domingo, 1 de julio de 2012

PERDONAR PARA VIVIR – II – Xavier Pikaza Ibarrondo


Traté ayer del perdón en clave antropológica. Hoy, en la línea de mi ponencia en el Curso Perdonar para vivir (UPV 28-29 Junio 2012), quiero exponer algunos elementos del perdón cristiano, según el evangelio.
Para que el tema fuera complejo debería desarrollar la perspectiva de la Iglesia, analizando el "sacramento" o signo del perdón (confesión, reconciliación, penitencia...) a lo largo de los siglos Dejo el tema para la mesa redonda, y aquí me ocupo de los elementos básicos del perdón, según el evangelio.
A diferencia de otros fundadores y profetas, tras haber descubierto que Dios ama y le llama (cf. Mc 1, 10-11), Jesús no mostró conciencia de pecado (no se arrepintió, no pidió perdón), sino que comenzó a manifestarse en Galilea, de un modo consecuente, como testigo del amor de Dios sobre la violencia y el odio de los hombres.
Juan Bautista empezaba por la penitencia y anunciaba el juicio (prometiendo el perdón a los arrepentidos), siguiendo así en la línea de los sacerdotes, aunque con otros medios (bautismo en el Jordán en vez de sacrificios de templo). Jesús, en cambio, proclama y ofrece el perdón como punto de partida, gracia previa, antes de toda conversión (que vendrá después, cf. Mc 1, 14-15), porque Dios es el primero y él perdona (es decir, crea) por amor, no para dominar mejor a los sometidos (como el Imperio Romano).
(En la imagen, el santuario que yo asocio al perdón, Urkiola, bajo las grandes peñas).

a. Jesús. Una tabla de perdones
Al ofrecer el perdón, Jesús se independiza no sólo de los sacerdotes, sino de Juan Bautista (a quien seguirá considerando el mayor de los nacidos de mujer, aunque aún fuera del Reino: cf. Mt 11, 11). Por eso rompe no sólo con la institución sagrada (templo) y la política imperial (Roma), sino con el mismo proyecto de conversión y bautismo de Juan, para implantar ya el Reino de Dios desde los pobres y marginados de Galilea. Desde ese fondo se entiende su estrategia, es decir, su alternativa: Sabe que Dios no “juzga”, sino que ama, haciendo que los hombres puedan amar a sus enemigos, abriendo desde los ofendidos que perdonan y aman un camino de vida liberada; por eso no instaura una religión de pecado y perdón (como el templo de Jerusalén), sino de liberación (curación) y perdón universal, como muestra esta pequeña “tabla de perdones”:
a. Come con pecadores (cf. Mc 2, 13-17; cf. Lc 15, 1-2), anticipando así el perdón (banquete) del Reino que Juan prometía sólo a los convertidos tras el Juicio (no a los que seguían siendo pecadores). En contra de un judaísmo previo, y de gran parte de la Iglesia posterior Esas comidas son un dato esencial de su historia, y nos sitúan en la línea de todo su mensaje. Por ellas ofrece Jesús un perdón que “sacramental” y escandaloso, que se expresa en la comida (banquete de Reino) con los pecadores oficiales, sin exigirles primero conversión, sino ofreciéndoles la conversión a través del perdón y la misma comida .
Ese perdón no es un gesto intimista y privado, sino un signo público y poderoso, por el que Jesús integra en su camino de Reino a los expulsados (pecadores) de Galilea, con los que celebra un banquete de Reino, de forma pública, distanciándose así de un judaísmo de templo, concebido como institución sacral para el perdón de los arrepentidos.
b. Perdona curando, el paralítico (Mc 2, 1-10). Este “milagro” de hondo simbolismo tiene un fondo histórico y recoge el recuerdo de un paralítico famoso, a quien descolgaron por el techo de una casa para así ponerle ante el Maestro galileo. Las palabras que Jesús le dice (¡Hijo, tus perdonados te son tus pecados!), para después curarle, tras haber relacionado perdón y sanación (Mc 2, 5-10), han sido creadas probablemente por la iglesia posterior, pero ellas evocan, sin duda, un recuerdo histórico. Las curaciones de Jesús son el signo de un perdón que transforma la vida de los hombres (capacitándoles para “caminar”).
