sábado, 7 de julio de 2012

Mártires Palotinos


– San Patricio, Buenos Aires – Homilía del 4 de julio de 2012
 
“Si me persiguieron a mí, también los perseguirán a ustedes…”   Juan 15, 18-21
A este párrafo del Evangelio de Juan, lo precede el mandato del amor mutuo: “lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros”, a ese mutuo amor de los discípulos Jesús contrapone el odio que les profesará el mundo. Su suerte será idéntica a la del Maestro, y el mundo perseguirá a Jesús en ellos.
Ese mutuo amor implica buscar para el otro lo mejor. Este mandato implica amar a todos atendiendo preferentemente a los más débiles, a los desprotegidos del mundo en el que nos toca vivir. A ese ser humano concreto, imagen y semejanza de Dios, con el que me encuentro cotidianamente, que a través de su aspecto o sus palabras me dice que necesita de mi ayuda.
Si en ese mundo en el que vivo alguien vive oprimido es porque en ese mundo impera un sistema opresor.
Y, si al modo de Jesús, trabajamos por liberar a los oprimidos y no somos funcionales al sistema, es muy probable que ese mundo nos odie y busque sacarnos del medio como quiso sacarlo a Jesús.
Hoy recordamos de un modo especial a nuestros cinco hermanos que buscaron por sobre todas las cosas ser fieles a Cristo, que con su modo de vivir y con su opción pastoral fueron profetas del Reino.
Quien vive radicalmente su bautismo, llama la atención de los otros miembros de la iglesia haciéndoles tomar conciencia de sus propios deberes bautismales.
Mientras el profeta anuncia al Dios que es amor, suele ser bien tolerado por todos pero en cuanto por amor a Dios denuncia los desvíos, empieza el malestar y el rechazo por parte de aquellos que se sienten cuestionados.
Ellos derramaron su sangre por ser testigos de la Verdad, y la verdad con mayúsculas que es el mismo Cristo.
Víctimas del odio desenfrenado de aquellos que no quisieron escuchar, cobardes que necesitaron el cobijo de la oscuridad de la noche para callar a los que hablaban de día, a plena luz, porque la verdad no tiene miedo, por eso se hace presente a plena luz y da la cara.
En cambio la mentira es cobarde, por eso necesita ocultarse, escabullirse por los rincones, ella no sabe dar la cara, utiliza para esconderse la coraza de la intriga, del silencio cómplice, le tiene pánico a la verdad, a ser descubierta, por eso siembra el terror y hasta con mucha astucia a veces consigue ampararse en leyes inmorales, que entorpecen el camino a la verdad.
Jesús en otro pasaje del evangelio de Juan, nos dice “y conocerán la verdad y la verdad los hará libres…” hace treinta y seis años que se quiere saber cuál es la verdad sobre los hechos que acaecieron en este lugar, sin ánimo de venganza, inspirados en el evangelio con deseos de justicia y perdón, cómo ya fue manifestado en este lugar años anteriores.
La verdad como una planta débil que intenta crecer entre las piedras duras, aquellas que prefieren que todo siga igual, inmóvil, o entre las espinas, ésas que hieren con sus dichos tan comunes en aquella época, que a veces se las vuelve a escuchar: “en algo andarían”; “y bueno, en aquel momento lo que correspondía era callar”. La verdad sigue empujando y dio algunos brotes.
No deja de ser un signo que el primero en investigar para contar esta historia, no haya sido miembro de esta comunidad, ni miembro de la iglesia, Eduardo Kimel, gracias a su labor, la que pagó muy caro, muchos pudimos contar con los indicios que nos permiten saber que no fue un comando subversivo como dijeron las voces oficiales de aquel momento.
Que son víctimas de la noche más oscura que se cernió sobre la Argentina por un poco más de siete años. Los “Cinco” como tantos otros en América Latina, fueron martirizados por vivir el amor, caridad, que implica fruto de la fe.
Junto a los padres Alfredo Leaden; Pedro; Alfie y los estudiantes Salvador y Emilio recordamos a los mártires de la comunidad palotina en Europa, Beatos poloneses Józef Jankowski (+1941 Auschwitz) Józef Stanek (+1944 luego de la rebelión en Varsovia) y los padres alemanes en proceso de beatificación Richard Henkes (+1945 Dachau) y Franz Reinisch quien prefirió morir a jurar lealtad a Hitler, reclutarse y aceptar la prohibición de predicar (+1942). Es el único sacerdote católico ejecutado por negarse a jurar lealtad en tiempos del Tercer Reich.
Ellos son mártires por enfrentarse al régimen totalitario de aquel momento, uniéndose así a tantos otros testigos de la fe.
Su testimonio fue y es un grito que trasciende las paredes de la Iglesia católica, es un gesto molesto para aquellos que buscan perdurar en la vida amoldándose a las directivas antievangélicas del poder de turno, falsos profetas que simulan hablar de parte de Dios y dicen al soberano lo que éste quiere escuchar.
Tanto los de Europa como los Cinco, estuvieron comprometidos desde una opción evangélica con el momento sociopolítico que les toco vivir, ellos buscaron servir a los más débiles desde su unión con Cristo.
Los cinco no murieron porque sí, murieron por ser testigos de la verdad y de la Justicia, sus vidas, su modo de ser, sus tareas pastorales estaban inspiradas en el Evangelio, su preocupación más profunda fue servirlo a Dios, sin importar las consecuencias, asumiendo las palabras de San Pablo, “lo que me impulsa es la caridad de Cristo”, lema que asumió y nos dejó San Vicente Pallotti a los miembros de la Unión del Apostolado Católico.
Alfie, sobre todo en las últimas páginas de su diario (1 de julio ‘76) nos habla de la clara consciencia que tenía al respecto, “A lo largo del día he estado percibiendo el peligro en que está mi vida…” y al mismo tiempo sabe “Que será llamado por el Padre en la hora y modo que Él quiera…”

