En una nueva editorial para la Revista del Consudec, el Padre Alberto Bustamante, Presidente del CONSUDEC, se refiere al valor que entraña la verdad cuando está acompañada de la bondad.
Queriendo plantear, para esta editorial, la necesidad de poner en diálogo el llamado a la nueva evangelización, el ya cercano comienzo del año de la fe y la imperiosa necesidad de recrear a nuestra Patria desde los valores cristianos que le dieron origen, se me hizo presente una sabia enseñanza que de manera ocasional y providencial , me dejara Mons. Carmelo Giaquinta pocos días antes de su Pascua, de su fallecimiento: "Padre", me dijo, "en la primera parte de la jornada las conferencias estuvieron muy buenas pero me fui con la sensación de que algo faltaba y no sabía qué, y ahora que escuché las otras ponencias me di cuenta lo que faltaba, en las primeras había mucha verdad, pero solo verdad, en las segundas hubo mucha bondad. Eso está bien, porque la verdad sin bondad es violencia". Recordaba, así Monseñor, al Apóstol San Pablo cuando en la Carta a los Efesios nos dice "practicando la verdad con caridad, crezcamos plenamente unidos a Cristo"(4,15).
Como sencillo homenaje del Consudec al generoso y lúcido servicio a la Iglesia argentina y como un aporte para vincular las dimensiones que señalaba como necesarias que entren en dialogo; transcribimos parte del testamento espiritual de Mons. Giaquinta, entendiendo que es un maravilloso testimonio que integra pasión evangelizadora, fe, y compromiso social.
"Hoy, 31 de julio de 2002, estando en el Cenáculo (Pilar), haciendo ejercicios espirituales, sentí una moción a escribir mi testamento. No sé muy bien para qué sirve, pero igual lo escribo. Lo primero que siento es que Dios ha sido infinitamente bueno conmigo. Llevó a mi madre cuando tenía ocho años, pero no me dejó huérfano. ¡Señor, has sido bueno con tu tierra! Tengo unas ganas locas de cantar la bondad del Señor, por siempre jamás. Lo segundo que siento es que la vida me ha sido muy fácil. Nunca el dolor fue la nota dominante. De veras que Dios ha sido bueno conmigo. Lo tercero que siento es que he perdido mucho tiempo en cuestiones intrascendentes. Sólo Dios sabe cómo me encontrará, si con los talentos multiplicados, o si con el talento guardado. Por cierto que podrían haberse multiplicado mucho más para su gloria de no haber perdido tanto tiempo en cosas tan secundarias.
Un dolor tengo: es haber dejado de ser un hombre de oración. Y por lo mismo no ser el hombre que la Iglesia y la Patria necesitan en esta hora. Una ilusión todavía tengo: que el Señor me utilice como instrumento para trazar un surco para la nueva evangelización y para levantar esta Patria tan decaída. No me importa ningún nombre, ningún recuerdo. Sólo, si Él quiere, que me use para trazar un surco para la nueva evangelización. ¡Señor, ¿ves aquella línea chiquita como una uñita?; la trazaste vos usándome a mí! Esa es mi mayor ilusión. Y si hubiese sido tan torpe que no pueda usarme ni siquiera como una pequeña uña, sé que Él tendrá misericordia de mí. Y no renuncio al Cielo, pero cómo querría que me utilice para levantar esta pobre Patria que tanto hemos maltratado los argentinos. No pretendo ver el día en que comience a resurgir. Sólo quiero ser útil para que un día comience a resurgir, y que los que sigan puedan disfrutar de una Patria en la cual sea más fácil peregrinar a la del Cielo. He querido a la Iglesia, no sé si tanto como ella merece ser amada. Pero la amo y quiero morir amándola, como es, santa y pecadora, sobre todo esto último porque me tiene a mí. Y por sobre todo amo a Cristo, que me amó y se entregó a sí mismo por mí. Amé a Misiones y a Posadas. Nunca imaginé que se podría amar tanto. Y amo al Chaco y a Resistencia. Y si me toca morir lejos, moriré como un desterrado.
Aunque ya miro con serenidad ese destierro. Pero cuán dulce me suena que mis pobres huesos fuesen enterrados junto a un lapacho chaqueño. Amé, por cierto, a la Patagonia, a mi Río Negro, esa especie de mi primera gran parroquia, donde aprendí a ser obispo junto a mi hermano Miguel Esteban. Amo a mis sacerdotes...seminario y a los seminaristas... ¡Ojalá que en lo que me resta de ministerio sea útil para ayudar a descubrir que esta hora argentina exige una formación sacerdotal más honda basada en el llamado de Jesús!... Amo a los laicos; que descubran cada día más que el mundo en el cual viven es su lugar de santificación, y que ayuden a desentrañar el misterio del cristiano como ciudadano de este mundo. ¡Cuánto falta! ¡Qué descuido no haber visto antes que no se puede peregrinar hacia el Cielo si somos fugitivos de la Patria terrena! La presente postración argentina tiene mucho que ver con la falta de una verdadera espiritualidad laical. ..Amo a mis hermanos obispos del NEA. ¡Qué hora nos toca de responsabilidad! De recrear todo para responder mejor a esta hora. ...Amo a mis colaboradores de la curia: a Teresa que cuida de mi casa, a Chino, a Teresita, a Agustín, a la hermana. Susana, a Zulema, al padre Bernard, fiel colaborador, leal e inteligente, a la hermana Olga que se prodigó sobre toda medida al servicio de la arquidiócesis y de mi persona. He descubierto la presencia del Espíritu Santo en mucha gente sencilla de nuestras parroquias. Y en muchos que no están en el redil de los "practicantes" he admirado la presencia de Dios, que es la suma verdad y el sumo bien. Seguro que he ofendido a muchos y les pido perdón. Se lo suplico me lo concedan de corazón. Yo no me siento ofendido por nadie y si alguien sintiese haberme ofendido, sepa que lo perdono de corazón. Me duele haber ofendido a algunos difuntos, no haberlos tratado con el respeto, cariño y sinceridad que merecían. Ruego por ellos para que gocen de la gloria de Dios, y que me reciban un día en su compañía. Ruego en especial por mi madre y por mi padre, por Betina, por Encarnación, por Juan, por Miguel, y todos mis abuelos y tíos y primos de Italia. Ruego por mis compañeros difuntos, del seminario, del curso y del episcopado. Ruego por tantos difuntos que me han querido y servido, gracias a los cuales soy lo que soy. Amo y recuerdo a mis hermanas y hermanos: Úrsula, Francisco, Salvador, Carmen, Marta, Pablo, Ángel, Ignacio, Mónica, María Teresa y a Mariana. A todas mis sobrinas y sobrinos y sobrinos nietos. ... Y por hoy termino. ¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí, tú que sabes todo, tú que sabes también que te amo!"
La profundidad de Verdad, bondad y sensibilidad, que brillan en este profético testamento, nos ilumine para el servicio evangelizador a nuestra querida Nación tan habitada por ánimos crispados, puños cerrados, necios e inconducentes enfrentamientos, vulgares y prepotentes discursos , mentirosas propuestas de realización , que ha decir de Leopoldo Marechal hacen que la Patria siga siendo todavía "un dolor que aun no tiene bautismo":
Pbro. Lic. Alberto Agustín Bustamante
Presidente de Consudec