c. Perdona acogiendo, el hijo pródigo (Lc 15, 11-32). A juicio de algunos, el perdón del padre parabólico, con el que Jesús defiende su conducta (él perdona a los pecadores) se opone a la justicia de Dios, que exige penitencia y transformación de los pecadores, según los principios de la justicia conmutativa. Pero, como he dicho en cap. 11, Jesús ha superado esa dinámica, porque Dios ama de un modo antecedente (antes que el pecador se arrepienta), perdonando y curando (es decir, pidiendo que amemos) a enemigos y pecadores.
Estos y otros rasgos semejantes definen la estrategia (y exigencia) de un perdón, que desborda la justicia conmutativa (talión) y supera el orden religioso de una sociedad centrada en un templo expiatorio, con sus sacrificios por el pecado. De esa forma, perdonando de un modo gratuito y retornando al principio de la creación (Gen 1), antes de que hubiera templo, Jesús instaura un camino universal de Reino, de tal manera que los perdonados (amados, liberados, acogidos), sin estar obligados por ley, pueden iniciar una forma de vida marcada por el amor mutuo y por la comunión, como muestra por contraste la parábola del “siervo perdonado” que se niega a perdonar (cf. Mt 18, 21-35).
Situándose de esa forma en una línea que asumirán después dos “seguidores” suyo, Esteban y Pablo (cf. Hch 7, 35-53 y Gal 3), con otros movimientos judíos de su tiempo, Jesús fundamenta su mensaje y proyecto en el principio de la historia israelita (creación, patriarcas, éxodo…), antes de que hubiera institución sacrificial estable, antes de la separación oficial del pueblo judía, abriendo un mensaje y camino de paz universal. De esa forma eleva su apuesta consecuente a favor del perdón ofrecido y compartido entre todos: Ha descubierto que aquellos que entienden la vida como juicio (talión) la acaban destruyendo, y se destruyen a sí mismos, pues la justicia no puede imponerse por violencia, ni el Reino de Dios por Ley y sacrificios, sino por perdón y amor mutuo, empezando desde los pobres y expulsados de la sociedad.
b. Perdónanos, como nosotros perdonamos
Esa estrategia del perdón se expresa en el documento fundacional de Jesús, que es su oración (Padrenuestro: Lc 11, 2-4; Mt 6, 9-13), donde se vincula la invocación de Dios Padre y el perdón.
-- Mt 6, 12: Y perdónanos (kai aphes hêmin) nuestras deudas (opheilêmata) como nosotros (ôs kai autoi) hemos perdonado (aphêkamen). a nuestros deudores (tois opheiletais hêmôn)
-- Lc 11, 4: Y perdónanos (kai aphes hêmin) nuestros pecados (hamartías) pues también nosotros (kai gar autoi) perdonamos (aphiomen) a todo deudor nuestro (panti opheiloti hêmin)
Entre los dos textos hay variantes significativas, que ponen de relieve los dos temas principales. (a) Relación entre perdón humano y divino. (b) Relación entre deudas y pecados.

1. Perdón de Dios, perdón humano
. Éste es el tema de fondo no sólo de esta oración de Jesús, sino de todo su evangelio, como muestran las variantes del texto: «Perdónanos como nosotros hemos perdonado» (Mt); «Perdónanos, pues también nosotros perdonamos…» (Lc). Lucas destaca la simultaneidad entre el perdón de Dios y el humano, de manera que el uno ha de verse a la luz del otro. Mateo supone que hay una anterioridad del perdón humano, poniéndonos ante una comunidad que ha perdonado ya, pero que espera todavía (para el futuro) el pleno “perdón” de Dios (el Reino). A la luz del mensaje de Jesús, ambas fórmulas suponen que el perdón de Dios es lo primero, pero lo relacionan íntimamente con el perdón interhumano, que así aparece como consecuencia y signo del perdón de Dios y elemento básico de la dinámica del Reino.
