Amigos...
Dice un libro de la Biblia no muy conocido,
el Sirácida o Eclesiástico, que
“El amigo fiel es seguro refugio, el que lo encuentra,
ha encontrado un tesoro” (Eclo 6,14) .
Y es verdad. El amigo es como “mi doble”, el refugio,
el aliento y el compañero fiel de la vida.
Una vida sin amigos es una vida vacía.
Dicen que uno tiene los amigos que se merece.
En parte sí y en parte no, pero qué duda cabe
de que sólo tiene amigos quien es capaz
de mantener una amistad.
Los niños no tienen dificultades en jugar y pelearse
(es su forma particular de hacer amigos)
con el primer niño que se les presenta en el parque.
Pero conforme crecemos en la vida
caemos en la cuenta de que mantener
una amistad lleva su tiempo y su esfuerzo.
La amistad no se programa ni se planifica,
surge casi por accidente.
Pero hay un momento en el que pide
que la alimentemos, si no, termina por morir.
Exige el trato, el crecimiento en confianza,
la aceptación del amigo tal como es.
Los que son amigos quieren estar juntos.
En la vida ajetreada que muchos llevamos,
es importante dedicar tiempo a los amigos,
que no es tiempo perdido.
Una amistad profunda cultivada con cuidado
durante años y años produce muchas satisfacciones.
Como las buenas fuentes de la sierra de Alcaraz,
te da la misma agua fresca de siempre
cuando la encuentras después de mucho tiempo.
La amistad a menudo debe pasar por la prueba.
Puede surgir la tentación de la desconfianza
o la traición por un malentendido o un error.
Cuando se supera y, si es necesario, se pide perdón
y se acepta, la amistad se fortalece.
No hay amistad sin perdón, como no existe
tampoco el matrimonio sin perdón.
Romper una amistad es romper el corazón.
Hace daño. Por eso, nunca hay que romper
una amistad fuerte. En todo caso,
si no hay más remedio, ir como “destejiendo”
poco a poco, sin desgarrones,
con cuidado de no hacer daño.
(Autor desconocido por quien lo envió)
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