En
la actualidad, el perdón es una realidad muy significativa, tanto en el ámbito
de la filosofía como en el de las ciencias sociales, por ejemplo en la
psicología, y sobre todo en la vida humana y social.
En
estas líneas pretendemos abordar dicha realidad del perdón, en dialogo con las
propuestas de los mencionados ámbitos del pensamiento y la cultura, con la vida
y realidad misma. En primer lugar, hay que reconocer que es muy importante
reconocer la culpa o (por mejor decir) responsabilidad ética del que comete el
mal, infringido a la víctima.
Pero creemos que no debe ser la experiencia
fundante del proceso o acción del perdón. Ya que puede tener el peligro de
culpabilización o moralismos insanos y patológicos. La entraña de este proceso
es el mismo perdón o amor compasivo, experimentado previamente tanto por la
víctima como por el responsable del mal.
Efectivamente,
reconocer la responsabilidad moral del mal que uno comete y arrepentirse de
ello, con el propósito de no volver a cometerlo, es fruto de haber sido
acogido, amado, perdonado… El mal básicamente nace de no haber experimentado y
vivido el amor, la fraternidad, por lo que el amor fraternal es lo más esencial
para iniciar este proceso de perdón y cambio personal.
La
historia y la realidad nos lo muestran constantemente. Allí (en aquellas
relaciones, sociedades y realidades históricas) donde no se manifiesta ni se
promueve el amor fraterno y su solidaridad, justicia y paz, las personas y los
grupos humanos o sociales se deshumanizan, se produce el mal, la injusticia y
el odio, no hay posibilidades de fraternidad solidaria, perdón y
reconciliación. Esto es claro, por ejemplo, en los procesos evolutivos y de
desarrollo humano de la infancia y juventud. Aquellos niños y jóvenes que no
han disfrutado de este cariño y amor fraterno, de esta acogida, solidaridad y
justicia, es más probable que no desarrollen, tanto, esta capacidad de amor y
de virtudes éticas, como la compasión solidaria, la paz y el perdón.
Por
lo cual, lo que genera la toma de conciencia de la responsabilidad cometida es
esta experiencia primera (don) del amor que acoge, se hace solidaridad y
perdón, promueve la igualdad, la justicia y la paz, desde las víctimas,
oprimidos y excluidos. Por ejemplo, a modo de paradigma, el propio amor,
acogida y perdón de la víctima hacia el que le ha causado daño.
Antes
de que éste último, previamente, le pida perdón puede fecundar tal sentimiento
y experiencia de bondad, gratuidad y de humanidad en dicho responsable del mal,
que puede liberar de todo odio y resentimiento. Generándose, así, perdón y
reconciliación en abundancia. El odio y el mal solo se vencen con el amor que
libera y perdona, que hace surgir en lo humano todos los dinamismos de
compasión y amor, perdón y reconciliación.
En
este sentido, en especial para la víctima, es muy conveniente para estos
procesos de perdón y reconciliación el cultivar otra virtud, bien entendida,
como es la humildad. El recocernos no superior, en todos a los sentidos, a los
otros y saber que el mal e injusticia que el otro ha cometido, también lo
hubiera podido o podría hacer yo: facilita mucho la empatía y compasión con el
otro; y promueve, por tanto, tanto el pedir como el acoger el perdón.
Como
nos dice el pensamiento y la experiencia histórica, todos podemos actuar como
un guardián de un campo de concentración, desde el fascismo, desde la cultura
individualista-burguesa y capitalista insolidaria e inhumana, o desde el
totalitarismo colectivista-estatalita, como el estalinismo, represor de la
libertad. Es la experiencia y conciencia de humildad, de asumir que no soy
mejor o superior que el otro que ha ejecutado el mal, que yo también lo podría
haber realizado. Y que, de hecho, fallo, cometo errores e infidelidades o mal,
en distintos niveles.
Lo
cual implica, asimismo, un perdón personal, irme perdonando, sanando y
liberando del mal que hago, en la inter-relación con los otros, en la
conversión al amor y a la solidaridad, al compromiso por la justicia y la paz.
Por lo que este proceso de humildad y de perdonarnos los males, en muy buena
medida, suscita cauces de empatía compasiva, de salud integral, de
reconciliación y perdón con los otros y con lo Otro.
Evidentemente,
como hemos dicho y lo remarcamos, el perdón supone igualmente la justicia, la
restitución, en todo lo posible, del mal cometido hacia la víctima. Como dice
acertadamente Reyes Mate, el perdón es gratuito pero no gratis. Es primordial,
vital e imprescindible la realidad de las víctimas, a las que se les deben
restablecer la dignidad, justicia y derechos violados y debidos, inherentes a
su condición humana, al ser persona.
Como
se ha establecido en otros procesos de mal e injusticia y perdón, la secuencia
o itinerario sería: verdad de la realidad o hechos de injusticia y mal;
justicia con la restitución del mal, injusticia y daños sobre la víctima;
reconciliación en los grupos y comunidades humanas, en la sociedad, en
fraternidad y perdón. Es un proceso, no lógico, fijo o estático, en que los
diversos momentos se pueden inter-relacionar o retroalimentar.