Conforme a esa dinámica (a todo el mensaje de Jesús), lo primero es Dios, de forma que el perdón humano es su signo y consecuencia. No es que los hombres empiecen perdonando, para pedir luego a Dios que les perdone, sino que Dios lo hace primero, de un modo gratuito, de tal forma que les mueve también a perdonarse unos a otros, empezando por los pobres y expulsados, en la misma vida, no en un templo especial.
En ese contexto se entiende esta oración que Jesús ha enseñado a unos pobres de Galilea, que acaban de pedir a Dios que les conceda el pan “nuestro” (compartido), diciéndoles ahora que se perdonen las deudas (todo lo que se deban entre sí), como signo y presencia del perdón de Dios, en la misma vida social, no en el templo: Perdónanos como nosotros “hemos perdonado ya” (Mt); “pues también nosotros perdonamos” (Lc). De esa forma se expresa la audacia increíble de esta oración de Jesús y de sus seguidores, que no se presentan ante Dios como “pobrecitos” (incapaces de asumir el Reino), sino como portadores de la más alta dignidad, es decir, capaces de perdonar como Dios perdona, de manera que ellos, pobres y excluidos con verdaderos sacerdotes de Dios . Jesús está convencido de que el Reino de Dios se expresa y llega a través del amor y el perdón interhumano, iniciando así, desde Galilea, un movimiento fuerte de transformación social.
2. Deudas más que pecados.
El perdón de Juan Bautista funcionaba en un plano sacral: Vendrá tras la confesión de los pecados (hamartíais; cf. Mc 1, 6; Mt 1, 6) y se logrará en el juicio futuro de Dios, simbolizado por el bautismo. Por el contrario, Jesús ofrece el perdón de Dios y pide el perdón interhumano antes del juicio, y no lo relaciona con la confesión de las propias culpas (y con el bautismo), sino con el perdón de las deudas que ofrecen y comparten aquellos que le escuchan y le siguen (¡como nosotros hemos perdonados; pues también nosotros perdonamos).
Dicho eso, debemos añadir que los discípulos de Jesús no piden a Dios que perdone sus pecados (hamartíais, en clave religiosa), sino sus deudas (opheilêmata), como ha destacado expresamente Mt 6, 12: «¡Perdona nuestras deudas como hemos perdonado a nuestros deudores!». Jesús no se sitúa en el espacio religioso del pecado (terreno propio de sacerdotes), sino en el plano más social de las deudas, que incluyen no sólo los pecados, sino los “bienes” que unos hombres deben a los otros (y en otro plano a Dios).
El evangelio de Lucas ha sentido la dificultad de mantener en ambos casos ese lenguaje judío, propio de la tradición profética de Jesús, y cambia la primera expresión, para situarse en un nivel más sacro-sacerdotal (cercano a Pablo: cf. Rom 5-8), diciendo “perdona nuestros pecados” (hamartías, en vez de opheilêmata, deudas). Pero no ha tenido libertad para cambiar la terminología en el segundo caso, y así sigue diciendo “pues también nosotros perdonamos a quien nos debe algo” (panti opheilonti hêmin). Lucas supone así que la relación con Dios puede expresarse en forma de pecado, mientras que la relación con otros hombres se expresa como “deuda”, confirmando así la prioridad del lenguaje social (económico) sobre el religioso .
Al traducir la experiencia galilea de Jesús (bien conservada por Mateo) en un entorno pagano, Lucas se atreve a introducir respecto a Dios un lenguaje más sacral («perdona nuestros pecados»), pero conserva el lenguaje de las deudas al referirse al perdón interhumano («como nosotros perdonamos a todos los que nos deben algo» (Lc 11, 4). Lo que debemos a Dios puede llamarse pecado, en lenguaje religioso (hamartía). Lo que unos hombres deben a otros son deudas, en sentido extenso, no sólo monetario, aunque incluye también lo monetario. Por eso debemos perdonar a todos nuestros deudores (panti opheilonti hêmin). Jesús no pide a los ricos que perdonen la deuda de los pobres, sino a los pobres que perdonen a los ricos aquello que les deben, iniciando así una revolución de gracia, desde abajo.
