada relato deje el mayor espacio posible para poder integrar en él la parte de verdad de la que los otros, también los contrarios, son portadores. Que las diferentes partes puedan, en la mayor medida, contribuir a la redacción de la memoria común; que sean concientes de que la historia arramblará con toda su eventual parcialidad, que dejará al otro lado del margen aquello que no se ajuste a realidad.
La historia será severa con el atropello de la vida de hombres y mujeres segada cuando paseaban por sus calles y plazas simplemente por pensar diferente. Pero la historia será también crítica con quienes hicieron del rencor ley, discurso y morada; con quienes, ya por la carga del odio acumulado, ya por meros cálculos electorales…, obstruyeron en algún momento el progreso de la resolución pacífica del conflicto. La historia evaluará también si el Estado combatió con limpieza o se embarró cuando no había luz y taquígrafos, si más recientemente actúo con lógica prudencia o si adoleció de la valentía requerida para gestionar la paz, si escatimó generosidad para con los violentos que manifestaban hartazgo de las armas.
Sólo desde el desapego, la humildad y la exigente autocrítica podemos contribuir a la redacción de la memoria común que se imprimirá en los libros de texto del mañana. Pero, no nos confronte ahora una narrativa. De nada sirve hoy pelearnos por los libros de historia del futuro. El porvenir se encargará de preservar el trozo de verdad que alberga cada parte, de componer el puzzle postrero a partir de esas certezas que aún se resisten hoy a encajar.
Se pronuncien por supuesto las víctimas, sobre todo aquellas que atendieron a su titánico desafío de perdón, aquellas que lograron desnudarse de odio, pero también los victimarios, para conocer las razones de su itinerario hasta tamaño desatino. Se pronuncien todos a sabiendas de que los roles pueden ser transitorios; de que la historia se las apaña para hacernos jugar precisamente los más dispares papeles.
Cada parte logre escribir desde la autoexigencia, desde la propia crítica con respecto a lo que hizo, igualmente con respecto a lo que pudo hacer y no llevó adelante, cada quien tenga la valentía de reconocer sus propios errores y los de su entorno. La historia se burla de quienes tratan de escribir un relato interesada y precipitadamente. Prevalecerá la verdad pura, por mucho que hoy unos y otros se apresuren y pretendan vanamente hacerse con ella, utilizarla en su propio provecho.
Acercar las miradas sobre nuestro pasado contribuirá, sin duda alguna, a ese otro acercamiento humano más necesario aún. Ya para siempre calladas las armas, el relato compartido nos conducirá al verdadero y último objetivo común de la reconciliación. Recordamos para valorar lo que ahora gozamos, pero sobre todo para reencontrarnos, en un dolor sí, pero sobre todo en una esperanza compartida. No en vano inauguramos ahora la página quizás más hermosa de nuestra historia.
Fuente: www.artegoxo.org
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