El testimonio de aquella reunión comunitaria, dónde la comunidad toda se planteo si seguir trabajando del modo que lo venían haciendo, es decir: por los necesitados, con los jóvenes, diciendo la verdad por más dura que sea. Y la respuesta unánime: “debemos servir a Dios antes que a los poderosos de este mundo”, nos hablan a las claras de sus convicciones y de en quien tenían puesta toda su confianza.
Mientras algunos se apoyan en el poder de turno, los mártires se apoyan en la roca firme que es Dios, toda su confianza está puesta en él y eso no se negocia. Dios los fue preparando, para semejante entrega, Él les dio la fortaleza necesaria para unirse a Cristo en la cruz, los fue alimentando con su Cuerpo y con su Sangre en cada eucaristía.
En la homilía que el padre Pedro tenía preparada para aquel 4 de julio, podemos leer lo que meditó sobre la vida de los Profetas, diciendo: “los mensajeros que Dios envió a su pueblo, muy pocas veces fueron escuchados, otras veces fueron expulsados o muertos. Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa…”, y en el último párrafo leemos: “A todos, a menudo, la Palabra de Dios nos resulta un poco antipática y contracorriente, porque es una Palabra dura, recta, intransigente. No cede ante el rico, no afloja ante el poderoso, no se atemoriza ante las dificultades”.
Como hombres de fe creemos que han sido revestidos de blancas túnicas porque pasaron por la gran tribulación y han lavado sus vestiduras en la sangre del Cordero (Ap. 7, 14).
Ellos estarán sentados a la mesa del banquete del Reino, del cual la eucaristía es anticipo, dónde mientras vivimos en este mundo participamos sacramentalmente.
Tertuliano (+ca 220) refiriéndose a los primeros mártires cristianos escribía: “la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos” (Apol., 50, 13: CCL 1, 171). Y Santo Tomás Moro: “Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que El quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor” (+ 6 de julio 1535).
Pedimos a Dios, que nos fortalezca también a nosotros para ser fieles al Evangelio, animados por el testimonio de los que “no amaron tanto su vida que temieran la muerte”, trabajando por la Verdad, la Justicia y el Perdón, pues sólo así podremos vivir en un mundo en paz, llevando con dignidad el nombre “cristianos”.

RUBÉN FUHR, SAC

                                                        

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