3. Pueblo sacerdotal, pueblo que perdona.
Juan Bautista se había opuesto a los sacerdotes del templo, que querían mantener su monopolio sobre el pecado, pero el perdón que él prometía se hallaba vinculado al bautismo (para perdón de los pecados), y Dios lo concedería sólo al final de este tiempo (en el juicio) y sólo a quienes se hubieran arrepentido… Pues bien, en contra de eso, el perdón que Jesús pide a Dios es en el punto de partida (es lo primero, es el don de Reino) y se vincula al perdón mutuo entre los hombres (¡como nosotros perdonamos!), no a un rito bautismal relacionado con la conversión y el juicio .
El perdón que Jesús pide a Dios es gratuito, pero está vinculado, de forma sorprendente, con un tipo de conversión humana, que se expresa en el perdón interhumano: ¡Como nosotros perdonamos! El perdón que los orantes piden a Dios no se expresa en un rito religioso (bautismo), sino que se encarna en su propia vida, en el centro de sus relaciones humanas, pues ellos mismos (hombres y mujeres de Galilea) son sacerdotes de Dios, portadores de perdón. Ésta es una oración “plural”, propia de un grupo de perdonados que perdonan (¡como nosotros perdonamos!), instaurando así un camino de Reino, no oración privada, sino esencialmente comunitaria, de personas piden perdón a Dios perdonándose entre sí.
Al principio de la oración, los seguidores de Jesús han pedido a Dios que llegue el Reino (y el pan), pero inmediatamente se atreven a decirle que les perdone todas las deudas, como ellos se perdonan entre sí. Allí donde los hombres comparten el pan (y para compartirlo) deben perdonarse, superando en clave de gratuidad (¡más allá del talión!) un tipo de vida centrada en la obligación del pago de las deudas (¡ojo por ojo, diente por diente!). Siendo don de Dios (perdón), el Reino exige que los hombres se perdonen, y que los primeros en perdonar sean los más pobres. Estos orantes de Jesús no piden a otros que (les) perdonen, ni quieren imponerles algún tipo de filosofía religiosa superior, sino que empiezan perdonando, y así lo dicen (lo prometen) ante el Dios del Reino. Éste es un perdón que emerge desde los pobres, pues ellos oran con (como) Jesús, pidiendo a Dios que les perdone y perdonando a sus deudores .
Como portadores del Reino, los pobres se comprometen a perdonar a sus deudores (es decir, a los ricos, que les han quitado directa o indirectamente sus bienes). Entendido así, el perdón del Reino no empieza por los ricos, que no tienen nada que perdonar (ellos deben ser “perdonados”, para obtener un lugar en la comunidad del Reino), sino por los pobres seguidores de Jesús, que así aparecen como imitadores de Dios: Igual que Dios perdona, ellos lo hacen, haciéndose así presencia de Dios.
Así queda trazada la estrategia de la comunidad que surge en torno a Jesús. Ella ha de fundarse en el perdón, en plano social y religioso, personal y económico, pues la palabra «deudas» incluye esos aspectos. En esa línea, los que perdonan las deudas a los otros vienen a presentarse como signo de Dios, portadores de su Reino, formando el grupo de Jesús y siendo transmisores de la Vida de Dios. ¿Qué perdonan? Externamente poco, pues no tienen capacidad legal de exigir a los ricos la devolución de aquello que les han tomado (robado). Pero, en sentido más profundo, lo perdonan todo, iniciando así un tipo de vida centrado en la gratuidad y el pan compartido.
4. Reino de Dios, camino de perdón.
Jesús ha fundado con un grupo de pobres galileos, un movimiento de perdón gratuito. ¡No llevan a juicio a los ricos (que les han “robado”), sino que proclaman ante ellos (y en el fondo, a favor de ellos) un camino más alto de vida, es decir, de perdón! Los mensajeros de Jesús no actúan de un modo pasivo (no exigen, se dejan morir), sino muy activo, comprometido, expresando así un aspecto esencial del Reino como perdón. Llevado hasta el fin, este perdón iguala a judíos y gentiles, religiosos y no religiosos, pues a todos se ofrece y se pide lo mismo, empezando por los pobres: ¡Que se perdonen las deudas, iniciando una dinámica universal de comunión, abierta al conjunto de la vida!