En este sentido, es irrenunciable esa
(muchas veces) gran olvidada o silenciada como es la memoria del sufrimiento,
la “memoria passionis” como nos muestra incansablemente J. B.
Metz. Es esencial el re-cordar (tener
vivo en el corazón y en la conciencia) el pasado del dolor, sufrimiento e
injusticia de las víctimas.
Los
atropellos o daños contra la vida, la dignidad y derechos de cualquier ser
humano nunca prescriben, se deben resarcir y tenerlos siempre en la memoria
para que no vuelvan a realizarse; como indica Adorno, el nuevo imperativo
categórico ético es comprometerse para que se impida que vuelva a surgir
Auschwitz, como símbolo del holocausto judío, de la injusticia. Aunque para
evitar cierto ombliguismo europeo, el imperativo categórico se extiende al
presente o universalmente, a la humanidad.
Pues
como recuerda G. Gutiérrez, se trata de pensar y actuar desde Ayacucho, desde
la realidad injusta e inhumana del holocausto de hambre, miseria y exclusión
que sufre el llamado Tercer Mundo o, mejor dicho, Sur empobrecido del planeta.
Y al fututo, ya que como nos presenta H. Jonas, el nuevo imperativo ético tiene
que ver con actuar para que haya vida- desarrollo sostenible, ecológico- para
las generaciones venideras.
En
la actualidad, frente a la inmoralidad, injusticia y violencia global del
neoliberalismo-capitalismo, en especial financiero-especulativo (de casino).
Con sus crisis sus permanentes e inhumanas, que estafan y saquean la vida y
dignidad de los pueblos, se trata de proponer y establecer ese otro mundo
posible. Una globalización de la solidaridad y la justicia, de la paz y ecológica,
del perdón y reconciliación de todos con todos, de todo con todo.
Como
se observa, el perdón es una realidad global e integral que abarca las diversas
dimensiones de la realidad, de la realidad personal, social e histórica. Supone
la justicia y la paz, el desarrollo y liberación integral, la dignidad y los
derechos humanos (civiles, sociales y de los pueblos). La transformación de las
conciencias, relaciones y estructuras o sistemas sociales injustos. Ya que
estas estructuras y sistemas, aunque no son sujetos directos de responsabilidad
moral- son las personas-, si tienen una dimensión moral en cuanto que causan
injusticia y mal, generan víctimas y excluidos. Por los que si queremos
realmente el cese de la injusticia y su violencia.
Y
la promoción de la paz, la reconciliación y el perdón necesitaremos también, de
forma sustancial, trasformar estas estructuras y sistemas sociopolíticos,
económicos y culturales de mal, injusticia y violencia, como nos enseñan las
ciencias sociales. En el hoy, una cultura y sistema económico y financiero,
laboral y comercial, político y social, a nivel mundial, global que sea humano,
justo y, por tanto, democrático.
Como alternativa a la actual e inmoral
globalización neoliberal del capital y del beneficio, de la guerra y de la
violencia, del desarrollo in-humano y sostenible, tal como exigen las justas
reivindicaciones de los diversos movimientos sociales y ciudadanos. El perdón,
pues, evita y se culmina en la superación del egoísmo y la dominación, del odio
y de la venganza, del interés mercantilista e individualista (“el te doy para que me des”), del ojo por ojo que tiene
como resultado que nos quedemos todos ciegos, tal como aparecía pintando en un
muro del Sur empobrecido.
Todo
lo anterior, para una perspectiva creyente y cristiana, está en la misma
entraña de la fe, del Evangelio de Jesús. Es el don del Reino de Dios y su
amor, justicia y paz, perdón y reconciliación desde las víctimas, los pobres y
excluidos. El cual trasciende aquella (cierta) ley, sustentada en el interés y
la venganza, en la mera o única culpa (y conversión) moral, típica de
fariseísmos o moralismos legalistas de todo tipo. Ya que la entraña de todo es
el regalo o gratuidad (gracia) de Dios y su Reino en Jesús con su amor,
justicia y perdón.
El
don o la gracia del amor fraterno y la justicia que nos libera gratuitamente de
todo mal e injusticia, de nuestro afán de egoísmo y dominación violenta, desde
y con las víctimas, con los marginados, oprimidos y empobrecidos. Desde el
seguimiento de Jesús en el Espíritu de Dios, esta es la misión de su comunidad,
de la iglesia: ser símbolo real (sacramento) del Reino, vivir y anunciar,
celebrar y servir comprometidamente al amor, la justicia y el perdón desde las
víctimas y pobres; en fe, esperanza y profecía frente a la riqueza y el poder,
estos ídolos que generan injusticia, víctimas y violencia. Y así ir
trascendiéndonos hacia la justicia y la paz, el perdón y la reconciliación,
hacia la vida de amor plena, eterna en Dios.
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