Ésta es la religión de Jesús, éste su culto, sin más mandamiento ni rito que el amor mutuo expresado en el pan compartido y el perdón, desde los pobres, que perdonan a quienes les han utilizado (convirtiéndoles en pobres). En este contexto no se puede hablar todavía de sistemas e iglesias, con ceremonias o poderes especiales: El Dios de Jesús es Padre que ama y crea por el perdón interhumano (cf. Mc 11, 22-26).Así lo muestra la continuación de Mateo, que vincula perdón de Dios y perdón de los orantes (que son aquí los pobres ofendidos): «Si no perdonáis las ofensas de los hombres tampoco vuestro Padre celestial os perdonará…» (Mt 6, 14-15)
Marcos, que no ha recogido el Padrenuestro, ha situado ese motivo tras la purificación del templo (¡lugar del perdón oficial!), mostrando que Dios no se revela o perdona por ritos, sino por el perdón: «Todo lo que pidiereis orando, creed que ya lo habéis recibido y así será dado. Y cuando oréis, perdonad si tenéis algo contra alguien, para que también vuestro Padre celestial os perdone » (Mc 11, 24-25). El templo es inútil, pues Dios se revela y perdona donde los hombres se perdonan
En el círculo de discípulos de Jesús había enemigos, que debían perdonar y perdonarse... El entorno de Jesús era duro (con un recaudador de impuestos y un “celoso” Mc 2, 14; Lc 6, 15) y la superación de la violencia exigía un esfuerzo especial:
«El mandamiento radicalizado del amor podríamos interpretarlo psicoanalíticamente como una forma de reacción… La misma energía que se ponía hasta entonces para impulsos de venganza, ha de servir ahora para los impulsos opuestos. Por eso, del rango irénico fundamental del movimiento de Jesús no se debe deducir en modo alguno que se trata de personas con reducidos impulsos agresivos. Todo lo contrario: la intensidad del rumbo contrario de la agresión muestra la intensidad de inclinaciones reprimidas. El amor a los enemigos, irracional si lo miramos desde categorías cotidianas, delata la fuerza de las pulsiones agresivas que hay que dominar» (G. Theissen, El Movimiento de Jesus, Sígueme, Salamanca 2005, 285).
Sobre el orden judicial (¡sin negarlo!), emerge así el perdón que los ofendidos (víctimas) ofrecen a sus ofensores o deudores, iniciando un Reino que se expresa en forma de perdón (cf. Lc 24, 47; Jn 20, 22-23; Hech 5, 31). Normalmente, un perdón así produce miedo, de manera que muchos reaccionan pidiendo más justicia, policía y cárcel, exigiendo así más ley. Pero en un plano más alto Jesús supone y dice que los que perdonan pueden transformar a los mismos ofensores perdonados.
Jesús no necesita templos, su perdón no se logra con rituales, sino por el perdón interhumano, de manera que los pobres, que renuncian a vengarse y que perdonan a sus deudores (superando una justicia puramente legal), son sacerdotes de Dios, humanidad reconciliada. Ese perdón es gratuito, pero no indiferente; es superior, pero se encarna (ha de encarnarse) en el amor interhumano, creando un orden social que no nace del talión (doy para que me des), sino del perdón de los ofendidos
3. Perdonad, y seréis perdonados
En el contexto anterior han de entenderse tres sentencias, quizá posteriores, que Lucas introduce tras la palabra clave: «no juzguéis y no seréis juzgados»: No condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados, dad y se os dará (Lc 6, 37-38).
a. En el principio, el perdón. Apoyándose en el Dios que perdona y crea, Jesús pide a los hombres que respondan de igual forma: Que no condenen, que perdonen y den gratuitamente lo que tienen:
− No condenéis y no seréis condenados. Esta aplicación parece innecesaria, pues si no se puede juzgar menos se puede condenar. Pero es posible que al formularla se quiera responder a la objeción de aquellos que protestan diciendo: ¡No podemos condenar, pero podemos y debemos juzgar! A esos parece decir nuestro pasaje: ¡Atreveos, si queréis, a juzgar pero sabiendo que nunca podréis condenar! Si el texto dice así es porque supone que Dios no condena, pues es creador, no destructor de vida (como dice Pablo, según la tradición israelita en Rom 4, 17).
− Perdonad y seréis perdonados. Esta palabra, igual que la anterior, nos sitúa en el centro del mensaje de Jesús. Quien no juzga debe perdonar, con amor que se adelanta a las ofensas e injurias, introduciendo una experiencia del amor creador en el centro de la vida de los hombres, por encima de la espiral del odio y la pura justicia retributiva. No se trata de negar el mal que existe, ni de dejarlo impune (como si todo diera igual), sino de superarlo por medio del perdón, tanto en un plano de deudas como de ofensas y pecados.
– Dad y se os dará, una medida buena, remecida... No es perdonar de un modo indiferente, como si no hubiera remedio y si las cosas estuvieran condenadas a ser siempre lo que son (sin cambio alguno), en una rueda eterna de fortuna (eterno retorno), sino de responder en un plano más alto, introduciendo amor donde imperaba el odio y gratuidad allí donde la vida se entendía como imposición o venganza. Esta respuesta supone que el bien supera al mal, y el perdón a la venganza, y que Dios se manifiesta de manera creadora y gratuita en la historia de los hombres.
Esa llamada al perdón no niega la justicia (valiosa, en su nivel), pero introduce sobre ella un impulso de creatividad que se funda en que Dios y su Reino es lo primero (cf. Mt 6, 33). Ella define la práctica concreta de aquellos a quienes Jesús pide que asciendan de nivel, superen la espiral de acción y reacción, dejando de responder a la violencia con violencia, a la venganza con venganza. Así transciende el nivel de la pura justicia, para abrirse al amor que crea (y perdona). Esta llamada no habla sólo de un Reino futuro, que vendrá, sino que es ya presencia del Reino y Jesús la dirige a cada uno de los hombres y mujeres, en especial a los excluidos, marginados y pobres de Galilea.
El judaísmo oficial del templo parecía una máquina de perdón, controlada por sacerdotes, que declaraban a los hombres pecadores y les perdonaban luego a través de sacrificios. Pues bien, avanzando en la línea de Juan, Jesús ha sabido que ese perdón es insuficiente (su tiempo ha terminado) e innecesario, pues Dios a través del perdón interhumano: Sin instituciones de dominio religioso, de sacerdotes aliados al poder establecido. Así ha instaurado desde Galilea, un movimiento radical de perdón, sin templo ni sacerdotes, porque llega el Reino allí donde los hombres se perdonan. Ese perdón es lo más alto (es presencia de Dios), siendo lo más simple y cercano: Que los hombres se perdonan de manera humana, no al servicio del poder de algunos, no en forma aprovechada (política), ni sacral (propio de sacerdotes), sino en la misma vida:
1. Puede haber un perdón arbitrario y caprichoso, de dictadores o autócratas, que exhiben su magnanimidad indultando a unos por su voluntad (sin justificaciones), y castigando a otros (sin dar razón alguna). Ellos imponen, por un lado, su venganza (para mostrarse soberanos y aterrar a los contrarios) y, por otro, su perdón (como benefactores). Pues bien, esa clemencia arbitraria se opone no sólo a un tipo de justicia racional, sino al perdón gratuito de Jesús
En contra de esa clemencia interesada de los autócratas, que es otra forma de imposición (capricho de pre-potentes), ofrece y promueve Jesús el perdón de Dios, que no se opone a la justicia, sino que la desborda y fundamenta, partiendo de las víctimas, es decir, desde los ofendidos y humillados.
2. Puede haber un perdón políticamente racional y provechoso (¡para algunos!), expresado en amnistías o indultos. Casi todos los imperios, desde los asirios del siglo VIII aC hasta los romanos del tiempo de Jesús (cf. Virgilio: «Parcere subjectis et debellare superbos», Eneida VI, 855) han decretado amnistías políticamente calculadas, para gloria de los soberanos, al servicio de una pacificación particular, para provecho de algunos; tampoco ellas pueden compararse al perdón de Jesús, siempre gratuito, nunca al servicio de un interés partidista
Estas amnistías se ofrecen, sobre todo, allí donde el Estado es bastante fuerte para permitir ciertas excepciones en el cumplimiento de la ley, sobre todo en circunstancias de cambio, para implantar mejor un nuevo orden social. Ellas ofrecen un perdón políticamente racional y quizá provechoso, pero impuesto por la oportunidad política (con su racionalidad partidista) por encima de la justicia legal y de la misma gracia (propia de un Dios que ama y expresa su amor a través del perdón de las víctimas). Puede discutirse su conveniencia y legalidad, pues se sitúan en el plano de la justicia política, no en el nivel del perdón de Jesús, que se apoya en los pobres y ofendidos, es decir, en las víctimas. Cf. R. North, Sociology of the Biblical Jubilee (AnBib 4), Roma 1954; R. Vaux, Instituciones del Antiguo Testamento, Herder, Barcelona 1985; M. Zapella (ed.), Le origini degli anni giubilari, PIEMME, Casale Mo. 1998.
3. Hay un perdón sacral, controlado por los sacerdotes, al servicio del orden establecido. En contra de eso, Jesús ha ofrecido el perdón de un modo gratuito, superando la ley del sistema, desde un nivel más alto, pidiendo a los mismos ofendidos que perdonen (¡ellos son los únicos que pueden hacerlo desde Dios!), a fin de implantar de esa manera el Reino. De esa forma él sitúa el perdón en el centro de la vida humana, haciendo a los ofendidos portadores (sacerdotes) de un perdón más alto, que se identifica con el mismo despliegue de la vida humana.
b. Perdón de Dios, perdón interhumano.
El perdón de Jesús podría compararse a las amnistías sabáticas (liberación de encarcelados, remisión de deudas), que el judaísmo celebraba cada siete años, y al jubileo que los sacerdotes proclamaban cada cuarenta y nueve (con devolución de tierras y bienes). Pero amnistía y jubileo se estructuraban de un modo legal, en algunos momentos determinados, mientras Jesús radicaliza la experiencia del perdón, al ofrecerlo desde Dios, allí donde los hombres se perdonan, en todo momento, y no sólo en ciertas ocasiones, partiendo de los ofendidos, que son portadores de una nueva creación (reconciliación propia del Reino). Frente a una ley que sigue imponiendo su talión (¡a cada uno según su merecido!), Jesús ofrece a los pobres (¡oprimidos y expulsados!) el don y tarea del perdón (Reino de Dios), para que puedan superar la justicia de la Ley y desactivar la violencia del conjunto social, como ha puesto de relieve H. Arendt, en un texto ya citado.
Jesús ha roto así la lógica de la venganza (un talión que se repite: ojo por ojo, diente a diente), superando un equilibrio de acción y reacción, donde nada se crea ni destruye, sino todo se transforma, y así permanece idéntico a sí mismo (sin Reino posible). Su palabra y gesto de perdón permite que los campesinos y pobres de Galilea puedan amar gratuitamente, superando la violencia de un sistema que se mantiene por la fuerza. La ley estabiliza lo que hay (este mundo); el perdón, en cambio, lo supera y nos introduce en un nuevo nivel de realidad, el Reino, desde los explotados y oprimidos.
Dios no exige expiaciones ni sometimientos, sino que regala gratuitamente perdón, porque crea y recrea, y de esa forma instaura el Reino, es decir, suscita la nueva realidad, porque él lo quiere y no como consecuencia de un ritual de sometimiento y violencia victimista. En ese contexto se sitúa Jesús, que ha ofrecido perdón de Dios a los pecadores, sentándose a la mesa con ellos e invitándoles al Reino, en gesto de fidelidad (felicidad) compartida (cf. Mc 2, 15-17 par; Mt 11, 29 par; Lc 15, 1), haciendo que ellos sean capaces de perdonar.
Ese perdón no es «olvido» del pasado, sino recuerdo más hondo del Dios que libera, transforma y recrea lo que hay, desde un presente de amor, no para que todo quede como estaba (al servicio de los prepotentes), sino para cambiarlo desde los pobres. Jesús ha comenzado a instaurar su Reino con campesinos poco cumplidores de la ley por falta de “conocimiento”, con pobres y mendigos, ritualmente manchados (por lepra y flujo de semen o sangre) y con los que se tomaban pecadores, pues parecían separados de la alianza de Dios por su conducta (publicanos, prostitutas…)
Jesús no ha empezado exigiendo a los pobres, manchados y pecadores que se arrepientan y cambien, para ser perdonados, sino que ha ofrecido perdón y comunión mesiánica a los que, según Ley, son pecadores o manchados, sin conversión antecedente (cf. Mc 2, 13-17; Mt 18, 21-23; Lc 7, 36-50; Lc 15, 11-32; 19, 1-10).
Jesús no ofrece un perdón espiritual, separado de la vida, sino que pide a los hombres que perdonen (se perdonen), de una forma paradójica (incluso escandalosa), desde los más pobres (pequeños, hambrientos, rechazados: víctimas), que así aparecen como portadores del perdón de Dios. No son los sacerdotes (con sus sacrificios de templo) los que pueden perdonar según ley a los pecadores, ni los monarcas los que pueden amnistiar a sus súbditos, sino que los pecadores (pobres) pueden y deben perdonar a los sacerdotes y gobernantes. Ese perdón vincula a Jesús con los pobres y excluidos (víctimas), a quienes pide que perdonen a sus ofensores/deudores (cf. Padrenuestro), mostrando de esa forma que ha llegado el Reino
1. No exige conversión previa a los pecadores, sino que empieza ofreciéndoles perdón y solidaridad de Reino, enfrentándose así con una Ley avalada por el templo, pues ha recibido en su comunión a leprosos y hemorroisas, publicanos y prostitutas, con los pobres de la tierra (am ha aretz: poco cumplidores de la Ley), superando el orden sacral anterior de purezas y pecados. Su perdón viene de Dios (es su Palabra), y así lo ofrece gratuitamente, sin ritual de templo
2. Pide a los excluidos y pobres que perdonen, en gesto que puede parecer sometimiento (¡que los mismos pobres se humillen y perdonen a los opresores!) pero que, en realidad, es el mayor signo de libertad: Los oprimidos aparecen así como sacerdotes y portadores de perdón, es decir, de un nuevo orden de vida, que no es dominio de unos y revancha de otros, sino gracia universal y creadora (Reino), que Dios proclama desde esos marginados y ofendidos
Los sacerdotes oficiales perdonaban a los “convertidos”: los manchados debían limpiar su impureza, los pecadores dejar el pecado y volver a la alianza, para ser perdonados. Jesús, en cambio, ha iniciado un camino de perdón gratuito, desde los expulsados, no para olvidar lo pasado, sino para transformar el presente de muerte en Reino de Vida.
Jesús no promueve un tipo de discusión sobre leyes o ritos concretos, ni quiere reemplazar una sacralidad por otra (criticando directamente el templo de Jerusalén ¡por ahora!), pero ha suscitado, en Galilea un camino de reconciliación mesiánica o Reino, desde los mismos ofendidos que perdonan a sus ofensores, renunciando a la venganza, no para que olviden lo que han hecho, sino para que puedan transformarse desde un amor más alto.
Sólo aquellos que han sido ofendidos (robados, explotados, asesinados) perdonan de verdad, pues lo asesinos no pueden hacerlo, sino dejarse perdonar por aquellos a quienes han ofendido. Sólo en nombre de ellos (de Jesús asesinado) podrá perdonar su Iglesia, como portadora de una voz que no es suya, sino de la voz de los asesinados (con Jesús). Los mismos oprimidos tienen la iniciativa y, sin elevarse externamente contra los sacerdotes y jerarcas, aparecen como autoridad suprema, capaz de perdonar en nombre de Dios, no por olvido, sino por creatividad más honda.

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